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El tsunami del hambre |
La imposibilidad para acceder a los alimentos ha empujado a la calle, estos últimos meses, a miles de personas en los países del Sur. Manifestaciones, huelgas y protestas se han repetido de punta a punta del planeta. En Bangladesh el precio del arroz se duplicó en el último año, en Haití el coste de los alimentos aumentó más de un 40% y el mismo porcentaje subió en Egipto. Igual dinámica se ha vivido en Costa de Marfil, Bolivia, Indonesia, México, Filipinas, Pakistán, Mozambique, Perú, Yemen, Etiopía...
La lista podría continuar.
Estas “revueltas del hambre” nos recuerdan a las que tuvieron lugar entre los años 80 y 90 en los países del Sur contra las políticas de ajuste estructural impuestas por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. En este período se contabilizaron más de cincuenta alzamientos que dejaron miles de muertos en África, Asia y América Latina. La causa, una vez más, el aumento de los precios de los alimentos básicos, del transporte, de la vivienda... que agravó las condiciones de vida de la mayoría de las poblaciones de estos países y dificultó aún más su lucha por la supervivencia cotidiana. La historia se repite y las políticas neoliberales siguen dejando a su paso a millones de hambrientos.
Pero el problema hoy no es la falta de alimentos: la producción de cereales a nivel mundial se ha triplicado desde los años sesenta y las reservas siguen estando muy por encima de la demanda. De hecho, la producción agrícola nunca había sido tan abundante. Entonces, ¿cuál es el problema? La dificultad está en la imposibilidad, por parte de los pobres del Sur, de pagar los precios establecidos. Se trata, por lo tanto, de un problema de acceso a los alimentos.
Los cereales básicos son aquellos que han sufrido un aumento más espectacular en el último año: un 70%. Entre éstos destaca el caso del trigo, la soja, los aceites vegetales y el arroz. El coste del trigo, por ejemplo, ha llegado a sumar un 130% más que hace un año y el arroz un 100%. Evidentemente son las capas más pobres de la población de los países del Sur, especialmente aquellos que abandonaron el campo y que hoy pueblan masivamente las ciudades, quienes están sufriendo las graves consecuencias de este aumento sin parangón de los precios de los alimentos básicos.
Una crisis que no es coyuntural sino que es resultado de un sistema agroalimentario privatizado, enfocado al mercado internacional y supeditado al afán de lucro. Varias han sido las razones que han hecho estallar esta crisis alimentaria mundial: el aumento de las importaciones de cereales realizadas por países hasta el momento autosuficientes como India, China o Vietnam; la destrucción de cosechas debido a las sequías y a otros fenómenos meteorológicos en países productores como Bangladesh, China y Australia; el aumento del consumo de carne por parte de nuevas clases medias en América Latina y en Asia con un consiguiente crecimiento de la demanda; la subida del precio del petróleo que ha repercutido directa o indirectamente en una agricultura dependiente del mismo; las nuevas tendencias de producción de “petróleo verde” o agrocombustibles; las crecientes inversiones especulativas en cereales después del crack de los mercados puntocom e inmobiliarios. Todos estos elementos han venido a influir, en menor o mayor medida, en un sistema agroproductivo que antepone los intereses económicos privados a las necesidades alimenticias de las personas. En este frágil equilibro, las leyes del mercado han acabado por desequilibrar la balanza.
Especular con la comida
Pero, ¿cómo se han establecido los precios actuales? El precio de las materias primas como la soja, el maíz y el trigo, entre otros, viene determinado por su cotización en las bolsas de valores como la de Chicago, la más importante. Los operadores venden y compran en el “mercado de futuros”, en función de las previsiones de la oferta y la demanda. Se trata, por lo tanto, de operaciones especulativas. En la medida en que otros sectores como el de Internet o el inmobiliario han entrado en crisis, estas inversiones se han derivado a los mercados de cereales. Hoy se calcula que al menos un 55% de la inversión financiera en el sector agrícola responde a intereses especulativos y ésta tiene una vinculación directa con el aumento y la volatilidad de los precios.
