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La Guerra Imperial estadounidense

Lo que surge como comprobación fáctica y estadística de cualquier estudio estratégico, es que las guerras imperiales no se hacen para matar, sino para controlar y dominar. Es decir, la destrucción material y los genocidios humanos que producen las guerras de conquista imperial vienen como consecuencia de la búsqueda de control y dominio sobre un oponente que resiste, y no al revés.


Controlar para dominar

La llamada “guerra imperial moderna” fue concebida, en sus aspectos teóricos-prácticos, como una guerra de conquista (también diseñada como antídoto contra las guerras de liberación), por estrategas y expertos del campo imperial-capitalista de la era trasnacional.

Es por consiguiente, una variante emergente de la evolución estratégica, doctrinaria y operacional, de las guerras imperiales desarrolladas a lo largo de la historia como principio de la dominación del hombre por el hombre que rigió, sin excepción, en todas las civilizaciones dominantes conocidas hasta ahora, incluido el sistema capitalista, como su último estadio de desarrollo. Las guerras de conquista imperial no se planifican para matar, sino para apoderamiento de un objetivo estratégico siguiendo la motivación imperialista central de controlar para dominar, y su concepto de aplicación va desde territorios hasta sociedades y hombres.

El control de estos “objetivos” de apoderamiento son trazados de antemano, bien sea territorios (guerra militar), recursos económicos y mercados (guerra económica), países y sociedades (guerra social), o mentes (guerra psicológica).

El objetivo estratégico de cualquier guerra imperial (sea de orden militar, económico, político o psicológico) es el de controlar para dominar. El control del oponente es la base del dominio a nivel del hombre y su entorno primero, y de los sistemas (políticos, económicos y sociales) que rigen las sociedades, después.

Cuando el primer hombre primitivo controló y dominó por medio de la fuerza a otro, estaba estableciendo el principio de la dominación del hombre por el hombre que rigió el desarrollo de todas las civilizaciones imperialistas conocidas hasta ahora, y cuya máxima expresión de desarrollo estratégico se da con el sistema capitalista.

Toda acción de dominación del hombre por el hombre (implícita en la guerra imperial) se rige por un axioma estratégico: para dominar, primero hay que controlar por medio de la guerra. Por eso la dinámica funcional de la historia humana (en todos sus estadios) se rige por las estrategias de control y dominación desarrollados por medio de las guerras imperiales.

La búsqueda del control y el dominio, a su vez, definen el carácter imperialista de las distintas civilizaciones que fueron marcando la evolución y el trazado de la historia humana a partir del dominio hegemónico. Estados Unidos no es la excepción.

Las guerras imperialistas y el capital mundial

En el transcurso de casi 400 años de historia, iniciados con la fundación de Jamestown (Virginia) en 1607, Estados Unidos ha avanzado sorprendentemente de su condición colonial originaria hasta transformarse, a fines de la última centuria, en una superpotencia mundial dominante del planeta. En primer término, su acción se ha centrado muchas veces en posiciones utilitaristas, es decir, ha subordinado principios a intereses nacionales al desarrollar acciones opuestas a lo que abiertamente ha proclamado.

En este enfoque se inscribe el afán misional por imponer en el mundo su visión de un sistema democrático de gobierno, aun cuando, atendiendo a conveniencias de política exterior, acepte a regímenes autoritarios si ellos son sus aliados, como ha sucedido con algunos países del Golfo Pérsico, Pakistán o América Latina.

Al fenómeno anterior se agregó también sus actitudes aislacionistas, las cuales se manifestaron con fuerza hasta el inicio de la Segunda Guerra Mundial, chocando y alternándose de tanto en tanto con impulsos imperialistas o de injerencia global en los asuntos mundiales, los cuales, en definitiva, terminaron por imponerse. Y cabe destacar que el fenómeno imperial está íntimamente ligado a la expansión del capitalismo mundial como un nivel superior, según lo refiere Lenin (1915):

El imperialismo es la fase superior del desarrollo del capitalismo. El capitalismo comenzó a sentirse limitado dentro del marco de los viejos Estados nacionales (…) se ha convertido, en su fase imperialista, en el más grande opresor de naciones. (p. 10).

