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CONSTANTES, CAMBIOS Y TEORÍA
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La tendencia al aumento de las corrientes fascistas y neofascistas, de los movimientos reaccionarios, etc., ya venía siendo discutida con antelación entre las izquierdas. Por ejemplo, y sin extendernos, a finales del siglo XX S. Bologna escribió una interesante actualización de las ideas de T. Geiger de los años ’30, sobre la problemática de la llamada “clase media”, tan decisiva en la expansión del nazifascismo, mostrando cómo la racionalidad positivista de los intelectuales provenientes de esta “clase media”, que otorgaba a la racionalidad “un poder que no posee”, había fracasado ante las fuerzas irracionales reactivadas por la larga crisis estructural del capitalismo, crisis que culminó en la guerra mundial de 1939-45. La pertinencia de semejante actualización era innegable a finales del siglo XX porque la ofensiva reaccionaria del imperialismo a escala mundial estaba actualizando deliberadamente todos los mecanismos de manipulación psicológica de masas, en especial dentro del amplio espacio social formado por la nueva pobreza, la depauperación y la precarización que afectaban cada vez más a las “clases medias”, que no sólo al proletariado industrial en su sentido clásico.
En los mismos años en la que S. Bologna retrocedía en su investigación seis décadas para encontrar algunas constantes históricas que iluminaran parte de los problemas de finales del siglo XX, A. De Giorgi publicaba su esclarecedora investigación sobre los cambios que el tránsito del fordismo al posfordismo estaba determinando, junto a otras causas, una readecuación de los controles sociales en el sistema capitalista. De las muchas aportaciones que hace, ahora sólo nos podemos centrar en sus ideas sobre cómo no sólo son las clases trabajadoras las afectadas por las novedades introducidas por el capitalismo, sino también las “clases medias”, pero muy especialmente nos interesa todo lo relacionado con su afirmación de que a raíz de tales cambios: “Domina la incertidumbre (…) una inseguridad difusa, en una crisis de representación política, en una crisis de identidad”. Sabemos, tras todo lo expuesto, que las crisis de identidad, la inseguridad e incertidumbre, la crisis política, etc., son especialmente propicias para la reactivación de la “reserva reaccionaria” que dormita en los decenios de calma y tranquilidad. Incluso, que la inseguridad sea difusa, sin contornos precisos e inconcretos, la falta de certidumbre que todo ello acarrea generaliza la angustia y el miedo, y con ello predispone a la obediencia y a la docilidad servil.
Uno de los objetivos más buscados por el sistema represivo nazifascista con su aleatoriedad fríamente calculada, era ni más ni menos que mantener a las poblaciones en la inseguridad difusa permanente ya que la represión salvaje podía golpear a cualquiera, aunque no hubiera hecho nada, o precisamente por eso mismo mismo. Más adelante, nuestro autor, al hablar sobre “control y terror”, dice: “La creciente demanda de protección, que ha favorecido el nacimiento de un verdadero mercado de la seguridad, constituye un índice significativo de la difusión social de un vocabulario motivacional de la precariedad y el miedo”. Aquél objetivo se ha hecho presente en otro definido como el de “explotar la histeria”, la angustia y el miedo en las masas ante las nefastas consecuencias sociales de la política neoliberal de liquidación de los derechos colectivos y de las prestaciones públicas.
D. Ladipo estudió en profundidad la táctica de manipulación de la histeria social por la burguesía yanqui con la consiguiente industrialización privada de todo el proceso represivo, etc., dentro de la dinámica global de autoritarismo neofascista yanqui. Una de las aportaciones de esta buena investigación fue la de mostrar precisamente cómo la política burguesa de “explotar la histeria” social termina, empero, azuzando las contradicciones inherentes a la dialéctica obediencia/desobediencia en el sentido de potenciar la reaparición de los colectivos críticos que se movilizan conscientemente contra la política dominante.