Multinacionales como Cargill y Bunge, así como el gobierno de los Estados Unidos, ejercen un fuerte control sobre la producción y la comercialización de estas materias primas, determinando su precio final. Una dinámica recurrente en toda la cadena productiva, siendo las grandes multinacionales quienes monopolizan cada uno de estos tramos las máximas beneficiarias de la crisis actual. Las principales compañías de semillas, Monsanto, DuPont y Syngenta han reconocido un aumento creciente de sus ganancias y lo mismo han hecho las principales industrias de fertilizantes químicos como Mosaic Corporation (propiedad de Cargill) o Potash Corp. Las mayores empresas procesadoras de alimentos como Nestlé o Unilever también anuncian una alza en sus beneficios, aunque por debajo de las que controlan los primeros tramos de la cadena. Del mismo modo que las grandes distribuidoras de alimentos como Wal-Mart, Tesco o Carrefour, los reyes de los supermercados, quienes afirman seguir aumentando sus ganancias.
Inseguridad alimentaria
En la medida en que la agricultura se ha mercantilizado, priorizando la producción para la exportación en lugar del abastecimiento local o abandonando sistemas de cultivo tradicionales en aras de una agricultura industrial y “drogodependiente” (con el uso de pesticidas y químicos), nos hemos visto arrojados a una creciente inseguridad alimentaria, donde nuestras necesidades alimenticias han quedado en manos de multinacionales de la agroindustria. Las políticas neoliberales aplicadas sistemáticamente desde los años 70 han contribuido, sin lugar a dudas, a ello.
El caso de Haití es revelador. Hace treinta años, este país producía todo el arroz que necesitaba para alimentar a su población, pero a mediados de los 80, frente a una necesidad de fondos (cuando el dictador haitiano Jean Claude “Baby Doc” Duvalier abandonó el país vaciando sus arcas), se tuvo que endeudar con el Fondo Monetario Internacional. Empezaba aquí una espiral de “dominación” que sumiría al país en la más profunda de las dependencias políticas y económicas respecto a las instituciones financieras internacionales y, en especial, en relación a Estados Unidos.
Para obtener estos préstamos, Haití se vio obligado a aplicar una serie de políticas de ajuste estructural como la liberalización comercial y la reducción de los aranceles que protegían la producción de varios de sus cultivos, entre ellos el arroz. Esta apertura permitió la entrada indiscriminada de arroz subvencionado de Estados Unidos que se vendía muy por debajo del precio al que los agricultores locales podían producirlo. Un hecho que hundió en la más absoluta miseria a los productores locales quienes, ante la imposibilidad de poder competir con este arroz, abandonaron sus campos y su cultivo. Hoy, Haití se ha convertido en uno de los principales importadores de arroz estadounidense.
Pero el caso de Haití es extrapolable a muchos otros países del Sur, donde la aplicación sistemática de las políticas neoliberales a lo largo de estos treinta años ha sumido a sus poblaciones en una pobreza que mina la salud y acorta la vida de la gente. La liberalización comercial a ultranza a través de las negociaciones en la Organización Mundial del Comercio y los acuerdo de libre comercio, las políticas de ajuste estructural, el pago de la deuda externa, la privatización de los servicios y los bienes públicos han sido algunas de las medidas que ha venido aplicando el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional a lo largo de estas últimas décadas.
Estas políticas han generalizado una creciente privatización de la agricultura y de la alimentación, así como de otros sectores. Una dinámica que, aunque muestra su cara más cruenta en el Sur, también se ha impuesto en los países del Norte con una agricultura altamente deslocalizada e industrial. Frente a las consecuencias de este modelo es indispensable empezar a aplicar ya los principios de la soberanía alimentaria. Las alternativas están encima de la mesa, sólo hace falta voluntad política para aplicarlas y, evidentemente, luchar para conseguir imponerlas.
Esther Vivas
Etiquetas: conocimiento, inteligencia, monopolios, multitud, politica.
La escalada de los precios del petróleo y su incidencia sobre el costo de los alimentos es visto por la mayoría de los especialistas como el desencadenante clave de un proceso recesivo a escala mundial, cuyo inmediato emergente pueden ser la desocupación masiva y reacciones sociales y sindicales con epicentro en los países periféricos.
Según la ONU, el Banco Mundial y el G-8, lo que ya se visualiza claramente (a nivel de acción-reacción) es el impacto de la escalada del costo del petróleo y de la energía en los precios de los alimentos a escala global.