Es por ello que el crecimiento impresionante de su territorio adquirió pleno vigor en el siglo XIX, mediante la aplicación de medios pacíficos o violentos para su logro, lo cual estuvo aparejado con un considerable aumento de la población, el acelerado desarrollo de la industria, del comercio y un fortalecimiento congruente del poder militar, en especial el marítimo.

Por ejemplo, Louisiana y Florida fueron adquiridos a Francia y España, respectivamente, al inicio de su crecimiento continental, y Oregon, primer acceso al Pacífico, fue comprado posteriormente a Inglaterra. En 1848, mediante el Tratado de Guadalupe-Hidalgo, después de derrotar militarmente a su vecino y de otorgarle una compensación financiera, Estados Unidos forzó la anexión de 3 millones de kilómetros cuadrados mexicanos que conformaron posteriormente los actuales Estados de Texas, California, Nevada y Arizona, más algunas áreas de Nuevo México, Utah, Colorado y Wyoming.

Más tarde, con la ventajosa adquisición de Alaska a Rusia, completó lo que es hoy su territorio continental. Durante el siglo XIX hubo otros intentos esporádicos de expandir la isla continental norteamericana hacia territorios aledaños del Caribe y Centroamérica, y aun suramericanos, como también de ejercer en ellos influencia política y económica, hasta que se expresaron vigorosamente a partir de la guerra con España.

La declaración unilateral de la doctrina Monroe en 1823, sin consultar a los países latinoamericanos, puede interpretarse también como una manifestación defensiva, aislacionista e imperial respecto a los sucesos europeos de la época, y como proclamación de una esfera de influencia exclusiva sobre el continente.

Aunque ella no expresaba necesariamente la intención de proteger a dichos países de agresiones extracontinentales, según demuestra su falta de reacción ante la ocupación por Gran Bretaña de islas de Honduras y de las Islas Malvinas, y sus intervenciones en la región del Plata; ni frente a España cuando ocupó las islas Chinchas de Perú y bombardeó Valparaíso en 1865. Tampoco manifestó su oposición al bloqueo de los puertos venezolanos por Gran Bretaña y Alemania para exigir el pago de deudas a acreedores en esa misma época.

Los globales intereses estadounidenses

Recién en 1889 se iniciaron en Washington las Conferencias de Estados Americanos, como iniciativa estadounidense para preservar los mercados latinoamericanos frente a la competencia del comercio exterior europeo, bajo la doble moral de “garantizar estabilidad en la región” mediante “mecanismos de solución pacífica de conflictos”.

En su afán por garantizar los mercados latinoamericanos, Estados Unidos llevó la concentración a tal punto, que ramas enteras de la industria nacional de los países en vías de desarrollo que conforman el continente se encuentran en manos de asociaciones estadounidenses, transnacionales, corporaciones de capitalistas multimillonarios, y casi todo esta repartido entre estos "potentados del capital", bien en forma de colonias, bien envolviendo a los países en las tupidas redes de la “burbuja” financiera o bien en componenda con las élites dominantes nacionales. Parafraseando a Lenin “(…) la libertad de comercio y la libre competencia han sido sustituidas por la tendencia al monopolio, a la conquista de tierras para realizar en ellas inversiones de capital y llevarse sus materias primas”. (1915, p. 10).

En consecuencia, Estados Unidos como potencia global, se abrogó “la capacidad para liderar la protección del área europea-americana-asiática que ha definido como zona de desarrollo y seguridad occidental, la cual emergió de la incrementada interdependencia de las economías desarrolladas”. (Laird y May, 1999, p. 6)

Esta zona comprende el territorio propio y el de los aliados esenciales, es decir, de aquellas potencias económicas más importantes, que siendo política y culturalmente afines a la potencia rectora, están ligados a ella con variable nivel de cohesión a través de alianzas y a veces sólo por redes regionales.

