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Cuatro palestinos muertos por fuego israelí |
Una niña palestina de 9 años ha muerto al impactar en su casa un proyectil lanzado por un tanque israelí al este de Jan Yunis, en el sur de la franja de Gaza. Un agricultor y dos milicianos palestinos también han perdido la vida hoy por fuego israelí.
La menor, Hadil al Sumiri, ha perdido la vida a primera hora de la mañana al impactar en su casa un proyectil lanzado por un tanque israelí que ha herido a otros tres miembros de su familia.
Tras sus primeras investigaciones, el Ejército israelí no ha confirmado ni desmentido el ataque y se ha limitado a indicar que un tanque ha destruido una lanzadera de cohetes en esta zona al este de la ciudad de Jan Yunis, donde sus tropas han penetrado esta madrugada con ocho tanques y dos excavadoras.
Un portavoz militar ha subrayado, además, que las milicias palestinas han lanzado desde allí numerosos cohetes Al Kasam y proyectiles de mortero contra poblaciones del sur de Israel.
La segunda víctima mortal ha sido Hassan Assaliya, un civil palestino de 60 años, que ha perdido la vida en un ataque aéreo al este del campo de refugiados de Yabalia, en el norte de Gaza, cuando cultivaba sus tierras, según testigos y el Ministerio de Sanidad palestino.
En ese ataque también han resultado heridos otros dos civiles, uno de ellos un joven que se encuentra grave.
Además, un activista de Hamas ha perdido la vida en un tiroteo con sodlados israelíes, en Al Qarara. El Ejército israelí ha impedido a las ambulancias auxiliar inmediatamente al miliciano porque yacía cerca de la valla que separa Gaza de Israel, según residentes en la zona.
Su cuerpo ha sido trasladado al hospital Naser de Jan Yunis una hora después de su fallecimiento, ha indicado el responsable del servicio de emergencias del Ministerio palestino de Sanidad, Moawiya Hasanein.
Otro miliciano palestino también ha resultado muerto esta tarde en Jan Yunis, donde varios vehículos blindados israelíes operan desde esta mañana.

Etiquetas: conocimiento, memoria, multitud, politica, violencia.
Descripción de los hechos
En las primeras horas de la tarde del día 4 de marzo de 2008, Jaled A. y su mujer Nadia llegaron a la casa de su amigo Youssef S., en Abu al-Ayin, cerca de Jan Yunis, al sur de Gaza. El motivo de su visita era ver cómo se encontraba la madre de Yusef, Alia, que padecía insuficiencia renal y había estado recientemente hospitalizada. Con ellos, iban sus dos hijas, Nadine, de dos años, y Amira, de sólo veinte días de edad.
Varios miembros de la familia de Youssef estaban también esa tarde en la casa: su madre Alia (76 años), su mujer Aziza (43), y sus hijos, Mu’az (17), Alia (16), Omar (15), Imán (13), Shayma (12), Muhammad (11), Nevin (7), y los mellizos Hasan y Husein (5). También se encontraba allí el hermano de Youssef, Mahmud, con sus niños, Bilal (15), Faten (14), Tariq (13) e Iyad (11). En total, aquella tarde había quince niños en el interior de la casa.
Cuando Jaled y su familia llegaron a casa de Youssef, los hombres, las mujeres y los niños se sentaron juntos durante una media hora en la sala de estar. Era poco más de las seis de la tarde cuando Jaled, Youssef, Mahmud y sus hijos se trasladaron al diwan, una habitación de la casa reservada a los hombres, para cenar. El diwan estaba situado en el exterior de la casa, aproximadamente a unos ocho metros. El sol se había puesto poco antes de las seis y afuera estaba ya oscuro. Cuando empezó el asedio, los hombres y los chicos estaban cenando en el diwan mientras las mujeres y las niñas se encontraban en la sala de estar dentro de la casa.
Mientras cenaban, las mujeres escucharon sonido de disparos y el ruido de un helicóptero que se aproximaba. El sonido venía de la parte oeste de la casa, donde estaban sentados las mujeres y los niños. Inmediatamente, las mujeres reunieron a los niños y corrieron a buscar refugio hacia la cocina, situada en la parte norte de la casa. En la sala de estar quedó sólo la madre de Youssef porque no podía caminar ni moverse con facilidad debido a su mala salud.