Este domingo, los ministros de las ocho naciones industrializadas
(G-8) reunidos en Tokio, realizaron un llamamiento a emprender acciones urgentes que reduzcan los disparados precios de los alimentos que dañan y perjudican a las naciones en desarrollo y a las clases sociales más pobres y postergadas.
"El problema de la comida afectará directamente a la vida de los pobres. Hemos alcanzado una determinación común y es que necesitamos adoptar los pasos necesarios", dijo el ministro de Exteriores japonés, Masahiko Komura, que presidió la reunión, en una rueda de prensa conjunta de los ministros del G-8.
Este mes, el presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, pidió una respuesta mundial coordinada para lidiar con el alza de los precios que está acentuando los desabastecimientos, el hambre y la malnutrición alrededor del planeta.
Según el funcionario, el aumento de precios en los alimentos está generando desabastecimiento, hambre y desnutrición en todo el mundo.
Debido a esta situación Zoellick cree que 33 países en el mundo afrontan la posibilidad de malestar social o político debido a los elevados precios de los alimentos y la energía.
"Necesitamos un nuevo acuerdo sobre la política alimentaria global. Este acuerdo no debería concentrarse solamente en el hambre y la desnutrición, en el acceso a los alimentos y en su oferta, sino también en las interconexiones con la energía, el cambio climático, la inversión, la marginación de las mujeres y otros", señaló Zoellick.
En marzo pasado, el Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas (PAM) formuló una "petición extraordinaria urgente" a las potencias desarrolladas para que donen 500 millones de dólares como mínimo en las cuatro próximas semanas con el objetivo de evitar el próximo racionamiento de la ayuda alimentaria que reciben 73 millones de pobres, ante la carestía de los productos básicos y materias primas cuyos costos se incrementaron
El Programa Mundial de Alimentos calcula que el rojo en sus fondos para poder continuar con la ayuda aumenta "día a día" y actualmente está entre 600 y 700 millones de dólares tras la subida de un 20% en el precio de los alimentos en las últimas tres semanas, la llegada del barril de petróleo hasta los 110 dólares y la consecuente carestía en los costos del transporte.
Además, las previsiones apuntan a que "las subidas no presentan signos de que vayan a moderarse a corto plazo", añade el comunicado.
En 2007 el precio global de los alimentos registró un aumento del 40%, y como su efecto más inmediato, se está incrementando el número de personas que pasan hambre en el mundo, advirtió la agencia de Naciones Unidas responsable de la ayuda alimentaria a los países pobres.
El informe de Naciones Unidas destacó que, entre las principales razones para ese incremento se encuentra el aumento del precio del petróleo y la suba del maíz a causa de la producción de biocombustibles.
Josette Sheeran, directora del Programa Mundial de Alimentos (PMA) de las Naciones Unidas, explicó que el aumento del precio de alimentos básicos como el trigo, el maíz o el arroz está afectando a países como México, Indonesia o Yemen, que hasta ahora no se encontraban en una situación de urgencia.
"El hambre tiene un rostro nuevo y está afectando a un amplio número de países", afirmó Sheeran.
En una entrevista con el Financial Times, la funcionaria de Naciones Unidas habló de la posibilidad de "limitar las raciones alimentarias o incluso el número de personas que reciben ayuda" si los donantes del programa no aportan más dinero.
Los analistas internacionales culpan, por la subida de los alimentos básicos, al fuerte incremento de la demanda en los países de economías emergentes, el aumento de la población mundial, la proliferación de inundaciones y sequías por el cambio climático y el mayor apetito de la industria de biocombustibles por los cereales.
Pero, entre los factores causales más decisivos, se encuentran el aumento del petróleo y la suba del maíz por la producción de biocombustibles.
La repercusión más inmediata de la suba récord de los precios del petróleo -según los expertos- es una escalada mundial (como ya está sucediendo) de los precios de los alimentos de consumo diario, esenciales para la supervivencia, debido a la alta incidencia de los combustibles en sus costos, principalmente en el sistema de producción y comercialización y el transporte.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), los productos más consumidos del mundo, como pan, carne, azúcar, maíz y arroz se tornan cada vez más caros debido al desarrollo de energías alternativas basadas en cereales, ricino y caña de azúcar (biocombustibles).
