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El hacha no mata a la serpiente

Reflexiones sobre ETA y el Estado

“Pero la mayor ambición de lo espectacular integrado sigue siendo que los agentes secretos se hagan revolucionarios y que los revolucionarios se hagan agentes secretos”. (Guy Debord)

Cámara, luces… ¡acción! El espectáculo ha comenzado.

En la audiencia nacional se juzga esta semana a los etarras que asesinaron a Miguel Ángel Blanco, concejal del PP de Ermua, hace nueve años. Todos recordamos aquellos dramáticas horas. Su secuestro y posterior asesinato conmocionaron al país. Ahora se juzga a quienes apretaron el gatillo acabando con su vida. Pero, ¿quién juzgará a aquellos que realmente se hallan detrás de ese crimen? No serán juzgados nunca. El Estado jamás se juzgará a sí mismo. Porque ETA no es más que un apéndice del Estado.

¡Infamia! ¿Cómo alguien puede afirmar algo así?

Lo afirmo y además trataré de argumentarlo.

No me propongo con este panfleto desvelar toda la realidad que se oculta tras el terrorismo espectacular, tan sólo pretendo dejar unas reflexiones que quizás puedan ser de utilidad para alguien. No aportaré pruebas concluyentes, ni citaré documentos clasificados, ni siquiera tengo fuentes en los servicios secretos. No me hacen falta, no soy un periodista. Me basta con atreverme a observar la realidad más allá de las anteojeras que nos ponen para que no veamos otra cosa que la senda que debemos seguir. Porque la realidad, aunque oculta, está siempre ahí, sólo hace falta pasarle el plumero y quitar la capa de mierda que la cubre, entonces podremos pensarla y pensarla es el primer paso para superarla.

Es bien conocido que el Estado ha infiltrado a lo largo de los años a varios de sus agentes en ETA. Nadie podrá poner esta afirmación en duda. Si esto es así no podemos llegar a otra conclusión que no sea la de afirmar con rotundidad que ETA está controlada por los servicios secretos del Estado. Gianfranco Sanguinetti demostró en su panfleto Sobre el Terrorismo y el Estado cómo la ideología de los grupos terroristas, con su estructura jerárquica y militarizada, hace relativamente sencillo que cualquier agente secreto infiltrado pueda escalar en un plazo breve hasta la cúpula de la organización. Una vez en la cúspide de la pirámide es el Estado el que dirige los movimientos de los terroristas, no siendo los militantes más que marionetas obedientes a los intereses del Estado, aunque ellos jamás lleguen a sospecharlo. Nada más fácil de controlar que una organización secreta y cerrada a sí misma, tan secreta y tan cerrada que llega a serlo hasta para sus propios integrantes que sólo conocen aquello que la organización les dice que deben conocer. La clandestinidad sólo favorece a quien mejor se mueve en ella y no hay duda que el Estado tiene en ese aspecto una considerable ventaja, pues nada hay más oscuro que los intereses de Estado.

Que son los servicios secretos los que mueven los hilos de ETA es algo evidente para todos, incluidos los más fervientes voceros del poder, los periodistas. Hace pocos días se discutía la negociación entre ETA y el Estado en uno de esos programas de “debate” en los que no se debate nada. El periodista Fernando Jáuregui contó un chiste que circula entre los periodistas sobre la posibilidad de que cuando se sienten a negociar los dirigentes etarras y los representantes del gobierno todos ellos trabajen para el mismo patrón.

¿Un desliz de un veterano periodista o la prueba de que da igual lo que se diga porque el grado de sumisión es tal que ya nada puede hacerse frente a la verdad del poder?

En cualquier caso, maldita la gracia que nos hacen sus chistes y malditos su cinismo e hipocresía.

El terrorismo espectacular lleva copando las portadas de los periódicos muchos años y ya sabemos que en esta sociedad lo que los mass media dicen que es la realidad es necesariamente la realidad. Así, ETA ha jugado durante muchos años el útil papel de enemigo total y absoluto de la sociedad, complemento necesario de un Estado que se presenta entonces como el garante de la libertad, la paz y el orden.

“Frente a un terrorismo presentado siempre como el mal absoluto, el mal en sí y para sí, todos los males, mucho más reales, pasan a segundo plano, y sobre todo deben ser olvidados: ya que la lucha contra el terrorismo coincide con el interés común, es ya el bien general, y el Estado que la lleva generosamente es el bien en sí y para sí. Sin la maldad del diablo, la infinita bondad de Dios no podía aparecer y ser apreciada como se debe”. (Sanguinetti)

La supervivencia del Estado hizo necesaria la existencia del terrorismo.

Fue en los años de la llamada transición cuando más útil fue el terrorismo etarra para los intereses del Estado, pudiendo presentar de este modo una elección maniquea: o conmigo o con ellos. O el Estado o el Terrorismo. El objetivo claro era ocultar al verdadero enemigo –la organización de los obreros en asambleas autónomas– por medio de un falso enemigo espectacular –el terrorismo– y obligar a todos a tomar partido por el Estado bajo la amenaza de ese terrorismo. El movimiento asambleario fue derrotado por ésta y otras estrategias, pero el terrorismo no desapareció. Seguía siendo útil para fomentar la unidad de “todos los españoles de bien” en torno al nuevo Estado. Tan útil como también lo era la amenaza de la extrema derecha. Cualquier problema real queda siempre eclipsado por el problema ficticio del terrorismo. Ya lo dicen las encuestas y éstas nunca mienten, no porque sean un método científico de medir la opinión, sino por todo lo contrario, porque son un método científico y racional de inducir una opinión, la opinión que interesa que exista, la única permitida.

