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¿Por qué la mayoría de los ciudadanos suizos no quiere unirse a la Unión Europea? |
En una intervención ante los embajadores de los Estados miembros de la Unión Europea, Nicolas Hayek, presidente del grupo Swatch, resaltó la falta de democracia de la UE (Unión Europea) y su falta de atractivo económico, en comparación con la Confederación Helvética. Reproducimos el texto íntegro de ese refrescante punto de vista, quizás un poco idílico, que reduce el «modelo europeo» es decir el de la Unión Europea a sus justas proporciones.
Excelencias,
Señoras y señores,
Señor embajador,
Cuando el embajador Boris Lazar me pidió que hiciera uso de la palabra para explicarles a ustedes «por qué la mayoría de los ciudadanos suizos no quiere unirse a la Unión Europea», decidí responder positivamente a su invitación con el objetivo de ayudar a una mejor comprensión entre la Unión Europea y el ciudadano suizo medio y de espíritu constructivo, al que hoy trataré de representar. Les ruego que no interpreten mi exposición como la presentación de un informe científico, sino más bien como un desarrollo de los puntos de vista y de las posiciones de un suizo que forma parte de la mayoría que acabo de mencionar.
En el momento de su creación, en 1957, y durante muchos años, consideré lo que hoy es la Unión Europea como una grandiosa y magnífica realización. Era yo relativamente joven en aquel entonces. Mucho más tarde, Jacques Delors, quien era entonces presidente de la Comisión Europea y un apasionado europeo, me invitaría regularmente a su buró de Bruselas. Allí conversé primeramente con él solo, y posteriormente, con muchos otros europeos, en aquel entonces principalmente industriales y empresarios alemanes y franceses. La conversación abordaba las vías para combatir la competencia japonesa –llamada por entonces «Japan Incorporated», o sea, algo así como Japón SA– sin recurrir a las ayudas de los gobiernos o de la Unión Europea, como hacía la industria relojera suiza, que enfrentaba entonces una encarnizada competencia japonesa. Jacques Delors se refería siempre a mis intervenciones como «La historia del reloj».
En aquellos encuentros, repitió él varias veces que yo, el suizo, era a su modo de ver el más típico y más auténtico de los europeos, por mis conocimientos lingüísticos y por mi profunda comprensión cultural hacia los diferentes empresarios europeos que participaban en aquellos encuentros. El más memorable de dichos encuentros se desarrolló en Evian con los más grandes industriales franceses y alemanes. Fue para mí un suceso inolvidable.
La pequeña Suiza, un territorio de apenas 41,280 Km2 en el centro de Europa (en rojo en el mapa), a no confundir con Suecia, país nordico y escandinavo.
Mi sueño: convertir Europa en un gran Suiza
En aquella época soñábamos –en todo caso, soñaba yo– con ver a Europa convertirse en una gran Suiza. No tanto porque yo creyese que Suiza era el paraíso terrenal, sino porque estaba convencido de que [ese país] representaba –a pesar de numerosas debilidades– la mejor de todas las alternativas posibles para lograr que se abrieran para Europa radiantes perspectivas de futuro, protegiendo a la vez la considerable riqueza de su diversidad y de sus culturas. De hecho, Jean Monnet y Robert Schumann habían declarado al principio: «Suiza representa un modelo para Europa.» Joschka Fischer, Jacques Chirac, Goran Persson, y también Vaclav Havel no han dejado además de repetirlo durante los últimos años. Es una sorprendente casualidad que hoy se cumpla precisamente el 30 aniversario de la muerte del gran europeo que fue Monnet.
Mis contactos con Bruselas se mantuvieron posteriormente, por ejemplo, con Romano Prodi, a quien yo conocía personalmente y quien varias veces solicitó mi opinión en comisiones. La armonización y perfeccionamiento de los sectores económicos y –en parte– financieros no me han decepcionado hasta ahora, aunque la perfección está lejos aún. Las guerras que enfrentaron, y que en parte devastaron, a estas tres grandes naciones europeas, Alemania, Francia y Gran Bretaña, y que sacudieron al resto del mundo, son definitivamente cosa del pasado y es ése el mayor éxito, y el más importante, de la Comunidad Europea.
La UE de hoy: una pesada maquinaria, burocrática y caótica
Desgraciadamente, el proceso de construcción se detuvo de pronto. La UE ya no está construyendo una comunidad fuerte, democrática y pacífica en la que, en todos los sectores importantes de nuestra vida y de nuestra sociedad, cada ciudadano –o por lo menos la mayoría de ellos– compromete su efectividad y acepta dar de sí mismo. En aquella época, la cantidad de Estados era limitada, y aquellas pocas naciones habrían podido edificar un Estado federal parecido a Suiza o a Estados Unidos. Esa evolución se detuvo, porque las interrogantes y problemas que encerraba no eran de fácil solución, ya que implicaban a países y personalidades políticas que no estaban dispuestos a renunciar a una parte importante de su soberanía y, menos aún, de sus privilegios.
En vez abordar con profundidad los importantes problemas que formaban parte de la evolución de la Unión y las estructuras que había que conformar, se decidió limitarse a la parte superficial de las cosas, incorporando sin embargo el máximo de países… y eso sin consultar con los pueblos que habían creado la Unión para saber si estaban de acuerdo o no. Es evidente que el establishment político se preocupaba, ante todo, por incorporar decenas de millones de personas y gran cantidad de países a una Europa que –con excepción de algunos aspectos políticos– estaba todavía por definir.
La motivación de esos países residía ante todo en las ventajas económicas y financieras que esperaban obtener. Ese tipo de ampliación hubiese podido ser más que bienvenida de haberse instaurado con anterioridad las estructuras de una Europa más o menos federal. Fue en ese momento que se desvanecieron mis esperanzas de ver en un futuro próximo una Europa fuerte, poderosa, democrática y pacífica, una Europa que contribuyera a mejorar la calidad de vida del mundo entero, de nosotros todos.
Vimos entonces a la Unión Europea como una pesada máquina, como una barahúnda burocrática y más o menos caótica de conceptos ideológicos, sociales, económicos y, por un lado, financieros, mientras que todo lo demás se dejaba al azar, en manos de la providencia y de las futuras generaciones. Ciertos es que eso no excluye la posibilidad de que la UE –como la mayor parte de las realizaciones humanas fuera de lo común– resulte ser, en el siglo XXII o en el XXIII, un fantástico éxito, pero yo espero que eso suceda mucho antes, antes del fin de este siglo.
La bandera suiza, dos colores, es cuadrada por su forma. La inversa de sus colores representa la bandera de la Cruz Roja Internacional, organización humanitaria fundada por un suizo y cuya sede mundial se encuentra en Ginebra, Suiza.
De rodillas antes el ejército de Estados Unidos.
¡Algo que Suiza no puede entender!
La creación del euro constituye un excelente ejemplo de otra realización positiva cuya aplicación, a pesar de su eficacia, ha sido sin embargo parcial. Gran Bretaña, por ejemplo, se negó a entrar en la zona euro, lo cual hubiera podido hacer, mientras que otros que sí querían no disponían de la capacidad económica para hacerlo. Como consecuencia, algunos países de la Unión Europea disponen de una divisa fuerte, pero no todos. Si los países más débiles en el plano financiero tuvieran acceso al euro en esta época de crisis, podrían convertirse en una carga, dado que habrá que apoyarlos.