Puede resultar preocupante para los países de América Latina (incluidos su zona de desarrollo y seguridad occidental), cuando sus políticas no coincidan con los "globales intereses y responsabilidades estadounidenses", que Estados Unidos pueda estar dispuesto a usar la fuerza, como afirman algunos autores, "con la bendición de las Naciones Unidas (ONU) y de la Organización de Estados Americanos (OEA), si es posible, o sin esa bendición cuando sea necesario" (David y otros, 1999, p. 22) Ante este poder hegemónico y amparado en la estructura de gobernabilidad neoliberal1 a escala mundial, Estados Unidos:

(…) se ha vuelto reaccionario; ha desarrollado las fuerzas productivas a tal extremo, que a la humanidad no le queda otro camino que pasar al socialismo, o bien sufrir durante años, e incluso durante decenios, la lucha armada de las "grandes" potencias por el mantenimiento artificial del capitalismo mediante las colonias, los monopolios, los privilegios y todo género de la opresión nacional. (Lenin, 1915, p. 10)

Si se aplica esta tesis a las guerras actuales se verá que durante decenios, casi desde hace medio siglo, los gobiernos y las clases dominantes de Inglaterra, Francia, Alemania, Italia, Austria y Rusia practicaron una política de saqueo de las colonias, de opresión de otras naciones, de expoliación de sus recursos naturales y de aplastamiento sobre los pueblos pobres.

Esta política precisamente es la que motiva las guerras actuales estadounidenses (Irak y Afganistán). En la actualidad la política imperial de tiempos de paz, al igual que la de tiempos de guerra, ha consistido en esclavizar a las naciones y no en liberarlas. Por el contrario, en China y en Vietnam hemos visto como la política del despertar de decenas y centenas de millones de hombres y mujeres a la vida nacional, tendió a liberarlos del yugo de las "grandes" potencias reaccionarias.

Sobre este terreno histórico concreto, basta considerar la guerra actual como una prolongación de la política de las "grandes" potencias y de las clases dominantes, para ver de inmediato el carácter antihistórico y la falsedad en la que se sustentan.

La Doctrina de Seguridad Nacional

La “teoría del dominó” es una teorización del “efecto bola de nieve” aplicado a la política internacional según la cual, si un país entra dentro de un determinado sistema político (especialmente el comunismo) arrastraría a otros de su área hacia esa misma ideología.

Esta teoría surgió durante la Guerra Fría ante la observación de varios sucesos que parecían corroborarla. Antes y durante la Segunda Guerra Mundial sucedió un “contagio de ideologías” en Europa. Bien por propia iniciativa, como Hungría, España o Rumania que adoptaron gobiernos pro-fascistas o pro-nazis; o bien por la “expansión” de la ideología comunista que extendía la República Rusa (poco después rebautizada como Unión Soviética tras incorporarse a la Rusia de los Soviet, varios territorios más) al anexionar países que habían formado parte del Imperio como Ucrania, Bielorrusia o las Repúblicas Bálticas.

En este contexto y ante siquiera de haber capitulado el Eje, las tensiones entre los vencedores ya eran patentes. Wiston Churchil y Harry Truman veían a la Unión Soviética de Stalin como un aliado poco fiable, con constantes roces, problemas en Berlín y una política inflexible sobre sus demandas en las Cumbres de Teherán y Yalta.

En las cumbres mencionadas la Unión Soviética se había comprometido a celebrar elecciones en las naciones ocupadas tras la guerra para que decidieran sus gobiernos; pero estas elecciones la mayoría de las veces no se llevaron a cabo.

De esta forma, las naciones anexionadas a la Unión Soviética se sumaron Albania y Yugoslavia, mientras en Asia, la comunista Corea del Norte amenazaba con arrastrar a su vecina del Sur. Parecía ser la constatación de lo que había afirmado Truman durante la guerra civil de Grecia: “si uno o varios países caían bajo la garra del comunismo arrastrarían a sus vecinos”.