Pero ese proceso de suba gradual puede incrementarse a niveles imprevisibles si continúa la suba sostenida de los precios del crudo que ya han superado su propio récord en los mercados internacionales.
El precio del petróleo, por su incidencia en la cadena de precios, afecta directamente a los alimentos de mayor demanda de consumo en el mundo, como pan arroz, papas, azúcar, carne, leche, huevos y manteca, esenciales en la cadena alimentaria de cualquier familia.
En ese sentido, aclara la FAO, la disparada récord del precio del petróleo no afecta sólo a los automovilistas y transportistas, sino que también empuja el alza del precio de los alimentos cuya fabricación y transporte depende fundamentalmente de los combustibles.
Es por eso que, como repercusión más inmediata de la suba récord de los precios del petróleo -según se verifica- ya se desató una escalada mundial de los precios de los alimentos de consumo diario, esenciales para la supervivencia, debido a la alta incidencia de los combustibles en sus costos, principalmente en el sistema de producción y comercialización y en el transporte.
La suba de los alimentos de consumo esencial, a su vez, actúa como principal disparador de la tasa de inflación y del consecuente proceso de recesión económica que conlleva lo que los expertos denominan estanflación.
El principal objetivo del Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas es prestar ayuda a las regiones donde hay escasez de alimentos, pero ahora se ven obligados a ayudar en países donde el problema no es la escasez de alimentos sino su elevado precio.
La suba de los alimentos impacta en las capas más pobres y marginadas y ya está produciendo conflictos y estallidos sociales en países subdesarrollados de África, Asia y América Latina.
En países con inmensas capas empobrecidas, donde paradojalmente sus regímenes están cosechando ganancias súper millonarias con la escalada de los precios del crudo, se incrementan los bolsones del hambre a causa de la suba desmesurada del precio de los alimentos.
Los países exportadores de Asia, Africa y Medio Oriente (pese a cosechar multimillonarias ganancias con la suba de los precios del petróleo) se ven sometidos a dos efectos simultáneos: La baja de su poder adquisitivo internacional (producida por la baja del dólar) y un proceso inflacionario creciente (producido por el alza de alimentos) que amenaza cada vez sus economías dependientes de la importación.
Las víctimas de este proceso son las clases sociales más desposeídas (la mayoría de su población), lo que puede producir acorto plazo una combinación de recesión económica con estallidos sociales en esos países con gobiernos monárquicos y dictatoriales inundados de petrodólares.
La simetría de este proceso petróleo-dólar-inflación de los países petroleros del Golfo (firmes aliados de EEUU) ya comienza a extenderse al resto de los países que mantienen el dólar como moneda de reserva y transacción comercial de la importación o exportación de petróleo y alimentos.
Así, por primera vez en décadas, Egipto y los países petroleros del Golfo ha tenido que ampliar su sistema de racionamiento de alimentos, mientras que Pakistán ha reintroducido un sistema de cartillas de racionamiento que había abandonado a mediados de los años ochenta.
El diario británico Financial Times recuerda en un reciente artículo a raíz del informe emitido por Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas, que el precio del maíz y el arroz en los mercados de materias primas de productos indispensables como el trigo se ha expandido notoriamente.
Precisamente el arroz, que es el principal alimento de 2.500 millones de personas en el sudeste asiático, ha escalado durante la pasada semana a su máximo de los últimos 34 años mientras países exportadores como Vietnam, Tailandia, India y Egipto han impuesto restricciones a los compradores extranjeros como Filipinas para asegurarse el suministro en los mercados nacionales.
Incluso, en Egipto, la ONU señala que las autoridades han dado órdenes al Ejército para controlar los suministros de alimentos con el objetivo de evitar revueltas sociales, y en Etiopía, ya aquejada por hambrunas hace 25 años, el Gobierno ha tenido que instalar centros de distribución de cereales
A principios de año el Fondo Monetario Internacional (FMI) señaló que detrás del incremento de precio de los alimentos están, además de los biocombustibles y el petróleo, las sequías que han asolado varias de las principales regiones productoras agrícolas en el mundo y la creciente demanda de carne y productos lácteos.