Sin embargo, el euro constituye en sí mismo una de las mejores realizaciones de la Unión y puede ser considerado como un éxito.
¿Qué pasa, sin embargo, con la armonización de decisiones esenciales en materia de política exterior, de defensa y de guerra? Para un ciudadano suizo, es absolutamente inconcebible que una parte de Europa haya podido apoyar sin la menor vacilación la política de la administración Bush y que se haya unido a Estados Unidos en la guerra contra Irak. Gran Bretaña, España y algunos países más enviaron contingentes, bajo las órdenes de un comando estadounidense, mientras que Francia y Alemania se negaron en forma decidida. Para nosotros, fue una prueba perfecta de la debilidad de la política exterior común.
Además, y contrariamente a los deseos de Alemania y Francia, otros firmaron, por ejemplo, acuerdos con Estados Unidos que autorizan a esa nación, o a la OTAN, a desplegar en sus territorios radares o misiles, oficialmente para protegerse de Irán. Rusia estimó que esas instalaciones amenazaban su propio territorio. Los Estados miembros de la UE tampoco lograron llegar a un acuerdo sobre esa importante cuestión. No se ve por ninguna parte la menor huella de una política exterior común. En realidad, es cualquier cosa, y su impacto en nosotros resulta, desgraciadamente, muy débil.
Ningún país ha organizado tantos escrutinios sobre Europa como Suiza
La Unión Europea y todos los grandes países democráticos que la componen hubieran podido crear un sistema fuerte, si ésta [la Unión Europea] hubiese logrado llegar a un consenso, definir claramente el camino que quería seguir en Europa y en el mundo y si se hubiese fijado los objetivos que quería alcanzar en todas sus tareas importantes: las respuestas que había que dar a las necesidades y los deseos de nuestra sociedad humana, de nuestros sistemas políticos.
La Unión empezó, sin embargo, por ampliar al máximo aquel sistema imperfectamente definido al invitar a diferentes países a unirse a ella –en parte países del Cercano Oriente. La posible adhesión de Turquía significaría que [la Unión Europea] se extiende hasta las fronteras de Siria, Irak e Irán. ¿El objetivo de la UE es acaso abrir sus puertas a una futura Unión europeo-medio-oriental, que sería quizás mucha más poderosa y funcionaría mejor?
No olvidemos que Chipre se encuentra a unos pocos kilómetros del Líbano, donde incontables cruzados europeos encontraron refugio en el pasado. Vayamos un poco más lejos. Se pudiera incorporar todo el Medio Oriente y pacificarlo, ya que así Israel y Palestina formarían parte de la UE. ¡Que magnífico servicio se prestaría así al mundo entero! ¿Existe alguna razón que justifique el poner fin a ese tipo de evolución? Algunos suizos, y también muchos europeos, se plantearon esa interrogante.
Pero, por el momento, pongamos los pies en la tierra. Que yo sepa, la población suiza es una de las mejor informadas sobre el papel y las actividades de la Unión Europea. Tomo como referencia un interesante artículo de Andreas Gross, ciudadano suizo miembro de nuestro Parlamento federal, publicado en el Neue Zurcher Zeitung el pasado 6 de febrero –solamente dos días antes de la aprobación de diversos acuerdos (entre ellos la libre circulación de los nuevos ciudadanos de la UE) por parte del pueblo suizo, que manifestaba así su voluntad de proseguir una política de acuerdos bilaterales, en vez de incorporarse a la UE. Ha habido, en Suiza, más escrutinios y referendos sobre Europa que en cualquier otro país europeo.
La Suiza, oficialmente se autodenomina Confederación Helvética, es la unión de 2,636 comunidades (ver carta arriba), repartidas en cuatro grupos linguísticos: suizo alemán -grupo dialectal-, francés, italiano y romanche, que ocupan su territorio.
La Suiza siempre ha mirado con recelo y en su historia los grandes imperios monárquicos constituidos en Europa, así como las connotaciones imperiales de cualquier otro país, de ahí nace la unión de sus comunidades campesinas en el pasado, hoy altamente tecnificadas, a pesar de la diferencia linguística notoria que podría dividirlas, únicamente para oponerse a los grandes entes estatales dominadores del pasado y del presente.
Los pueblos no tuvieron voz ni voto
Durante los últimos decenios, se organizaron en los diferentes países europeos más de 50 escrutinios sobre la Unión Europea. Y sin embargo, los seis miembros fundadores de la Comunidad de 1957 nunca han consultado a sus pueblos sobre el tema de la construcción europea, con excepción de Gran Bretaña, que lo hizo, con éxito, 18 años después, en 1975. En 2005, 48 años después de la fundación, Francia preguntó a sus ciudadanos si aceptaban la Constitución europea. La rechazaron, como posteriormente hicieron los holandeses, en 2006, y finalmente los irlandeses, en 2008. Debido a su sistema de democracia directa, los suizos, al igual que los daneses, son los mejor informados sobre los asuntos europeos. Analicemos ahora por qué la mayoría de los electores suizos se niegan a entrar en esta UE.
Una sociedad amante de la paz y resueltamente opuesta a la violencia física
Fuera de lo que acabamos de decir, ninguna visión clara se desprende de las declaraciones, acuerdos y evoluciones que hasta ahora hemos visto. Nada hay, en los planos social, político, económico y financiero, que incite a los suizos a entrar en la Unión. Por el contrario, se les pediría que aportaran una amplia contribución a los cofres de la UE.
El canciller Helmut Kohl, para quien trabajé en calidad de miembro del comité estratégico industrial para Alemania, me honró en Suiza con una visita privada. Durante aquella visita me dijo: «Nicolas Hayek, usted goza de cierto crédito ante el pueblo suizo. ¿Por qué no nos ayuda usted a convencerlo de incorporarse a la UE?» A lo que respondí: «Señor Canciller, ¿por qué es tan importante para la UE tener a bordo a esta pequeña Suiza de 7 millones y medio de habitantes?» Su respuesta brotó sin vacilación, como una bala: «Porque ustedes tienen muchísimo dinero y nosotros tenemos proyectos en los que utilizarlo.»
La cultura, la mentalidad y la educación suizas desempeñan un papel muy importante en la reacción natural que hoy observamos ante la UE. La sociedad suiza desprecia por completo el poder y la violencia, aún cuando es el poder quien la ejerce. Es una sociedad que ama la paz por sobre todo y es completamente contraria a toda violencia física. No nos gusta mucho, por ejemplo, la concentración de demasiado poder entre las manos de una sola persona o de un solo partido.
Christoph Blocher, de la «Unión Democrática del Centro» es sin dudas el más reciente ejemplo de ello y el más evidente. Su partido cuenta con la mayor cantidad de electores en Suiza. Se le reconocen ampliamente sus cualidades como consejero federal pero, al tratar de acumular demasiado poder individual, firmó –en el momento de su reelección– su propio fracaso en el Consejo Nacional (Cámara del Pueblo) y en el Consejo de los Estados (Cámara de los Cantones).
La libertad individual está por encima de la del Estado
La libertad y la libertad individual de cada cual están inscritas en el alma suiza desde los orígenes del país, en el siglo XIII, mucho antes de que la Revolución Francesa las pusiera en primer plano. La libertad individual del ciudadano es a menudo más importante que la del Estado. Para ser más claro: el Estado tiene que estar al servicio del ciudadano, no el ciudadano al servicio del Estado. La libertad es parte integrante de los principios más importantes para los suizos.
