«« | »» |
Obama el imperialista |
El primer presidente democrático de la era moderna elegido con un programa contrario a la guerra es asimismo, para alivio de los "neocon" y los beligerantes liberales, un halcón. Comprometido con la "escalada" en Afganistán, su selección en política exterior también indica belicosidad hacia Sudán e Irán.
Durante su primera semana en el cargo, sancionó dos ataques con misiles en Pakistán que dejaron un saldo de 22 muertos, mujeres y niños entre ellos. Y su posición sobre Gaza es notablemente parecida a la de la administración saliente.
La cuestión es ahora cómo convencerá Obama a quienes le apoyan de que respalden esa postura.
Bush podía atenerse a una base electoral cuyo compromiso con la paz y los derechos humanos era, como mínimo, cuestionable.
Obama no puede permitirse ese lujo.
Para argumentar en su defensa, necesitará el respaldo de esos "halcones liberales" que prestaron a Bush un apoyo tan atronador.
Resulta tentador descalificar a la "izquierda pro-guerra" como una caterva de apóstatas desacreditados, otrora de izquierdas, y de liberales de la OTAN.
Sus toscos eufemismos favorables a una conquista sangrienta parecen especialmente superfluos a la luz de más de un millón de muertos iraquíes.
Pero sus argumentos, que van de la defensa paternalista de la "intervención humanitaria" a los paladines de los "valores occidentales", tienen sus orígenes en la tradición del imperialismo liberal, cuya perduración desaconseja desestimarla precipitadamente.
En todos los países cuyos gobernantes han optado por el imperio se ha desarrollado un poderoso consenso proimperial, entre cuyos defensores más vociferantes se han contado liberales e izquierdistas.
Los imperialistas liberales siempre se han resistido de forma explícita a los argumentos racistas en favor de la dominación, justificando en cambio el imperio como una iniciativa humana que aportaba progreso.
Aún así, implícita en esa postura se encontraba la creencia en la inferioridad de otros pueblos.
Del mismo modo que John Stuart Mill argüía que el despotismo constituía "un modo legítimo de gobierno para tratar con los bárbaros", siempre y cuando "su finalidad fuera la mejora", igualmente sostenían los fabianos que el autogobierno de las "razas nativas" les resultaba "tan inútil como una dinamo a un caribeño".
Intelectuales de la Segunda Internacional como Eduard Bernstein consideraban a los colonizados incapaces de auotogobernarse.
Para muchos liberales y socialistas de aquella época, el único desacuerdo estribaba en saber si los nativos podrían alcanzar el estado de disciplina necesario para gestionar sus propios asuntos.
La resistencia indígena, por ende, se interpretaba como un "fanatismo autóctono" que debía superarse con la instrucción proporcionada por los europeos.
Los actuales imperialistas liberales no son una réplica de sus antecesores del siglo XIX.
Las prioridades de la guerra fría, entre las que se contaba la necesidad de incorporar elementos de la izquierda a un frente anticomunista, transformaron la cultura del imperio.
Si la izquierda "antitotalitaria" apoyó el expansionismo norteamericano, lo hizo a menudo bajo el manto del anticolonialismo.
La descolonización y la lucha por los derechos civiles entrañaban desechar el racismo explícito en los argumentos favorables a la intervención militar.
Fue éste un proceso lento.
Tanto la administración de Eisenhower como la de Kennedy tenían pavor a la "prematura independencia" de las naciones colonizadas.
El departamento de Estado afirmaba que las "sociedades atrasadas" requerían que el autoritasrismo las preparase para la modernidad.
Irving Kristol, liberal de la Guerra Fría que se convirtió en "padrino del neoconservadurismo", justificaba la guerra del Vietnam en parte afirmando que el país "apenas sí era capaz de un autogobierno decente en las mejores condiciones", y precisaba por tanto de una dictadura impuesta por los Estados Unidos.
No obstante, esos argumentos tienden hoy a emplearse sólo en los cuarteles más montaraces de la derecha neoconservadora.
Desde el derrumbe de la Unión Soviética, sin embargo, algunos pilares del imperialismo liberal se han reinventado con el marchamo de "intervención humanitaria".
Al igual que los humanitaristas victorianos consideraban al imperio una herramienta apropiada para salvar a los oprimidos, asimismo la década de 1990 fue testigo de la exigencia al estamento militar norteamericano de librar a somalíes, bosnios y kosovares de sus torturadores, no obstante el hecho de que la intervención norteamericana desempeñara un papel destructivo en todos estos casos.
La acción de los oprimidos mismos se encuentra en buena medida ausente de esta perspectiva. Y como apuntaba Stephen Holmes, de la Universidad de Nueva York, "al denunciar a los Estados Unidos por su inacción ante todo cuando se suceden las atrocidades fuera del país, estos liberales bien intencionados han contribuido a volver a hacer popular la idea de Norteamérica como potencia imperial potencialmente benigna".
La catástrofe de Irak ha producido una reacción contra el imperalismo humanitario hasta en el caso de antiguos intervencionistas como David Rieff, que ha prevenido en contra del "renacimiento del imperialismo con los derechos humanos como garante moral".
Aún así, hay entre los intelectuales liberales una amplia coalición que favorece la intervención en Darfur, aunque las organizaciones humanitarias se han opuesto a la idea. Y existe poca resistencia a la "escalada" en Afganistán, donde el "fanatismo indígena" es una vez más el enemigo.
El imperialismo liberal goza de indecente salud: son sus víctimas las que se encuentran en peligro mortal.
(continue)
Richard Seymour

Etiquetas: conocimiento, inteligencia, memoria, multitud, politica, violencia.
"No vamos a ser rehenes de recursos que se están agotando, de gobiernos hostiles y de una Tierra ya golpeada", declaró Obama en un acto en la Casa Blanca en el que presentó las primeras medidas energéticas y medioambientales de su administración.
Estados Unidos importa la mitad del petróleo que consume.
Entre los "gobiernos hostiles" que le suministran crudo se encuentra la Venezuela de Hugo Chávez, que ya ha saludado al nuevo inquilino de la Casa Blanca a su manera: "Es el mismo miasma [que Bush]", dijo el líder bolivariano después de que Obama afirmara que Chávez había contribuido a paralizar el progreso en América latina.
Caracas le vende 1,3 millones de barriles diarios a Estados Unidos. Con la caída estrepitosa de los precios del crudo [de 150 dólares a menos de 40 dólares por barril en un año], la decisión de Washington de restringir su dependencia del petróleo foráneo podría debilitar las finanzas del gobierno chavista.
Autos menos contaminantes
Una de las órdenes ejecutivas firmadas ayer por Obama emplaza a los fabricantes de automóviles a producir vehículos de consumo eficiente, es decir, que arrojen menos gases de efecto invernadero para 2011.