Simultáneamente, en el Estado francés la casta intelectual giraba hacia la reactivación de una parte de los próceres ideológicos del nazifascismo. En el contexto de retroceso teórico, ético y político impuesto por tal giro a la derecha, fueron muy pocas las personas que se atrevieron a defender los valores de la rebeldía, desobediencia e independencia del pensamiento crítico. En un diálogo público entre G. Grass y P. Bourdieu sobre dicha involución, el primero declaró su fastidio por “La fascinación por Jünger y Heidegger entre los intelectuales franceses” y la vuelta al público de este país del “pensamiento sombrío que tuvo consecuencias tan fatídicas en Alemania”. Por su parte, Bourdieu no tuvo reparos en decir que: “después de oponerme claramente al nuevo culto a Heidegger, estuve muy aislado. No ha sido placentero ser un francés empeñado en mantener la fe en la Ilustración en un país que se precipita de cabeza al oscurantismo moderno”.
La denuncia de Bourdieu del cerco que había sufrido por rechazar el oscurantismo moderno fue uno de los decrecientes actos de resistencia a la progresiva integración de la casta intelectual en la lógica de la “figura del Amo”. Fue además de sobre otras bases sociales, también sobre esta expansión del prestigio intelectual del “pensamiento sombrío”, reaccionario y con dosis de irracionalidad, que en el Estado francés triunfó la derecha más reaccionaria dando el gobierno a Chirac, definido como “un saco apestoso de corrupción política”, en medio de una alta tensión pública artificialmente creada y que llegó a la aparición de soldados con metralletas en las estaciones de ferrocarril para garantizar el orden.
Incluso, dentro de una “ciencia social” tan conservadora y legitimadora del capitalismo como es la sociología, había surgido algún investigador que ya en 2002 planteó desde el reformismo inherente a esta “ciencia” ciertas inquietudes sobre “la involución a escala mundial”, la reaparición del culto al líder y el problema del neofascismo, definido éste como “una compleja mezcla de fascismo, fanatismo religioso y simple matonismo”. También en estos años R. Fernández Durán, tras analizar las transformaciones que se daban en el capitalismo mundial y las respuestas de sectores sociales dentro de los “países centrales”, que se distanciaban parcialmente de la política oficial, afirmó con razón que esta tendencia estaba contrarrestada por la contraria, la del autoritarismo, “ante el temor de escenarios futuros de inseguridad en ascenso, estos sectores apoyan sin vacilación las estrategias de endurecimiento de los Estados que les venden “seguridad” (guerra contra el “terrorismo”, lucha contra la inseguridad ciudadana, criminalización de la pobreza, lucha contra la inmigración), es decir, distintas versiones de la “guerra global permanente”.
Desarrollando la tesis de la guerra global, R. Vidal Jiménez opina que: “En este mundo-espectáculo, la resistencia contra la dominación es “un acto de terrorismo”, con lo que la legítima pretensión de autonomía política y económica te transforma, al menos, en un “radical” o en un “extremista”. En esta sociedad mundial autosimulada, la recta obediencia, la aceptación incondicional del orden impuesto, tiene, por tanto, un premio: la adjudicación del adjetivo elogioso de “moderado”. Un adjetivo cuyo precio es asumir las consecuencias inevitables de esa nueva economía política (global) de la guerra”. Por no extendernos, R. Bergalli explicó cómo el tránsito del fordismo al posfordismo suponía también el avance del control social basado en las disciplinas al basado en el control punitivo, en el que acentúa aún más el castigo, la represión y el miedo.