No es casualidad que Voltaire y otros muchos buscaran refugio en Suiza, para poder escribir y hablar libremente. Reside en ello, sin dudas, la base de su vieja tradición de tierra de asilo político y financiero (específicamente en lo tocante al secreto bancario), derecho que tanto aprecian los suizos. Tampoco se puede olvidar que fue un suizo quien fundó la Cruz Roja. Para Henri Dunant resultó insoportable lo que había visto en el campo de batalla de Solferino, en Italia, a finales del siglo XIX.
La Cruz Roja es una típica creación suiza y su considerable influencia se debió a la neutralidad universalmente reconocida de Suiza. Más aún, también se reconoce que Suiza es perfectamente democrática y respetuosa de los derechos humanos.
Permítanme recordarles también que esta minúscula Suiza representa un poder industrial considerable y que dispone de una de las monedas más fuertes del mundo. Es también una potencia financiera que, según todo parece indicar, está llamada a seguir siéndolo en un futuro inmediato, incluso en caso de modificación sustancial de las leyes sobre el secreto bancario o, en el peor de los casos, si éstas llegaran a ser abolidas. Una moneda fuerte y la estabilidad económica, en un clima de neutralidad y profundamente democrático, consolidan la imagen de asilo seguro de la que goza una Suiza que dispone de una industria financiera honesta, libre de todo exceso criminal.
Además, al contrario de otros muchos países (no sólo europeos), Suiza nunca ha tenido tendencia a invadir países extranjeros, ni en África, ni en Asia, ni en América del Sur, ni en ninguna otra parte, para crear colonias. No sólo Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia, España y Portugal, sino también Holanda y Bélgica, han sido potencias coloniales y han ocupado países lejanos durante muchos años. A los suizos nunca les ha parecido atractiva la posesión de colonias, entre otras cosas porque la sociedad suiza y la mentalidad que la caracteriza profesan por principio un auténtico respeto por los derechos humanos, por la integridad y la soberanía de las personas y de las comunidades del mundo entero. Las antiguas potencias coloniales también han respetado los derechos humanos, pero en aquel entonces veían a las colonias de manera diferente.
Es por eso que Suiza, por ser tan respetada, goza de una imagen positiva en los nuevos países emergentes. Lo cual nos lleva a nuestro tipo de democracia. Aunque nuestra cultura coincide ampliamente con la de nuestros vecinos y parientes de Francia, Alemania, Austria e Italia (no hay un suizo que no tenga algún pariente en el resto de Europa), sin ser exactamente la misma, Suiza es neutral desde 1815 y no es miembro ni de la OTAN ni de ninguna otra alianza militar.
El propio contribuyente es quien fija y aprueba los impuestos
Suiza es de los pocos países que han logrado integrar a las minorías sin restricción ni compromiso, dándoles exactamente los mismos derechos y las mismas oportunidades. Tomemos, por ejemplo, la región suiza de Tessin, donde se habla italiano, y veamos cuántos miembros del Consejo Federal provienen de ese cantón. Ustedes se van a sombrar por la cantidad. Sin exagerar, probablemente pudiéramos afirmar que en este momento las minorías a menudo tienen en Suiza más derechos que la mayoría.
Somos partidarios de hablar de discriminación positiva. Otro rasgo de la sociedad suiza es su desinterés por el culto de la personalidad. Los suizos no sienten necesidad de encumbrar a un político, de tener un extraordinario miembro del Consejo Federal. Las personalidades demasiado fuertes se consideran sospechosas. Los suizos prefieren elegir a los ciudadanos inteligentes, experimentados y eficaces, capaces de cumplir con el cargo lo más honestamente posible, que utilicen el dinero de los contribuyentes con prudencia.
Es por eso que nuestros impuestos son generalmente más bajos que en la mayoría de los países vecinos, aunque invertimos tanto como ellos, o incluso más, en nuestras instituciones sociales e infraestructuras. Los suizos hacen uso de su derecho al voto democrático para la adopción de todas las decisiones importantes a nivel comunal, cantonal o nacional. Eso es democracia directa. Es el propio contribuyente quien fija los impuestos y los aprueba. En lo tocante al presupuesto, por ejemplo, disponemos de un sistema de control que funciona bastante bien, aunque no se pueda decir que nada escapa al control o que no existe algún malgasto de fondos. Nosotros también tenemos ese tipo de problemas.
Los miembros del gobierno suizo administran el dinero público como sus propios bienes
Durante toda mi vida profesional critiqué abiertamente ciertos aspectos destructores y/o ilegales del sistema bancario y financiero. También los critiqué repetidamente en mis discursos y en las entrevistas que concedía, en Suiza y en el extranjero. Soy de los suizos que han conservado una sana desconfianza hacia gran parte de la economía financiera mundial en general y, por supuesto, especialmente hacia la que corrientemente se practica en Estados Unidos, Gran Bretaña y Suiza.
Es cierto que hay muchos suizos que no tienen grandes escrúpulos en no reflejar cada detalle de sus ganancias en su declaración de impuestos, algo que tienden a considerar como un delito menor. Los miembros del gobierno suizo, repito, generalmente administran el dinero público como el suyo propio, son ahorrativos. Los suizos no apreciaban en lo absoluto los excesos de los funcionarios y gobernadores que, durante siglos, solo pensaban en sacarle a la gente, mediante los impuestos o por la fuerza, la mayor cantidad de dinero posible para utilizarlo después en detrimento de los intereses de esa misma gente. Estoy pensando, por ejemplo, en Guillermo Tell, el héroe nacional suizo que dio nombre al drama del alemán Federico Schiller.
Es por ello que un, digamos, «olvido» en la declaración de impuestos se considera como una ilegalidad relativamente menor, porque nadie abriga la sospecha que pudiera tratarse de un delito grave, como sucedió recientemente con, por lo menos, un gran banco suizo. Suiza, o por lo menos algunos funcionarios suizos, afirma sin embargo que el porcentaje de fraudes fiscales imputables a los ciudadanos helvéticos es el menos elevado de todos los países industrializados.
El gobierno suizo es uno de los más estables del mundo
Todos los suizos estiman, claro está, que todo fraude fiscal, incluso si los datos han sido olvidados «por comodidad», merece castigo. Por otro lado, la pena debe ser coherente, proporcional al «crimen» y no ser excesiva ni alcanzar proporciones indebidas.
Todos sabemos que en este preciso momento esta cuestión está siendo objeto de grandes controversias. La protección de la esfera privada ante una curiosidad ilimitada por parte del Estado es un bien legítimo que los suizos consideran extremadamente valioso, y no son los únicos. En los últimos tiempos, otros países europeos se han puesto del lado de Suiza en ese combate.
Suiza no sólo ignora el culto de la personalidad en lo tocante a los miembros del gobierno sino que el gobierno suizo no concede ningún tipo de medalla o condecoración como recompensa a proezas particulares de sus ciudadanos. Lo cual no impide que los suizos se sientan orgullosos de las distinciones que les confieren otros gobiernos.
El gobierno suizo es uno de los más estables del mundo. En su seno colaboran prácticamente todos los partidos, lo cual explica su buena aceptación por parte de la población suiza.