En los años siguientes las dos potencias trataron de atraer a las naciones No Alineados a su bando. Estados Unidos parecía tener las de ganar por su poderío armamentístico, especialmente nuclear, económico y cultural frente a la Unión Soviética; pero los acontecimientos no transcurrieron en esa dirección.

La China nacionalista era derrotada por Mao Tse Tung y en 1950 esta nación invadía el Tibet. La guerrilla comunista malaya hacía grandes progresos frente a los ingleses. En Indochina Ho Chi Minh abrazaba el comunismo e Indonesia estaba a punto de pasar al lado comunista; esta fue la gota que colmó el vaso y que parecía indicar que, pese a la aparente superioridad norteamericana, existía una cierto contagio de unos países a otros, contagio que amenazaba con rodear todo Estados Unidos de países comunistas.

Con este panorama mundial, el presidente Harry Truman hizo la proclamación de la llamada “Doctrina Truman” en su comparecencia ante el congreso el 12 de marzo de 1947, estando en curso la crisis de la guerra civil Griega (1946-1949).

Los ingleses habían notificado a la Casa Blanca que no podían continuar apoyando al gobierno griego contra las guerrillas comunistas ni podían ayudar económicamente a Turquía.

La doctrina se promulgó específicamente con el ánimo de proporcionar soporte intervencionista a gobiernos que resistían frente al comunismo. Truman insistió en que si Grecia y Turquía no recibían la ayuda que necesitaban, podían caer inevitablemente en el comunismo, siendo el resultado un efecto dominó de aceptación del comunismo en la región.

Esta doctrina se convirtió en punto de referencia en los países de occidente, llegando a establecerse y conocerse como la Doctrina de Seguridad Nacional (producto del Acta que le dio su nombre) o del “enemigo interno”.

Tal filosofía geopolítica, sirvió a los Estados Unidos para arremeter contra la soberanía de las naciones en el marco de la Guerra Fría. Es decir, que detrás de la construcción de bases militares de Estados Unidos y del programa de asistencia extranjera (Plan Marshall), estaba la estrategia de la contención del comunismo y de cualquier ideología contraria al pensamiento hegemónico estadounidense.

Esta filosofía se enunció por primera vez en un artículo publicado en julio de 1947 en Foreign Affairs, titulado “La fuente de la conducta soviética” y firmado por “X” (George Kennan).

Lo anterior se refería a la necesidad de que Estados Unidos asegurara “una contención paciente pero firme y vigilante de las tendencias expansionistas de Rusia, mediante una diestra y vigilante aplicación de contra fuerzas en una serie de puntos geográficos y políticos que cambien de lugar constantemente”. (Johnson, 2001, p. 704)

Este conjunto de ideas políticas sustentadas por el grupo de mando hegemónico estadounidense desde 1948 dio origen a la creación de organismos como la Organización de Estados Americanos (OEA) y la firma del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), entre otros multilaterales, que sirvieron de instrumentos para proyectar a nivel mundial la “Doctrina de Seguridad Nacional” de Harry Truman en su cruzada incesante para combatir la subversión, contener el comunismo, perseguir y eliminar al “enemigo nacional” que no comulgara con la imposición de su modo de pensar.

En 1967 el secretario de Defensa de ese país fijó como objetivo principal para Latinoamérica, el desarrollo de fuerzas militares y paramilitares locales, para resguardar la seguridad interna ante el peligro del “avance rojo”, refiriéndose al socialismo.

Esta política de seguridad interna se puso en marcha en los países del cono sur a través de una estrategia conocida como Operación Cóndor, que, básicamente, consistió en intervenir ideológicamente a ejércitos nacionales, con el fin de detener a los movimientos de liberación nacional en sus países, pasándole por encima a los derechos humanos y apoyando férreas dictaduras militares.

En el contexto de la Operación Cóndor, Estados Unidos, a través del Comando Sur, creó en Panamá la Escuela de las Américas, una institución militar donde formaron y entrenaron oficiales de los ejércitos de la región. Se dice que en esta escuela los oficiales aprendieron cómo torturar y eliminar físicamente a personas comunistas, sospechosas de serlo y a todo aquel que tuviera ideas nacionalistas.

