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ACTIVAR LAS “RESERVAS DE REACCIÓN”
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La manipulación de la ansiedad de placer que tiene el masoquista cuando depende de la autoridad sádica, así como los otros dos mecanismos de escape, constituyen este arte que juega con el miedo y con el deseo, dialécticamente unidos, y que ha sido una técnica social que el poder explotador ha usado con insistencia. F. Neumann realizó una brillante investigación al respecto mostrando cómo la manipulación política de la ansiedad colectiva y del miedo social ha sido una de las razones de las masivas respuestas reaccionarias orientadas contra “enemigos exteriores”, contra “conspiraciones” internas y externas destinadas a acabar con el orden y la ley. Neumann hizo un listado de conspiraciones desde el inicio del siglo XVII: la de los jesuitas, la francmasona, la comunista, la capitalista, la judía, concluyendo muy acertadamente con la tesis de que “el mundo se ha hecho más susceptible al crecimiento de movimientos de masa regresivos”. Miedo y ansiedad que buscaban en el dictador la reencarnación protectora de la imagen mítica de la autoridad paterna a la que se obedece sin condiciones.
En el tercio de siglo transcurrido desde que Neumann escribió estas palabras hemos asistido a la creación de nuevas “conspiraciones” exteriores e interiores que, sin romper en absoluto con la lógica de lo expuesto, sino confirmándola, han ampliado los objetivos a criminalizar, perseguir y exterminar por los movimientos reaccionarios. Si mayores precisiones ahora, al poco del hundimiento de la URSS el imperialismo yanqui difundió la tesis del “choque de civilizaciones” como antesala de la criminalización del islamismo, de todo el llamado “eje del mal”, y del denominado “terrorismo mundial”, que es una especie de saco sin fondo en el que cabe de todo, desde el narcotráfico todavía no controlado por el imperialismo hasta las FARC y otros movimientos de liberación nacional, pasando por las masas de emigrantes clandestinos. La ola de racismo que avanza por el supuesto “occidente democrático” va unida a la oleada represiva en lo social y en lo clasista, a la multiplicación de la omnipresencia policial y a su militarización.
Se debe insistir en que por debajo de los cambios y de las novedades que se han producido en los últimos decenios, e incluso desde inicios del siglo XVII, por admitir la fecha dada por Neumann, en el interior de estos procesos se mantiene empero una continuidad esencial en lo básico determinada por la continuidad de las contradicciones inherentes al capitalismo. Es esta realidad de fondo la que determina que periódicamente resurjan comportamientos de masas como los que estamos analizando, y que permanentemente exista una especie de “reserva reaccionaria” más o menos inactiva pero siempre expectante, que funciona en la cotidianeidad y hasta en niveles de la vida pública, formada por ese ramificado y polifacético universo de obediencias, sumisiones, angustias y miedos, magma irracional manipulable por el poder y que no siempre necesita de un líder carismático, del cesarismo ni de la dictadura para expresarse. No hay que despreciar la alta capacidad de las sociedades capitalistas “democráticas” y “normales”, con sus sistemas político-parlamentarios y sus “derechos civiles”, para reactivar las “reservas de reacción” latentes en la estructura psíquica de masas. La civilización burguesa puede recurrir a las viejas tácticas del cesarismo pero también a las modernas de la rotación periódica de los “gobiernos democráticos” elegidos electoralmente, para reactivar total o parcialmente la reserva de reacción autoritaria.
Bien es cierto que nunca se trata de una incitación mecánica, de un plan perfecto que funciona de maravilla, porque el inconsciente colectivo, no en el sentido jungiano, tiene una autonomía apreciable y sus propios ritmos, y que sobre todo está minado por las contradicciones sociales objetivas; pero siendo esto verdad, también lo es que los Estados prestan especial atención a las técnicas de manipulación de la llamada “opinión pública”, que es una de las capas superficiales del magma de reserva reaccionaria. Por ejemplo, con respecto a la historia de los EEUU, D. Harvey ha escrito que este país:
“También tiene su lado oscuro sembrado de la paranoia sobre temibles amenazas de fuerzas enemigas y malignas provenientes del exterior. Se teme a los extranjeros y emigrantes, a los agitadores externos y, actualmente, por supuesto, a los “terroristas”. Esto conduce a un círculo vicioso interno y a la clausura de los derechos y libertades civiles que hemos conocido en episodios como la persecución de los anarquistas en la década de 1920, el macartismo de la década de 1950 dirigido contra los comunistas y sus simpatizantes, la veta paranoica de Richard Nixon respecto a los opositores a la Guerra de Vietnam y, desde el 11 de septiembre, la tendencia a tachar toda crítica a las políticas de la Administración como una forma de ayuda y de incitar al enemigo. Este tipo de nacionalismo converge fácilmente con el racismo (más en particular hacia los árabes), con la restricción de las libertades civiles (la Patriot Act), el freno de las libertades de prensa (el encarcelamiento de periodistas por no rebelar sus fuentes), y la opción de la encarcelación y de la pena de muerte para tratar la criminalidad”.
