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Entre el golpismo y la democracia vigilada |
Lo sucedido antes y lo que está sucediendo después del referendo revocatorio en Bolivia merece ser discutido y analizado por las izquierdas antisistémicas y los movimientos sociales latinoamericanos, ya que forma parte de las nuevas estrategias para sostener la dominación, implementadas por las elites los últimos siete años, luego del 11 de septiembre de 2001. No se trata de estrategias inéditas, sino del permanente perfeccionamiento de las que van ganando impulso desde la derrota imperial en Vietnam.
Como muestran Bolivia, Colombia y Venezuela, están emergiendo nuevas derechas autoritarias, que no rehuyen los golpes de Estado, pero que ahora asumen formas diferentes a los golpes militares clásicos. Ya no pretenden derribar presidentes con tanques en la calle ni bombardeos a los palacios de gobierno. Uno de los objetivos más destacados, en esta etapa, es obstaculizar la gobernabilidad democrática y popular, no importando si los gobiernos son apoyados por la población, si son sostenidos por mayorías y si actúan dentro de la ley. Pese a haber ganado más de diez elecciones, Hugo Chávez fue acusado reiteradas veces de dictador o de autoritario.
Para impedir la gobernabilidad en procesos de cambio social, las nuevas derechas han encontrado modos para promover una suerte de inestabilidad de masas mediante grandes movilizaciones populares impulsadas desde arriba, convocadas por los grandes medios monopolizados. Aquí el papel de los medios es importante, pero no factor decisivo. Mucho más importante es fomentar la intolerancia y los miedos de las clases medias, y de importantes sectores populares, hacia los diferentes (indios, pobres, otras lenguas y culturas). Insuflar miedo da buenos dividendos, de ahí que en todos los procesos mencionados la delincuencia y la violencia urbana se hayan disparado o ésa es la impresión dominante entre buena parte de la población.
En Colombia el elemento movilizador es el “terrorismo” de las FARC, pero en Argentina un padre de familia, cuyo hijo fue asesinado por delincuentes, Juan Carlos Blumberg, movilizó cientos de miles con la excusa de la inseguridad ciudadana, codo a codo con la ultraderecha, contra el gobierno de Néstor Kirchner. Las nuevas derechas, sean las autonomistas de Santa Cruz o las que defienden una televisora golpista en Caracas, tienen capacidad de movilización de masas, apelan a demandas “democráticas” y utilizan un lenguaje familiar a las izquierdas, pero para promover fines antidemocráticos y los intereses de las elites. A menudo meten en el mismo saco a las viejas derechas y a los dirigentes de los movimientos sociales y de izquierda, como hizo el prefecto golpista de Santa Cruz, Ruben Costas, quien la noche del referendo atacó por igual a Evo y a Jorge Quiroga, dirigente de Podemos: “Con la presencia del pueblo, derrotamos el oportunismo político que sin escrúpulos unió a la derecha conservadora y al masismo totalitario para destruir a esta patria emergente, alejada de los privilegios de la verdadera oligarquía que es el MAS”. Discursos como éste son desvaríos oportunistas, pero lo cierto es que las nuevas derechas enarbolan demandas sentidas por amplias franjas de la población.
Estos discursos y esas prácticas obedecen a dos nuevas orientaciones de las élites globales. La primera fue formulada por Robert M. Gates, secretario de Defensa de Estados Unidos, en su discurso en la Universidad Estatal de Kansas, titulado “La restauración de los instrumentos no militares del poder estadunidense” (Military Review, mayo-junio de 2008). Quien sirvió a siete presidentes como director de la CIA sostiene que su país puede mantener la hegemonía mundial a condición de “fortalecer nuestras capacidades de usar el poder ‘blando’ y establecer una mejor integración con el poder ‘duro’”.
Sacando conclusiones de la experiencia en Irak y Afganistán, Gates sostuvo que “el logro del éxito militar no es suficiente para vencer, sino el desarrollo económico, la construcción institucional y el imperio de la ley”. Para conseguirlo, se trata de “atraer civiles con experiencia en el agro, gobernabilidad y otros aspectos del desarrollo”, como una de las claves de las políticas de contrainsurgencia. La segunda cuestión, íntimamente ligada a ésta, es el apoyo material y en orientación a esas nuevas élites, como sucede en Bolivia.
Según denuncia del premio Nobel Adolfo Pérez Esquivel, el embajador de Estados Unidos en La Paz, Philip S. Goldberg, es el gran articulador de la oposición, inspirada en su odio a los indios. En 2007, la agencia de cooperación USAID desembolsó 124 millones de dólares en ayudas a la “sociedad civil” boliviana, canalizados por los prefectos de los departamentos de la Media Luna autonomista, embanderada detrás del departamento de Santa Cruz. Una estrategia muy similar a la utilizada en Venezuela.
Para los estrategas actuales del imperio, la democracia se reduce a elecciones con resultados mínimamente creíbles. Ni la democracia ni los servicios sociales son derechos que tiene la población, sino formas de mejorar el control y asegurar la hegemonía.