Esta concepción de seguridad, se vuelve hegemónica a finales de los años 80, en virtud de la nueva situación histórica que implicó la desaparición del “Socialismo Real” en Europa del Este y la desintegración de la Unión Soviética. Hecho histórico que pensadores de occidente como Francis Fukuyama aprovechan para presentar teorías que dejan sin alternativa referencial a los movimientos de la izquierda mundial6.

La Estrategia de Seguridad Nacional de Comprometimiento y Expansión

Así se dio por concluida la “guerra fría” que trajo como resultado que el pretexto de la lucha contra el comunismo y la amenaza extra continental desaparecieran de golpe, por lo que la década de los 90 del pasado siglo XX marcó el nuevo proceso de reformulación del “Sistema Interamericano”, en general, y la “Seguridad Hemisférica”, en particular, que llega hasta nuestros días.

En el contexto de esta Seguridad Hemisférica, los Estados Unidos proponen “la reducción de los Ejércitos y la conversión paulatina de éstos en policías”, bajo tutela de la “Escuela de las Américas” todavía en el marco de la Doctrina de Seguridad Nacional de 1947.

Estados Unidos y la OEA sin un “enemigo” que sirviera de fundamento para las concepciones de Seguridad Hemisférica imperantes hasta ese momento, dieron inicio al reordenamiento del Sistema Interamericano en el que no dejaba de estar presente la aplicación del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (TLC), su proyectada Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA) y la reformulación de los conceptos de seguridad dentro de la OEA, en función de prevenir los movimientos sociales y políticos opuestos a este proyecto en la región.

Los centros de poder, marcados por la unipolaridad buscan descifrar un “nuevo enemigo” para justificar sus abultados presupuestos, gastos en materia de seguridad y las apetencias de las cada vez mas poderosas recién inauguradas “cooperativas y contratistas de seguridad”, de las transnacionales y del complejo militar industrial estadounidense.

Es entonces cuando en la Cumbre de las Américas (Miami 1994), los Estados Unidos elaboran la denominada “Estrategia de Seguridad Nacional de Comprometimiento y Expansión”, publicada en febrero de 1995, que definía claramente el rumbo de la política exterior de la Casa Blanca en relación con América Latina:

Creación del ALCA, haciendo énfasis en las “bondades” del libre comercio y la aplicación de las recetas de corte neoliberal cuyos negativos resultados hoy podemos apreciar.

Expansión de la democracia representativa

Instrumentación de una estrecha cooperación regional en la lucha contra el narcotráfico, por representar una seria amenaza a la democracia y la seguridad.
Control civil en los asuntos de la defensa.

Reestructuración del Sistema Interamericano de Seguridad, en particular de la OEA.

La Doctrina de Seguridad Democrática

En este contexto se define una nueva doctrina, aún con el enemigo difuso: la Doctrina de Seguridad Democrática, que básicamente amplía la brecha entre los que tienen seguridad, dinero y oportunidades y los que carecen de esos mismos elementos.

La Doctrina de Seguridad Democrática cambia con la ubicación geográfica y con la condición social de los usuarios, se tiende a privilegiar lo urbano sobre lo rural y al rico sobre el pobre.

Tampoco hay igualdad en la protección que brinda la fuerza pública a la ciudadanía, lo cual es más preocupante todavía. Un excesivo número de soldados, policías y agentes están asignados a la custodia de dignatarios, despachos oficiales, infraestructura de uso privado y grandes núcleos urbanos, a tiempo que en el campo y en las barriadas populares, son raras las patrullas policiales.

Estrategia de Seguridad Nacional para el Siglo XXI

En mayo del 1997 la administración del presidente Clinton promovió una actualización de la Estrategia de Seguridad Nacional vigente, denominándola “Estrategia de Seguridad Nacional para el Siglo XXI” que centraba el análisis regional en los siguientes elementos:

Avance en la cooperación regional de varias formas, medidas para fomentar la confianza y la seguridad, ejercicios e intercambios con militares claves y funcionarios de los Ministerios de Defensa latinoamericanos.

