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LA COMPLEJIDAD/SIMPLICIDAD Y LA TEORÍA

Pero con el capitalismo las cosas se complican y a la vez se simplifican al aparecer en la escena histórica el fenómeno del fetichismo de la mercancía, que es la piedra angular y basal de la alienación. Hay que advertir desde el principio, que no existe contradicción entre que las cosas se simplifiquen y a la vez se complejicen ya que, por un lado, la complejización indica que la extracción de plusvalor se realiza ya en la totalidad del sistema social, en la mercantilización de absolutamente todo, desde los sentimientos más personales e íntimos hasta las zonas más remotas del cosmos y de la naturaleza, pues el imperialismo quiere apropiarse ya no sólo de las reservas de la Tierra sino del Universo entero para ponerlas a disposición del beneficio burgués; pero, por otro lado, esta multiplicación exponencial de las formas de explotación no hace sino sacar a la superficie la realidad última del capitalismo: que la especie humana es reducida también a simple fuerza de trabajo que se compra, se agota hasta la extenuación, se desecha y abandona a su miseria o se vende al mejor postor. Fuerza de trabajo que no tiene otra forma de sobrevivir que la de aceptar su nueva esclavización asalariada.

La dialéctica entre complejización y simplificación en el capitalismo explica que la desobediencia anticapitalista tenga, al principio, más dificultades en emerger notoriamente, a la calle, a la acción pública y directa, mostrándose inicialmente de manera distorsionada y equívoca, muchas veces bajo formas patológicas, psicosomáticas, que en realidad indican el profundo malestar social existente. En los modos de producción precapitalistas, las desobediencias correspondientes aparecían con más facilidad una vez superado el doble obstáculo del terror físico a la muerte y del terror psíquico al tormento eterno en el infierno, porque la “figura del Amo” era más débil que en el capitalismo. Ahora bien, en la medida en que éste ha creado su propia “figura del Amo” anclándola con mucha más hondura en la estructura psíquica de las masas explotadas gracias al fetichismo de la mercancía, en esta medida la desobediencia anticapitalista tiene más dificultades para subir a la superficie. Pero, una vez logrado esto, que es más frecuente de lo que sospechamos, tiene más facilidad para construir una teoría revolucionaria que muestre sus objetivos, que elabore su estrategia y sus tácticas correspondientes.

La simplificación impuesta por la explotación capitalista facilita sobre manera que la desobediencia se asiente en la teoría revolucionaria, porque llegados a este nivel las raíces de la explotación, la opresión y la dominación son más fáciles de investigar teóricamente. Sin embargo, la complejización facilita que la obediencia capitalista sea inicialmente más fuerte, lo que puede abortar muchas protestas antes de que se formen en la praxis consciente, reforzando la imagen externa pero falsa de “paz social”, de “normalidad”, de “tranquilidad democrática” cuando, en el fondo, bulle el malestar informe e impreciso, o a lo máximo subconsciente, entre las clases explotadas. Este choque entre la simplicidad y la complejidad es el que exige la intervención de la teoría revolucionaria, del marxismo, para desvelar el manto de ideología que trastoca la visión crítica de la realidad, que la invierte. Sin teoría es imposible desentrañar la interacción entre las dificultades de la toma de conciencia para elaborar la desobediencia, y la facilidad que empero ofrece el hecho de la explotación objetiva.

En los modos precapitalistas, las clases dominantes sabían que estaban sentadas sobre un volcán a punto de estallar y si bien desarrollaron una astuta política del palo y la zanahoria, carecían del poder alienante del fetichismo y de una “figura del Amo” tan eficaz como la desarrollada por el capitalismo. La burguesía sabe que vive sobre un polvorín, que no sólo sobre un volcán, y si bien dispone de una obediencia más eficaz que las anteriores clases dominantes, empero le carcome un miedo cualitativamente superior al de las precapitalistas: el miedo al comunismo, es decir, a la extinción histórica de la propiedad privada y del tiempo asalariado. Su miedo es muy razonable porque, bien mirado, en cada protesta mínimamente seria que se produce en el capitalismo anida una crítica de la propiedad privada y del tiempo asalariado, en cualquiera de las formas en las que se presente, incluso en las más distantes en apariencia de los problemas de la propiedad y del tiempo. Sea la protesta que sea, al final siempre aparecen estos problemas por la sencilla razón de que son los que estructuran y vertebran toda la existencia capitalista, pero a condición de que haya intervenido la acción crítica de la teoría como parte esencial de la praxis.