Todos los problemas reales que nos afectan pasan a ser secundarios frente al falso problema del terrorismo y quien trate de poner en su justo lugar esos problemas para tratar, si no de resolverlos, al menos de nombrarlos, se encontrará con la poderosa maquinaria estatal. La amenaza del terrorismo espectacular permite al Estado disponer de unas auténticas leyes de excepción que son empleadas contra cualquiera que saque los pies del tiesto. Cualquier acción que se atreva a nombrar al enemigo para bien combatirlo será inmediatamente asociada al terrorismo. Un sabotaje contra las obras del TAV, una acción contra una empresa inmobiliaria, hasta una okupación o una manifestación que se atreva a salirse de los cauces permitidos, todas estas acciones pueden ser fácilmente asociadas por el Estado y sus lacayos, los periodistas, con ETA y su “entorno”, se las mete en el mismo saco que al terrorismo espectacular y se desata la campaña de represión. De ahí la obsesión de alguno de los “grandes hombres de Estado”, como el repugnante ex-ministro del Interior Mayor Oreja, por relacionar a cualquier disidente con ETA. Sin embargo, a la hora de firmar convenios de extradición por causas de terrorismo con otros países europeos no hablaba de ETA, sino de los movimientos radicales y antiglobalización, ¿sería porque en Europa nadie se creía sus cuentos chinos o quizás es que allí no necesitaba ocultar la represión tras el pararrayos del terrorismo etarra?

El Estado se ampara en la ley antiterrorista, la forma más visible del «estado de excepción» en el que siempre hemos vivido (Benjamin), para combatir a sus enemigos reales, aquellos que se atreven a cuestionar esta realidad y tratan de cambiarla. Pero tampoco seamos ilusos, antes que nada se trata de un mecanismo preventivo, no hay ningún fantasma que exorcizar, tan sólo se pasa la escoba de vez en cuando para evitar que se acumule demasiado el polvo.

En todo caso esta táctica eficaz y sencilla tiene la ventaja no sólo de que se acaba de un plumazo con cualquier tentativa de recuperación de la contestación por la vía de la represión dura y contundente, sino que además logra el apoyo entusiasta de la mayor parte de la población, que azuzada por los medios de comunicación verá actos de terrorismo hasta en los destrozos provocados en la celebración de un título de la liga de fútbol. El miedo es un evidente mecanismo de control social y cuando se esgrime día tras día la amenaza del terrorismo cualquiera puede ver un terrorista hasta en la abuela que vive en el piso de arriba, sólo hace falta un poco de imaginación y la colaboración necesaria de los plumíferos a sueldo del poder.

En los últimos meses la cuestión del terrorismo está más candente que nunca debido al revuelo ocasionado con la declaración de alto al fuego de ETA y el comienzo de un proceso de negociación entre el gobierno socialista y ETA. Ambas partes afirman su voluntad de acabar con el conflicto.

¿Qué conflicto?

Lo que se está produciendo en estos momentos es el desmantelamiento de un apéndice del Estado. Se rompe el consenso anti-terrorista ladran los voceros del poder, el consenso terrorista habría que decir.

¿Cuáles son las razones de este desmantelamiento?

Si tuviésemos fe en que los políticos pueden conservar algo de ética y moralidad, podríamos pensar que Zapatero al llegar a la Moncloa y meter por primera vez la nariz en las cloacas del Estado sufrió un shock que le decidió a darles una buena limpieza, acabando con ese negociado estatal llamado ETA.

Ojalá. No soy tan iluso, aunque me gustaría serlo.

Podría tratarse de cuestiones funcionales, ETA ya no es útil, la sociedad está lo suficientemente domesticada como para que ya no sea necesario esgrimir la amenaza del terrorismo para mantener la ficción o tal vez el papel que jugaba ETA ha pasado a desempeñarlo mucho mejor el terrorismo islamista, especialmente después del turbio y criminal atentado del 11-M. Las razones del poder nunca aparecen transparentes hasta que ya es demasiado tarde para que su esclarecimiento pueda tener importancia y si no recordemos Piazza Fontana y como, a pesar de que con los años se ha demostrado que ese crimen fue obra de los servicios secretos italianos, nadie cuestionó nada y la vida siguió girando en la feliz Italia.

“El espectáculo organiza con maestría la ignorancia acerca de lo que está pasando, y acto seguido el olvido de cuanto a pesar de todo acaso se haya llegado a saber. Lo más importante es lo más oculto”. (Debord)

En cualquier caso, es evidente que la desaparición de ETA debe relacionarse con el proyecto de reorganización del Estado que se está llevando a cabo y que tiene por objeto la “modernización y democratización” de un Estado demasiado ligado aún a las arcaicas estructuras de poder heredadas del Franquismo, útiles en su momento, pero que hoy suponen una traba, al menos para una parte de la clase política y empresarial, si bien para otra son la base sobre la que se apoya, de ahí su empeño en negarse a “negociar” con ETA. En todo caso, todos debemos alegrarnos de la inminente desaparición de ETA, pero jamás debemos cesar de combatir las ilusiones, tanto sobre el papel que siempre ha jugado ETA como sobre las posibilidades y expectativas que se abren con su desaparición.

Quien quiera escuchar mis razones aquí las he expuesto y quien pueda rebatirme que lo haga, pero que nadie se escude en el silencio.

(mas...)

Andrés Devesa

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