A la era de los golpes de Estado le sucedieron los “golpes de mercado”, como el que obligó la renuncia del presidente argentino Raúl Alfonsín en 1989, o de Hernán Siles Suazo en Bolivia, en 1985, en medio de la hiperinflación promovida por “los mercados” para destituir gobiernos a los que consideraban poco fiables. Ahora se trata de destituir procesos más que presidentes, impedir cambios de fondo motorizados por bases sociales organizadas y que cuentan con masivo apoyo popular. Un golpe de Estado clásico sería contraproducente, toda vez que los sectores populares aprendieron a revertirlos, como sucedió en Venezuela en 2002. La estrategia del desgaste y la ingobernabilidad ocupa el primer lugar en la agenda.

Etiquetas: conocimiento, memoria, mentiras, multitud, politica.
Este hecho abre la puerta a la privatización de grandes territorios que actualmente son habitados, de acuerdo con sus costumbres y cultura, por poblaciones indígenas. Por la tarde del pasado jueves, la Central General de Trabajadores de Perú convocó en Lima a una gran concentración popular de respaldo al paro en contra de las políticas del gobierno de Alan García. En las regiones del sur del Perú, donde el rechazo al actual mandatario es más acentuado se tienen previstas otras movilizaciones y concentraciones.
Perú, con unos 30 millones de habitantes, hace vecindad con Ecuador y Bolivia, dos países no gratos para el gobierno de Bush por encontrarse en el círculo de Hugo Chávez y Fidel Castro; pero también Perú es vecino de Chile, Colombia y Brasil, o sea, se encuentra en Los Andes en una zona sísmica desde el lado geológico, pero también volcánica desde el punto de vista político. Si bien las viejas guerrillas de Hugo Blanco y de De la Puente Uceda de los años sesenta no lograron desatar grandes fuerzas, en Perú han reiniciado sus movilizaciones los indígenas, campesinos y obreros, entre los cuales están los trabajadores de las minas.
Por otro lado Ollanta Humala parece haber agrupado en el último proceso electoral a un gran sector de izquierda que podría contribuir en la denuncia contra ese gobierno proyanqui. Perú es un país donde, al parecer, se produce poca información, pero eso no quiere decir que sea un pueblo resignado y totalmente mediatizado por las clases dominantes, lo que sucede es que (como en los volcanes) el fuego está abajo, escondido, y quizá está a punto de estallar.
No sé que quiera decir el escritor José Miguel de Oviedo al escribir que “la política peruana es una actividad dominada por presencias fantasmales, por tercos ecos del pasado y por gestos puramente rituales, una ceremonia ilusionista, sin mayores conexiones con la urgente realidad”. Sin embargo parece ser amigo de Belaúnde Terry y enemigo del general “izquierdista” Juan Velasco Alvarado al decir que los once años de “revolución militar”, comenzada en 1968 con un acento fuertemente izquierdista (No olvidar que Velasco Alvarado gobierna 1968/75, que propugna la reforma agraria y la libertad de expresión) y terminada en 1980 en medio de contradictorios golpes de timón y una sensación inocultable de fracaso.
Dice que de la “revolución militar queda casi nada, que es una nostalgia después de haber sido una caricatura. Los peruanos serán los que hagan el juicio histórico de este período “nacionalista” que precedió a lo que será el Perú de hoy: atado de pies y manos por los intereses estadounidenses. Como no peruano no quisiera abundar sobre el asunto, aunque sí me tocó vivir con intensidad el periodo gubernamental de Velasco.
Alan García en Perú (como Felipe Calderón en México y Alvaro Uribe en Colombia) ha estado cumpliendo en América Latina la misma tarea que los gobiernos de Israel han puesto en práctica contra los países árabes en Asia: ser pilares de los EEUU, puntos de apoyo para que ese imperio someta a la región. Este personaje (Alan García), que viene de toda la tradición del APRA de Haya de la Torre, partido que nació en 1924 con un discurso agrario nacionalista, a los pocos años se vendió a los intereses de los EEUU y siguió dominando al Perú.
García se hizo del poder en 1985, pero antes de entregarlo a Fujimori fue acusado de malversación de fondos público. Incluso esa acusación le dio fuerza al peruano/japonés para cambiar la Constitución y reelegirse dos veces. Después de los grandes desfalcos de este último, en medio de la crisis asume el cargo Alejandro Toledo en 2001 para luego entregárselo cinco años después, nuevamente, a Alan García. Los gobiernos yanquis han dominado con toda facilidad los quinquenios peruanos y, fuera de las luchas guerrilleras de Sendero Luminoso y el MRTA, se habla poco de otra oposición.
El gobierno yanqui no va a abandonar el campo así nada más después de su dominio casi absoluto durante el siglo XX. Quien piense que EEUU está en retirada, dando los últimos pataleos, comete un grave error. A pesar de que la economía china, india, europea, desde hace años lo han estado sacando del mercado y poniendo en aprietos a su economía y moneda, no debe olvidarse que los EEUU con gran amplitud sigue dominando en armamentismo y tecnología de guerra.
