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LA TORTURA COMO PARADIGMA DEL ORDEN

Pero tenemos otro ejemplo aún más demoledor sobre la necesidad imperiosa que tiene el poder de lograr la máxima “precisión psicológica”. Nos referimos a la tortura en cualquiera de sus formas, desde las atroces y brutales, asesinas, hasta las que se esconden tras los eufemismos de “blancas” y “blandas”, “malos tratos”, “interrogatorios especiales”, etc. Es sabido que la tortura psicológica es uno de los componentes inevitables de la tortura en general debido a la unidad psicosomática del ser humano. El movimiento democrático TAT ha detallado nada menos que 16 métodos psicológicos de tortura: impedimento de la visión; restricciones o supresión de las necesidades básicas; amenazas; humillaciones; insultos y descalificaciones; juego del policía bueno-policía malo; obligatoriedad de elegir entre los distintos métodos de tortura y departir sobre la tortura; tortura sexual; apelación a la imaginación; crear sentimientos de culpabilidad; simulacro de tortura; exponer a la persona detenida a los gritos/ver a otras personas detenidas que están sufriendo torturadas; cambios bruscos de temperatura; utilización de drogas; agresiones sonoras, y agresiones de luz, practicados por las diversas policías españolas, Policía Autonómica, Policía Nacional y Guardia Civil.

La participación de psicólogos profesionales en la tortura es conocida desde antiguo, y el imperialismo está haciendo esfuerzos tenaces por normalizas y legalizar su actuación precisamente recurriendo al argumento de la “precisión psicológica” para impedir males mayores: es decir, precisar el momento crítico en el que hay que suspender la tortura o pasar a otro método más “suave” para evitar su muerte o efectos irreversibles. Tiene toda la razón X. Makazaga cuando confirma que:

“No es de extrañar, pues como afirma Elena Nightingale, co-editora de una excelente antología de ensayos sobre médicos y tortura publicada en 1985, “The Breaking of Bodies and Minds”, “La Ruptura de Cuerpos y Mentes”, éstos son tan solicitados porque «la gente cree y confía en ellos, lo cual es muy útil para los torturadores, y porque saben cómo mantener vivos a los torturados, de modo que puedan extraerles más información»”. La ruptura de mentes y cuerpos forma una unidad que responde a la previa unidad psicosomática del ser humano y de la misma forma en la que el médico-forense supervisa la “precisión física”, el psicólogo la psicológica. Esta cuestión está siendo debatida y cuestionada por los psicólogos demócratas en los EEUU impresionados además de por el terror aplicado cada vez más en los EEUU, también por la legitimidad dada por el presidente Bush a la atrocidad socializada que contiene esta frase: “El asistente del fiscal general del régimen estadounidense declaró públicamente y sin vueltas que “ninguna ley puede impedir al presidente que ordene torturar a un niño sospechoso detenido”.

La “precisión psicológica” no se aplica sólo en la tortura normalmente entendida, sino también en todas aquellas formas de manipulación subconsciente e inconsciente de las personas que utilizan directa pero ocultamente técnicas aprendidas gracias a la práctica de tortura psicosomática. David M. G. reflexiona muy críticamente sobre la función de la escuela conductista en la forma de tortura psiquiátrica institucionalizada en el Estado español:

“Desacreditado el padre del psicoanálisis y considerado hoy por algunos sectores un cocainómano tan visionario como desequilibrado; transformados los adalides de la antisiquiatría en meros cerrajeros de los internados siquiátricos, la asistencia psicológica oficial de este país se basa de manera troncal en la psiquiatría farmacológica conductista, como vehículo de recuperación e integración social del enfermo mental, consideración ésta que se aplica arbitrariamente a individuos con patologías somáticas cerebrales, a drogodependientes y a personas que por uno u otro motivo presentan una conducta asocial o desintegradora. Incapaz de proporcionar alternativas reales a una forma de vida altamente competitiva y de vertiginosos cambios en el modelo social y en las relaciones personales, el Sistema Público de Salud Mental aboga por los psicofármacos para librarse de los elementos problemáticos o inadaptados y los condena al hacerlo a una vida vegetativa, restrictiva de sus capacidades intelectuales y emocionales. Los psiquiatras se convierten así en otro tipo de policía del Sistema, vigilante y represiva con los derechos individuales, abolidos estos en aras de una supuesta armonía colectiva, cuya finalidad no es otra que la homologación eficaz de las conductas con el mínimo esfuerzo y al más bajo coste. (…) El método de sustitución difiere principalmente de los reactivos tradicionales en que no ofrece castigo ni recompensa aparentes. Aun dejados los vicios por el supuesto enfermo, el protocolo sigue adelante durante el tiempo estimado por los psiquiatras, lo que da lugar a una total desorientación y la convicción extrema de que realmente estás muy enfermo y deberías cambiar de vida urgentemente”.