A diferencia de Bush, que se resistió durante mucho tiempo a imponer medidas que obligaran a los fabricantes a la producción de vehículos menos contaminantes, Obama dijo ayer que la nueva regulación "no representa un mayor peso para la industria del motor, sino que la prepara para el futuro".
En otra orden ejecutiva, Obama ordenó a la Agencia de Protección del Medio Ambiente -el organismo federal encargado de la supervisión ecológica- que revisara los bloqueos contra las iniciativas de 13 estados para establecer limitaciones a las emisiones de los automóviles.
"Se han acabado los tiempos en los que Washington arrastraba los pies", dijo ayer Obama.
En diciembre de 2007, la administración de Bush bloqueó los esfuerzos de California y otros 12 estados para limitar las emisiones de dióxido de carbono de los autos bajo el argumento de que la Casa Blanca ya había abordado el asunto con la firma de una ley que debía asegurar para el año 2020 que la flota de vehículos del país tuviera un rendimiento de 35 millas por galón de combustible consumido.
La Casa Blanca nunca puso en marcha medidas para acompañar la normativa, por lo que ayer Obama dio instrucciones para asegurar su cumplimiento.
La normativa de California, a la vanguardia en medidas ecológicas, establecía mayores niveles de eficiencia energética con el objetivo de reducir en un 30 por ciento las emisiones de los vehículos entre 2009 y 2016.
La medida fue rechazada por el poderoso lobby del sector del automóvil.
Tras el anuncio de Obama, el gobernador de California, Arnold Schwarzenegger, declaró que California y el medio ambiente "tienen ahora un fuerte aliado en la Casa Blanca".
"Permitir a California y a otros estados reducir fuertemente sus propias emisiones de gases contaminantes de los automóviles significa una victoria histórica para la pureza del aire", agregó.
Las iniciativas anunciadas ayer representan un nuevo golpe al legado de Bush, después de que la semana pasada Obama firmara una serie de decretos en los que ordenó el cierre de la prisión de Guantánamo y las cárceles secretas de la CIA, pusiera fin a la tortura como método de interrogatorio y permitiera la financiación de grupos pro aborto en el extranjero.
Con la apuesta por un cambio drástico en la política energética, Obama cumple otra de sus promesas electorales: la de situar a Estados Unidos al frente de la lucha contra el cambio climático a nivel mundial.
"Mi administración no negará los hechos, se guiará por ellos", dijo Obama en clara referencia a la negación de Bush sobre la existencia y los peligros del cambio climático.
Y para confirmar la importancia de la política medioambiental en el gobierno de Obama, el departamento de Estado que dirige Hillary Clinton anunció ayer el nombramiento de Todd Stern como delegado a cargo de las políticas sobre calentamiento global.
Stern, abogado y experto en cuestiones de medio ambiente, ya fue asesor gubernamental entre 1993 y 1998, durante los mandatos de Bill Clinton.
“Las causas del desplazamiento interno de la población iraquí (como las del éxodo hacia exterior) han ido sucediéndose, entrelazándose y retroalimentándose: los operativos militares de los ocupantes y la destrucción sistemática de las infraestructuras; el deterioro de las condiciones básicas de vida de la población debido al colapso del Estado, la inseguridad, la rampante corrupción y el afianzamiento de mafias locales; y, finalmente, la violencia, genéricamente calificada como “sectaria” pero que responde a claves políticas de control del territorio y que esencialmente ha sido desarrollada a partir de 2005 por servicios de seguridad, milicias y escuadrones de la muerte vinculados todos ellos a las formaciones que integran el gobierno iraquí y, por ende, en menor o mayor medida, a los ocupantes”.
La ocupación de Iraq ha generado la mayor y más rápida crisis mundial de refugiados de las últimas décadas.
Según Naciones Unidas, el reciente incremento mundial registrado en número de personas refugiadas y desplazadas [en 2008] se debe a la crisis que asola Iraq. [1]
Iraq es hoy en día el país con mayor número de personas que se han visto forzadas a abandonar su hogar, casi cinco millones en total, según las cifras más conservadoras. [2]
Las más recientes —siempre aproximadas— elevan hasta 2,77 millones el número de desplazados internos iraquíes y a una cifra ligeramente inferior —2,2 millones— la de aquellas personas que han buscado refugio en el exterior de Iraq.
Con una población de 26,8 millones de ciudadanos, Iraq es asimismo el país con mayor tasa de refugiados y desplazados del mundo: casi el 18 por 100 de sus habitantes han perdido su hogar.
Comparativamente, las cifras no dejan lugar a dudas: en los tres países con mayor número de refugiados y desplazados tras Iraq, Afganistán, Colombia y la República Democrática del Congo, estas tasas son del 11,6, el 8,1 y el 4,4 por 100, respectivamente.
En la región de Oriente Próximo, el éxodo provocado por la ocupación de Iraq ha superado numéricamente al que generó en 1948 la creación del Estado de Israel (entonces, 700.000 palestinos desplazados; en la actualidad, 4,6 millones de refugiados, según la agencia de Naciones Unidas para los refugiados palestinos, UNRWA); fuera de la región Iraq supera igualmente a la catástrofe humana más reciente generada por un conflicto local, la de la región de los Grandes Lagos de África. (dos millones de ruandeses refugiados en países vecinos y otro millón y medio más de desplazados internos)
De nuevo, según las estimaciones más recientes —y ponderadas— del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), Iraq asume el 17,5 por 100 de todos los refugiados y desplazados del planeta, cifrados en 2008 por el organismo internacional en 27,4 millones de seres humanos. [3]
[…]
Naciones Unidas calcula que la crisis de Iraq ha provocado que, como media, 60.000 personas al mes (2.000 al día) se hayan visto forzadas a abandonar sus hogares, convirtiéndose en refugiadas en su propio país.
La cifra global antes avanzada de 2,77 millones de desplazados internos es oficial y la más reciente en el momento de escribir estas líneas [enero de 2009], pero ha de considerase, en cualquier caso, aproximada dadas las dificultades de recopilación de información veraz e independiente en Iraq.
Todas las provincias de la geografía iraquí han generado refugiados y desplazados y acogen desplazados internos, pero es la provincia de Bagdad la que ocupa el primer lugar en los movimientos forzados de población, sobre todo en los últimos años, incluido 2008.
