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Tailandia: “modelo fracasado” |
Editoriales sobre la profunda crisis que sacude a Tailandia.
Políticos impotentes
De Volkskrant, Amsterdam
Los jefes de Gobierno de países como China, Singapur, Vietnam y Camboya seguramente han reído maliciosamente y pensado que algo así no podría suceder en sus países. Que una cumbre de jefes de Gobierno –entre ellos, potencias regionales como China y Japón– sea disuelta por un par de miles de manifestantes, sería en sus países algo absolutamente impensable. Tailandia necesitará mucho tiempo para hacer olvidar la vergüenza de Pattaya. El país está desde hace más de un año en manos de los manifestantes, primero los de camiseta amarilla, ahora los de camiseta roja. Pero lo que sucedió el sábado pasado en el Pattaya dejó muy claro que Tailandia no se acercó ni un milímetro a una salida del caos. La calle sigue mandando y los políticos miran impotentes.
Manipulación política
The Guardian, Londres
Tailandia no tendría por qué estar en crisis y todas las partes son responsables de que se haya llegado a estos extremos. El país no está dividido por un conflicto étnico ni religioso. A pesar de repetidos golpes de Estado y de una monarquía, en Tailandia se había desarrollado una cultura democrática. Esa democracia tendría que ser lo suficientemente poderosa para superar la corrupción y la recesión. Pero fracasó debido a la manipulación de los políticos y una ira pública espoleada por la justificada sensación de explotación e injusticia.
Paternalista y autoritario
La Repubblica, Roma
La elección entre plutócratas populistas por un lado y el Gobierno apoyado aún por los militares y el Rey, por otro, es la más amarga caricatura de la democracia posible en un país como Tailandia, hoy desarrollado. El caos de Bangkok significa el fin del “modelo asiático” de un Gobierno paternalista y autoritario, que tiene muchos seguidores desde Singapur a Pekín. La supuesta estabilidad de ese modelo de Gobierno –en todas sus variantes desde la derecha hasta la extrema izquierda– está siendo puesto a dura prueba por el huracán de la crisis económica y financiera. Y ello no sólo en Tailandia.
Mano débil
Neue Zürcher Zeitung, Zúrich
Lo que falta en Tailandia son instituciones democráticas estables. El anciano Rey mantiene unido con mano débil un entorno político conformado por Gobierno, Parlamento, Fuerzas Armadas, Corte y Justicia, escasamente arraigado. Existe una excesiva arbitrariedad. En la crisis que ya lleva dos años y medio se lucha por la senda que seguirá Tailandia después de la muerte del Rey, cuya sucesión es aún incierta. Hacia dónde lleva esa senda y cómo puede superarse la profunda división del país, no se sabe todavía.
PK/JOV/dpa
(continue)

Etiquetas: conocimiento, medios, memoria, multitud, politica.
Lo que llevamos viendo en Tailandia desde finales de 2005 es una lucha de clases creciente entre los pobres y las viejas élites. Desde luego no es una lucha de clases en sentido estricto. Como en el pasado hubo un vacío en la izquierda, los políticos millonarios y populistas como Thaksin Shinawatra han logrado liderar a los pobres.
Los pobres, urbanos y rurales, que forman la mayoría del electorado, son los «camisas rojas». Exigen su derecho a tener un gobierno elegido democráticamente. Comenzaron como partidarios pasivos del gobierno de Thaksin, el Thai Rak Thai, pero luego formaron un nuevo movimiento ciudadano llamado Democracia Real.
Para ellos, la democracia real significa el final de la dictadura de la junta militar y palaciega, aceptada desde hace tiempo calladamente y que ha permitido a los generales, los consejeros áulicos del consejo privado y las élites conservadoras actuar al margen de la Constitución. Desde 2006, estas élites han atentado descaradamente contra los resultados electorales gracias a un golpe militar, el uso de los tribunales para disolver el partido de Thaksin en dos ocasiones y el respaldo a la violencia callejera de los «camisas amarillas» monárquicos.