Al mismo tiempo, los hombres oyeron un sonido extraño y Youssef pidió a su sobrino de 11 años, Iyad, que fuera a ver qué era lo que ocurría. Iyad se asomó a la puerta del diwan y empezó a gritar al ver los tanques. Jaled corrió a la puerta donde también pudo ver cómo se aproximaban los tanques por el lado oeste de la casa. Rápidamente salió del diwan con Iyad y corrió hacia la casa. Youssef escapó de la casa en dirección opuesta. Jaled asegura que no había recorrido aún una distancia de ocho metros cuando empezó a disparar la artillería. Se tiró al suelo para evitar que le alcanzaran y se arrastró hasta la casa. Cuando entró en ella, Jaled vio un tanque a través de una de las ventanas; se había parado por el lado oeste de la casa. Aterrado de que pudieran verle los soldados, corrió a la cocina donde encontró a las mujeres y a los niños asustados y arrodillados en el suelo. Cuando Jaled llegó a la cocina se dio cuenta que Iyad había sido alcanzado en un brazo y que sangraba abundantemente. Jaled apretó el brazo de Iyad para detener la hemorragia y con la otra mano sostuvo a su hija Nadine contra la parte izquierda de su cuerpo.
Los continuos disparos de la artillería pesada de las fuerzas israelíes llegaban por todas las direcciones y las balas volaban por dentro y fuera de la casa. Según declaraciones de los testigos presénciales reunidas por DCI/PS, los soldados ni ordenaron a los ocupantes que salieran de la casa y se rindieran ni lanzaron ninguna advertencia previa antes de que empezara el tiroteo. Los testigos proporcionaron más información asegurando que los ocupantes de la casa estaban desarmados y que no intercambiaron disparo alguno con las fuerzas israelíes. No tenían conciencia de que hubiera habido en ese momento ningún enfrentamiento en la zona. En opinión de DCI/PS, y según los testimonios recogidos, no hubo intercambio de disparos entre combatientes palestinos y las fuerzas israelíes antes o durante el asalto.
Después de varios minutos de fuego pesado, una voz gritó por un megáfono en árabe entrecortado: “Que todo el mundo salga de al casa, jóvenes y viejos, salid todos”. El soldado repitió la orden tres veces. Desde el interior de la cocina, Nadia podía ver la puerta principal de la casa que estaba abierta y a los soldados de pie fuera. La mujer de Youssef, Aziza, le dijo a Nadia: “Como llevas un bebé, sal tu primero para que se apiaden de nosotros”. Nadia dio unos pasos para salir la primera de la cocina con su bebé Amira en brazos. Amira iba envuelta en una sabanita blanca y podía verse su cabeza con toda claridad. Directamente detrás de Nadia iba Aziza, que llevaba con ella a su hija Nevin, y después iba la sobrina de 14 de años de Youssef, Faten. Jaled y el resto de los niños quedaron detrás de ellas en el interior de la cocina. Antes de salir de la cocina, las mujeres gritaron todas juntas: “Ya salimos, ya salimos” y el soldado respondió por el megáfono: “Salid de uno en uno”.
Cuando Nadia salió de la cocina hacia la sala de estar vio que los soldados estaban situados un poco más allá de la entrada de la casa. Algunos estaban tumbados en el suelo sobre el estómago mientras otros se arrodillaban sobre una sola rodilla, con todo su armamento apuntando contra ella. Llevaban cascos equipados con binoculares para visión nocturna. Uno de los soldados apuntó el láser rojo que salía de su arma hacia la bebé Amira y lo movió lentamente a lo largo de su cuerpo. El soldado del megáfono preguntó: “¿Qué tienes en las manos?” Faten, la sobrina de Yussef contestó: “katen”, que en hebreo significa bebé, repitiendo la palabra varias veces. Otro soldado dirigió una luz brillante hacia Nadia y su bebé, encendiéndola y apagándola varias veces. Al mismo tiempo, Nadia con todo cuidado salió de la cocina hacia la sala de estar. Cuando estaba justo un metro más allá de la puerta de la cocina, los soldados, que estaban aproximadamente a ocho metros, abrieron fuego sin que mediara advertencia ni provocación.