Las causas del desplazamiento interno de la población iraquí (como las del éxodo hacia exterior) han ido sucediéndose, entrelazándose y retroalimentándose: los operativos militares de los ocupantes y la destrucción sistemática de las infraestructuras; el deterioro de las condiciones básicas de vida de la población debido al colapso del Estado, la inseguridad, la rampante corrupción y el afianzamiento de mafias locales; y, finalmente, la violencia, genéricamente calificada como “sectaria” pero que responde a claves políticas de control del territorio y que esencialmente ha sido desarrollada a partir de 2005 por servicios de seguridad, milicias y escuadrones de la muerte vinculados todos ellos a las formaciones que integran el gobierno iraquí y, por ende, en menor o mayor medida, a los ocupantes.
[…]
[Se estima que menos de un 5 por ciento de los refugiados iraquíes ha retornado a su país en 2008. Los refugiados en el exterior no han podido votar en las elecciones locales de febrero de 2008, y la estimación del número de desplazados internos que han podido hacerlo es incierta, pero no sería superior a la mitad de los potenciales votantes]
La violencia
En estos años de ocupación, la imagen mediática dominante en la conciencia internacional de Iraq es la de la comunidad shií iraquí, marginada y reprimida históricamente por la sunní, víctima de los ataques con coche-bomba de Al-Qaeda y del revanchismo de los partidarios del depuesto régimen.
Ciertamente, la comunidad shií ha sufrido los atentados masivos e indiscriminados, atribuidos a la red de Al-Qaeda en Iraq, y la violencia de grupos radicales sunníes en barrios de la capital y en ciudades de las provincias que rodean Bagdad.
Se han producido desplazamientos de población shií desde áreas de mayoría sunní hacia el sur del país o dentro de los propios barrios bagdadíes en busca de seguridad pero también de una mayor estabilidad económica y mejores condiciones de vida, condiciones gravemente afectadas debido a la sostenida confrontación entre la resistencia iraquí y las tropas de ocupación. Y, al igual que en otras zonas del país, los operativos de las tropas de ocupación estadounidenses contra las ciudades de Nayaf y Kárbala en 2004 provocaron desplazamientos de sus habitantes, mayoritariamente shiíes.
Asimismo, en las siete provincias meridionales de Iraq, en las que el predominio demográfico shií parecía preservar a esta comunidad de las agresiones, los recurrentes enfrentamientos habidos por el control del petróleo o por el control de las administraciones locales entre las milicias confesionales asociadas a grupos mafiosos y las fuerzas gubernamentales han provocado igualmente el desplazamiento de población shií y la destrucción infraestructural.
Basora ha visto aumentada su población en al menos medio millón de desplazados rurales hasta alcanzar tres millones de habitantes, agravando aún más con ello la ya precaria situación de servicios e infraestructuras. Tras desalojar a otras comunidades, en Bagdad y en las provincias del centro y sur del país, las milicias shiíes —integradas por milicianos desheredados cada vez más jóvenes— han tornado su violencia contra sus propios correligionarios imponiéndose a un tiempo, mediante el terror, como guardianes de la ortodoxia religiosa (particularmente contra las mujeres [4]) y como mafias locales, lo que genera más desplazados.
En una imagen especular, en las provincias de al-Anbar y Diyala (al oeste y nordeste de Bagdad, respectivamente) y en algunos barrios de la capital ha emergido un nuevo factor de violencia en el seno de la comunidad sunní: el que enfrenta militarmente a los takfiristas (anatermizadores) wahabíes —muchos de ellos combatientes extranjeros— con la población, que mayoritariamente rechaza tanto las agresiones sectarias y los atentados indiscriminados como la imposición del rigorismo islámico en el “Estado Islámico de Iraq” declarado por Al-Qaeda.
Así, ciudades emblemáticas como Faluya y todo el arco de provincias de fuerte implantación resistente en torno a la capital están sufriendo recurrentes atentados con coche-bomba atribuidos a Al-Qaeda en Iraq, un síntoma de su ya abierto enfrentamiento con la resistencia y la población iraquíes, y que Estados Unidos ha procurado utilizar a su favor creando los denominados Consejos del Despertar (Sahwa) sunníes.
Particularmente en Basora —antaño una ciudad cosmopolita— la presencia histórica de los cristianos ha sido prácticamente erradicada junto con la de los sectores secularizados de la sociedad.
La milicia del clérigo Moqtada as-Sáder ha sido acusada de extorsionar y agredir a los cristianos en Basora y Bagdad, mientras que grupos confesionales sunníes vinculados a Al-Qaeda han hecho lo propio en la capital, en la provincia de Nínive y en el nordeste del país.
[…]
El Kurdistán iraquí también ha generado desplazados: hasta 100.000 árabes habrían abandonado esta zona desde el inicio de la ocupación en una etapa muy temprana de limpieza étnica e intimidación con la que se procuró revertir la política de arabización de la región kurda desarrollada por parte del depuesto régimen durante las décadas de 1980 y 1990.
Como si de ciudadanos de otro Estado se tratara, las autoridades autonómicas kurdas imponen restricciones de residencia y movimientos en las tres provincias del Kurdistán iraquí a los árabes, incluso a aquellos con cónyuges kurdos.
Del mismo modo, en la provincia de at-Tamín las comunidades árabe y turcomana (cuyos miembros son mayoritariamente shiíes) sufren la violencia de los cuerpos de seguridad y de las milicias kurdas (peshmerga) en una guerra encubierta por el dominio de la riqueza petrolífera de la región en torno a la capital, Kirkuk.
[…]
Los objetivos: el dominio sobre Bagdad
Bagdad ha sido el epicentro estratégico de la extrema violencia que sufre Iraq.
El área metropolitana de Bagdad (administrativamente otra provincia) tiene un diámetro de 50 kilómetros y albergaba antes de la invasión al 20 por 100 de la población de Iraq, alrededor de seis millones de habitantes de todas las confesiones y grupos nacionales, que residían en barrios en su mayoría mixtos.
La distribución poblacional de la capital estaba marcada más por la estructuración socioeconómica que por la comunitaria, si bien es cierto que los barrios más desfavorecidos eran predominantemente shiíes.
La capital iraquí puede que haya visto reducida su población a casi la mitad en los últimos tres años. [Según los datos de Naciones Unidas] El perfil predominante entre los refugiados iraquíes en los países vecinos y entre los desplazados internos es el del árabe sunní proveniente de Bagdad.
La violencia contra los sunníes se ha presentado como la respuesta defensiva de los shiíes frente a los recurrentes atentados indiscriminados de la red Al-Qaeda en Iraq, particularmente a partir de febrero de 2006 tras el atentado contra la mezquita shií de Samarra.
Sin embargo, fuentes periodísticas occidentales y representantes internacionales e incluso responsables sanitarios iraquíes habían denunciado una espiral de terror llevada a cabo por milicias paragubernamentales y cuerpos de seguridad en la capital desde mediados de 2005, escalada de terror perpetrada con el beneplácito de los militares estadounidenses.
