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LA PRAXIS COMO ALTERNATIVA

La única respuesta efectiva a esta pregunta no es otra que el ahondamiento, extensión e intensificación de la praxis. De hecho, esto es lo que la humanidad ha venido haciendo desde hace milenios. En el principio fue la acción, dijo Goethe; y esta acción fue más desobediente que obediente. He razonado esta afirmación en otros textos y no me extiendo ahora. Digo que es la única respuesta porque tarde o temprano la obediencia sistemática termina chocando con la desobediencia, su opuesto irreconciliable con el que, empero, mantiene una unidad dialéctica irrompible mientras duren las condiciones estructurales que generan ese conflicto. La praxis como permanente interacción entre la mano y la menta, la acción y el pensamiento, el hecho y la palabra, aparece como la exclusiva posibilidad de romper esas condiciones estructurales, ya que, de suyo, la obediencia se caracteriza por tener un fondo dogmático.

Precisamente, han sido las corrientes dogmáticas dentro de lo que definen impropiamente como “izquierda” –socialdemocracia, stalinismo y eurocomunismo, básicamente-, las que, por un lado, se han mostrado incapaces de realizar un combate sistemático y radical contra la obediencia y, por otro lado, se han mostrado incapaces de comprender la dialéctica entre las denominadas “condiciones objetivas” y “condiciones subjetivas”, o en otros términos, entre la denominada infraestructura económica y la superestructura ideológica. La incapacidad para comprender la dialéctica obediencia/desobediencia surge del mecanicismo determinista que sólo valora lo objetivo y lo socioeconómico, negando su interacción permanente con lo subjetivo e ideológico, por llamarlos de algún modo. Rota dicha dialéctica, los mecanicistas y deterministas han derivado rápidamente a la primacía de la obediencia, y a la represión de la desobediencia.

Mas no debemos cometer el error de creer que éstas son las únicas razones a favor del autoritarismo, también y junto a ellas, ha intervenido e interviene de forma decisiva la degeneración como casta burocrática separada de las clases trabajadoras, ya sea dentro del sistema capitalista en cuanto bloque político-sindical reformista interesado vitalmente en no perder sus puestos y en no arriesgarse en “aventuras radicales”, ya sea como casta burocrática que controla el Estado obrero degenerado y que va evolucionando paulatinamente hacia la reinstauración del capitalismo y su simultánea transformación de casta burocrática todavía no propietaria oficial y legalmente de las fuerzas productivas, en clase burguesa propietaria a título privado de las fuerzas productivas, ya de forma oficial y hereditaria.

Insisto en el papel crucial de la praxis frente a la obediencia porque aquella es eminentemente dialéctica, es decir y parafraseando a Marx, es crítica y revolucionaria por esencia, no se deja intimidar por nada, no admite lo eterno e inmutable, sino que afirma lo perecedero, la negación y muerte forzosa de todo lo que existe, y es por ello el azote y la cólera de la burguesía y de sus portavoces doctrinarios. Por tanto, obediencia y dialéctica, obediencia y praxis son irreconciliables. Marx detestaba especialmente el servilismo y la sumisión, la lucha era su ideal de felicidad, sus héroes eran dos revolucionarios como Espartaco en lo material y Kepler en lo intelectual, su máxima era “Nada de lo humano me es ajeno”, y “Hay que dudar de todo” su divisa predilecta.

Es indudable, por tanto, que la praxis es una totalidad en acción y en pensamiento en la que intervienen todas las facetas de la vida humana, sea de forma consciente o de manera inconsciente, como los propios Marx y Engels afirmaron más de una vez. Así, la desobediencia como praxis es uno de los componentes de su dialéctica entre lo ético, lo político, lo estético, lo económico, etc.; pero insistiendo siempre que esa totalidad debe girar siempre alrededor de la acción política revolucionaria como la síntesis de las contradicciones sociales causadas por la propiedad privada de las fuerzas productivas.

Llegados a este nivel en el que apreciamos la interacción entre todos los componente de la praxis colectiva e individual, no podemos por menos que enfrentarnos al problema de las relaciones entre el complejo universo compuesto por la psicología, psiquiatría, psicoanálisis, con sus inacabables especializaciones, corrientes y hasta sectas enfrentadas, y ese no menos complejo mundo del marxismo. Desde luego, este es un debate que nos superar aquí y al que no podemos entrar. Sin embargo, conviene decir que es precisamente en el tema de la dialéctica como método en donde encontramos el eje separador entre lo reaccionario y lo revolucionario. No es casualidad, en modo alguno, que Castilla del Pino dedicara un denso capítulo a las relaciones entre la dialéctica y el psicoanálisis del propio Freud, mostrando cómo a pesar de sus limitaciones en este sentido, en realidad: “Freud hace dialéctica sin saberlo”.

Tampoco es casualidad que R. Osborn, fijándose en el aspecto complementario, sostiene precisamente en su capítulo sobre la dialéctica, que el error de un marxismo mecanicista y “objetivista” puede superar mediante el aporte de Freud sobre el papel de lo inconsciente. Del mismo modo, la investigadora F. Moreno dedica un capítulo entero de su libro sobre E. Fromm, autor que nos ayudará más adelante, al carácter dialéctico de la naturaleza humana y unas páginas muy esclarecedoras tanto a la dialéctica marxista de Fromm como al papel de la praxis, definiéndola como “la médula de la historia” porque es “consciente, social, universal y libre”.

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