En la descarga de artillería, Nadia fue alcanzada en la parte superior del brazo. Inmediatamente aseguró a Amira con su brazo izquierdo y retrocedió gateando hacia la cocina seguida de los demás. Jaled cogió a Amira de los brazos de su mujer. Afirma que en aquel momento la cabeza de Amira estaba cubierta de sangre y que parecía estar muerta. Le pasó Amira a Faten para intentar poner algo en el brazo de su mujer que pudiera contener la sangre de la herida. Temerosa por su bebé, Nadia le preguntó a Faten por Amira pero ella le dijo que no preocupara, que estaba bien. La escena de la cocina era un caos de conmoción. Las mujeres y los niños gritaban llenos de pánico y llorando de miedo mientras los disparos continuaban resonando fuera y dentro de la casa. Varios minutos después, los disparos cesaron y el soldado del megáfono ordenó una vez más en su árabe entrecortado: “Salid de la casa o la bombardearemos”. Sin otra opción, el grupo fue saliendo de la cocina con Nadia delante una vez más. Faten iba directamente detrás con Amira aún en sus brazos.
Una vez que salieron de la casa, los soldados ordenaron a las mujeres y a los niños que se sentaran en el suelo. Esposaron a Jaled, a Mu’az (17 años), Bilal (15) y Omar (15), y les sentaron en el suelo de espaldas a las mujeres y a los niños. Entonces los soldados empezaron a golpearles, pegándoles con sus armas y pateándoles, mientras las mujeres y los niños miraban. Los testimonios de dos testigos indican que los soldados golpearon a los dos muchachos más jóvenes, Bilal y Omar, más que a los otros. Jaled intentó razonar con los soldados en hebreo, diciéndoles que su mujer estaba herida y necesitaba atención médica. La contestación que recibió fueron insultos para él y su mujer. Un soldado, que estaba arrodillado en el suelo cerca de Nadia, se rió y la insultó burlándose de su honor mientras ella lloraba de dolor y miedo. Nadia denunció que cada pocos minutos un soldado se acercaba y disparaba al suelo en círculo alrededor de donde estaban las mujeres y los niños sentados y luego se marchaba.
Mientras golpeaban a Jaled y a los tres chicos, un soldado les ordenó que se quitaran la ropa. Se quitaron las camisas y pantalones mientras continuaban apaleándoles. Otro soldado les ordenó entonces que se quitaran la ropa interior, pero Jaled se negó porque estaban en presencia de las mujeres. El soldado le ordenó de nuevo que se la quitaran, amenazándole con matarles si no lo hacían. Cuando se negaron de nuevo, el soldado empezó a disparar al suelo alrededor de sus piernas para amenazarles e intimidarles más aún. Jaled y los muchachos estuvieron soportando más golpes durante al menos otra media hora y Jaled recordó haber oído como uno de los soldados le decía a otro en hebreo: “Matémosles a todos y acabemos de una vez”.
Al mismo tiempo, otros soldados continuaron disparando dentro y fuera de la casa de Youssef. Nadia y la mujer de Youssef, Aziza, les gritaban diciendo que allí había una anciana que no podía moverse ni caminar. Un soldado le contestó: “Dile que salga”. Nadia repitió: “No puede caminar”. El tiroteó cesó por un momento y Nadia y Aziza llamaron a Alia diciéndole que saliera de la casa. Después de varios minutos, Alia apareció en la puerta, arrastrándose por el suelo. Los soldados la sentaron en el suelo con las mujeres y los niños. Nadia dijo que Alia estaba muerta de miedo, totalmente aterrada.
La declaración de Mu’az revela que los soldados le sometieron a un trato especialmente duro cuando supieron que era hijo de Youssef tras ordenarle que se identificara. Los soldados le pusieron una venda en los ojos a Mu’az, todavía sin camisa y pantalones y le obligaron a volver dentro de la casa mientras registraban su interior. Un soldado le agarró por el pelo y le empujó hacia la casa. Una vez dentro, Mu’az pudo escuchar el ruido que hacían varios soldados registrando la casa. Un soldado le preguntó: “¿Dónde están las armas?” y le apretó el cañón de su fusil contra el cuello. Cuando Mu’az contestó que no había armas en la casa, los soldados le golpearon y le patearon el abdomen. Tras su busca, los soldados le volvieron a llevar afuera, con Omar, Bilal y Jaled.