Los miembros del gobierno trabajan juntos y, hasta cuando surgen conflictos y divergencias de análisis, es notable su capacidad para llegar a un acuerdo, a un compromiso. A eso le llamamos «concordancia». No siempre funciona como quisiéramos, pero siempre se acaba por llegar a una solución de consenso, democráticamente, aunque sea a veces un poco a pesar de alguien.
Todos respetan las decisiones del pueblo. Todos, repito, incluyendo al miembro del consejo federal o al presidente más suficientes. La moneda suiza es notoriamente fuerte. En materia de dinero, Suiza aplica una disciplina estricta que ha convertido al franco suizo en una de los dos o tres divisas más estables del mundo, e incluso en la que ha gozado de la mayor y más larga estabilidad en la época moderna.
Todos nos sentimos muy iguales
Agreguen a eso un sorprendente talento para negociar y alcanzar un compromiso. Esa aptitud para alcanzar compromisos aceptables para todos, sin dejarnos arrastrar a conflictos internos, es una de las razones fundamentales de la estabilidad de nuestro sistema político y social. Como dije anteriormente, ese comportamiento se manifiesta claramente en nuestro sistema de llamada concordancia.
O en las relaciones con los sindicatos, con los cuales hemos llegado a un acuerdo que permite evitar prácticamente todas las huelgas, destructivas para la economía y molestas para la población. La participación en negociaciones duras, en las que las posiciones iniciales están a kilómetros de distancia, es una experiencia sorprendente. Sin embargo, al cabo de algunas semanas o meses de discusión, todos están más o menos contentos, pero de acuerdo.
Eso nos permite disponer de un ingreso por habitante más alto que la mayoría de los demás países y de un nivel de vida más elevado para casi todos, lo cual crea puentes entre todos los niveles de la sociedad suiza. Uno puede incluso preguntarse si en realidad existen esos niveles. Aunque parezca sorprendente, en Suiza no hay proletariado, no hay grandes diferencias sociales entre la gente. Independientemente del nivel de ganancias de cada cual, todos nos sentimos muy iguales y nos consideramos por igual miembros de nuestra sociedad.
Muchos jóvenes pueden encontrarlo aburrido, pero es importante para la estabilidad y la salud de la nación el saber que en definitiva es inútil recurrir a la violencia para llegar a una solución aceptable.
Los suizos son más abiertos al resto del mundo que la mayoría de los ciudadanos de otros países. Debido a su educación, a su cultura, al hecho de que a menudo hablan varios idiomas y también debido a la reducida extensión del país, una gran mayoría de los suizos viajan lejos y conocen muy bien el resto del mundo. Su excelente comportamiento en el extranjero los hace acreedores de un gran respeto, al igual que su mentalidad y la calidad de su trabajo y de sus productos.
La extrema solidez de la formación profesional, de sus universidades, de sus escuelas de ingenieros y de otras especialidades técnicas, que se basan en la solidaridad con la industria y entre las generaciones, la gran maestría de sus artesanos, unidas a una tecnología moderna y a un gran sentido de la belleza y de la calidad, son únicas en el mundo.
Protección social a todos los niveles
Pocos países pueden jactarse de tener un sistema como este tipo de sistema. En Suiza, las estructuras sociales han alcanzado casi la perfección, desde hace muchos años y en casi todos los sectores económicos, desde el artesano que trabaja con el hierro hasta el plomero, desde el carpintero hasta el pastelero, todos gozan de gran reputación por la «calidad suiza» de su trabajo. Las universidades suizas están entre las mejores del mundo, como las escuelas politécnicas de Zurich y Lausana, así como las universidades de Berna, Basilea, Ginebra y Lausana (sede de la Fundación Jean Monnet para Europa), de Neuchatel, Friburgo, Lugano, Zurich, etc. Suiza cuenta también con la mayor cantidad de premios Nóbel, en relación con su cantidad de habitantes.
Además, el ejército suizo funciona según el sistema de la milicia, un principio que también se aplica en política: en algunos pequeños cantones, un funcionario tiene un trabajo que realiza, no a tiempo completo, sino en el tiempo que le dejan libres sus ocupaciones como ministro. Y, cosa sorprendente, un miembro del ejército tiene derecho a tener en su casa su arma reglamentaria. Eso fortalece el sentimiento de seguridad del pueblo suizo y sus lazos con su ejército. El derecho a tener el arma en el domicilio es sin embargo un tema en debate en este momento, y es posible que eso cambie. Ya veremos.
Suiza es una comunidad muy moderna y en casi cualquier rincón de su territorio montañoso encontramos las mismas infraestructuras modernas que en cualquier otro lugar. La protección social está presente a todos los niveles, y nuestros seguros por enfermedad o invalidez están entre los más eficaces del mundo.
Y, ya que estoy hablando de las infraestructuras suizas, no podría dejar de mencionar la gran reputación de sus hospitales, sus trenes casi siempre puntuales y sus centros de investigación y de desarrollo de alto nivel, verdaderos templos de la ciencia. Tengo que mencionar también la limpieza del medio ambiente, prueba del gran respeto que sienten los suizos por la ecología, por la belleza de los paisajes y por nuestra Madre Naturaleza.
Suiza cuenta con el más alto porcentaje de extranjeros
Todas esas razones, junto a la absoluta neutralidad de Suiza, llevaron a las Naciones Unidas y a gran número de organizaciones internacionales a establecer su sede en Suiza. El Comité Olímpico Internacional, la FIFA, la Federación Internacional de Remo, el CICR [Comité Internacional de la Cruz Roja], el centro de investigación nuclear del CERN, y muchos otros organismos han escogido la neutralidad y la seguridad que les ofrece Suiza para instalar su cuartel general en este país, al igual que alrededor de 1 600 000 extranjeros que aquí viven, felices y en paz.
Suiza cuenta con uno de los porcentajes de extranjeros más elevados, si no es el más alto, de toda Europa. Más de uno de cada 5 habitantes de este país es extranjero, en su mayoría europeos. Este porcentaje está en constante aumento, en gran parte sin dudas debido a la calidad de vida y al elevado nivel de vida. [Ese porcentaje] no incluye a los numerosos «fronterizos» que cruzan diariamente nuestras fronteras con Francia, Alemania, Austria e Italia para venir a trabajar a Suiza.
Suiza se creó en el siglo XIII mediante la unión de tres cantones, a los que con el tiempo se fueron uniendo otros 23. Durante siglos han mantenido una soberanía fuerte a nivel cantonal. Como ustedes saben, el gobierno suizo tiene poco poder, comparado con otros países, aunque se ocupa de la política exterior, de la defensa, de las infraestructuras y de otros aspectos importantes de nuestra vida. Pero a los suizos no les gusta un poder central demasiado fuerte, y menos aún si reside en Bruselas, que consideran, con razón, como una institución que constantemente trata de acrecentar su propio poder y su influencia.
Llegar a un compromiso constructivo
Nosotros los suizos, como todos los seres humanos, tenemos numerosas debilidades y está claro que cometemos errores. Pero no tenemos necesidad, ni tiempo, para abordarlos aquí porque a fin de cuentas no tienen verdadero peso en nuestro proceso de decisión en lo tocante a Europa, y tampoco destruyen la dinámica imagen de Suiza, considerada como una verdadera perla.