De hecho, la batalla por Bagdad más que sectaria ha sido política y social, con perfiles que permiten intuir que la lógica de sus promotores respondía a la determinación de erradicar segmentos poblacionales —independientemente de su adscripción comunitaria— opuestos a la ocupación y a su proyecto de normalización política interna. Así, las víctimas no han sido sólo los miembros de determinadas comunidades religiosas, sino los sectores secularizados de la sociedad, sus intelectuales y profesionales, al igual que los dirigentes y activistas de las organizaciones civiles y políticas del campo anti-ocupación.
[…]
La dimensión de la actuación de las milicias, grupos parapoliciales y escuadrones de la muerte vinculados al gobierno iraquí e indirectamente a las tropas de ocupación ha sido por tanto de gran calado estratégico y limita —quizás ya de manera irreversible— la capacidad interna de reconstrucción y normalización de Iraq en cualquiera de sus aspectos, algo que los 13 años de sanciones económicas no habían logrado.
De igual manera que se ha considerado a la comunidad shií la principal víctima de la violencia sectaria, la percepción internacional ha eludido el hecho de que los nuevos cuerpos de seguridad iraquíes —la Guardia Nacional (el ejército) y la policía, con hasta 480.000 efectivos en 2008—, establecidos tras los edictos de desbaazificación y disolución de los cuerpos de seguridad promulgados por la Autoridad Provisional de la Coalición (APC), lo fueron a partir, esencialmente, de las milicias shiíes y kurdas de los partidos vinculados a los ocupantes, lo cual determinó desde un primer momento que su actuación fuera fundamentalmente sectaria y estuviera encaminada a lograr claros objetivos estratégicos.
En concreto, la Organización Badr —brazo armado del poderoso Consejo Supremo Islámico de Iraq [con anterioridad a 2007, Consejo Supremo de la Revolución Islámica en Iraq] de Abdul Aziz al-Hakim, muy vinculado a Irán— utilizó los cuerpos especiales de la nueva policía para llevar adelante una temprana guerra sucia contra comunidades religiosas distintas de la shií y contra el campo asociativo civil anti-ocupación.
Andrew Buncombe y Patrick Cockburn, periodistas británicos, relataban en el diario The Independent la actuación de los escuadrones de la muerte en 2005, antes de la voladura de la mezquita de Samarra:
“Cientos de iraquíes son torturados hasta la muerte o ejecutados sumariamente todos los meses en Bagdad sólo a manos de escuadrones de la muerte que trabajan para el Ministerio [iraquí] del Interior, según ha revelado John Pace, el responsable saliente de Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Pace, que abandonó Bagdad hace dos semanas, manifestó el domingo [26 de febrero de 2006] que más de las tres cuartas partes de los cadáveres amontonados en la morgue de la ciudad tienen lesiones por disparos en la cabeza, heridas causadas por objetos contundentes o quemaduras de cigarrillos”. [5]
A partir de febrero de 2006, en los meses inmediatamente posteriores a la voladura de la cúpula de la mezquita de Samarra, esta escalada de terror paragubernamental fue de tal magnitud que sólo cabe comprenderla si se tiene en cuenta que pudo llevarse a cabo gracias a la tolerancia, como mínimo, de las fuerzas de ocupación de Estados Unidos y al tupido entramado que forman las nuevas fuerzas de seguridad policiales y militares iraquíes con las milicias armadas de los partidos confesionales shiíes (además de kurdos) integrantes del gobierno iraquí, como indicaban las fuentes citadas por The Independent.
Las autoridades de ocupación y el gobierno de al-Maliki prohibieron por entonces que las autoridades médicas de los centros sanitarios proporcionaran datos sobre el número de cadáveres abandonados hallados en las calles de la ciudad o recuperados del río Tigris.
Muchas fuentes coinciden en afirmar que la intensificación de la violencia perpetrada en la capital contra comunidades no shiíes (incluidos los palestinos), contra los sectores más secularizados y contra las mujeres se debió, a partir de ese momento, a la hegemonía lograda en los barrios shiíes de Bagdad por el Ejército del Mahdi —la milicia del clérigo Moqtada as-Sáder—, cuya corriente ostentaba seis carteras en el gobierno de al-Maliki hasta su salida del gabinete en 2007.
Se estimaba entonces que la Organización Badr y el Ejército del Mahdi se repartían los 65.000 miembros de los distintos cuerpos de seguridad del Ministerio del Interior desplegados en Bagdad. [6]
El Ejército del Mahdi recurrió además al denominado Servicio de Protección de Instalaciones (SPI, Facilities Protection Service), cuerpos privados de seguridad establecidos en 2003 por Paul Bremer, administrador civil de la ocupación, y que pueden contar con un mínimo de 150.000 miembros.
El Ejército del Mahdi, con entre 60.000 y 100.000 efectivos armados, era entonces la principal formación sectaria de Iraq, aun cuando la centralidad de su mando sea discutible.
Así, “a comienzos de 2006 las milicias han llegado a ser una grave amenaza prácticamente en todas las provincias, ciudades y zonas donde la resistencia tiene una presencia limitada”. [7]
Ya antes del verano de ese mismo año, mandos militares estadounidenses en Iraq reconocían que la violencia sectaria y social desarrollada por los paramilitares de filiación confesional shií estaba causando nueve veces más víctimas que los atentados con coches-bomba atribuidos a la red de Al-Qaeda en Iraq. [8]
[…]
Según el informe de la UNAMI para el período de 1 de julio a 31 de agosto de 2006, el número de muertes de civiles en todo el país había alcanzado la cifra récord de 100 diarias, un número sin duda muy inferior al real.
De ellos, al menos 60 al día eran hallados en Bagdad, y en un 90 por 100 de los casos mostraban signos de haber sido torturados antes de ser ejecutados mediante disparos en la cabeza, por estrangulamiento o a golpes, con las manos atadas y los ojos arrancados, la dantesca marca de los escuadrones de la muerte. [9]
[…]
Con tal panorama, al concluir 2006 los máximos mandos militares de Estados Unidos dieron por fin su visto bueno a un nuevo incremento de tropas en Iraq (entonces, 140.000 soldados), respaldando así, aunque a regañadientes, el plan del presidente Bush de relanzar la guerra en la capital y en su periferia oeste y norte.
[…]
Oficialmente, el incremento de tropas en Iraq tenía como objetivo poner punto final a la violencia sectaria que había afectado esencialmente a la capital, una limpieza étnica y social que durante 2005 y 2006 habían desarrollado impunemente, ante las tropas estadounidenses, los escuadrones de la muerte asociados a las formaciones del gobierno de al-Maliki y sus nuevos cuerpos de seguridad, un hecho del dominio público.