El asedio duró al menos media hora más antes de que los jeep del ejército israelí irrumpieran en el escenario. Los soldados ordenaron a Jaled y Mu’az que se pusieran las ropas, les vendaron los ojos y les metieron en jeep diferentes. Los jeep se fueron llevándose a Mu’az y Jaled, entonces fue cuando el helicóptero, los tanques y los soldados que quedaban empezaron a retirarse. Mientras, en el interior del jeep, Mu’az recuerda como los soldados le apuntaban con sus armas y se dedicaban a atormentarle. Un soldado le dijo riéndose: “Tu padre está muerto. Le hemos matado. Está allí (señalando), en el suelo”.
Después de esperar unos minutos más para asegurarse que los soldados no iban a volver, Nadia reunió a los niños y se pusieron a caminar en busca de ayuda. La mujer de Youssef se quedó atrás con su madre Alia. Faten caminaba junto a Nadia, con Amira aún en sus brazos. En su declaración a DCI/PS, Faten declara que se dio cuenta de que Amira estaba muerta mientras la sostenía durante el asedio. Declaró que el cuerpo de Amira estaba sin vida y que podía sentir cómo la sangre que salía de la herida causada por el disparo le empapaba la camisa. Sin embargo, Faten decidió no decirle a Nadia que su hija había muerto.
Nadia y los niños caminaron durante unos quince minutos antes que llegar a una casa donde pudieron pedir ayuda médica. Una ambulancia llegó poco después y trasladó inmediatamente a los heridos al Hospital Shuhuda al-Aqsa donde se comprobó que Amira estaba muerta. Ese fue el momento en que Nadia supo que su bebé había sido asesinada. Esa misma noche, Nadia pasó por el quirófano para ser operada del brazo y fue dada de alta varios días después.
Según el informe médico obtenido por DCI/PS, Nadia estaba aún bajo tratamiento médico varias semanas después del ataque. Cuando, días después del asalto, se recogieron las primeras declaraciones de los testigos, Iyad, de once años, se recuperaba todavía en el hospital de la herida del disparo en el brazo, sufría de grave desorden post-traumático y no podía recordar los hechos ni hablar siquiera de ellos. Su hermana de 14 años, Faten, mostraba también claros signos de estrés post-traumático después de haber sostenido el cuerpo muerto de Amira durante la mayor parte del asedio. El trabajador de campo de DCS/PS que investigó este caso no pudo recoger las declaraciones de Iyad y Faten hasta su tercera visita a la zona a primeros de junio. DCI/PS supo también que la madre de Yussef, Alia, de 76 años, murió varios días después del asalto. El estrés emocional y físico que le produjo la traumática situación agravó sin duda en su ya débil salud. Tras el ataque, los miembros supervivientes de la familia de Youssef se mudaron a la casa cercana de un pariente porque su casa había sufrido grandes daños por el intenso tiroteo. DCI/PS supo más tarde que varios días después del asalto, las fuerzas israelíes demolieron la casa cercana de otro de los familiares de Youssef. La familia de Youssef ha regresado ya a su hogar aunque los daños exteriores siguen a la vista.
Ejecución extrajudicial
Según un comunicado publicado por el Centro Al Mezan para los Derechos Humanos, con sede en Gaza, hay suficientes pruebas que indican que Youssef fue víctima de una ejecución extrajudicial después de que huyera de su casa aquella tarde. Al-Mezan informa que los vecinos descubrieron el cuerpo de Youssef en un área abierta, a unos 150 metros de su casa, alrededor de las diez de la mañana un día después del ataque (5 de marzo). Tenía una herida de bala en el pecho y su cráneo estaba aplastado. Un primer examen post-mortem indicó que murió cuando un vehículo le aplastó el cráneo al pasar por encima de él cuando ya le habían herido de bala y yacía en el suelo. Al-Mezan condena el asesinato de Youssef y traza un paralelismo con otro caso que se produjo en 2001, en el que dos miembros de las fuerzas navales palestinos que estaban heridos y no suponían amenaza alguna fueron deliberadamente golpeados y asesinados por vehículos militares israelíes.