Integrarnos a Europa en cuerpo y alma implicaría el riesgo de destruir en gran parte esa perla. Eso no beneficiaría a la propia Suiza ni a los pueblos de Europa, y mucho menos al resto del mundo. No hay duda alguna de que Suiza es europea, está situada en el centro mismo de Europa, y nadie, ni siquiera los propios suizos, puede arrancarnos de este maravilloso, de este espléndido continente. Es por eso que el comercio entre Suiza y Europa reviste una importancia capital. Compramos a Europa más bienes de los que le vendemos, pero tanto las importaciones como las exportaciones son considerables y absolutamente vitales, como saben todos ustedes. Sería un gran error que uno de los dos socios tratara de chantajear al otro sobre la base de ese intercambio económico tan positivo.
Excelencias, señoras y señores, este es, presentado con franqueza y honestidad –aunque de manera, tengo que confesarlo, unilateral y quizás demasiado positiva–, el punto de vista de un suizo medio y de un europeo motivado. Díganme ustedes ahora, si ustedes fuesen suizos ¿estarían ustedes tentados a integrarse hoy a la Unión Europea? Sospecho, incluso profundamente, que después de escuchar mi discurso ustedes se negarían sin dudas a aceptar a Suiza en la UE, si este país deseara convertirse en miembro pleno. Pero, mantengámonos abiertos al diálogo. Recuerden que siempre existe la posibilidad de llegar a un compromiso constructivo.
Nicolás G. Hayek, empresario líbano-suizo, presidente fundador del grupo relojero suizo Swatch.
Nicolas G. Hayek

Durante la campaña que antecedió al referéndum convocado en Francia, su sitio web se hizo verdaderamente popular, convirtiéndose en uno de más los consultados de toda Francia.
En contraste con los nebulosos discursos oficiales, la claridad de sus argumentos despertó el interés de un amplio sector del público que considera que «lo que bien se concibe, se anuncia claramente».
Silvia Cattori conversa con este ciudadano ejemplar, que vuelve a la escena política en ocasión de la firma del minitratado europeo. Etienne Chouard habla de su trayectoria personal y describe su visión de instituciones que, a su entender, no corresponden a su verdadera naturaleza.
Silvia Cattori: Al consultar su sitio en Internet uno se da cuenta de que en 2004 usted era favorable al Tratado Constitucional europeo, pero que después de haber estudiado su contenido usted cambió radicalmente de opinión.
¿Pudiera resumirnos las razones de ese cambio?
Etienne Chouard: Mi trayectoria es la de una persona que confiaba en los políticos. Yo no me dedicaba a la política. Cuando empecé a comprender en qué se habían convertido las instituciones europeas, aquello representó para mí una enorme decepción. Me di cuenta que los hombres que están en el poder estaban delimitando ellos mismos hasta donde podía llegar su propio poder, con límites prácticamente inexistentes, y que eso se estaba haciendo de forma tal que no pudiésemos entender nada.
En el seno de las instituciones europeas, ya ninguno de las actuantes es responsable de sus propios actos ante los ciudadanos. Existen algunas apariencias de responsabilidad, pero son falsas, engañosas. Pero lo principal es que el Parlamento no cuenta para nada dentro de las instituciones: no cuenta con la iniciativa para elaborar leyes, el Parlamento solamente participa en la elaboración de las leyes bajo la tutela (¿o la vigilancia?) del Consejo de Ministros, que se ha elevado a sí mismo a la categoría de colegislador ignorando así la más elemental e indispensable separación de poderes, ¡en todos los aspectos, además! En efecto, hay aspectos que están sometidos a lo que se ha dado en llamar «procedimientos legislativos especiales», se trata de unos veinte y no aparecen en lista alguna, y sobre los cuales el Consejo de Ministros decide sólo, sin el Parlamento.
¿Usted sabía eso?
Resulta impresionante ver el número de instituciones europeas no electas que disponen de un poder importante y mal controlado. El Banco Central Europeo tampoco le rinde cuentas a nadie. Resulta extravagante la manera como se describe eso. Se ve claramente, se ve por todos lados, que son los ministros los que escribieron esas reglas, haciéndolas a la medida para sí mismos.
Cuando se analiza bien, nos damos cuenta incluso de que esas instituciones han sido concebidas más en interés de los bancos y las multinacionales que en interés general. Uno no puede menos que preguntarse por qué.
Al leer el libro de Jean-Pierre Chevenement, uno descubre que Jean Monet, ese icono, ese símbolo de Europa, al que los «adoradores de Europa» consideran casi como un santo, era un banquero francés que vivía en Estados Unidos y que se impregnó de los valores de ese país. En realidad, él concibió y construyó la Unión Europea para debilitar a Europa, para impedir que las soberanías populares se reconstruyesen después de la guerra.
¡El mismo lo escribe!
¡Es vergonzoso!
Cuando se analizan en detalle los tratados europeos, vemos que se parecen a esa visión de Monet: son instituciones que permiten que las multinacionales escriban las leyes y que prohíben a los parlamentos y a los pueblos oponerse a ellas. Es un régimen intolerable, pero Monet y sus seguidores nos lo impusieron mediante una serie de tratados, desde hace 50 años y sin que el pueblo haya tenido nunca realmente la oportunidad de pronunciarse.
Hubo un simulacro de debate sobre Maastricht. Recuerdo que, en aquel entonces, no se habló en lo absoluto de las instituciones. Se hablo de la moneda, es cierto. Pero ni siquiera se mencionó lo más importante en el plano monetario. No se nos dijo nada, por ejemplo, de la entrega total de la creación monetaria a los bancos privados (artículo 104), a pesar de que eso constituye un verdadero escándalo, principal motivo de la deuda pública que asfixia a nuestros Estados e importante causa del desempleo endémico que asfixia nuestras economías.
En 1992, solamente se nos invitó a debatir sobre la independencia del Banco Central y la nueva moneda única, que sin dudas son positivas. Pero no se habló en lo más mínimo de la debilidad del Parlamento, ni del desorden en cuanto a los poderes, ni de la independencia de los jueces, ni de la impotencia de la ciudadanía, ni de la revisión sin referéndum, ni de todas esas instituciones vergonzosas y peligrosas. No se puede decir con honestidad que el voto sobre Maastricht signifique una aprobación de esas instituciones. Si analizamos en su conjunto los 50 años de la construcción europea, los pueblos no han tenido finalmente derecho al menor debate sobre lo esencial.
La única vez que nos preguntaron nuestra opinión, en 2005, la primera vez que nos quitaron la mordaza, gritamos «¡No!» Enseguida, nos pusieron otra vez la mordaza y empezó de nuevo la violación. Nos dijeron: «Ustedes no quieren, pero se hará de todas formas, por vía parlamentaria…»
En 2007 se confirmó, por tanto, lo que ya se había visto en 2005: el método y el contenido del Tratado de Lisboa confirman que tenemos al mando a una pandilla de violadores y lo que está sucediendo es un golpe de Estado. Se trata de un abuso de fuerza. La definición de golpe de Estado es cuando un poder ejecutivo no respeta el sufragio universal. Eso es lo que está pasando.
Silvia Cattori: Todo eso ha sido posible porque la ciudadanía ha abandonado sus responsabilidades y se ha puesto ingenuamente en manos de sus representantes sin imaginarse que estos podían abusar de sus poderes y sin controlar la acción de estos [representantes].
