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Hito en la historia paraguaya |
El ascenso hoy a la primera magistratura del Paraguay de Fernando Lugo es considerado por diversos analistas un hito en la historia política de este pequeño país suramericano y de Latinoamérica. Ahora Lugo y su gabinete tienen la difícil tarea de conjugar intereses para gobernar en minoría ante un dividido Congreso, materializar en la práctica los compromisos contraídos y enfrentar los desafíos comunes que amenazan el proceso de integración latinoamericano.
La victoria del ex obispo católico ante la candidata oficialista Blanca Ovelar en las elecciones del 20 de abril pasado terminó con más de 60 años en el poder del Partido Colorado (PC) y, por primera vez, se produjo una transición sin violencia.
Lo que parecía imposible se logró en apenas dos años, desde el mismo momento en que el mandatario Nicanor Duarte propicia protestas en las calles, en su afán de promover una reforma constitucional para rehabilitar su reelección.
En ese período de 2006 emerge Lugo como líder político y social al encabezar el 29 de marzo una gigantesca marcha en esta capital en la que participaron más de 40 mil personas en oposición a las maniobras del gobernante.
El prelado presentó su renuncia al ministerio sacerdotal y episcopal en diciembre de ese mismo año y antes de terminar el mes anunció su ingreso a la vida política con miras a las elecciones de 2008, en las cuales es postulado por el Partido Demócrata Cristiano.
Lugo se convierte en líder de la Concertación Nacional (CN) a propuesta del Partido Patria Querida, segunda fuerza opositora, al recibir el apoyo de 21 de los 24 partidos y movimientos sociales y gremiales existentes en el país.
De la CN surge el 18 de septiembre de 2007 la Alianza Patriótica para el Cambio que lo lanza a la candidatura como presidente del Paraguay.
Ese núcleo une a 10 de los principales partidos de la oposición y organizaciones sindicales y sociales, incluido el Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA), del cual proviene el actual vicepresidente de la República Federico Franco.
El desgajamiento de organizaciones políticas de la Concertación Nacional, la liberación de la cárcel del ex general Lino Oviedo y unas primarias internas encendidas en las filas coloradas y liberales, presagiaron unos comicios espinosos y de difícil pronóstico.
Las acusaciones, difamaciones y amenazas no impidieron que el ex obispo católico se mantuviera al frente de los sondeos, y el 20 de abril alcanzara el 40,82 por ciento de los votos frente al 30,72 de Ovelar y al 21,98 de Oviedo, del Partido Unión Nacional de Ciudadanos Éticos.
Los reiterados llamados de Lugo a la unidad e integración de todos los factores sociales, productivos y económicos, más la pobreza y pobreza extrema que afectan en su conjunto a más del 60 por ciento de la población, compulsaron al cambio.
La masiva concurrencia a las urnas (66 por ciento) y los resultados, evidenciaron que hubo un pase de cuentas del electorado colorado, al votar 300 mil afiliados en contra de su partido. La acción reflejó el desgaste y descrédito de la principal fuerza política paraguaya.
El civismo con que se actúo el día de los comicios -sobre los cuales se tejieron innumerables augurios violentos- y la reacción de alegría desbordada después de conocerse los resultados, fueron el termómetro que midió el deseo de renovación.
Ahora Lugo y su gabinete tienen la difícil tarea de conjugar intereses para gobernar en minoría ante un dividido Congreso, materializar en la práctica los compromisos contraídos y enfrentar los desafíos comunes que amenazan el proceso de integración latinoamericano.

Etiquetas: conocimiento, medios, memoria, multitud, politica.
Constituido como república desde hace casi doscientos años, Paraguay ha vivido experiencias políticas alucinantes. Durante los primeros 52 años de vida independiente el país fue gobernado por una misma familia: Gaspar Rodríguez de Francia 26 años, su sobrino Carlos Antonio López 18 y el hijo de este, Francisco Solano López otros 8 años. Si a ello se suman los 35 años que Stroessner se mantuvo en el poder, se trata nada menos que de 87 años de poder oligárquico puro, brutal y antediluviano.