DCI/PS condena firmemente el uso excesivo de la fuerza contra civiles palestinos desarmados que no suponen amenaza alguna para los soldados israelíes. En una situación de no combate, los soldados deberían haber empleado medios legales para llevar a un sospechoso ante la justicia. Si las fuerzas israelíes asaltaron la casa de Youssef el 4 de marzo porque era buscado por Israel en aquel momento, la operación del ejército debería haber tenido como objetivo su arresto y enjuiciamiento; no el tiroteo de civiles desarmados y el trato brutal de al menos veinte personas entre su familia y amigos, incluidos quince niños.
Matanza premeditada de civiles
De la forma en que trataron a la familia y amigos de Yussef, los soldados actuaron temerariamente utilizando fuerza letal injustificada, según las circunstancias, para las necesidades militares. No mostraron intención alguna de tomar precauciones para evitar o minimizar el daño a los civiles, especialmente a los niños. Los testimonios de testigos obtenidos por los trabajadores de campo de DCI/PS revelan que los soldados israelíes dispararon intencionadamente contra los civiles, incluidos los niños, aunque todos obedecieron las órdenes de salir de la casa sin mostrar resistencia alguna. Las investigaciones de campo de DCI/PS indican también que, a pesar de estar envuelta en una sábana, la cabeza de Amira era perfectamente visible para los soldados. Los soldados estaban aproximadamente a unos ocho metros de Nadia y su bebé e iban equipados con binoculares de visión nocturna y disponían de focos para aumentar su capacidad de visión. Cuando a Nadia se le preguntó qué llevaba en los brazos, uno de los niños explícita y repetidamente respondió “bebé” (katen) en hebreo. A pesar de todo esto, los soldados abrieron fuego contra la mujer y el bebé.
Como Alta Parte Contratante de la Cuarta Convención de Ginebra, Israel tiene el deber legal de proteger a los civiles que no estén tomando parte activa en hostilidades, especialmente si están heridos o enfermos. Entre los miembros de la familia e invitados presentes en la casa de Youssef en la tarde del asalto, había quince niños, a los que el derecho internacional garantiza una protección especial. Como Estado Parte de la Convención sobre los Derechos del Niño de las Naciones Unidas (UNCRC, en sus siglas en inglés), Israel está legalmente obligado a reconocer el “inherente derecho a la vida” de cualquier niño y “asegurar la supervivencia y desarrollo de los niños hasta el máximo nivel posible”. Sin embargo, los soldados no tuvieron consideración alguna con la situación en que se hallaban los habitantes de la casa y no adoptaron medida de precaución alguna antes de comenzar a disparar para poner a salvo a los civiles, especialmente a los niños, que pudiera haber en el interior.
En el derecho humanitario internacional, las muertes intencionadas de civiles y que no son justificables por necesidades militares son crímenes de guerra. Los “asesinatos premeditados” de personas protegidas, o “causar premeditadamente heridas serias al cuerpo y a la salud” de personas protegidas, constituye también una grave violación de la IV Convención de Ginebra (Artículo 147), de los cuales los individuos que los cometan tienen una responsabilidad criminal. Todas las Altas Partes Contratantes de la Convención de Ginebra tienen una obligación legal de buscar a las personas presuntas de haber cometido, o de haber ordenado que se cometa, tan graves incumplimientos, y someterlas a sus tribunales internos o someterlas a la jurisdicción universal y transferirlas para que sean juzgados por otra Alta Parte Contratante (Artículo 146).
La Tortura y otros tratos crueles, inhumanos y degradantes
Una vez que estuvieron fuera de la casa, los soldados aterrorizaron y amenazaron deliberadamente a las mujeres y los niños disparando contra el suelo a su alrededor y burlándose de su miedo. Además, los soldados sujetaron a Jaled, a los hijos de Youssef de 17 y 15 años, y a su sobrino de 15, sometiéndoles a un trato humillante y degradante, obligándoles a desnudarse y a soportar apaleamientos frente a las mujeres y niños. Mu’az se vio especialmente expuesto a crueles abusos físicos y psicológicos por estar emparentado con un combatiente buscado. Cuando los soldados identificaron a Mu’az como hijo mayor de Youssef, le obligaron a volver a la casa y le amenazaron y abusaron físicamente de él para conseguir información de las armas que supuestamente estaban dentro. Mu’az fue más tarde detenido a punta de fusil y metido en un jeep militar donde los soldados perpetraron actos de abuso psicológico.