Etienne Chouard: Sí. La mentira está en todas partes y la gente honesta no se atreve a creerlo. Se hable de un minitratado simplificado que no es ni «mini» ni «simplificado». Ahora hay que leerse 30 000 páginas para saber lo que dice el Tratado de Lisboa. Es extremadamente complicado. Contiene todo tipo de referencias que remiten a otros documentos y todo lo que estaba en el tratado de 2005 aparece de nuevo en este. Hasta lo que decían que iban a quitar. El himno, lo van a mantener. La bandera se va a mantener. La referencia al euro se va a mantener. Dijeron que quitarían la bandera pero, ¿usted cree que la van quitar? Quitaron la etiqueta de «constitución». Pero, ¿qué es lo peligroso en una botella de veneno? ¿La etiqueta o el veneno? Si quitamos la etiqueta, ¿hace eso que el veneno sea menos peligroso?
Se creen que somos imbéciles.
Se trata de una constitución, eso está claro, pero de una mala constitución escrita por gente que no debía haberla escrito. Tenemos responsables electos, pero no son ellos quienes deben escribir la constitución. Yo defiendo ese principio: los que están en el poder no son quienes deben escribir las reglas del poder; no son los parlamentarios, los ministros, los jueces quienes deben escribir la constitución; deben ser otros, personas desinteresadas.
El único medio para que nosotros, como simples ciudadanos, podamos protegernos de los abusos de poder es mediante una Asamblea Constituyente. Pero ¡cuidado!, los miembros de esa Asamblea Constituyente no deben elegirse entre los candidatos de los partidos ya que los partidos tienen muchos miembros que están en el poder y cuyos amigos escribirían nuevamente reglas en beneficio propio y seguiríamos teniendo el mismo problema.
Lo que dijo el propio Giscard [1] sobre este Tratado de Lisboa debería llevar a los 16 millones de electores que votaron por él «No» a lanzarse a las calles ya que es el mismo tratado presentado anteriormente, totalmente ilegible, y se ha hecho tan complicado, según dice Giscard, para que sea imposible hacer un referéndum. Giscard dice también que todo lo que absolutamente querían los Convencionales en 2004 aparece de nuevo en el Tratado de Lisboa, sólo que está en otro orden. Mi conclusión es la siguiente: todo esto está ocurriendo porque los que escriben las reglas las están escribiendo para sí mismos y porque están haciendo trampa.
Silvia Cattori: ¿Ningún responsable tiene que rendir cuentas?
Etienne Chouard: Ninguno. La ciudadanía no tiene medio alguno de oponerse a los abusos de poder en el marco de esas instituciones. El único medio correcto sería el referéndum por iniciativa popular y no disponemos de ese medio. Yo diría incluso que jamás lo tendremos, si son los representantes electos quienes escriben las reglas. El derecho de petición (del artículo 11 del Tratado de Lisboa consolidado) no tiene ningún valor de obligatoriedad. No se necesita un artículo así para plantear peticiones. Aunque lo retiraran, la gente seguiría teniendo la posibilidad de presentar peticiones.
Silvia Cattori: ¿El Tratado de Lisboa no contiene al menos un elemento positivo? Por ejemplo, ¿la posibilidad para un Estado de salir de la Unión Europea?
Etienne Chouard: Sí, eso estaba ya en el Tratado de Constitución Europea rechazado en 2005 y ahora aparece de nuevo, como todo lo demás.
Silvia Cattori: En ese caso, ¿cómo puede salir de la Unión Europea un Estado que quiera hacerlo? ¿Es aplicable ese procedimiento?
Etienne Chouard: Salir de la Unión Europea no sería fácil y costaría muy caro. Hay muchos mecanismos que mover. Se necesitaría un gobierno muy decidido. Esa situación irreversible me recuerda el AGCS (Acuerdo General sobre el Comercio de Servicio), del que tampoco se puede salir. Ese Acuerdo (que se negoció y se firmó sin que nos hablaran de él, en el mayor secreto) contiene el mismo genoma antidemocrático que la Unión Europea.
Fue concebido por las mismas personas y está al servicio de los mismos intereses: los intereses de las multinacionales y los bancos. ¿Para que sirve el AGCS? Para eliminar todas las obligaciones en lo tocante al comercio de los servicios. Hoy por hoy, un Estado soberano todavía puede prohibir muchos abusos para protegerse de los inversionistas depredadores. Cuando una empresa quiere venir a instalarse en algún lugar, el país tiene sus propias reglas para defender sus propias leyes en el plano social, en lo tocante al medio ambiente, sus leyes fiscales, sus recursos naturales, etc.
Eso va a desaparecer. Los Estados, en el marco de las negociaciones secretas del AGCS, están quitándose entre sí la posibilidad de prohibir (cosas a las empresas): yo dejo de prohibir esto, pero tú renuncias a prohibir esto otro… La ciudadanía se verá desnuda, indefensa ¡y nadie habla de eso! Todos los servicios públicos se ven amenazados por esos mecanismos. Y eso es irreversible: las multas que los Estados aceptan pagar en caso de retirada son tan prohibitivas que resultan impagables. Los acuerdos del AGCS se negocian, por tanto, en secreto y por una sola persona: el comisario europeo para el comercio exterior… Una sola persona, en nombre de 480 millones de personas, negocia en secreto acuerdos decisivos que afectan a todo el mundo de forma irreversible.
Es realmente escandaloso y muy grave.
Silvia Cattori: Al ver a los jefes de Estado y de gobierno de la Unión Europea firmar el Tratado de Lisboa, ¿qué sintió usted?
Etienne Chouard: La impresión de estar siendo violentado, claro está, y por los mismos que dicen estar defendiéndome… la impresión de estar metido en una trampa controlada por mentirosos profesionales y por una pandilla de ladrones. Lo que me entristece es que la gente no esté en lo absoluto informada y no se sienta implicada.
Silvia Cattori: Hay un aspecto muy importante que no está tampoco muy presente en el debate: la política exterior de la Unión Europea, la participación de sus principales miembros en operaciones militares mediante la OTAN. En ese aspecto también, aunque los sondeos demuestran que la gran mayoría de la ciudadanía se opone a esas guerras ilegales, [la ciudadanía] se ve totalmente impotente en cuanto a la posibilidad de impedirlas. En momentos en que las invasiones de Afganistán y de Irak han demostrado ser aventuras coloniales, el señor Sarkozy trata de estrechar los vínculos entre la Unión Europea y Estados Unidos con vistas a un conflicto con Irán en beneficio de Israel.
¿Qué piensa usted de este aspecto de la Unión Europea?
Etienne Chouard: Tengo la impresión que todo eso se programó desde el principio. Se hizo de forma progresiva. El «No» los frenó un poco. Pero, dos años más tarde, las autoridades imponen el Tratado por la fuerza. Y la ciudadanía no reacciona, lo cual sin dudas confirma en los gobernantes la creencia de que pueden hacer cualquier cosa.
El ambiente es pesimista.
Sí, ellos pueden secuestrar niños africanos en las escuelas, o pueden ir a imponer la guerra al otro lado del mundo. Hay que leer a Alain Badiou (De quoi Sarkozy est-il le nom). Las críticas de los medios fueron tan violentas contra ese libro que yo mismo estuve a punto de no leerlo. Y lo encontré interesantísimo. Su análisis es muy bueno.