Pero aún más, sigue sometiendo a casi todos los países del mundo, a quienes tiene casi estrangulados con gigantescas deudas, control de mercados, migración, etcétera. Aunque en los últimos diez años han surgido en Latinoamérica casi una decena de gobiernos nacionalistas o de centro izquierda, que buscan poner un alto a las amenazas, saqueos y invasiones que durante todo el siglo pasado sufrieron del imperio yanqui, todavía estos países sufren muchas dificultades, provocadas por las burguesías proyanquis, para poder considerarlos liberados. El petróleo, las aguas y los recursos naturales todavía pueden producir guerras.
Si hace nueve años, Clinton y Pastrana firmaron un Plan Colombia y en marzo de 2007 Bush y Calderón acordaron un Plan México, no es difícil que el presidente Alan García, en su desesperación por acabar con las protestas que cada día crecen en Perú, le pida a Bush un Plan Perú de ayuda económica con el pretexto de “combatir el narcotráfico”. La realidad es que aquel gran poder de monopolio político que EEUU mantuvo hasta los años setenta lo fue perdiendo al ser derrotado en Vietnam.
Antes, a pesar del papel de balance de fuerzas que jugaban la URSS y China, los EEUU mantenían un amplio dominio. En 1973 China ingresó a la ONU con todos sus derechos, Francia se mantuvo “aliado” y los EEUU comenzaron a perder presencia legal. Hoy, aunque los EEUU siguen imponiéndose, sus actuaciones son claramente ilegales. Por eso las batallas que ahora se registran en Perú son esperanzadoras para las luchas de América Latina por su liberación, en particular para los trabajadores explotados y oprimidos.
El siguiente jefe de gobierno trajo consigo, del rancho a la diplomacia, palabras dialectales y francas transgresiones a la gramática.
Un sexenio después, y ya bien establecida la administración panista, un novísimo término vino a revelar los objetivos del grupo en el poder y con ellos el destino proyectado para millones de mexicanos: Guanajuatizar.
La desafortunada palabra nació hace algunos días en una asamblea nacional del PAN y de boca de su líder nacional, Germán Martínez.
¿Pero qué significa guanajuatizar?
¿Es acaso generalizar al resto del país las condiciones presentes en el estado? Veamos: en las últimas semanas el estado de Guanajuato se ha ganado un lugar en las noticias gracias a la filtración primero y divulgación masiva después, de videos de supuestas torturas que los policías recibieron en su formación.
En la misma edición del periódico que popularizó la feliz nueva palabra se reporta que algunos municipios del estado tienen un índice de desarrollo inferior a ciertas ciudades africanas (desatinada y mañosa comparación, pero a fin de cuentas espejo de la realidad regional).
En meses anteriores la noticia era el incremento en los porcentajes anuales promedio de suicidios: 13.32% sostenido en los últimos once años, en comparación con el crecimiento de 5.5% a nivel nacional.
Y ahí no para la cosa, la cuna de Vicente Fox tiene otras monerías, es la sexta entidad federativa más poblada del país, es también de las que más migrantes arroja a EE.UU., la quinta menos escolarizada, la mitad de su población no es derechohabiente de servicios de salud, su economía se basa en un creciente y mal remunerado sector obrero, y por supuesto, es quizá el principal bastión del ultraderechismo.
¿Esto es lo que queremos para México?
Para los purépechas Quanax-huato significaba cerro de las ranas o con forma de rana; para el medio político contemporáneo Guanajuato significa apoyo a las políticas derechistas. Así, una sola palabra definió un programa de gobierno: guanajuatizar el país.
La frase en la que fue insertada no es menos reveladora porque “vamos a guanajuatizar el país” involucra a un grupúsculo con pretensiones de sociedad secreta, el también llamado Yunque, núcleo de la extrema derecha. Derecha ultraconservadora que ha sabido aprovechar las reglas del juego pretendidamente democrático al interior del país. Y si no le favorecen estas reglas, sencillamente las.
Derecha dócil que sabe cómo entrar a la economía mundial, aunque sea en calidad de pepenador.
Pocos días después de la desventurada ocurrencia, en un buscador promedio de internet el controvertido término aparecía alrededor de 128 veces.
Hoy lo hace casi catorce mil veces.
En el desarrollo que implica pasar de la palabra Quanax-huato a Guanajuato y ahora a guanajuatizar, se palpa la imparable dinámica del lenguaje.
¿Será que en ciertas regiones del mundo las lenguas evolucionan más rápido que los estados?
El mandatario ecuatoriano respondió a la pregunta de un reportero sobre si en el proceso de transformaciones a que hizo alusión estaba la posibilidad desarrollar un modelo socialista para América Latina.
"Por supuesto, yo soy socialista, el gobierno ecuatoriano es socialista, estamos llevando el socialismo del siglo XXI", exclamó Correa.
Explicó que el socialismo del siglo XXI "comparte con el socialismo tradicional algunos rasgos de debates, por ejemplo ese énfasis en la justicia social, en la equidad, como no puede ser de otra manera en la región más desigual del mundo".
Correa reiteró que podía decir con orgullo que el gobierno ecuatoriano "es un gobierno socialista" y que "este nuevo socialismo del siglo XXI es lo que está cambiando la realidad de América Latina.
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