El Artículo 3 de la IV Convención de Ginebra protege a las personas que no toman parte activa en las hostilidades de la “violencia contra la vida y las personas y los atentados contra la dignidad personal, especialmente los tratos humillantes y degradantes”. El Artículo 27 de la Convención concede más protecciones y dice: “Las personas protegidas serán siempre tratadas con humanidad y protegidas especialmente contra cualquier acto de violencia o de intimidación”. La Convención de Naciones Unidas Contra la Tortura (UNCAT, en sus siglas en inglés), de la cual Israel es signatario define la tortura como todo acto por el cual se inflige intencionadamente a una persona dolores o sufrimientos graves, ya sean físicos o mentales, con el fin de obtener de ella o de un tercero información o una confesión, de castigarla por un acto que haya cometido, o se sospeche que ha cometido, o de intimidar o coaccionar a esa persona o a otras, o por cualquier razón basada en cualquier tipo de discriminación, cuando dichos dolores o sufrimientos sean infligidos por un funcionario público u otra persona en el ejercicio de funciones públicas, a instigación suya, o con su consentimiento o aquiescencia” (Artículo 1). Como Estado Parte de la UNCRC tiene también una obligación legal de proteger a los niños de los “tratos crueles, inhumanos y degradantes”.
Demoliciones de casas
Las fuerzas israelíes llevan a cabo con frecuencia demoliciones de casas como parte de sus operaciones militares, que incluyen operaciones de búsqueda y arresto. El Artículo 53 de la IV Convención de Ginebra prohíbe estrictamente la destrucción de propiedades personales excepto en circunstancias justificadas por necesidades militares. Para establecer esa necesidad militar, deben cumplirse varias condiciones: la demolición de la casa debe cumplir el principio de proporcionalidad, lo que significa que las ventajas militares a conseguir deben sobrepasar al daño causado a los civiles y a sus propiedades; debe estimarse la casa como algo esencial para las operaciones de combate y suponer una amenaza específica para las fuerzas de ocupación; y deben considerarse toda una serie de opciones menos lesivas. La demolición de casas es una acción rutinariamente utilizada también como medida de castigo contra los palestinos, o sus extensas familias, que hayan efectuado o sean sospechosos de haber llevado a cabo actos violentos contra los israelíes. Las demoliciones de castigo de las casas no cumplen los requerimientos de necesidad militar y se suman a los castigos colectivos, que están prohibidos por la IV Convención de Ginebra (Artículo 33).
Las demoliciones de casas tienen un impacto devastador en las familias palestinas, causando un sufrimiento desproporcionado en los niños a causa de sus efectos. Los niños experimentan a menudo un trauma psicológico y un sentimiento agudo de inseguridad después de perder sus hogares y pertenencias. Mientras las familias luchan para sobrevivir sin posibilidades de acceso a las necesidades básicas y servicios sociales, los niños se enfrentan a menudo con lagunas en su educación. Según una investigación reciente dirigida por el Palestinian Counselling Centre, con apoyo de Save the Children UK y la Welfare Association, tras una demolición, el impacto emocional y en la conducta persiste más de seis meses y supone un aumento de la agresividad, depresión, incontinencia urinaria y bajo rendimiento escolar.
El 4 de marzo, una tarde normal entre familiares y amigos que discurría en la tranquilidad y seguridad de su casa se vio destrozada por la violencia brutal de un ataque militar. Los catorce niños que sobrevivieron a tan dramática situación han quedado marcados psicológicamente de por vida, pero el impacto total del suceso, especialmente en las víctimas más jóvenes, es imposible de medir.