Si nos fijamos, vemos que la táctica de palo y zanahoria no ha desaparecido del todo aunque escorada abiertamente hacia la represión. La zanahoria consiste en no ser criminalizado como “terrorista” si se obedece, si se cumple con las exigencias del “juego democrático”, siendo entonces premiado con el salvoconducto provisional de “moderado” en el mejor de los casos. Para aumentar la efectividad del método escorado hacia el palo, se incrementa a política de desarrollo del miedo social de masas y sus estrechas relaciones con el poder burgués, como estamos viendo. Un ejemplo de lo dicho lo tenemos en el aumento de la criminalización de las fiestas juveniles que desbordan la tolerancia del sistema porque cuestionan parcial o totalmente la producción de jóvenes obediente y el marco urbano, material y simbólico en el que se realiza, y lo mismo hay que decir de la represión de las fiestas populares que se realizan en las naciones oprimidas por el Estado español, por citar otro ejemplo característico de lo que se esconde dentro de los controles punitivos.
Especial importancia tiene en esta tendencia involutiva la fusión del fundamentalismo cristiano con las diversas variantes de la ideología fascista, dando forma a movimientos reaccionarios actuales que tienen claras conexiones con los de hace seis y siete décadas. C. Hedges ha rememorado la valía contemporánea de las advertencias que hace muchos años le hiciera J. L. Adams, su profesor de ética, que había conocido detalladamente las relaciones entre el cristianismo y el nazismo:
“Adams comprendió que los movimientos totalitarios se aprovechan de la profunda desesperanza personal y económica. Llamaba la atención sobre el hecho de la desaparición de puestos de trabajo en las fábricas, sobre el empobrecimiento de la clase obrera estadounidense, y sobre la destrucción física de comunidades enteras en los enormes, desolados y decadentes suburbios urbanos que estaban deformando rápidamente nuestra sociedad. El actual ataque contra la clase media, que vive ahora en un mundo donde todo lo que puede colocarse en programas de ordenador puede fabricarse fuera, le habría horrorizado (…) La derecha cristiana ha atraído a decenas de millones de estadounidenses (que se sienten verdaderamente abandonados y traicionados por el sistema político) desde un mundo basado en la realidad a otro mágico, hacia fantásticas visiones de ángeles y milagros, a una creencia infantil en que Dios tiene planes para ellos y Jesús los va a guiar y proteger. Esta visión mitológica del mundo, que considera inútil la ciencia y los interrogantes objetivos, que predica que la pérdida del trabajo y del seguro de enfermedad no tienen importancia mientras uno se encuentre en buenas relaciones con Jesús, ofrece un falso y sólido mundo que se enfrenta a los anhelos emocionales de sus desesperados seguidores ante la realidad (…) Adams vio en la derecha cristiana (mucho antes que nosotros fuéramos conscientes de ello) semejanzas perturbadoras con la Iglesia Cristiana de Alemania y el partido nazi, semejanzas que, decía, en el caso de inestabilidad social prolongada o crisis nacional, podrían ocasionar el auge de los fascistas estadounidenses”.
Podemos ahora comprender la importancia del estudio de S. Bologna sobre cómo el tránsito del fordismo al postfordismo está zarandeando muy duramente a las “clases medias” y a las clases trabajadoras en su conjunto, facilitando la reactivación de comportamientos sociopolíticos que, en apariencia, van en contra de la racionalidad positivista, la misma que entró en quiebra en los años ’30 con el auge nazifascista según hemos visto antes. Si bien el análisis de S. Bologna tiene la debilidad de que no integra plenamente el accionar del “complejo subjetivo” en la vida sociopolítica, cultural y económica, aunque late en el fondo, tiene empero la virtud de que reconoce la decisiva responsabilidad del reformismo socialdemócrata y poscomunista en el “proceso de desmaterialización del lenguaje político”, es decir, en la desaparición del contenido teórico radical de la política en los decisivos años de la imposición de la forma posfordista de acumulación de capital. Según este autor: “la tarea de la “izquierda crítica” sería contraponer a esta desmaterialización del lenguaje político lo concreto de las relaciones de producción, en las que ética, estética y derecho no se separan de la dinámica social, sino que cobran vida en ella”.
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