Al margen de que alguno de sus mandatarios aplicaron políticas que contribuyeron al progreso del país, despertaron las esperanzas del pueblo llano y disfrutaron de popularidad, la historia paraguaya es una crónica que ilustra el férreo control oligárquico, apenas disimulado en la alternancia de liberales y conservadores, caudillos militares, juntas de gobiernos, cónsules y gobernantes encargados o provisionales, sin que nunca hubieran procesos genuinamente democráticos, entre otras cosas porque el ejercicio de la democracia requiere de instituciones y estructuras que coadyuven a la participación de mayorías con mínimos de cultura política.
Ninguna otra Nación ha sido tan maltratada, no sólo por sus gobernantes y por las potencias imperialistas, sino también por las oligarquías limítrofes de Argentina, Brasil y Bolivia que, durante unos 150 años, en lugar de vecinos fueron sus adversarios. En una sola guerra, la de la Triple Alianza, Paraguay perdió entre la mitad y dos tercios de su población y casi 150 000 kilómetros cuadrados de territorio. Al ocupar el país y satelizarlo económica y políticamente, Brasil ensayó su condición de subimperialismo que años después Kissinger quiso estimular.
Además de la experiencia que le aporta haber gobernado durante doscientos años y de contar con el poder económico y mediático, la reacción tiene a su favor el hecho de que las fuerzas populares deberán realizar su gestión bajo constituciones, leyes, reglas y preceptos adversos, diseñados para preservar los privilegios de la oligarquía y la burguesía.
Los angustiosos procesos que en Venezuela, Bolivia y Ecuador se han desplegado para modificar las constituciones, dictar nuevas leyes, adecentar el poder judicial, establecer el control sobre los bancos centrales y las finanzas del país y las tensiones derivadas de la lucha por el rescate de las riquezas nacionales y la reforma agraria, son ejemplos de cómo la oligarquía aliada al capital extranjero y al imperialismo sabotea la gestión de la administración popular.
No obstante, ninguno de esos resortes es tan decisivo como la capacidad de la reacción para influir sobre las mentes de las masas y valerse de los prejuicios políticos e ideológicos, la incultura, la ignorancia y el oscurantismo religioso que ejercen enorme influencia sobre la conciencia y la psicología social de las mayorías. En determinadas coyunturas, las fuerzas avanzadas deberán movilizar masas preteridas durante siglos que no son conscientes de sus verdaderos intereses y de su capacidad para prescindir de la oligarquía y, junto a la vanguardia preservar lo alcanzado y participar en el diseño de su porvenir.
Una tarea de vital importancia para frenar a la reacción es lograr que las masas se desprendan de mitos y prejuicios ancestrales, no se dejen confundir por la oligarquía que aun desplazada del gobierno, mantiene una enorme capacidad para manipular los hechos, crear problemas artificiales e influir negativamente en sectores tradicionales, como son los hombres de campo, los militares, el clero, comerciantes, transportistas y las clases medias. Carente de escrúpulos, las elites desplazadas no vacilarán en aplicar procedimientos de terrorismo ideológico y de explotar a su favor el ancestral temor al cambio, presente en los momentos de renovación y de grandes tensiones políticas.
En Paraguay el pueblo dio un paso gigantesco al romper la noria que estancó y explotó al país y, al elegir a Fernando Lugo, apostó por la esperanza y la renovación, triunfo que debe ser reforzado con un trabajo encaminado a consolidar el respaldo popular a la nueva administración que será más convincente en la medida que muestre determinación y ofrezca pruebas de su inequívoco compromiso con las mayorías y de su capacidad para establecer alianzas con los sectores y las personas interesadas en el progreso del país.
Nadie en Paraguay ni en ninguna parte de América Latina, sobre todo en aquellos países en los que se despliegan movimientos positivos, debe subestimar la capacidad de la reacción que ya se moviliza, ni escatimar solidaridad con el proceso que iniciado en un país que al echar a andar refuerza el esfuerzo común. Con Paraguay Latinoamérica se hace más fuerte, razón de más para hacer cuanto sea posible para que ese curso se consolide.
Washington ha llegado a la conclusión de que: 1. las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) han perdido su capacidad operativa; 2. que ha logrado neutralizar el gobierno de Evo Morales con la creación de un Estado paralelo en las cuatro provincias de la “Nación Camba”; 3. que sus éxitos en Colombia y Bolivia le proporcionan el escenario para iniciar el jaque mate contra los gobiernos de Hugo Chávez y Rafael Correa. Esta es la razón de las crecientes provocaciones militares de las tropas de Uribe en ambas fronteras, de los militares estadounidenses en el Caribe y de la reactivación de la Cuarta Flota Imperial.
