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Cuéntame cómo pasó

Aunque aún no se manifieste claramente, el régimen está sentenciado. Un sistema tiene sus días contados cuando agota su credibilidad. Y eso es lo que está ocurriendo con el actual. A la chita callando, eso sí, y con crisis económico-social por medio. La prueba es que la celebración del 30 aniversario de la Constitución ha pasado sin pena ni gloria. No ha interesado a nadie, más allá del acostumbrado pesebre clientelar. Ni siquiera ha habido fastos o conmemoraciones con simulación de calor humano. Sólo rutinas bajo palio y homenajes en la clandestinidad de la emisora amiga. Y de todos estos botafumerios, el más notorio por extravagante y revelador ha sido la aparición estelar de Santiago Carrillo, uno de los “padres de la Constitución”, en el esperpéntico espacio televisivo Cuéntame cómo pasó.

Porque quizá pocos como Carrillo y Fraga, en su dolosa equidistancia, representen mejor eso que estúpidamente se ha denominado el “espíritu de la transición”. Lo que se facturó como “la reconciliación” o “el consenso” tiene en estos dos personajes eméritos la medida exacta de lo que significó ese pacto entre notables por el cual las víctimas perdonaban los crímenes del franquismo para que sus herederos continuaran mandando. Fraga en nombre de la derecha nacional, el mismo Fraga de la homicida represión de Vitoria y del “enterado” en los consejos de ministros a las sentencias de muerte dictadas contra opositores a la dictadura, y que ahora, con senilidad abotargada, habla de colgar a los nacionalistas. Y Carrillo, el gran malabarista, ese Doctor Honoris Causa por la Universidad Autónoma de Madrid que aún practica el despiste en sus múltiples memorias al negar su archiprobada responsabilidad en la matanza Paracuellos, en la seguridad de que los historiadores del PSOE -Martínez Reverte, Javier Pradera o Santos Juliá- seguirán dispensándole su bula.

Por eso, el ocaso de Fraga y Carrillo, cada uno en su parte alícuota, anticipa la caída de esta democracia preñada desde aquella dictadura criminal. Amortizado hace tiempo Fraga, las últimas revelaciones sobre el pasado de Carrillo como “gánster político”, no por ya sabidas, evidencian que la erosión se ha hecho incontenible y avanza la ruptura. Nos referimos a ese documento de 100 folios elaborado en 1965 en Moscú por el dirigente del PCE Francisco Abad, en el que el veterano combatiente comunista relata cómo Carrillo mandó “depurar” por la espalda a los cuadros más activos del movimiento guerrillero.

El texto, titulado Antecedentes personales y políticos de la carrera de Carrillo hacia la dirección del Partido Comunista de España, ahora revelado por la hija de Abad tras su fallecimiento, narra con todo lujo de detalles cómo uno de los factotum de la “modélica” transición siguió utilizando durante años las mismas tácticas “liquidacionistas” que esgrimió junto a Serrano Poncela y Fernando Claudín –en la democracia mentor áulico de Felipe González- a su paso por la Consejería de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid en noviembre de 1936. Abad no sólo asegura que Carrillo “montó un equipo de castigo (…) para depurar (…) ajusticiar, asesinar (…)” a los comandos que iban a luchar contra Franco, citando el caso concreto del que fuera Jefe del Estado Mayor de las guerrillas de Levante, apodado Pepito o El Gafas. Además añade que puede que Carrillo y compañía se deshicieran de líderes guerrilleros y políticos informando a la policía franquistas de sus señas, identidades y localizaciones. Y cita en esa siniestra nómina de denunciados al dirigente comunista catalán Comorera.

Nada nuevo por otra parte. El historial de Santiago Carrillo como chequista de propios y extraños era un secreto a voces que no impidió que el ex secretario general del PCE fuera adoptado como uno de los suyos por franquistas de pata negra como Fraga y Martin Villa. Es más, existen sólidos indicios para sospechar que precisamente esas peligrosas credenciales ad hominem, bien manejadas por los servicios secretos de la época, allanaron el camino para que el PCE bajo dirección carrillista aceptara la monarquía del 18 de Julio y repudiara públicamente de la República.

Si alguien quiere más detalles sobre estas fechorías sin nombre que mire en las hemerotecas lo escrito al respecto por Enrique Líster (Memorias de un luchador) o Gregorio Morán (Grandes y miseria del Partido Comunista de España). Y si todavía no queda satisfecho, que indague en las trágicas vidas de tres luchadores comunistas que se obstinaron en combatir a Franco sin darle tregua desde el interior: Antonio Beltrán Casaña, Heriberto Quiñones y Jesús Monzón.

De Quiñones, entregado a la policía franquista, brutalmente torturado y luego fusilado en 1942, Carrillo y Claudín dejaron escrito que se trataba de un “agente provocador”, “un aventurero, audaz y sin escrúpulos, con toda evidencia un agente del Intelligente Service inglés (Editorial Nuestra Bandera, 1950). Y de Beltrán aseguró Claudin, antes de que los sicarios del Grupo de Trabajos Especiales que controlaba Carrillo atentaran sin éxito contra su vida, que “alimentaba confusiones y discrepancias”.

Que Fraga y Carrillo, dos desalmados caníbales políticos, hayan sido pilares de la transición lo dice todo del rango ético de aquel cambio presuntamente democrático. Dos vidas paralelas en punto de fuga que anuncian el ocaso de aquella omertá llamada consenso. Quizá por eso, el nuevo y residual PCE, que tanta responsabilidad tuvo en la entronización del modelo tardofranquista en su versión constitucional, se apunta oportuna y oportunistamente a la ruptura del Pacto Constitucional y trata de que CCOO le acompañe en el sentimiento.

Rafael Cid

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  Anónimo

viernes, 26 diciembre, 2008  

  Anónimo

viernes, 26 diciembre, 2008  

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