|
|
LAS NECESARIAS DESOBEDIENCIAS PRECAPITALISTAS
|
El carácter de necesidad de la desobediencia surge de la propia naturaleza miserable e inhumana de la obediencia. Naturalmente, hablamos de desobediencia consciente, que surge y se practica contra las órdenes y normas que aseguran la explotación social en cualquiera de sus formas de existencia, y hablamos de la obediencia analizada en estas páginas, la automática, la que surge de las entrañas de la alienación sumisa, de la personalidad masoquista y dependiente, la obediencia que actúa como una droga porque duerme y atonta, tranquiliza y refuerza al sujeto colectivo e individual obediente al hacerle partícipe y cómplice necesario de la opresión. Hablamos de la obediencia que se practica sin ser consciente de que se obedece, e incluso creyendo que se desobedece.
Hemos visto que entre ambas existe una amplia variable de contactos, yuxtaposiciones y solapamientos ya que ambas forman una unidad de contrarios irreconciliables en lucha permanente. Se puede desobedecer, ser "malo", en algunas cuestiones y momentos, y se puede ser "bueno", obedecer, simultáneamente en otros momentos y cuestiones diferentes. Por ejemplo, un proletario, una gran parte de la clase obrera, puede luchar contra su burguesía en lo económico y sindical, en lo salarial, pero puede ser obediente en lo político y en lo ideológico-cultural, aceptando y hasta colaborando con el explotador. Aun peor, pueden apoyar en mayor o menor grado las políticas racistas de la burguesía, las políticas de todo tipo contra las mujeres aplastadas por el sistema patriarco-burgués, y las políticas contra los pueblos que su Estado oprime nacionalmente dentro de sus fronteras oficiales o mediante su imperialismo externo. Estas y otras muchas variaciones se producen en la realidad cotidiana tanto en lo individual como en lo colectivo, sembrando el desconcierto y la confusión práctica entre las fuerzas revolucionarias porque desconocen teóricamente casi todo, o todo, de la dialéctica obediencia/desobediencia.
La intrincada complejidad de lo consciente e inconsciente, de lo racional e irracional en la dialéctica obediencia/desobediencia muestra su poder retardatario del avance humano precisamente en los períodos de crisis, en las fases prerrevolucionarias, en los cortos momentos de doble poder y de constitución del poder obrero, y en el período posterior a la instauración de la democracia socialista asegurada por el pueblo en armas, muy especialmente cuando esta dinámica se realiza dentro de una lucha de liberación nacional de clase y de sexo-genero en la que, por ello mismo, están activadas al máximo todas las fuerzas emancipadoras, conscientes y críticas, pero a la vez sus correspondientes e inevitables antagonismos irreconciliables, esos abismos oscuros de miedo y fanatismo que forman las "reservas reaccionarias" que laten a la espera de ser activadas por la burguesía. Esta misma complejidad funciona en las relaciones individuales, en la vida cotidiana en pareja, matrimonial y familiar, en las relaciones grupales de amistad, etc., en los momentos en los que se incuban y crecen las contradicciones interpersonales de manera imperceptible o poco latente al comienzo, pero que pueden llegar a niveles de confrontación muy fuertes.
En uno y otro nivel, en el colectivo y en el individual, la desobediencia siempre parte con desventaja, siempre tiene que asumir riesgos, tomar decisiones y mantenerse alerta en todo momento. La obediencia, por el contrario, tiene todos los recursos materiales y coercitivos del poder a su favor, especialmente dispone del apoyo incondicional de la ideología dominante, de la "síntesis social" de todas las maneras de justificación de la mansedumbre y del servilismo, con sus intereses egoístas e individualistas propios, de forma que la obediencia "sabe" en todo momento que le llevan a favor de corriente: la obediencia no bracea, no nada, es llevada por la corriente y con harta frecuencia ella se impulsa a sí misma buscando parecerse a la "figura del Amo" que tiene introyectada en sí misma. La desobediencia debe crear de la nada, o desde muy poco, todo su mundo de referencias y de argumentos, y sobre todo debe ser desobediente con su propia obediencia interna, mientras que la obediencia no tiene que romper con ninguna cadena porque ella misma es su propia cárcel, su carcelero y su felicidad.