DCI/PS condena con la mayor firmeza el uso excesivo e innecesario de la fuerza contra civiles palestinos desarmados que no suponían amenaza alguna para los soldados israelíes en el momento de los hechos. A la luz de los hechos documentados que rodearon el asesinato de Amira, DCI/PS apela a las Altas Partes Contratantes de la IV Convención de Ginebra a exigir a Israel que persiga a los responsables de la comisión de estos graves incumplimientos, y si así no lo hiciera, las Altas Partes Contratantes deberían ellas mismas identificar, buscar y juzgar a los responsables, de acuerdo con sus obligaciones legales bajo el derecho humanitario internacional.
DCI/PS hace de nuevo un llamamiento a Israel para que obligue a su ejército a respetar sus obligaciones legales bajo el derecho humanitario internacional y respetar las vidas de los niños palestinos.
"Hay policías que odian tanto a los árabes y que constantemente quieren demostrar hasta qué punto son leales al Estado que harían cualquier cosa", dice Darabiya pensando en el oficial israelí que le pateó en la entrepierna: una recia patada que le provocó una hemorragia interna y posterior necrosis, por lo que los médicos no tuvieron más remedio que extirparle un testículo. Cuando trató de presentar una denuncia ante la policía un par de semanas más tarde, le amenazaron con arrestarlo por entrada ilegal en el país. "O bien te arrestamos y te pasas dos meses en la cárcel y luego presentas tu denuncia, o desistes de presentarla", le dijo una detective llamada Miriam en el cuartel de policía de Kiryat Arba. Fadi se dio la vuelta y se marchó, abandonando la idea de denunciar los hechos. La Policía de Israel no está investigando el caso.
Nos reunimos con Darabiya esta semana en una tienda de muebles en la ciudad de Dura, al sur de Hebrón, donde desde entonces ha encontrado trabajo como conductor. Luce una barba impecable y tiene brillantina en el cabello, pero su rostro pálido y su hablar apagado dan fe del trauma padecido. En Israel trabajó en la construcción en Gan Yavne, Segev Shalom y Be'er Sheva. Dormía en los esqueletos de las casas que construía. Igual que los demás, regresaba a su hogar a través de los últimos resquicios aún abiertos en el muro de separación en el sur. Los domingos, cuando él y sus amigos volvían al tajo, tenían que estar alerta para no ser detectados por los agentes de la Policía de Fronteras que les tienden emboscadas en todas partes, a la caza de los obreros que vienen a Israel a construir los hogares de los israelíes.
El domingo 13 de abril Fadi comenzó a trabajar a eso de las 7 de la mañana. Ese fin de semana él y tres amigos de Dura, con la autorización del dueño, habían dormido en una casa cercana que estaba acabada paro todavía sin ocupar. "Ten cuidado", les dijo el propietario.
Fadi trabajaba en el tejado y los demás en el primer piso. Al cabo de aproximadamente una hora vio acercarse a dos agentes de la policía montada. Desmontaron, entraron en la obra y detuvieron a dos de los amigos de Fadi. El tercero logró huir. A continuación, los agentes –según Fadi, uno era un inmigrante ruso y el otro era etíope- subieron al tejado y lo detuvieron. El ruso agarró a Fadi por el cuello y lo condujo al primer piso. Cogió la tarjeta de identificación de Fadi. El etíope le agarró los brazos y se los mantuvo apretados detrás de la espalda. Fadi dice que no opuso resistencia. "¿Quién es tu jefe?", le preguntó el agente etíope, y Fadi respondió que era un judío que estaba a punto de llegar. El segundo agente estaba de pie delante de Fadi, cuyas manos permanecían apresadas por detrás, y sin mediar palabra le descargó una terrible patada en la entrepierna. Fadi sintió como si el mundo girara a su alrededor. Los agentes lo arrastraron fuera hasta el lugar donde se encontraban dos coches de policía. Sus dos amigos ya estaban sentados dentro de uno de ellos. En el segundo auto había otros cinco trabajadores palestinos sin licencia para trabajar en Israel que habían sido detenidos con anterioridad.