Afirmación de que las principales preocupaciones de seguridad en el hemisferio son de naturaleza transnacional: el tráfico de drogas, el crimen organizado, el lavado de dinero, la migración ilegal y la inestabilidad, generadas por la corrupción y los conflictos políticos o sociales.

Doctrina de Guerra Preventiva

A partir de los sucesos ocurridos el 11 de septiembre de 2001, en la ciudad de Nueva York, con el derribo de las Torres Gemelas, el presidente George W. Bush define la Doctrina de la Guerra Preventiva, a través del Patriot Act e identifica el “nuevo enemigo” para la seguridad de Estados Unidos9.

En este contexto, la lucha contra el terrorismo sustituye a la filosofía geopolítica de contención del comunismo y en su versión del “enemigo interno” es la misma que la de la Seguridad Democrática. Por ello, Estados Unidos redefine su Estrategia Militar10 en marzo de 2006 (NSS), donde señala directamente a algunos países que, (según su visión hegemónica e imperial) “representan desafíos a la estabilidad de la comunidad internacional y atentan contra la seguridad de los Estados Unidos”.

Por ejemplo, de los siete conflictos regionales de interés que cita el referido documento, tres están en América Latina y el Caribe, señalando directamente a Cuba, Bolivia, Colombia y Venezuela.

Afirma además que:

(…) el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica esta decidido a actuar para evitar la combinación peligrosa de regímenes autoritarios y contestatarios dotados de grandes recursos petroleros y gasíferos (…) la estructura de defensa de los Estados Unidos se está preparando para actuar contra amenazas disruptivas (…) hay que tener una estrecha supervisión sobre las actividades políticas, económicas y militares de China con algunos países de la región, y de manera directa o indirecta países en los cuales sus regímenes (Venezuela, Cuba y Bolivia) son hostiles a los Estados Unidos o situaciones en las cuales la corrupción, la debilidad institucional o las tensiones internas hacen vulnerable la democracia.

Cabe destacar que la aplicación de esta Doctrina de Guerra Preventiva fue ampliamente cuestionada durante la campaña por la presidencia de los Estados Unidos por parte del candidato demócrata Barack Obama, quien resultó electo en 2009. Para los analistas más radicales, la llegada de Obama a la presidencia de la potencia mas fuerte del mundo, no significa otra cosa que el continuismo de los intereses del “complejo militar industrial estadounidense”; para otros, los más conservadores, Obama representa un cambio.

El “soft power”, poder blando o “democracia lìquida”

Abdennur Prado, en su artículo publicado en la web Rebelión, afirma que:

(…) Obama es un pragmático que despierta ilusiones para sus propios fines. Es un gran político. (…) Cuando las “cualidades rudas” ( Bush o el hard power ) han colapsado el sistema, se hace necesario apelar a las “cualidades delicadas” (Obama o el soft power ) para desatascarlo. (…) El discurso subyaciente es el de el supremacismo norte americano. (…) Pero no nos engañemos: Obama no es el cambio, ni va a paralizar los planes de dominio planetario. Obama es el actor que garantiza la continuidad del Nuevo Siglo Americano. Obama y Bush están del mismo lado.

El escritor norteamericano Webster Tarpley, autor del libro “Obama, the Postmodern Coup, The Making of the Manchurian Candidate”, realizó un interesante análisis acerca del entorno del entonces candidato demócrata:

Entre los que se mueven detrás de Obama se encuentra Joseph S. Nye, quien representa al Grupo Bilderberg y es Director para América del Norte de la Comisión Trilateral, y Brzezisnki, que forma parte de la misma. El primero ha escrito libros sobre el soft power, que es de lo que habla Obama. Ellos afirman que no se necesitan invasiones militares, sino subversión ideológica, guerras culturales y diplomacia; que lo que se necesita es dividir al enemigo para conquistarlo. Otros que lo apoyan, desde estas mismas posiciones son la Ford Foundation, el Council of Foreign Relations, y la llamada Escuela Económica de Chicago.