¿Dónde radica entonces el carácter de necesidad de la desobediencia? Pues en el mismo hecho de la existencia de la especie humana que ha sobrevivido hasta el presente gracias a que una parte de ella ha desobedecido lo que la otra parte ha querido obligarle a obedecer. El llamado "progreso" no es otra cosa que la desobediencia plasmada en conquistas concretas, mientras que la obediencia sólo ha traído reacción y retroceso. Incluso la mayor excusa que tiene la burguesía para argumentar que el “progreso” es neutral y aséptico, obedeciendo sólo a la libre voluntad de los empresarios, incluso esta tesis queda desbaratada cuando descubrimos que todo avance tecnológico está destinado directa o indirectamente al maximizar el beneficio y a la vez debilitar al movimiento obrero, derrotándolo. Es la desobediencia práctica de la gente explotada la que obliga a la burguesía a aumentar sus inversiones en tecnología y por tanto en “progreso”, al acelerar la caída tendencial de la tasa media de beneficio.
Pero existe otra definición de progreso diferente a la dominante, la que plantea que el verdadero progreso es la reducción del tiempo de trabajo explotado y el aumento del tiempo libre, propio y creativo, un tiempo no esclavizado por la acumulación de propiedad privada en una minoría sino que liberado de esas cadenas y orientado hacia la multiplicación exponencial de las capacidades creativas multiformes y multilaterales de nuestra especie gracias a la posesión y administración colectivas de las fuerzas productivas socializadas. Capacidades potenciales, tendenciales, que no pueden estar nunca a ciento por ciento de su fuerza creativa porque ésta tiende a aumentar si existen las condiciones objetivas y subjetivas, si la desobediencia y la praxis están en lucha con la obediencia y la quietud, la inanición y la pasividad. Es esta lucha la que determina que el potencial creativo se estanque y hasta que retroceda, que sociedades enteras giren no al pasado, que nunca vuelve, sino a peores condiciones sociales de vida, a una vida más explotada, con menos tiempo propio y libre, y más tiempo del capital, tiempo asalariado, tiempo de otro, enajenado.
Básicamente, la desobediencia surge cuando se empieza a tomar conciencia de la necesidad/deseo de aumentar el tiempo propio y reducir el tiempo del explotador. Vivimos en un modo de producción en el que el tiempo es oro, en el que rige definitivamente la economía del tiempo de trabajo, en el que hasta los sentimientos amorosos, la fraternidad más desinteresada y la moral más humanista están podridas por la lógica del máximo beneficio en el mínimo tiempo posible. Desde el nacimiento hasta la muerte pasando por el orgasmo, todo está regido por la dictadura de la máxima rentabilidad económica, simbólica, sexual, cultural, etc., del tiempo de trabajo ajeno y propio. Bajo esta dictadura que lo envuelve todo desde fuera y todo lo estructura desde dentro, la obediencia es la forma más directa de sentirse cómodo en medio de la insoportable miseria real cotidiana, porque el placer que produce la obediencia anula el miedo a la libertad.
Un fugaz atisbo de conciencia de la necesidad/deseo de más tiempo crítico y creativo es ya en sí mismo un aleteo esperanzador de desobediencia siquiera pasiva, oculta, pero latente. Sólo los esclavos felices pueden malvivir algún tiempo sin sentir esa cosquilleante duda sobre si es posible o no trabajar algo menos para el Amo concreto y para la “figura del Amo”, más abstracta pero gravada a fuego en el terror a la rebelión. Los esclavos infelices ya empiezan a sentir más conscientemente esa duda, y su infelicidad surge de su impotencia práctica para vencer al Amo. Desde luego que por “esclavo” entendemos aquí no únicamente al que luchó con Espartaco, que también, sino sobre todo a la persona que depende absolutamente de un salario, que no tiene otra forma de supervivencia que la de vender su fuerza de trabajo a un burgués individual y a la clase burguesa en su conjunto.