Pero desde los primeros combates desarrollados en Bagdad en enero quedó claro que las tropas de ocupación tenían como objetivo cercar y aislar los barrios que aún estaban fuera del dominio de las milicias paragubernamentales, es decir, culminar la fragmentación sectaria de la capital y el aislamiento de su periferia, de muy fuerte implantación resistente.
El despliegue de los nuevos contingentes de tropas de Estados Unidos en Bagdad fue acompañado del anuncio del fin de las operaciones armadas en la capital por parte de la milicia de as-Sáder, el Ejército del Mahdi, el principal actor del terrible remonte de asesinatos sectarios y selectivos del anterior año y medio en la ciudad.
[…]
Hasta la reanudación en abril de 2008 de los combates en Basora y en otras ciudades del centro y sur, y en la capital, la prolongación de la tregua de as-Sáder otorgó al primer ministro al-Maliki y a las tropas de ocupación un respiro en la escalada de violencia sectaria que permitió al Pentágono centrar su mortífera actuación en los barrios resistentes de la capital y al presidente Bush presentar su nueva estrategia de incremento de tropas como un éxito.
El balance de lo que al inicio de 2007 se denominó la “Nueva batalla por Bagdad” es ambiguo.
Ciertamente, en 2007 y 2008 hubo una discreta reducción de los asesinatos sectarios en la capital respecto a 2006, si bien siguieron apareciendo cadáveres con signos de tortura, según testimonios de responsables hospitalarios de la capital.
Sin embargo, la reducción del número de asesinatos en Bagdad se debió esencialmente a que ya a comienzos de 2007 Bagdad estaba segmentada en cantones que redistribuían a las comunidades sunníes y shiíes en uno y otro margen del río Tigris. [10]
Bagdad estaba entonces ya en sus tres cuartas bajo control de fuerzas de filiación confesional shií, ya fueran paramilitares o fuerzas de seguridad asociadas a las tropas estadounidenses:
“En algunos lugares de mayoría shií, como en el barrio de Hurriyah, situado al noroeste de la capital, la lucha ha cesado simplemente porque ya no hay, literalmente, más sunníes a los que asesinar”. [11]
La mejora de la seguridad en la capital, que ocupantes y autoridades iraquíes pregonan, se ha logrado gracias al terror y al incremento en el número de desplazados a lo largo de 2007 y en los primeros meses de 2008.
En agosto de 2007, el Creciente Rojo Iraquí señalaba que el aumento de tropas de Estados Unidos y la reactivación de la actividad militar en la capital (el Pentágono multiplicó por cinco los bombardeos aéreos en 2007) habían determinado que desde febrero de ese año y hasta ese mes el número de desplazados se hubiera duplicado, alcanzando una media de 100.000 al mes. [12]
Avanzado el año, de nuevo el Creciente Rojo Iraquí informaba que tan solo en septiembre casi 370.000 iraquíes se habían visto forzados a abandonar sus hogares, y en octubre al menos otros 100.000, la mayoría de ellos, nuevamente, habitantes de Bagdad, convertida en una ciudad fantasma.
En 2007 y 2008, como ya ocurriera al comienzo de la ocupación de Iraq, el desplazamiento masivo de población se debió esencialmente a la actuación de las fuerzas de ocupación y no a la denominada violencia sectaria, la cual, en una nítida secuencia, sirvió a los mandos militares de Estados Unidos para poder afianzar su dominio sobre la capital y lanzar su nueva ofensiva.
[…]
** De su contribución al libro “Muerte y éxodo: la ocupación y la violencia sectaria en Iraq (2003-2008)”
Notas:
1. Declaraciones del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los refugiados, António Gutierres, el 17 de junio de2008, nota informativa del ACNUR de ese mismo día.
2. UNHCR, 2008. 2007 Global Trends: Refugees, Asylum-seekers, Returnees, Internally Displaced and Stateless Persons; y UNHCR, junio de 2008. Internally Displaces Persons in Iraq. Update (24 March 2008), IDP Working Group, Amán, 24 de marzo de 2008.
3. En abril de 2003, antes de la invasión de Iraq medio millón de iraquíes vivían fuera de su país. Tras el inicio de la ocupación y hasta 2005, en torno a 300.000 expatriados iraquíes regresaron a su país, principalmente desde Irán. Luego, el flujo se invirtió.
4. El ministerio iraquí de Derechos Humanos ha aportado por primera vez una estimación oficial de las mujeres asesinadas, 2.334 entre 2005 y 2007, la mayoría muertas por milicias confesionales (az-Zaman, 1 de julio de 2008). En 2007, al menos 133 mujeres fueron asesinadas en Basora por milicias confesionales shiíes, 79 de ellas por supuestas violaciones de la ley islámica y 47 por los denominados “asesinatos de honor”, según datos de Naciones Unidas recogidos en CNN, 8 de febrero de 2008, A. Damon, “Violations of 'Islamic Teachings' Take Deadly Toll on Iraqi Women”.
5. A. Buncombe, P. Cockburn, P, «And Now Come the Death Squads», The Independent, 7 de febrero de 2006.
6. A.H. Cordesman, Iraqi Force Development and the Challenge of the Civil War, CSIS, Washington, noviembre de 2006.
7. Idem.
8. Los Ángeles Times, 7 de mayo, 2006.
9. Según declaraciones del doctor Abdul Razzaq al-Obeidi, subdirector de la morgue central de la capital, recogidas en al-Jazeera, 9 de agosto de 2006.
10. Las tropas estadounidenses llevaron a cabo la culminación de esta lógica sectaria a lo largo de 2007 erigiendo muros de tres a cuatro metros de altura en torno a los barrios aún fuera de su dominio, una práctica iniciada con el de Adamiya.
11. L. Frayer, “2,3 Million Flee to Elsewhere in Iraq”, AP, 5 de noviembre de 2007.
12. J. Glanz, S. Farrell, “More Iraqis Said to Flee Since Troop Increase”, The New York Times, 24 de agosto de 2007;
Carlos Varea
Obama prisionero de los “halcones”
De aquí al próximo verano boreal, Estados Unidos enviará entre veinte y treinta mil soldados a Afganistán para reforzar el contingente de tropas extranjeras, que asciende ya a setenta mil hombres.
Esta escalada ha sido deseada tanto por Barack Obama –considera a Afganistán la verdadera amenaza estratégica– como por George W. Bush, quien paralelamente intenta “eludir” el acuerdo que acaba de firmar sobre la retirada total del ejército estadounidense de Irak. Pretende así hacer imposibles las promesas electorales del nuevo Presidente.