La subida de los precios de los alimentos en el mundo ya generó conflictos sociales a lo largo y a lo ancho del Tercer Mundo donde habitan la mayoría de los 3.000 millones de pobres que -según la estimación de la ONU- alberga ell planeta capitalista.
El encarecimiento del petróleo y de los carburantes y su impacto inmediato sobre los alimentos de consumo básico, el aumento de la población, algunas malas cosechas en Asia y en África, el cambio climático y las sequías en África y las inundaciones en Asia, entre otros factores, se retroalimentan en incuban focos de estallido social en gran escala que todavía nadie sabe como prever y controlar.
Ya en marzo de 2007 Fidel Castro, había alertado en un artículo, publicado en el diario cubano Granma, que si se aplicaba la producción masiva del biocombustible etanol a los países del Tercer Mundo, estos verían cuántas personas dejarían de consumir maíz entre las masas hambrientas del planeta. "O algo peor (...) no quedará un árbol para defender la humanidad del cambio climático"
Ahora, la alarma ya ha cundido hasta en los más altos estamentos del poder capitalista que observan como los procesos de rebelión pueden entrar nuevamente en ebullición a causa de la escasez y suba de los alimentos esenciales.
El presidente de la primer transnacional que concentra el rubro agroalimentario mundial, Nestlé, Peter Brabeck, advirtió que el creciente recurso de las materias primas alimentarias para la producción de biocombustibles pone en peligro el abastecimiento de alimentos para la población del mundo,
"Si se quiere cubrir el 20% de la necesidad creciente de productos petroleros con biocombustibles, como está previsto, no habrá nada que comer", señaló el presidente del gigante alimenticio suizo, Peter Brabeck, en una entrevista publicada por el semanario suizo NZZ am Sonntag.
Pero, a pesar de las advertencias que realizan sus organizaciones y autoridades más prominentes, el sistema todavía no ha logrado conjugar una respuesta al peligroso cóctel petróleo-alimentos-conflictos sociales que ya se retroalimenta por todo el planeta.
La indivisible relación del aumento del petróleo con la escalada mundial del precio de los alimentos, y con los consecuentes procesos inflacionarios que se generan como consecuencia, no solamente prendió las luces de un alerta mundial sino que además ya está desatando protestas y rebeliones que se multiplican tanto por los países pobres como en las naciones centrales, principalmente en Europa, donde se expanden los bloqueos y cortes de ruta. La Unión Europea presionó a la OPEP, quien admitió que no "puede hacer nada" ante la especulación financiera que eleva los precios del oro negro.
La escalada de los precios del petróleo tiene como efecto inmediato la disparada del precio de los alimentos a nivel mundial, multiplicando a escalas siderales las ganancias de los consorcios petroleros y de los pulpos de la industria de la alimentación.
A su vez, los especuladores bursátiles se hacen un festín con las acciones petroleras en suba en los mercados energéticos.
En las antípodas, y a modo de "producto final" de esta fiesta capitalista de los "mercados", miles de millones de seres humanos en las áreas más empobrecidas y desprotegidas del planeta se ven privados del acceso a los alimentos de consumo básico y se empiezan a rebelar por medio de revueltas y estallidos sociales.
En este escenario, y en forma inédita, el FMI, en los últimos días, la ONU, el Banco Mundial, el G-7 (grupo que reúne a los países más ricos del mundo) junto con las principales autoridades del sistema capitalista se han puesto en "denunciantes" de la propia lacra que generan a escala global: El hambre.
Increíblemente, estas instituciones representativas del capitalismo transnacional depredador de recursos naturales y de mano de obra que han convertido al planeta en una "economía de enclave" controlada por unas pocas corporaciones, hoy advierten que el mundo está amenazado por una crisis alimentaria.
Siguiendo esta tendencia, 44 presidentes de países capitalistas (instrumentadores) se reunieron este martes en una cumbre en Roma para analizar los "efectos" del alza del precio de los productos agrícolas y del cambio climático en la seguridad alimentaria, que intentará coordinar una primera respuesta mundial a esa problemática.
Entre los presidentes que viajaron a la capital italiana figuran el de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva; Bolivia, Evo Morales; Nicaragua, Daniel Ortega y Argentina, Cristina Fernández, así como el presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero.