Este esclavo moderno, asalariado, sufre mayores angustias y miedos irracionales que el antiguo porque, a diferencia de éste que no padecía ni la alienación ni el fetichismo mercantiles, sino la pura y descarnada opresión física, aquél, el moderno, ha sido creado como “ser humano libre” dentro de la total dictadura asalariada, dictadura física y psicológica, material e ideológica, consciente e inconsciente. El esclavo antiguo tenía enfrente al Amo físico, real, armado hasta los dientes y que recurría a la violencia en cualquier momento. El esclavo moderno, tiene enfrente al Amo físico, el empresario, pero desarmado e incluso “demócrata” y tolerante, que admite el “juego parlamentario” y que trata al trabajador como “ser humano”, no como un mero animal, un ex humano que ha perdido todos sus derechos al ser conquistado o comprado. La violencia capitalista, en apariencia, golpea y reprime pero exculpando al empresario y responsabilizando a las leyes y al “Estado de derecho”. De este modo, violencia represiva y explotación asalariada aparecen oficialmente separadas por la ley, ya que es un principio axiológico -pero falso y mentiroso- de la democracia burguesa que lo político está separado de lo económico. Peor todavía, el esclavo moderno tiene la “figura del Amo” dentro de sí mismo, en su irracionalidad miedosa y en su consciencia egoísta y consumista. Por esto, las cadenas que le atan son más efectivas, flexibles y resistentes, entre otras cosas porque muchos de sus eslabones no se ven a simple vista, están ocultos por la misma inversión de la realidad que logra el capitalismo.
Tales diferencias entre la explotación precapitalista y la capitalista determinan también las diferencias entre sus obediencias y desobediencias respectivas. Las condiciones de explotación, además de muy duras y que acaban con la vida de la inmensa mayoría de los y las esclavas en pocos años, estaban pensadas desde el principio para vigilar y controlar, para detectar cualquier riesgo de resistencia y de justicia esclava, imponiendo antes que nada la ruptura de toda unidad nacional, lingüística, cultural y familiar de las masas esclavizadas, mezclando a gentes de procedencias muy distantes, de lenguas y culturas muy diferentes para que no pudieran hablar entre sí, manteniendo siempre espías y chivatos, delatores, que eran recompensados con la suavización de las violencias que padecían, etc. Esto explica que, por lo común y a excepción de las grandes guerras revolucionarias antiesclavistas, la gran mayoría de las desobediencias de los esclavos antiguos fueran aisladas e individuales, escapadas al monte, a zonas no habitadas o habitadas por otros escapados, indolencia y pasividad en el trabajo impuesto, muy especialmente y ejecuciones o intento de ejecuciones de amos por parte de esclavos individuales.
Estas últimas prácticas desesperadas y suicidas aunque heroicas y loables porque la ejecución de un amo acarreaba atroces torturas hasta la muerte a manos de los otros amos asesinos, debían ser relativamente frecuentes porque la literatura y los datos históricos disponibles nos indican que los amos vivían bajo una permanente precaución ante la posibilidad de ataques esclavos, de la justicia popular aunque fuera ejercida individualmente. De cualquier modo, las luchas -“terrorismo” según la ley actual- y el resto de resistencias, en especial las grandes rebeliones armadas, no fueron totalmente inútiles porque los amos comprendieron la necesidad de suavizar algo las condiciones de explotación.