Fadi dice que gritó de dolor. Lo metieron en el carro y lo llevaron hasta el cuartel de policía de Gan Yavne, donde lo colocaron en un autobús junto con otros obreros palestinos. El dolor era insoportable, a pesar de lo cual “traté de bajar del autobús, pero los policías no me dejaban. Lo intenté una y otra vez, pero ellos me lo impedían". Finalmente, los agentes cedieron y el autobús se detuvo para dejar salir a Fadi. Se quedó tendido en la carretera, medio inconsciente y aullando de dolor. La policía rechazó los ruegos de sus amigos para que pidieran asistencia médica.
Un agente le dio una botella de agua y aproximadamente una hora más tarde lo volvieron a meter en el autobús, en el que viajaban 17 trabajadores palestinos. Para cuando llegaron a Kiryat Malakhi Fadi notó que la zona lesionada estaba muy hinchada y dice que sabía que tenía una hemorragia. En el cuartel de la policía de la ciudad volvió a tenderse en el suelo, retorciéndose de dolor. Dice que cuando rogó que trajeran a un médico o a una ambulancia uno de los agentes israelíes le dijo: "Estás mintiendo. Quieres escaparte. Ya te las arreglarás solo. No necesitas a ningún médico".
Desde la una del mediodía hasta las cuatro de la tarde Darabiya permaneció tendido en la carretera junto al cuartel de la policía israelí. Nadie trató de ayudarlo. A eso de las 4 de la tarde le pidieron que firmara una declaración afirmando que no había sido objeto de malos tratos, como condición para su liberación. “Debido al estado en que me encontraba tuve que firmar. Sabía que tenía que llegar a un hospital". Se los llevaron al puesto de control de Tarqumiya y los mandaron de regreso entre las 4:30 p.m. y las 5 p.m.
Desde el puesto de control Fadi llamó a un primo, que llegó en su coche y transportó a toda velocidad a Fadi al hospital gubernalmental Alia de Hebrón. Una tomografía computerizada indicó que precisaba de una intervención quirúrgica urgente. Los médicos dijeron que tenía una hemorragia interna.
Cuando se despertó a la mañana siguiente, después de la operación, vio al lado de su cama un frasco de plástico que contenía el testículo que le habían extirpado. Le resulta embarazoso hablar de ello. "Cuando lo ví me quedé destrozado". Al cabo de tres días le dieron de alta y lo enviaron a casa a descansar durante 10 días más. Luego se fue donde sus familiares en Jordania a recuperarse emocionalmente de la ordalía sufrida.
Pero antes de hacerlo Fadi se puso en contacto con Fadi Abu Musa Hashhash, el investigador de la organización de derechos humanos B’Tselem para el distrito de Hebrón, y le preguntó cómo podía conseguir que el agente que lo pateó recibiera el castigo que merecía. Abu Hashhash le aconsejó que presentara una denuncia ante la policía.
El 29 de abril, después de que Abu Hashhash preparara su visita a la comisaría de policía de Kiryat Arba –algo nada sencillo–, a Fadi lo derivaron a una detective llamada Miriam. Fadi le dijo que deseaba presentar una denuncia contra el agente que lo había asaltado. Cuando Fadi admitió haber estado en Israel sin permiso, Miriam le dijo: "Primero te vamos a detener por estancia ilegal y pagarás una multa de 380 euros, te pasarás dos meses en la cárcel, te llevarán a juicio y después podrás presentar tu denuncia".
Un traductor de la policía le sugirió a Fadi que se sentase, fumara un cigarrillo y considerara sus opciones: una multa, dos meses de cárcel y sólo entonces el derecho a presentar una denuncia, o bien olvidar todo el asunto y marcharse a casa. Fadi, por supuesto, optó por marcharse a casa, frustrado, mutilado y amargado.
"Soy una ruina emocional", murmura suavemente Fadi. "Ahora ya no puedo realizar trabajos físicos, y nunca volveré a trabajar en Israel".
La Oficina del Portavoz del Distrito Policial Sur emitió la siguiente respuesta: “Un examen del material probatorio que obra en nuestro poder no reveló ninguna reclamación por violencia en su contra por parte del denunciante, ni siquiera una solicitud de atención médica.
Una vez que los sospechosos fueron interrogados se los trasladó al puesto de control de Tarqumiya. Toda denuncia por violencia infligida por los agentes de policía debe ser remitida a la Policía de Investigaciones del Departamento para que se pueda iniciar la correspondiente investigación”.
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