Inmediatamente después de la impresionante victoria electoral de Barack Obama, en noviembre de 2008, surgió una pregunta decisiva: ¿mantendría el Presidente electo la promesa que formuló durante su campaña de hacer evacuar de Irak las tropas de combate en un plazo de dieciséis meses a contar desde su asunción? La suerte de este plan de retirada era esperada justamente como un indicador de la orientación general de su política exterior y del papel que podría desempeñar en las estrategias de seguridad nacional y exterior. (1)
Este tema provocó el conflicto más duro entre el Presidente electo y un comando militar estadounidense cuya oposición a su política de retirada no es un secreto para nadie. Entonces, ¿Obama iba a defender su opción o ceder a las presiones? El desafío de esa pulseada era nada menos que una elección fundamental entre una retirada estratégica de Irak y el intento de prolongar la presencia militar estadounidense en ese país más allá de 2011.
Lejos de ser una simple concesión hecha a su base militante anti-bélica, el plan de Obama reflejaba un análisis estratégico personal, fruto de una madura reflexión.
En un discurso pronunciado el 15 de julio de 2008 enunció con claridad su razonamiento en favor de una retirada rápida de Irak, cuando declaró: el compromiso militar estadounidense en Irak “nos aparta de las amenazas que debemos afrontar y de las numerosas ocasiones que podríamos aprovechar”.
Precisó que la guerra de Irak “debilita nuestra seguridad, nuestra posición en el mundo, nuestro ejército, nuestra economía y agota los recursos que necesitamos para enfrentar los desafíos del siglo XXI”.
El 14 de julio de 2008 Obama escribió que su plan implicaría “ajustes estratégicos” y que consultaría “a los jefes militares in situ así como al gobierno iraquí para asegurarse de que (las) tropas sean reorganizadas con total seguridad”. (2)
Pero dos días más tarde, durante una conferencia de prensa, explicaba que esas medidas de prudencia no tendrían incidencia sobre el plazo de dieciséis meses para la retirada y se referían sólo al ritmo de partida de las tropas en ciertos meses, para garantizar su seguridad.
Obama hizo hincapié en el hecho de que no ajustaría su calendario para plegarse a las recomendaciones del comando estadounidense en Irak. Dijo que “el rol del Presidente es notificar a los generales cuál es su misión”. Y, según el periodista Joe Klein, cuando finalmente se entrevistó en Bagdad con el general David Petraeus –un poco más tarde, ese mismo mes de julio– fue para rechazar el argumento del ex comandante en jefe de las fuerzas militares en Irak en favor de una retirada “condicional”. (3)
Obama insistió en que tomaría su decisión en base a su propia evaluación de los costos generados por el mantenimiento de la presencia militar estadounidense.
Ese plan encerraba una ambigüedad.
En efecto, Obama dejó entender que mantendría en Irak “una fuerza residual” en condiciones de realizar “misiones limitadas”, que abarcarían, según definió, no sólo la protección y formación de las fuerzas de seguridad iraquíes, sino también la persecución a los residuos de Al-Qaeda en Mesopotamia.
No obstante, antes había declarado que la base de los soldados con la misión de perseguir a Al-Qaeda estaría en otro lugar de Medio Oriente.
Al igual que todo el mundo en Washington, Obama esperaba el Acuerdo sobre el Estatuto de las Fuerzas (Status of Forces Agreement, SOFA) referido a la presencia militar estadounidense en ese país a largo plazo, que entonces estaban negociando Estados Unidos e Irak (4).
A mediados de agosto de 2008, la administración de George W. Bush repetía todavía que las fechas de retirada de las fuerzas combatientes serían sólo orientativas y por tanto sujetas a “condiciones”.
Sin embargo, contra toda previsión, el primer ministro iraquí Nuri Al-Maliki obligó a Bush a aceptar la retirada completa no solamente de todas las tropas de combate, sino también de las tropas de no combatientes antes de fines de 2011.
También exigió la retirada de los militares estadounidenses de las ciudades de aquí a junio de 2009 y su reagrupamiento en bases cuyo emplazamiento se sometería a un acuerdo con Bagdad.
“Interpretaciones” divergentes
En su versión final, el SOFA, que la administración Bush aceptó el 6 de noviembre, exige que Washington establezca un calendario detallado para una retirada total y crea incluso “los mecanismos y acuerdos” encaminados a “reducir el personal militar estadounidense en el período en cuestión”. (5)
El acuerdo prohíbe a las tropas de Estados Unidos operar en el país sin la plena aprobación y coordinación iraquí, así como encarcelar a iraquíes sin orden de un tribunal local.
Prohíbe de manera absoluta utilizar el territorio o el espacio aéreo de Irak “para lanzar ataques contra otros países”.
Cuando Obama fue elegido, su calendario de retirada en dieciséis meses acordaba plenamente con la carta de acuerdo estadounidense-iraquí.
Pero el comando militar estadounidense estaba lejos de concordar con su plan –o con las condiciones que imponía el SOFA–.
Rápidamente la burocracia militar y la del Pentágono demostraron que iban a maniobrar para eludir el acuerdo.
El 7 de noviembre, Time magazine citaba al nuevo comandante de las fuerzas estadounidenses en Irak, el general Raymond Odierno, quien afirmaba que la retirada debía hacerse “lentamente, de forma deliberada, de manera que no perdiéramos lo que habíamos ganado”.
Time informaba que los “altos responsables militares estadounidenses” probablemente iban a aconsejar a Obama “rever su promesa de campaña de retirar todas las tropas de combate estadounidenses de Irak de aquí a mediados de 2010”.
Tres días más tarde, el 10 de noviembre, The Washington Post escribía que el almirante Michael Mullen, jefe de Estado Mayor Conjunto, se oponía al plan de retirada de Obama al que consideraba “peligroso” y apoyaba la opinión del ejército según la cual “las reducciones de efectivos deben depender de la situación sobre el terreno”.
Citando a “expertos de Defensa”, The Washington Post opinaba que el conflicto entre Obama y estos jefes militares sería “inevitable” si el Presidente presionaba para que se efectuara la retirada de dos brigadas al mes, tal como lo había reafirmado en su propio sitio internet poco después de la elección.
Dirigiéndose a periodistas el 16 de noviembre, el almirante Mullen declaró públicamente su intención de aconsejar a Obama para que programara la retirada en función de los acontecimientos en la región.
Este anuncio representaba un verdadero desafío lanzado al Presidente electo.
El mismo día de la firma del acuerdo, el 18 de noviembre, The Washington Post señalaba que los responsables del Pentágono habían confirmado que el calendario previsto en el acuerdo les dejaba el tiempo suficiente para evacuar de Irak todo el equipamiento y unos ciento cincuenta mil soldados con total seguridad, pero que también habían repetido:
“Tal retirada sólo debería tener lugar si las condiciones lo justifican”.