Como veremos ahora mismo, la “total desorientación” de la persona sometida a la tortura psiquiátrica realizada mediante la escuela conductista viene a ser lo mismo que la desorientación del comprador sometido a las técnicas manipuladoras del vendedor, y “la convicción extrema de que realmente estás muy enfermo y deberías cambiar de vida urgentemente” no se diferencia en nada de las sensaciones de insatisfacción, frustración, fracaso vital, etc., que termina padeciendo el comprador como antesala de su claudicación definitiva ante el vendedor. Veremos que psiquiatra, torturador y vendedor recurren a las mismas técnicas psicosomáticas de presión y chantaje. En efecto, la naturaleza fuertemente emocional del acto de comprar ha sido estudiada también en sus estrechas conexiones con los métodos de la llamada “tortura blanca”, o con lo que es similar, el papal del “policía bueno” que se gana la confianza del torturado rompiendo su resistencia consciente mediante el acceso a sus emociones profundas. D. Rushkoff ha dicho que: “Igual que el interrogador de la CIA evalúa las características psicológico-emocionales y geográfico-culturales del sujeto, el vendedor de coches reúne información durante la etapa previa a la aproximación mediante un proceso denominado blueprinting (…) un buen vendedor evita inicialmente el tema de los coches y, a través de lo que aparenta ser amistad, llega al núcleo del asunto: la vida emocional del cliente potencial”.

Penetrar en la vida emocional del sujeto, descubrir sus puntos débiles, sus ansias, angustias y deseos inconscientes o inconfesables en un primer momento, es la base previa para anular su capacidad crítica y su consciente evaluación de los problemas subjetivos y objetivos en los que vive inmerso. Dominando sus emociones, guiándolas, el comprador, o el político, controla la docilidad y la obediencia autómata e inconsciente del comprador, de la torturada, del votante, o del miembro de base de su partido u organización. Se ha estudiado mucho más el proceso de la manipulación psicológica del comprador que la de la torturada, el votante y militante, y algunas teorías defienden que la decisión de compra es en un 90 por ciento emocional, de la misma forma que una buena cantidad de votos son más emocionales que racionales, y que la tortura en cualquiera de sus formas, también la tortura doméstica invisible que padecen millones de mujeres, tortura doméstica que llega a utilizar todas las técnicas conocidas con efectos demoledores sobre las mujeres que las padecer que apenas se diferencian de los que padecen las torturadas “oficialmente”.

D. Rushkoff continúa afirmando que: “Cuando el vendedor de coches consigue que el cliente se sienta insatisfecho con su propio vehículo y el estilo de vida que representa, intenta conducirlo al mismo estado de emoción suspendida que persigue el interrogador de la CIA (…) Se produce una pérdida momentánea de consciencia, durante la cual el proceso racional y los mecanismos de defensa del cliente han sido anulados (…) Si la respuesta es positiva, el vendedor introduce al cliente potencial en la tercera fase: obtener una confesión o, según la jerga de los vendedores: el cierre. Incluso la forma como se enseña el concesionario está pensada para provocar la obediencia del cliente. Se le dice dónde ir, cómo caminar y dónde sentarse. Según un manual de ventas, el vendedor debe ofrecer café al cliente aunque a éste no le apetezca: “No le preguntes si quiere una taza de café, simplemente pregúntale cómo le gusta tomarlo”. De esta manera, el cliente aprende a obedecer y, debido a su temor y desorientación respecto al negocio de las ventas, acepta las órdenes y su invitación implícita a retroceder al estado de seguridad de la infancia”.

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