El “terrorismo” de los esclavos no fue el único aunque sí el más conocido pero vaciado de todo contenido revolucionario. Hubo otras muchas formas de desobediencia, como la de los campesinos libres explotados y empobrecidos hasta el extremo, que no dudaron en unirse a las rebeliones esclavas, pero que antes había sostenido feroces luchas de clase. Tampoco debemos olvidar las tenaces resistencias armadas de los pueblos a las invasiones de los imperios, de Atenas, Macedonia, Roma, etc., luchas sangrientas porque se jugaban la supervivencia colectiva e individual, y que se mantuvieron en forma de lucha guerrillera, piratería y bandolerismo en la medida de sus fuerzas. Se han estudiado los estrechos lazos entre las reivindicaciones naciones de muchos esclavos y esclavas y sus rebeliones armadas. Por no extendernos, también se han investigado las conexiones entre las masas, clases y pueblos oprimidos por Roma y las naciones “bárbaras” atacantes, lazos de colaboración para debilitar a los romanos desde dentro, colaborar con los “bárbaros” que objetivamente eran libertadores. Se produjeron muchos ajusticiamientos y ejecuciones de ricos esclavistas y latifundistas romanos a manos de esclavos y campesinos, que aprovecharon el derrumbe del poder imperial.
Aunque en la Edad Media europea el terrorismo religioso jugaba un gran papel en el acobardamiento y obediencia de las masas campesinas y artesanas, no por ello desaparecían las protestas, resistencias y luchas, pero eran desobediencias poco organizadas y sin unidad ni objetivos estratégicos precisos, si bien, con el tiempo y a partir de los siglos XIV-XV, simultáneamente a la expansión de la economía mercantil, empezaron a homogeneizarse y cohesionarse. Aun así, las desobediencias se expresaban de mil formas: desde el vagabundeo que rechazaba el trabajo impuesto y era propenso al bandolerismo, hasta las fiestas paródicas, la baja dedicación al trabajo campesino para el señor feudal y el obispo, las resistencias al pago de los impuestos, las periódicas protestas por los precios, las sectas religiosas que rozaban la herejía social, las luchas de los artesanos y gremios empobrecidos, las prácticas sexuales perseguidas por la Iglesia, etc.
De igual modo, en las nuevas ciudades que iban apareciendo, el poder comunal se dividió bien pronto en dos bloques antagónicos en su interior, pero unidos para defenderse de los ataques feudales y eclesiásticos, el papado y de los obispos, poderosos terratenientes. La historia de la lucha de clases urbana en Florencia desde el siglo XIII en adelante así lo confirma. Una lucha que fue surgiendo en todas las ciudades conforme aparecían en el resto de Europa, incluida la lejana Rusia. Unas luchas que llegaron a ser de una brutalidad totalmente “moderna”, como las habidas en la ciudad de Lyon, en el reino de Francia, pero que no se diferencia en nada en su ferocidad a las de los Estado-ciudad de la Grecia clásica. Conforme aumentaba el empobrecimiento y la explotación por un lado y, por el opuesto, la riqueza y el poder burgués asegurado por verdaderas “dictaduras parlamentarias” de las que las actuales “democracias” burguesas han aprendido mucho, aumentaban las diversas formas de desobediencia y, con el tiempo, las primeras revueltas sociales que tenían un inicial sustrato organizativo clandestino que preparaba la sublevación y la rebelión.
La desobediencia como necesidad surgía en estas situaciones de manera natural, sin tener que bucear teóricamente en las formas de ocultación de la dinámica explotadora, fuera la de los campesinos libres y empobrecidos, la de las masas y pueblos enteros esclavizados o explotados hasta su extenuación con tributos impuestos por el invasor, la de los siervos y artesanos, etc. Al basarse el poder explotador directamente en la fuerza militar, violencia opresora y miedo a la muerte, e indirectamente en el terrorismo cristiano que exigía la obediencia del dominado al dominante so pena de excomunión, es decir, dada la transparencia social, la desobediencia sólo debía enfrentarse al miedo en sus dos formas directas: el terror a la represión física inmediata a cargo del poder, que incluía la destrucción de la vivienda familiar cuando existía, la tala de bosques, la destrucción de las cosechas y de la tierra de cultivo, la muerte de los rebaños, etc., cuando no la tortura prolongadas deliberadamente, y el terror simbólico y religioso al insufrible dolor eterno, al infierno. Superado este obstáculo doble, la desobediencia tendía a transformarse en rebelión.
Publicado por
Pause
contiene 0
comentarios.