2. Elemento estratégico del “plan maestro”: la neutralización de las FARC
La estrategia de Washington para destruir a las fuerzas de liberación latinoamericanas ha sido flexible, integrando nuevos desafíos en la medida en que se presentaban, superando derrotas parciales y llevando la contienda hemisférica hacia el campo que le conviene, el propagandístico-militar.
El punto de partida del plan fue la destrucción de las fuerzas guerrilleras en Colombia. La Guerra del Alto Cenepa entre Ecuador y Perú, en 1995, le permitió a Washington dar el primer gran paso al respeto, desplazando el centro de gravitación de las FFAA del Ecuador hacía la frontera con Colombia, para ser el yunque contra el cual el martillo de las Fuerzas Armadas colombianas-estadounidenses-israelíes iba a destruir a las FARC y al ELN. Este primer triunfo imperial se potenció con el Plan Colombia, en 1999, y la instauración en el poder del “Señor de las Sombras”, Álvaro Uribe, en 2002.
3. El fracasado golpe militar en Venezuela cataliza la agresión imperialista
Cuando Hugo Chávez llegó a la presidencia en Venezuela y demostró que no iba a acomodar su proyecto nacional a los intereses oligarquíco-imperiales, se convirtió en el segundo blanco estratégico de Washington en Tierra Firme. La decisión del Consejo de Seguridad (NSC) de Bush fue, removerlo en un plazo de dos a tres años mediante un golpe de Estado. Al fracasar el coup d´etat de abril de 2002, la estrategia de subversión fue replanteada con un mayor horizonte de tiempo.
El fracaso en Caracas hizo más imperiosa la aniquilación de las FARC, porque Colombia solo sirve de plataforma de agresión militar -según el modelo de destrucción del Sandinismo desde Honduras- sin columnas guerrilleras en su retaguardia. De ahí que la Casa Blanca planeó la neutralización de la capacidad operativa de las FARC en torno al año 2007-2008, para desatar una ofensiva generalizada contra Chávez y las fuerzas bolivarianas, a partir del 2008-2009.
4. Evo Morales y Rafael Correa desafían el plan maestro
Cuando Evo Morales asume la presidencia en Bolivia en enero del 2006 y comienza a practicar el proyecto del desarrollismo nacionalista-regional democrático de Hugo Chávez, se convierte en el tercer blanco estratégico de Washington. Al igual que en Venezuela con la planeación original del golpe, Washington pretende liquidar el nuevo gobierno boliviano en apenas dos a tres años y lo logra por la vía del separatismo, del caballo de Troya de la Asamblea Constituyente y la formación de la CONFILAR.
Se repite el patrón de actuación imperialista con la llegada al poder de Rafael Correa, en enero del 2007. Las puntas de lanza que moviliza el imperialismo en su contra, son la oligarquía de Guayaquil, donde se fundó la CONFILAR (2006), y el movimiento indígena organizado en la CONAIE. Washington calcula que a finales del 2008, inicios del 2009, se podrán ver los primeros debilitamientos del gobierno, causados por su política de desestabilización.
5. El software decide la batalla por América Latina
La hipótesis del Pentágono es que la pérdida de capacidad operativa de las FARC y de Evo Morales son irreversibles, situación que permite desatar ya la subversión paramilitar-militar desde Colombia, y la militar desde la Cuarta Flota estadounidense, contra Venezuela y Ecuador.
De la validez de esta hipótesis depende, en gran medida, el futuro del proyecto bolivariano de América Latina. Es posible razonar que la crisis estructural de las FARC es comparable a la crisis estructural del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), en El Salvador, en 1984, que fue superada por medidas acertadas del Frente; y que Evo Morales puede recuperar la iniciativa estratégica para un proyecto popular. Sin embargo, las probabilidades de esta contra-hipótesis no parecen ser muy altas.
El análisis correcto de los meritos y falacias de la hipótesis de Washington es vital para América Latina. Ojala, que los líderes estatales y populares de América Latina estén a la altura teórica de esta peligrosa coyuntura. Porque el éxito general del plan maestro de Washington, pese a algunas derrotas parciales, demuestra el terrible precio que tendríamos que pagar por el triunfalismo y la subestimación de este bestial enemigo.
Heinz Dieterich
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