El "soft power" (o la "democracia líquida"), que predican instituciones globalistas como la Ford Foundation, el Center for Strategic & International Studies (CSIS)13 o el Open Society Institute de George Soros14 serán presentados como la "democracia" y el "cambio" que piden los pueblos y Obama vendría a satisfacer.

En un ensayo de James Traub publicado el 4 de noviembre de 2007 en "The New York Times Magazine, titulado: "Is (His) Biography (Our) Destiny?", exactamente un año ante de las elecciones que llevaron a Barack Obama a la presidencia de los Estados Unidos, puede leerse una entrevista realizada a Joseph S. Nye, un profesor de Harvard considerado, según encuesta del 2005, como uno de los diez académicos norteamericanos más influyentes en el área de las relaciones internacionales.

Nye también ocupó altos cargos en las administraciones de Carter y Clinton, y es el creador de las "teorías del poder suave e inteligente", corceles de batalla de la administración Obama y panacea universal para resolver los problemas de Estados Unidos en sus relaciones con el resto del mundo, según se ha conocido.

Aquellas declaraciones de Joseph Nye arrojan luz sobre lo que podrá esperarse de una presidencia, como la actual, al identificar la filosofía política que yace tras los exitosos discursos y las declaraciones de un político como Barack Obama, mesurado y lúcido a la hora de entender y saber usar la fuerza de las ideas y los símbolos para defender y promover los intereses de su país.

Declaró entonces Nye:

Obama como presidente podrá hacer más por el soft power de los Estados Unidos en el mundo, que lo que hayamos podido hacer antes (…) Sentimos que él puede ayudarnos a transformar la manera en que los Estados Unidos tratan con el mundo. (idem, s/p)

Con toda franqueza, a nadie preocuparía la sintonía de las ideas de Nye con las de Barack Obama, siempre que estas no simplifiquen el análisis de las complejidades del mundo contemporáneo, ni caigan en la tentación de intentar resolver los problemas globales mediante misiles inteligentes, cárceles secretas y guerras preventivas, tan del gusto del clan neoconservador que dominó las decisiones de la administración saliente.

Pero en la biografía del propio Nye aparecen dos renglones que obligan a la reflexión, y que hacen que nos detengamos a hurgar en las entretelas y los significados de dicha coincidencia: Nye no solo ha sido un exitoso profesor universitario y una destacada figura pública de dos gobiernos demócratas, sino también es el actual vicepresidente norteamericano de la Comisión Trilateral, un grupo privado, sumamente influyente, que une a empresarios de su país, Canadá y Europa, fundado en 1947 por Nelson Rockefeller, casualmente, el mismo año en que se considera dio inicio la Guerra Fría.

Y por si fuera poco, también pertenece al Grupo Bilderberg, una elite de 130 empresarios, políticos y dueños de grandes medios de comunicación de todo el mundo, que se reúne cada año en secreto, para determinar estrategias comunes ante los problemas del planeta.

¿Acaso no es motivo de preocupación que detrás del adalid del "cambio estadounidense" esté una teoría diseñada por uno de los adalides de la conservación de los privilegios, las enormes ganancias, y la hegemonía de un puñado de naciones y empresas sobre el resto del mundo, precisamente mucho de lo que se nos ha hecho entender que debe ser cambiado?

Con esto se evidencia el entorno ideológico del actual presidente estadounidense y su alegada supeditación a figuras como Joseph Nye, Zbigniew Brzezinski y George Soros, todos vinculados a poderosos círculos preocupados por los retrocesos en el liderazgo global norteamericano, y defensores de un replanteamiento radical en los métodos de política interior y exterior de la nación.

En el terreno militar, no se vislumbra un cambio radical en la orientación de las políticas en marcha, con reducir las tropas en Irak y enviarlas a Afganistán, no se resuelve el problema. Creemos que la Doctrina ha sido remozada, el imperialismo retocado y la estrategia militar estadounidense sigue siendo la misma.

Menry R. Fernández Pereira

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