Otros gerenciadores de políticas capitalistas presentes son el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, y el japonés, Yasuo Fakuda, además de los presidentes de Francia, Nicolas Sarkozy y de Irán, Mahmud Ahmadinejad.
"Las amenazas son obvias", dijo Ban Ki Moon, el jefe de la ONU, a los delegados de 191 países y exigió pasar de las palabras a la acción.
Ban Ki-moon, que ya está en Roma para participar en la Cumbre, ha señalado que el aumento de los precios de los productos alimentarios está teniendo un "impacto devastador sobre los más pobres entre los pobres".
En vísperas de la cumbre, Ban dijo que "literalmente estamos pagando el precio" de no haber invertido lo suficiente en agricultura, obviando un detalle: los precios suben y los alimentos escasean por la gran especulación capitalista de los consorcios de la alimentación que solo buscan su rentabilidad y no la distribución equitativa.
"Si no se maneja apropiadamente, este asunto podría desencadenar una cascada de otras crisis, afectando al crecimiento, el progreso social e incluso la seguridad política alrededor del mundo", advirtió cada vez más "lúcido", el jefe de la ONU en Roma.
El anfitrión de la conferencia, la Organización de Naciones Unidas para los Alimentos y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), advirtió a los países industrializados que podría ocurrir una catástrofe a menos que aumenten su producción, eliminen barreras y lleven la comida a donde más se necesita.
Según datos del Banco Mundial, citados por las ONG, los precios mundiales han subido un 83% en los últimos tres años y esta situación ha llevado a la pobreza a más de 100 millones de personas.
La cita en Roma, a la que tanto la FAO como algunas ONG han calificado de "oportunidad histórica para relanzar la lucha contra el hambre y la pobreza e impulsar la producción agrícola en los países en desarrollo", parte con el objetivo en primer lugar de identificar los nuevos "retos de la seguridad alimentaria mundial" y lograr una comprensión mejor de la relación que existe entre seguridad alimentaria, cambio climático y bionergía.
Obviamente, que de lo central, la política de concentración capitalista y rentabilidad especulativa con los alimentos (la causa de la suba y la escasez) en Roma no se va a hablar.
La fuerza de tarea creada por Ban, el jefe de la ONU, para hacerle frente a la "crisis alimentaria" presentará un informe de 38 páginas con medidas cuya implementación tendría un costo de US$15.000 millones.
Esa cifra resulta absurda comparada con las cifras multimillonarias que ganan las petroleras y las alimentarias, productoras de la crisis alimentaria que azota a los más pobres del mundo.
El monto estimado por la ONU para "luchar contra la pobreza" equivale a menos de un 15% de la ganancia anual de US$ 110.000 millones proyectada por los cuatro primeros pulpos petroleros, Exxon, Shell, Chevron y BP.
La conferencia comenzará con un discurso del presidente de la República italiana, Giorgio Napolitano; seguido del secretario general de la ONU, Ban Ki Moon; y el director general de la FAO, Jacques Diouf.
Asimismo, está previsto un mensaje especial para la ocasión del Papa Benedicto XVI.
La reunión, iniciada el día 19, contó con la participación de más de 6.000 representantes de unas 70 naciones.
En 2006, otro informe oficial, el Stern Review realizado por el Tesoro (ministerio de hacienda) de Gran Bretaña, advirtió a empresas y gobiernos que combatir el cambio climático sería mucho menos costoso que ignorarlo.
El informe dado a conocer el jueves sitúa el daño ecológico causado anualmente a las áreas terrestres del planeta en 78.000 millones de dólares.
"Con el actual ritmo de pérdida de biodiversidad, el mundo en desarrollo nunca se pondrá al día con el mundo industrializado", dijo a IPS Pavan Sukhdev, autor principal del informe y director de mercados globales en la filial india del Deutsche Bank.
"La pobreza no puede ser eliminada con la continua caída de los servicios de los ecosistemas", agregó.
El no gubernamental Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) declaró que el informe de Sukhdev constituye "un reconocimiento que se debía desde hace tiempo a la biodiversidad como clave para el desarrollo".
La biodiversidad es lo que permite el acceso de los seres humanos a alimentos, fibras, agua y aire limpios, pero eso no es valorado por el actual sistema económico, según el informe. Como consecuencia, a los operadores económicos les resulta redituable destruir esos servicios en pos de ganancias a corto plazo.