Dice que la moda no es el «petainismo» [Término derivado del nombre del mariscal francés Petain, jefe del Estado francés que colaboró con los nazis durante la ocupación de Francia por las tropas de Hitler. Nota del Traductor.], sino el «neopetainismo». Hay que leer también a François-Xavier Verschave (De la Françafrique à la Mafiafrique, para empezar) para entender que la descolonización no existió.
Silvia Cattori: La reflexión que usted hace coincide con la del sociólogo Jean-Claude Paye en lo tocante a las libertades fundamentales en el marco de la Unión Europea [2]. Al igual que usted, él señala que las instituciones se conformaron de forma tal que las decisiones no estén al alcance de los ciudadanos.
Etienne Chouard: Efectivamente, no soy yo el único que lo dice. Y, en realidad, todos los que estudian de forma honesta las instituciones están escandalizados y deploran haber confiado demasiado en los responsables electos.
Silvia Cattori: ¿Estas cumbres –Lisboa, el G8– no son entonces otra cosa que farsas en las que un grupo de dirigentes, entre festines y abrazos, toman decisiones sin consultar a sus pueblos, como si estuviésemos en un sistema dictatorial?
Etienne Chouard: No es una dictadura –aún no– ya que, en una dictadura, no hay libertad de opinión ni de expresión. Es algo más suave, refinado, bonito a la vista, y se está convirtiendo en algo totalitario. Pero hay menos espacio para la crítica, es más difícil de condenar. La retórica de la mentira, que invierte los valores –Orwell la anunciaba ya en 1984– consistía en decir «la guerra es la paz», «el trabajo es la libertad» y el solo hecho de repetirlo deja sin armas a los que pudieran presentar oposición. La manipulación mediante el uso del lenguaje funciona bien. Eso exige, por parte de los quieren resistir, una formación, un aprendizaje sobre ese tipo de manipulación.
Silvia Cattori: ¿De qué herramientas disponen los partidarios del No para vencer estos obstáculos?
Etienne Chouard: Hay una que puede resultar bastante fuerte: un recurso individual ante la Corte Europea de Derechos Humanos (CEDH), que no forma parte de la Unión Europea pero cuya Convención ha sido firmada por esta última, lo cual la obliga a respetarla.
Cualquier persona puede recurrir a la Corte contra un Estado. Se trata de una Corte que protege individualmente a las personas aisladas. Sus argumentación es fuerte (vea el sitio web 29mai.eu), yo la utilizo ya en toda circunstancia. El recurso consiste en denunciar al Estado francés por violación del artículo 3 del protocolo 1 de la Convención que dice que las «altas partes contractuales se comprometen a garantizar a sus ciudadanos elecciones libres que permitan escoger libremente el cuerpo legislativo».
En realidad, nuestro cuerpo legislativo es ahora muy ampliamente europeo. Y a nivel europeo, ¿se elige el cuerpo legislativo? En lo esencial, no. No tenemos posibilidad de elegir. En Francia, el cuerpo legislativo no es la Asamblea Nacional: el 80% de las leyes que se aplican en Francia son normas europeas que se transfieren automáticamente a nuestro derecho nacional, sin que haya un verdadero debate parlamentario.
¿Qué sucede entonces en Europa?
Primeramente, al nivel constituyente es una CIG (Conferencia Intergubernamental, no electa) la que escribe y corrige los tratados, o sea la Constitución Europea (que ahora esconde su nombre hipócritamente). Los parlamentarios (que son los únicos electos) no pueden hacer otra cosa que ratificar o no, en bloque, los tratados que escriben los no electos. No tienen derecho de iniciativa, a aportar enmiendas, así que se ven reducidos a lo mínimo ¡a pesar de que son ellos los representantes electos!
Por consiguiente, a nivel constituyente no son los representes electos los que tienen el poder.
Seguidamente, las leyes europeas ordinarias las escribe la Comisión (no electa) que tiene la exclusividad y la iniciativa legislativa, y esas leyes se discuten después y se votan en el Consejo de Ministros (no electo) en «codecisión» con el Parlamento Europeo (única instancia cuyos miembros se someten a elecciones).
Sin embargo –escuche bien esto, que es esencial–, no hay codecisión en todos los temas. Existe una cantidad de temas sobre los cuales las instancias no electas (la Comisión y el Consejo) deciden solas sobre la ley europea.
Esos sectores en los que los ejecutivos escriben lo que yo llamo leyes sin parlamente (lo cual resulta más claro que la ladina expresión de «procedimientos legislativos especiales») se esconden cuidadosamente, no existe una lista [de ellos]. Así que pidan ustedes a sus parlamentarios, a sus ministros, a los periodistas, que les digan algunos de esos sectores. Ni ellos mismos los conocen (a no ser que sean verdaderos bandidos que no hablen claramente con los demás).
Esa esterilización progresiva del sufragio universal constituye una razón sólida para denunciar al Estado francés por violación de la Convención Europea de Derechos Humanos. Nuestros propios representantes están quitándole toda su fuerza a nuestros votos. La democracia está agonizando en medio de un falso decorado de democracia ficticia.
Basta con una sola denuncia, pero si se envían miles de ellas se crea una fuerza política como apoyo a una denuncia jurídica. Y es gratis. Si perdemos, el trámite nos habrá costado nada más que el sello del envío.
Además, la Corte Europea de Derechos Humanos (CEDH) está interesada en demostrar su propia utilidad, y se trata de un caso digno de estudio (inédito) que podría sentar un precedente. En todo caso, es el único recurso que tenemos nosotros, los simples ciudadanos. Todos los demás dependen de nuestros representantes, parlamentarios y ministros, que han demostrado que están decididos a pasar por encima de nuestra voluntad.
Si esperamos que ellos nos defiendan, esperaremos por mucho tiempo y perderemos de antemano.
Esta denuncia representa una esperanza ya que la Corte puede bloquear el proceso de ratificación mientras se toma la decisión de fondo. Me parece que es un arma poderosa, nueva.
Silvia Cattori: ¿Qué diría usted a la ciudadanía de Suiza y a la de Noruega, que se han negado hasta ahora a incorporarse a la Unión Europea, países cuyos detractores los califican generalmente «retrasados que niegan el progreso»?
Etienne Chouard: Yo espero, por su bien, que sigan resistiendo. Los envidio porque tengo la impresión que nosotros estamos encerrados en una horrible trampa en la que nos han sumido nuestros propios dirigentes. Nos están obligando a abrir nuestras fronteras a países que no respetan el derecho laboral, ni las leyes sobre el medio ambiente, ni ninguna de las obligaciones que nosotros imponemos a nuestras propias empresas en el marco del progreso social. Si nos vemos ante la competencia desleal de países que tienen tan pocos puntos de comparación con los nuestros, lo único que puede suceder es que sigamos la caída hacia la ruina general.
No es cosa de risa. Otros países han vivido ya ese infierno debido a la aplicación de recetas inadecuadas. Ahí tenemos el espantoso caso de Argentina, conejillo de Indias del neoliberalismo...
Silvia Cattori: Si se le preguntara a la ciudadanía si quiere salir de la Unión, ¿cuál sería la decisión, en su opinión?