Estos altos responsables, que habían comprendido que el acuerdo rechazaba la opción condicional en favor de un calendario en firme, reafirmaban así que Estados Unidos no debía ser obligado por la fecha de vencimiento que figuraba en el acuerdo que acababan de firmar.
Resultó evidente de inmediato que la insistencia de los militares en privilegiar un enfoque condicional formaba parte de un plan más extenso de Washington y de los altos responsables militares para sustraerse de las principales disposiciones del SOFA.
El 25 de noviembre, McClatchy newspapers (Washington) revelaba que la administración Bush había adoptado en secreto “interpretaciones” relativas a la prohibición de utilizar las bases iraquíes para lanzar ataques hacia otros países y la obligación de informar de antemano a Bagdad para cualquier operación militar del ejército estadounidense.
Estas interpretaciones permitirían a Estados Unidos “eludir” estas dificultades legales.
Se había previsto alegar la “legítima defensa” mencionada en el acuerdo para justificar todo golpe contra objetivos situados en Siria e Irán y ya no tener la obligación de informar a los responsables iraquíes de las operaciones planeadas en una región dada en un momento dado.
La administración Bush no comunicó estas “interpretaciones” al gobierno iraquí, que las hubiera rechazado de inmediato.
De hecho, no se trataba de “interpretaciones” del acuerdo sino de propuestas destinadas a subvertirlo.
La disposición que rige las operaciones militares estadounidenses no prevé la simple notificación sino que exige “la aprobación del gobierno iraquí” y una “verdadera coordinación con las autoridades iraquíes”.
En cuanto a la prohibición de los “ataques contra otros países”, en el acuerdo es absoluta e incondicional.
Para subvertir el espíritu del SOFA se concibió una estratagema aún más temible.
El 4 de diciembre The New York Times reveló que los “planificadores del Pentágono” proponían “rebautizar unidades”, de manera que las que actualmente se consideran tropas de combate pudiesen “considerarse en nueva misión” y “sus operaciones redefinidas como acciones de formación y apoyo a los iraquíes”.
The New York Times sugirió, con la mayor seriedad del mundo, que el método así propuesto permitiría al “objetivo de Obama ser cumplido al menos en parte”.
En realidad, era muy evidente todo el contrario: el artículo precisaba que el Pentágono proyectaba mantener en Irak no menos de setenta mil soldados estadounidenses “por un largo período, incluso hasta después de 2011”.
De la naturaleza del poder
Lo que tenían en común el plan para conservar indefinidamente unidades de combate en Irak so pretexto de “entrenamiento” y de “refuerzo”, la insistencia del almirante Mullen y de otros jefes militares sobre una “retirada bajo condiciones” y las justificaciones bosquejadas para ir más allá de las restricciones impuestas a las operaciones militares estadounidenses, era la intención del ejército de Estados Unidos y sus aliados políticos de eludir al mismo tiempo el plan de retirada de Obama y el acuerdo estadounidense-iraquí.
Así, Obama se enfrentó a una burocracia del Pentágono que exhibía su determinación de mantener en Irak un rumbo en total contradicción con su política y la voluntad claramente expresada del gobierno iraquí.
La presión casi irresistible que se ejerció sobre Obama para que conservara en el Pentágono al secretario de Defensa Robert M. Gates debe comprenderse a la luz de ese abierto desafío a su liderazgo en una cuestión de política exterior de capital importancia.
Esta presión empezó dentro de las veinticuatro horas que siguieron a su elección, cuando The New York Times se hizo eco de la noticia informando que el mantenimiento de Gates en el Pentágono “era pedido públicamente por periodistas y comentaristas, y con más calma por miembros del partido de Obama con influencia en el Congreso...”.
La justificación pública de esta demanda de reconducción sin precedentes fue la continuidad y estabilidad de la defensa en tiempos en que Estados Unidos estaba implicado en dos guerras. En realidad, según una fuente cercana al equipo de transición de Obama, el razonamiento era abiertamente político: como siempre, los demócratas estaban preocupados por su supuesta fragilidad en cuestiones de seguridad nacional, y para cubrirse preferían ver a Gates, un republicano, dirigir la política iraquí.
Es evidente la implicancia de la elección de Gates.
Se lo conoce por haberse opuesto al plan de retirada de Obama y estar del lado del comando militar. Y es inconcebible que no esté plenamente comprometido con la puesta en práctica en el Pentágono de una política que busque hacer obsoleto el acuerdo estadounidense-iraquí y prolongar indefinidamente la presencia militar estadounidense en Irak.
Dada la amplitud y multiplicidad de sus competencias y poderes, es probable que haya desempeñado un papel central en ese montaje.
Obama puede seguir haciendo declaraciones sobre la política iraquí, pero el nombramiento de Gates significa que el control de ese dossier ya pasó de la Casa Blanca al Pentágono.
Aunque le disguste el accionar de Gates en Irak, Obama no puede amenazar con despedirlo. A la luz de hechos comprobados, puede esperarse que el Pentágono siga por todos los medios subvirtiendo no sólo el acuerdo sino también el régimen iraquí para intentar garantizar una presencia militar de larga duración.
El relato de la forma en que Obama perdió todo control efectivo sobre la política iraquí constituye una lección magistral acerca de la naturaleza del poder en lo que concierne a un expediente tan sensible para el Estado Mayor militar y sus aliados civiles.
Se demostró la fragilidad del sistema democrático de defensa frente a la influencia dominante de los militares estadounidenses y sus aliados cuando se unen y deciden imponer su visión.
REFERENCIAS
(1) Michel Klare, “El mundo y la (futura) Casa Blanca”, Le Monde diplomatique, ed. Cono Sur, Buenos Aires, octubre de 2008.
(2) Páginas de opinión de The New York Times, 14-7-08.
(3) Time magazine, Nueva York, 22-10-08.
(4) Alain Gresh, “¿Ganará la guerra Estados Unidos?”, Le Monde diplomatique, ed. Cono Sur, marzo de 2008.
(5) www.whitehouse.gov
(mas...)
Gareth Porter
Le Monde Diplomatique
El relato de Petraeus, recogido por los periódicos de la editorial McClatchy el 5 de este mes y, al día siguiente, por The Associated Press, parece indicar que el presidente se está apartando del plan de 16 meses que durante la campaña había dicho que implementaría si resultaba electo.
Pero al examinarse más de cerca, se ve que no necesariamente se refiere a ninguna acción de Obama o a nada que haya ocurrido en la reunión del 21 de enero.