El partido Demócrata actual está en el gobierno gracias al ejército. Muchos miembros del movimiento de los camisas rojas apoyan a Thaksin, y por buenas razones: su gobierno despuntó por varias políticas modernas en beneficio de los pobres, como la creación del primer sistema sanitario universal de Tailandia.
No obstante, los «camisas rojas» no son simples títeres de Thaksin; están organizados en grupos comunitarios y muchos de ellos muestran su frustración por la falta de liderazgo progresista de Thaksin, en particular por su insistencia en la «lealtad» a la corona.
El movimiento republicano está creciendo. Muchos izquierdistas tailandeses, como es mi caso, no apoyan a Thaksin. Denunciamos sus violaciones de los derechos humanos, pero estamos con el movimiento ciudadano por la democracia real.
Los «camisas amarillas» son conservadores monárquicos, algunos con tendencias fascistas. Sus guardias llevan y usan armas de fuego. Apoyaron el golpe de Estado de 2006, destrozaron el palacio del gobierno y bloquearon los aeropuertos internacionales el año pasado. Estaban respaldados por el ejército. Por eso los soldados nunca disparan contra ellos. Por eso el primer ministro tailandés actual educado en Oxford nunca ha hecho nada por castigarlos. A fin de cuentas, nombró a algunos de ellos ministros de Estado.
Los «camisas amarillas» pretenden menoscabar el derecho de voto del electorado para proteger a las élites conservadoras y los «viejos y malos usos» para gobernar Tailandia. Proponen un «nuevo orden» dictatorial, que permita al pueblo votar, pero no que parlamentarios y cargos públicos se presenten en su mayoría a las elecciones. Reciben el apoyo de los medios de comunicación tailandeses convencionales, de la mayor parte de los profesores de clase media e incluso de dirigentes de oenegés.
Para comprender y juzgar los violentos sucesos que sacuden Tailandia, es preciso tener un conocimiento y una perspectiva de la historia del país. La perspectiva es necesaria para poder distinguir entre atentar contra la propiedad y herir o matar a la gente.
El conocimiento histórico ayuda a explicar por qué los ciudadanos conocidos como «camisas rojas» expresan ahora su furia. Han tenido que soportar el azote militar, la privación reiterada de sus derechos democráticos, continuos actos de violencia e insultos por parte de los medios de comunicación convencionales y de la comunidad académica.
Es mucho lo que está en juego. Todo compromiso está expuesto a la inestabilidad. Las viejas élites quizá piensen negociar con Thaksin para impedir que los camisas rojas se vuelvan completamente republicanos. Pero, pase lo que pase, la sociedad tailandesa no puede volver a los tiempos pasados. Los «camisas rojas» representan a millones de tailandeses hastiados de las intervenciones militares y monárquicas en la vida política. Como mínimo desearán una monarquía constitucional no política.
Giles Ji Ungpakorn
Profesor y escritor tailandés que viajó en febrero al Reino Unido tras ser acusado de lesa majestad en virtud del código penal, que prohíbe este tipo de críticas.
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Las balas hirieron el brazo de Sondhi, mientras su conductor, Adul Daengpradub, resultó herido de gravedad, mientras que ambos fueron trasladados a un hospital cercano. Las últimas informaciones señalan que Adul se encuentra estable después de ser sometido a una cirugía.
La policía, que llegó rápidamente al lugar del ataque, encontró el vehículo de Sondhi lleno de impactos de bala, e informó que recolectó en el lugar 100 cartuchos de municiones de Ak-47 y otras armas.
El vocero del PAD, Panthep Puapongpan, condenó a quienes contrataron a los atacantes. También indicó a los simpatizantes del grupo de las "camisetas amarillas" que no se preocuparan, ya que Sondhi se encontraba asalvo.
Los simpatizantes del PAD realizaron frecuentes protestas durante la administración de los primeros ministros Thaksin Shinawatra, Samak Sundaravej y Somchai Wongsawat. Estos detuvieron las protestas luego que Abhisit Vejjajiva, del Partido Demócrata, fue elegido primer ministro de Tailandia en diciembre de 2008.
(Xinhua)
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