Si esa actitud persiste, para 2050 se habrán perdido 7,5 millones de kilómetros cuadrados de tierras vírgenes, superficie equivalente a la de Australia.
En no más de una generación, 60 por ciento de los arrecifes de coral habrán desaparecido, devastando una industria pesquera de entre 80.000 y 100.000 millones de dólares y eliminando la principal fuente de proteínas para casi 1.000 millones de personas, dijo Sukhdev a los ministros reunidos en el plenario de la conferencia.
Probablemente esas pérdidas totalizarán billones de dólares, agregó.
"Todavía nos esforzamos por estimar el valor de la naturaleza. Estamos descubriendo que esta falta de valoración es una causa subyacente de la degradación de los ecosistemas y la pérdida de biodiversidad", dijo Sukhdev.
El estudio del Convenio es la mayor evaluación hecha hasta ahora del impacto económico de los daños ecológicos.
Sus autores concluyeron que las poblaciones y países más pobres son los que dependen más directamente de los servicios de la naturaleza y que, por lo tanto, son los más afectados por la continua pérdida de biodiversidad.
Haití es un ejemplo de la importancia de la biodiversidad. El país perdió buena parte de la capa superior de su suelo por la erosión resultante de la tala de prácticamente todos sus bosques en procura de combustible.
La nación caribeña sufre devastadoras inundaciones porque el agua carece de barreras que la contengan. Noventa por ciento de los niños haitianos padecen enfermedades originadas en el agua y tienen parásitos intestinales porque no hay bosques o áreas ribereñas para limpiarla, planteó Sukhdev.
"Los Objetivos de Desarrollo de las Naciones Unidas para el Milenio no pueden lograrse sin frenar y revertir las pérdidas de biodiversidad", enfatizó.
Esos objetivos, definidos en 2000 por la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), incluyen reducir a la mitad la proporción de personas que padecen pobreza y hambre respecto de 1990, garantizar la educación primaria universal, promover la igualdad de género, reducir la mortalidad infantil y la materna, combatir el sida, el paludismo y otras enfermedades, asegurar la sustentabilidad ambiental y fomentar una asociación mundial para el desarrollo, todo esto con 2015 como fecha límite.
Por más de 40 años, algunos economistas han sabido que la medición tradicional del producto interno bruto (PIB) y otros indicadores de riqueza ignoran el valor de los servicios de la naturaleza.
Este sistema perverso no considera desastres devastadores como el huracán Katrina, de agosto de 2005, y el tsunami asiático de diciembre de 2004.
La atención de políticos y empresarios casi exclusivamente al PIB como medida de riqueza "nos cuesta mucho en términos de crecimiento no sostenible, ecosistemas degradados, biodiversidad perdida e incluso bienestar humano, especialmente en los países en desarrollo", establece el informe.
Pero pocos economistas ingresaron en la tarea altamente compleja y éticamente tramposa de ponerle valor en dólares a naturaleza.
Según Sukhdev, no se trata de reducirla a meros dólares y centavos, pues "tiene importantes valores culturales y espirituales". Es, más bien, un esfuerzo por asignarle un valor económico a los servicios de la naturaleza para llevar un poco de realidad a la actual ficción económica que rige al mundo, explicó.
La segunda fase del informe de Sukhdev ofrecerá recomendaciones detalladas sobre cómo reformar políticas y modelos económicos, con el objetivo de preservar los servicios de la naturaleza para las generaciones actuales y futuras.
Esos capítulos se presentarán en la X Conferencia de las Partes del Convenio de las Naciones Unidas sobre la Diversidad Biológica (COP 10) que se realizará en 2010 en Nagoya, Japón.
"Necesitamos reformar urgentemente nuestro sistema económico", dijo al plenario el ministro de Ambiente alemán Sigmar Gabriel.
Si el sistema continúa recompensando a quienes destruyen la naturaleza, la condenará, agregó.
Es necesario desarrollar instrumentos financieros para que la preservación ecológica tenga un beneficio económico. Esos mecanismos deben figurar entre las prioridades de la agenda política.
"La naturaleza es mucho más que sólo economía, pero necesitamos hacer esto también", dijo.
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