La historia real de la filtración por parte de Petraeus es que la figura más poderosa en el ejército estadounidense intentó dar forma a la cobertura periodística de Obama y de la retirada de tropas de combate de Iraq para hacer avanzar su agenda política. Y, muy probablemente, también sus intereses políticos personales.
Este analista fue consciente del esfuerzo de Petraeus por influir en la cobertura de la política de Obama sobre la retirada cuando una fuente militar cercana al general, que insistió en mantenerse en el anonimato, ofreció la crónica del comandante el 4 de este mes.
El funcionario militar estaba respondiendo al artículo de IPS "IRAQ-EEUU: Generales contra plan de retirada de Obama", publicado dos días antes.
La nota informaba que, en la reunión, Obama había rechazado los argumentos de Petraeus contra una opción de retirada a 16 meses y pedido un plan de retirada en ese plazo, y que el comandante había quedado descontento con el resultado de la reunión.
También señaló que el general Ray Odierno, máximo comandante de Estados Unidos en Iraq, y el general retirado del ejército Jack Keane, cercano aliado de Petraeus, habían formulado declaraciones públicas exigiendo que Obama abandonara el plan de 16 meses.
El funcionario dijo a IPS que, contrariamente a lo dicho en el artículo, Petraeus había quedado "muy complacido" con la dirección de las discusiones. Aseguró que Obama no había tomado ninguna decisión durante la reunión y que no había ninguna señal de que el presidente prefiriera una opción por sobre otra.
La fuente militar proporcionó la siguiente declaración, cuidadosamente elaborada: "Se nos pidió específicamente que brindáramos proyecciones, presunciones y riesgos para el cumplimiento de objetivos asociados con las opciones de retirada a 16, 19 y 23 meses".
Ésa fue la frase exacta publicada por McClatchy al día siguiente, excepto por la palabra "específicamente".
La fuente también dijo que Petraeus, Odierno y el embajador en Iraq, Ryan Crocker, ya habían llegado a una "evaluación unificada" sobre las tres opciones de retirada y la habían reenviado a la cadena de comando.
Pero un funcionario de la Casa Blanca dijo el lunes a IPS que la versión de Petraeus no era cierta. "El presidente no solicitó las evaluaciones de las tres fechas de retirada", dijo el funcionario, que insistió en no ser identificado porque carecía de autorización para formular declaraciones al respecto.
"Él nunca dijo ‘denme tres planes de retirada’", agregó.
La periodista Nancy Youssef, de McClatchy, publicó un relato similar proporcionado por asistentes de Obama.
"Poco después de asumir el cargo, Obama dijo a sus consejeros que seguía comprometido con el marco temporal de 16 meses, pero les pidió que le presentaran los pros y contras de de ésa y otras opciones, sin especificar fechas", escribió Youssef.
Eso sugiere que el único plan específico para el cual Obama pidió una evaluación de riesgos fue el de 16 meses, pero que accedió a considerar otros planes también.
Las declaraciones ofrecidas a este analista, así como a McClatchy, ostentan una clave obvia en cuanto a que el pedido de las evaluaciones de los tres planes no procedió de Obama: la frase usó la voz pasiva. Tampoco logró establecer de modo explícito que la solicitud en cuestión fue hecha durante la reunión con el presidente.
Petraeus no respondió al pedido a través del intermediario para decir quién solicitó los estudios y si habían sido propuestos por los propios comandantes militares. Youssef observó que "no está claro quién planteó la idea" de los planes de retirada a 19 y 23 meses.
Insinuando que Obama había pedido los tres planes sin decirlo explícitamente, la frase que filtró Petraeus parece haber sido calculada para crear un artículo engañoso.
Uno de los objetivos de Petraeus parece haber sido contrarrestar cualquier percepción de que está buscando debilitar a Obama en su política para Iraq. El militar quiere permanecer fuera del foco de atención respecto de cualquier conflicto vinculado con la retirada de Iraq.
"Él ha sido muy cuidadoso en mantener un perfil muy bajo, porque éste es un gobierno nuevo", dijo el oficial militar cercano a Petraeus.
Pero la filtración de Petraeus también sirve para promover la idea de que Obama se está apartando de su compromiso electoral de un repliegue a 16 meses, que ya ha sido el tema dominante en la cobertura periodística del tema.
Esa idea también justificaría las continuas críticas militares al plan de 16 meses de Obama, por considerarlo demasiado riesgoso.
En el libro, "The Gamble" ("La apuesta"), publicado este martes, el periodista Tom Ricks, de The Washington Post, confirmó un informe anterior en cuanto a que en su primera reunión con Petraeus, ocurrida en julio en Bagdad, Obama no hizo ningún esfuerzo por ocultar sus serias discrepancias con los puntos de vista del comandante.
Según Ricks, Obama interrumpió una intervención de Petraeus para dejarle en claro que, de ser elegido presidente, debería adoptar un punto de vista estratégico más global que el del comandante en Iraq.
Ricks, quien entrevistó al militar a propósito de la reunión, escribió que los comentarios de Obama "probablemente insultaron a Petraeus". Eso sugiere que el comandante expresó a Ricks cierta irritación con el presidente por el incidente.
Además del interés de Petraeus y otros altos oficiales en mantener a las tropas estadounidenses en Iraq por el mayor tiempo posible, el jefe del Centcom tiene intereses políticos personales en juego en la lucha por la política sobre Iraq: se lo considera un posible candidato presidencial republicano para 2012.
Evidentemente, Petraeus creyó que la Casa Blanca divulgaba informes a la prensa que lo hacían parecer el perdedor de la reunión del 21 de enero.
"Imagino que la Casa Blanca no está demasiado feliz de que esta información esté allí afuera", dijo la fuente militar, refiriéndose a la versión que Petraeus había brindado a IPS.
Obama se está conduciendo con cautela en el manejo de Petraeus. Su preocupación por las ambiciones políticas del general pueden haber sido un factor en la decisión de nombrar al general James Jones, ex comandante de la armada, como su consejero de Seguridad Nacional.
"Un par de personas me dijeron que una de las razones para que Jones fuera elegido fue tenerlo allí como un cuatro estrellas para contrarrestar a Petraeus", dijo una fuente del Congreso legislativo.
Gareth Porter es historiador y experto en políticas de seguridad nacional de Estados Unidos. "Peligro de dominio: Desequilibrio de poder y el camino hacia la guerra en Vietnam", su último libro, fue publicado en junio de 2005 y reeditado en 2006.
La cifra de víctimas está basada en los informes preliminares de la policía.
Fuerzas de seguridad iraquíes acordonaron el área y las ambulancias se encargaron de evacuar a las víctimas del lugar.
(Xinhua)
«« | Inicio | »» |