Ella nunca llegó a comprender del todo por qué el Estado no puede dar una alegría a la gente, fabricando billetes y repartiéndolos entre los ciudadanos.
Yo le explicaba que eso no se podía hacer –por lo menos así lo pensaba–, que tiene que haber un equilibrio entre lo que un país produce y el dinero físico que hay en circulación, que fabricar billetes provoca subidas de precios e inflación. Incluso llegué a contarle la famosa parábola de Milton Friedman para explicar la expansión monetaria cuantitativa.
Un helicóptero tira desde el aire sacos de dinero a los habitantes de una ciudad duplicando así el dinero que está en circulación. Si los ciudadanos guardan debajo del colchón los nuevos billetes, no habría ningún efecto. Pero si se dedican a consumir –que es lo más probable–, el intento de cada persona de aumentar su gasto sólo servirá para que los precios de los productos se disparen y al final terminen aproximadamente duplicados.
Mi abuela –una mujer humilde de un pequeño pueblo castellano– tenía un carácter fuerte y un gran sentido común. Dirigía la familia con mano dura y a golpe de chascarrillos populares: «Gasta siempre una peseta [el euro no había llegado todavía] menos de lo que ganes», «ahorra, porque el sol de la mañana no dura todo el día».
Ella no acababa de entender la historia del helicóptero, y yo no alcanzo a comprender cómo ahora resulta tan fácil darle a la máquina del dinero. Ya lo ha hecho el presidente de la Reserva Federal estadounidense Ben Bernanke (le apodan Helicopter Ben) y lo acaba de anunciar el cauteloso Jean-Claude Trichet, presidente del BCE.
Pero no lo hacen imprimiendo dinero físico, sino que son apuntes electrónicos. El BCE comprará bonos asegurados (covered bonds) a los bancos europeos para forzarles a dar créditos. Estos bonos, que en España se conocen como cédulas, son títulos de renta fija que tienen la garantía de los préstamos hipotecarios de una entidad financiera.
Es decir, que se basan en el mercado inmobiliario, como aquellos complejos instrumentos financieros (MBS, CDO, CDS...) que provocaron la burbuja y que se apoyaban en que pagasen sus hipotecas personas sin ingresos, sin empleo fijo y sin propiedades.
Los bancos centrales han decidido echar más madera al sistema financiero, a la vista de que las políticas económicas que se han puesto en marcha hasta ahora no han funcionado, y que el crédito sigue sin llegar al mercado.
Primero se bajaron los tipos de interés prácticamente a cero y luego los Estados enchufaron a los bancos la manguera de la liquidez, con la compra de activos y otorgando avales para sus emisiones. Esto no ha surtido efecto porque, como hace un par de días se quejaban los autónomos, el crédito no fluye y cuando llega, se cobran intereses excesivos.
El estrangulamiento financiero y el aumento del paro nos ha metido el miedo en el cuerpo. Hemos dejado de comprar, los precios han comenzado a caer con fuerza y como pensamos que todavía van a bajar más, retrasamos al máximo nuestras decisiones de compra. Un círculo perverso –éste de la deflación– que al final provoca cierre de empresas y más paro.
Ahora, hasta Zapatero nos incita a consumir ofreciendo ayudas al automóvil y forzando a los ciudadanos a comprar piso antes de 2011. ¡Cómo le gustaría al populista Zapatero poner a funcionar la máquina de hacer dinero y repartirnos billetes a todos los ciudadanos!
Pero esa máquina sólo la tienen Bernanke y Trichet, y han empezado a utilizarla. Mi abuela tenía razón. Se puede poner más dinero en el mercado. Quizás sea verdad que no queda más remedio, pero una medida de este tipo nos introduce en un túnel del que nadie sabe cómo vamos a salir. Si los mercados fueran perfectos, al contar con más liquidez, los bancos tendrían que dar más créditos a empresas y particulares, lo que provocaría un aumento del consumo.
Es en estas luces de esperanza –en palabras de Obama– en las que se basan los brotes verdes de las voces que empiezan a percibir síntomas favorables sobre el fin de la recesión. Pero la buena noticia de estos brotes verdes –que alegraban mucho a mi abuela porque eran el preludio a una buena cosecha de trigo– no garantiza aún que la economía mundial pueda empezar a remontar por sí misma y sin estímulos públicos.
De hecho, el miércoles mismo Alemania anunció la creación de bancos malos para que las entidades financieras puedan aparcar sus activos tóxicos y seguir funcionando con la parte buena.
El objetivo sigue siendo el mismo: evitar la deflación y sanear el sistema financiero para que vuelva a ser el motor de la economía real. Mi abuela, con su pragmatismo, hubiera optado por dejar caer a las entidades inviables para que el nuevo modelo naciera sustentado en un sistema sano y fuerte.
Los resultados del uso de la máquina de hacer dinero son una incógnita porque no está claro que la banca utilice esta mayor liquidez para prestar más dinero, porque provoca fuertes tensiones inflacionistas y porque puede dar lugar a una nueva burbuja. Y eso ya no lo aguantaría ni mi abuela, que fue capaz de sobrevivir a la postguerra.
Manuel del Pozo
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