Sin esta acción teórica, la dialéctica de la praxis se rompe en sí misma y no sirve de nada que la propiedad y el tiempo burgués aparezcan como los enemigos a batir porque, en esos momentos o antes incluso, la burguesía activa la “reserva de reacción” de que dispone, y que mantiene en adaptación periódica sin abandonar determinados componentes heredados del pasado. La insistencia del marxismo en la necesidad imperiosa de la teoría se basa en que sólo la interacción entre la mano y la palabra puede lograr que la desobediencia sea el momento crítico en el que lo inconsciente empieza a ser consciente, lo irracional empieza a ser racional y, en esa misma dinámica, se inicia el cuarteamiento y el desplome de la “figura del Amo”. Sin la conciencia revolucionaria la “figura del Amo” seguirá dominando, más o menos dañada según sea la solidez crítica menor o mayor de la conciencia en expansión, pero seguirá frenando el avance de la libertad.

El marxismo ha insistido desde sus orígenes que el problema radica en la propiedad de las fuerzas productivas y en el control social de la economía del tiempo de trabajo. Toda la experiencia posterior ha confirmado la corrección de esta tesis ya que miremos por donde miremos, siempre cualquier protesta o resistencia embrionaria termina enfrentándose al problema de saber quién, por qué y para qué tiene la propiedad y controla el tiempo, impone su tiempo e impide que los demás puedan desarrollarse. Solamente la crítica teórica puede mostrar que debajo de la explotación de la mujer está el hecho de que ésta es una propiedad privada del hombre que disfruta y usa de su fuerza sexo-económica para su beneficio en todos los sentidos de la palabra. Otro tanto hay que decir sobre cómo el Estado que oprime nacionalmente a otros pueblos piensa que son propiedad suya, que le pertenecen para siempre por derecho de conquista militar, de superioridad cultural y civilizacional, etc. Y la burguesía piensa que el proletariado es propiedad suya mientras esté cumpliendo con su “contrato laboral”. Como vemos, aquí se entrelazan tres sentidos y contenidos de la propiedad privada sucesivos en el tiempo: la patriarcal, la de opresión nacional y la capitalista, por este orden de aparición histórica.

Solamente la teoría puede explicar en cada una de estas instancias la compleja interacción de factores históricos, sociales, económicos, políticos, culturales, sexuales, nacionales, etc., que dan cuenta de las estructuras de explotación que en el presente y bajo el control del capitalismo como modo de producción dominante, oprimen y dominan a las mujeres, a los pueblos y a las clases trabajadores como partes que forman la humanidad trabajadora en su conjunto. En cada una de las explotaciones concretas y particulares, la teoría debe saber explicar su devenir interno y su presente, así como prever su tendencia evolutiva, y explicarla con cuanta paciencia pedagógica haga falta para que sus aportaciones calen entre las gentes explotadas. Pero a la vez, la teoría debe producir una síntesis general que muestre la coherencia del capitalismo alrededor de la extracción de plusvalor y su transformación en plusvalía y en beneficio, y que muestre cómo la solución radical de todo ello pasa por la determinación política de expropiar a la burguesía y socializar las fuerzas productivas materiales y simbólicas.

Ahora bien, la teoría debe ser consciente de que el arma de la crítica, lo que ella hace, tiene un límite que no es otro que el de la acción contrarrevolucionaria, es decir, el del poder represor del Estado burgués. La teoría sabe que el arma de la crítica apenas sirve si no deja paso a la crítica de las armas. La teoría sabe que la desobediencia, si bien necesaria, imprescindible, apenas sirve si está coja y manca, si no puede demostrar su fuerza social, material. Estamos hablando del tránsito que se recorre de la desobediencia como necesidad a la rebelión como derecho.

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