D. Harvey hubiera podido empezar su lista de oleadas criminalizadotas y represivas habidas en los EEUU no en la década de 1920 sino bastante antes, desde la fundación de las Colonias en el siglo XVII y sobre todo desde 1733 con la institucionalización de la persecución y exterminio de las naciones indias, la esclavización africana y la mezcla de desprecio, odio y miedo a estas poblaciones y a los mexicanos y latinoamericanos, o el Ku Kus Klan con toda su parafernalia prefascista, sádica y absolutamente racista. Tiene razón al referirse al macartismo de los ’50 fue una de las oleadas reaccionarias más fuertes porque se basaba en una profunda base psicológica de masas caracterizada por el “sentimiento de miedo y de insignificancia” que dominaba a la sociedad yanqui como ya estudió E. Fromm una década antes. El macartismo fue también una manera de manipular la insignificancia aumentando el orgullo imperialista mediante la exacerbación del miedo al comunismo invasor; una táctica que fue parcialmente reactivada por el reaghanismo en los ’80 para recuperar el orgullo yanqui tras la aplastante derrota de Viet Nam, y que fue luego definitivamente recuperada por la Administración Bush a comienzos del siglo XXI en su cruzada anti “terrorista”.
De cualquier modo, lo que más nos interesa de lo visto es la constatación de que también se producen esos retrocesos autoritarios, represivos e irracionales en grado sumo, en el capitalismo más desarrollado, el que inventó el consumismo y la técnica moderna de manipulación psicopolítica de masas de forma industrial, masiva y científica. Es necesario tener esto en cuenta porque asistimos en la actualidad a la interacción de diversas tácticas y métodos usados por el sistema para reforzarse y asegurar su expansión. No podemos cometer la ingenuidad de creer que la burguesía sólo recurre a un método en exclusividad, rechazando el resto. Al contrario, vivimos sometidos a diferentes presiones destinadas a obtener objetivos tácticos diversos que, empero, buscan un único fin.
Por una parte, es cierto lo que sostienen G. Jervis y otros muchos investigadores:
“En la sociedad industrial avanzada, el tipo de ciudadano que el poder necesita ya no es exclusivamente el que no piensa y obedece, sino también el que discute, desea y “crea”. Para manejar una tecnología compleja es necesario tener disciplina, pero también ser inteligentes y con inventiva; para consumir mucho hay que ser optimistas, liberados y “creativos”; para adaptarse a un mundo que es cada vez más inhumando, hay que multiplicar y potenciar las posibilidades de evasión, de olvido, las falsas inversiones de poder durante el carnaval, el juego, la fiesta. Desde hace muchos años, en Estados Unidos, psicólogos y psicoanalistas predican la liberación, la espontaneidad, la alegría, la recuperación del cuerpo, la libertad de los deseos, pero siempre en lugares y momentos específicos y separados, casi siempre fuera del momento de producción, en situaciones institucionalizadas inmediatamente, fuera de las horas de trabajo, a lo sumo en relación con la renovación de los consumo. Se intenta hacer entender al ciudadano que puede saber lo que desea con tan solo mirarse a sí mismo y dentro de sí mismo, esto es, que no está enajenado; sólo está “reprimido”. Y que sus deseos son sus necesidades. Por lo tanto, que luche contra la represión que lleva dentro, en primer lugar; y el sistema le proporcionará a continuación momentos y cauces para obtener lo que desea, o incluso para gritar su rabia contra la autoridad y la disciplina a la que debe someterse en ciertas ocasiones (el jefe, los impuestos, los guardias, la madre o la suegra: en el fondo, nada más ¿no?) de su existencia”.
Pero por otra parte, también es cierto que junto a lo arriba visto y a la vez, buscando otros objetivos, otros sujetos y colectivos diferentes, o los mismos pero en otro momento de su dialéctica de la obediencia, el capitalismo hace llamamientos “al deber, al sacrificio y a la devoción” idénticos a los que realizaba el fascismo oficial en décadas pasadas. Tales llamamientos no han desaparecido en las sociedades capitalistas actuales, sino que se han adaptado a las nuevas necesidades de la acumulación y del orden, a la vez que han surgido nuevos métodos de producción generalizada de obediencia que al calor de las contradicciones objetivas y subjetivas, entre las que hay que destacar las incapacidades y cegueras del reformismo y la previa derrota de las izquierdas, permiten la vuelta del fascismo al poder por la puerta electoral y “democrática”, como en Italia muy recientemente.
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