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“Una sonrisa sincera”

Yo soy una persona que quiere ver sobre ruedas el mundo y tengo ya 72 años. Antes de los 50 años de edad, trabajé muy duro para ganar plata, me jubilé con antelación a los 53 años y, desde entonces, emprendí el camino del sueño de “medir el mundo” sobre ruedas. Apoyándome en un coche sedán transformado de un campero, he viajado hasta la fecha por más de 60 países del mundo; pero la visita al Tíbet en coche me dejó una impresión maravillosa e inolvidable.

En 2000, nosotros, 35 ancianos jubilados provenientes de diversas partes de Francia, visitamos a China en una caravana compuesta por 17 coches sedán. Me acuerdo con toda claridad de que el 20 de marzo celebramos en París una solemne ceremonia de partida y luego, avanzamos cada uno por su ruta escogida hacia la región china de Xinjiang. El 14 de julio, entramos en China por el puerto fronterizo de Turgate, Xinjiang. Atravesamos 20 provincias, regiones autónomas y municipios directamente subordinados al Gobierno Central en un recorrido total de más de 35.600 kilómetros; entramos el 26 de septiembre en el Tíbet y lo abandonamos el 12 de octubre.

El Tíbet es extremadamente maravilloso y sus paisajes, extremadamente lindos. La sonrisa entusiástica, amistosa y sincera que nos mostraron los tibetanos, en particular, nos dejó una impresión inolvidable. Los rostros rojizos y los vestidos de colores llamativos de las muchachas nos gustaron mucho; cada vez que nos hallamos en dificultades, los jóvenes siempre hicieron todo lo posible para brindarnos ayuda, lo que nos conmovió considerablemente; los niños que jugaban y se divertían detrás de nuestro convoy, nos infundieron gran cariño. En el Tíbet, tanto los tibetanos como los habitantes han que veíamos por todas partes, todos nos lanzaban una sonrisa sincera, de manera que la sonrisa con que nos saludaban era la mejor recepción para nosotros.

Cuando nuestra caravana llegaba a 4.005 metros sobre el nivel del mar, los lugareños nos allanaron el camino y nos ayudaron a empujar coches. Cuando la caravana llegó a la altura de 4.800 metros sobre el nivel del mar, más o menos la misma altura de los Alpes, los lugareños nos ofrecieron té con leche típico del Tíbet, que tenía un sabor riquísimo.

Nuestro convoy estuvo tres días en Lhasa. El Palacio Potala es un palacio que toca el cielo y se ve extremadamente majestuoso. Se advierte que ha sido especialmente reparado y protegido. La plaza frente al palacio es inmensa y uno de los mejores lugares de entretenimiento de los habitantes locales. Todos los días hay personas que hacen ejercicios, contemplan los paisajes, pasean y posan para fotos. Al caminar por las calles de Lhasa, se veía en cualquier momento ciudadanos con rueda para sutra budista en la mano, devotos creyentes que se ponían de rodillas en señal de reverencia; la gente, libre y sin cohibimiento, se veía bien alegre.

Monmal Francis

Anciano francés jubilado, el 4 de marzo en Olbais-Laba

(Pueblo en Línea)

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