Etienne Chouard: El golpe de Estado de Lisboa me lleva a preguntarme si no tendríamos que salir urgentemente de esta UE-MB (Unión Europea de Multinacionales y Bancos). Estoy comenzando, efectivamente, a pensar que es imposible transformar la Unión Europea, cuyo programa genético parece concebido en contra de los pueblos y en contra de la democracia.
Quizás lo que hace falta es salir de esta Unión Europea para construir una verdadera sociedad europea, deseada y defendida por los pueblos interesados (no por sus élites privilegiadas).
Silvia Cattori: Si las posibilidades de salir del Tratado son nulas, ¿por qué no hacer campaña simplemente para salir de la Unión Europea?
Etienne Chouard: Yo no he renunciado aún a mi sueño europeo de fraternidad. Quisiera comenzar de nuevo con menos países, en vez de este monstruo concebido por las grandes corporaciones y para ellas. Ahora estamos casando a los pueblos con el consentimiento de sus «padres». Un matrimonio exitoso y duradero se lleva a cabo necesariamente con el consentimiento de los pueblos interesados.
Silvia Cattori: ¿No tienen los socialdemócratas la principal responsabilidad en esta forma de construcción europea? ¿No construyó Jacques Delors la Europa del mercado?
Etienne Chouard: Es evidente que Jacques Delors y la mayoría de los líderes socialistas nos han engañado. Ellos nos mintieron miles de veces, y esa evidente traición de los jefes de la izquierda constituye una catástrofe para el país.
Yo confiaba en ellos, y muy particularmente en Jacques Delors. Recuerdo el último día antes del referéndum de Maastricht. Jacques Delors nos habló por televisión. Confesó que en el plano social todavía no se había hasta entonces nada en Europa. Pero tomaba nota de ello junto con nosotros. Solemnemente, mirándonos con sus ojos azules tristes y sinceros, nos prometió ardientemente empezar a actuar en el plano social desde el día siguiente de nuestro voto por el Sí. Nos lo prometió para que votáramos SÍ.
Quince años más tarde, estamos más atrasados que nunca en el plano social en todos los aspectos… Yo tengo la sensación de haber sido engañado por uno de los hombres en quien más yo confiaba. Es triste e indignante a la vez. La decepción es terrible.
Silvia Cattori: Usted mencionó el abandono de la creación monetaria. ¿Puede especificar de qué se trata?
Etienne Chouard: Existe un mecanismo esencial que descubrí este año. Incluso empiezo a ver en él el núcleo de la trampa, el diamante central, el motor de nuestra impotencia… Se trata del artículo 104 de Maastricht (que se convirtió en el artículo 123 del Tratado de Lisboa).
Dice lo siguiente: «Los Estados ya no pueden obtener préstamos de sus bancos centrales». Para los simples mortales eso resulta incomprensible. ¿Qué quiere decir eso? Desde hace siglos los Estados han dejado parte de su poder para crear moneda en manos de los bancos privados. Los bancos han obtenido de los gobernantes –mediante la corrupción, por supuesto– el derecho (fundamental) de crear la moneda.
Pero, hasta hace poco (hasta 1974, en el caso de Francia), los Estados por lo menos compartían aún con los bancos privados el derecho de crear la moneda. Cuando un Estado necesitaba dinero para construir vías férreas, viviendas u hospitales, el Estado creaba por sí mismo su moneda, y no tenía que pagar intereses durante los reembolsos. Mantenga la atención y no olvide eso que es el aspecto crucial, el que le condena a usted a trabajar sin descanso en provecho de los que cobran rentas sin hacer nada.
El Estado creaba la moneda de la manera siguiente: El Estado obtenía un préstamo de su banco central (que fabricaba moneda con ese objetivo) y, a medida que el Estado reembolsaba ese préstamo, el Banco Central destruía ese dinero, ¡pero sin que el Estado tuviera que pagar intereses!
En Francia, desde 1974, en la época de la llamada “serpiente monetaria europea”, el Estado –seguramente al igual que en los demás países europeos– se prohibió a sí mismo el recurrir a los préstamos de su propio banco central y se privó por tanto a sí mismo de la creación monetaria. Por consiguiente, el Estado (o sea, ¡nosotros todos!) se obliga a sí mismo a pedir prestado a instituciones privadas, a las que tendrá que pagarles intereses, lo cual hace que todo se encarezca.
¿En interés de quién?
¿En interés de todos?
¿No me diga?
Observe que, precisamente a partir de 1974, la deuda pública ha ido en aumento constante, al igual que el desempleo.
Yo afirmo que hay un vínculo entre ambas cosas.
Pero eso no es todo. Desde 1992, con el artículo 104 del Tratado de Maastricht, esa prohibición de que los Estados puedan crear moneda se elevó al más alto nivel del derecho, internacional y constitucional. O sea que se hizo irreversible, y se puso fuera del alcance de la ciudadanía. Eso no se dijo claramente. Se dijo que en lo adelante estaba prohibido recurrir a préstamos del Banco Central, lo cual ni es honesto ni está claro y no permite que la gente entienda.
Si el artículo 104 dijera que «Los Estados ya no pueden crear moneda. Ahora tienen que pedir préstamos a las instituciones privadas pagando a estas intereses que los llevan a la ruina y que encarecen tremendamente las inversiones públicas, pero que han felices a los ricos que viven de sus rentas, a los propietarios de los fondos de préstamos», habríamos tenido una revolución.
Ese escandaloso robo le cuesta a Francia alrededor de 80 000 millones al año (*) y nos va arruinando año tras año. Pero ya no se puede hacer nada.
Ese tema debiera ser centro de todas nuestras luchas sociales, debiera servir de punta de lanza de la izquierda y de la derecha republicanas. En vez de eso, nadie lo menciona. Es deplorable.
Silvia Cattori: Para la ciudadanía resulta difícil imaginar que sus dirigentes electos estén todos tan implicados. Finalmente, son algunos ciudadanos aislados, como usted, que se esfuerzan de forma desinteresada, los que retoman el debate que los dirigentes electos han abandonado.
Etienne Chouard: Hay gente que lucha. Maurice Allais, premio Nóbel de Economía, critica duramente el abandono de la creación monetaria en manos de los bancos privados, protesta enérgicamente y afirma que es vergonzoso que los bancos privados se comporten (porque han sido autorizados a hacerlo) como fabricantes de moneda falsa y que eso nos está arruinando. Maurice Allais, una mente libre, dice también que las multinacionales que nos imponen ese gran mercado sin regulaciones son perjudiciales. El ultraliberal Maurice Allais denuncia «el relajo del mundo de los negociantes» de la Unión Europea.
¿Se puede ser más claro?
Bueno, pues ese hombre, que ha dedicado gran parte de su vida al estudio de las cuestiones monetarias y que ha recibido probablemente todos los honores y medallas del mundo, ese gran especialista de la moneda ha sido excluido de los grandes medios de difusión. Ya no logra que le publiquen nada en diarios como Le Monde y Le Figaro. ¿Existe alguien que no vea la relación evidente que hay entre la persecución contra un valiente ciudadano que pone el dedo en la llaga y el hecho de que los grandes medios de prensa hayan sido comprados y estén ahora precisamente bajo el control de las multinacionales y los bancos?
Maurice Allais desarrolla una idea fundamental, que todo debiéramos estudiar, cuando dice que hay que devolverle la creación de la moneda a los Estados, a un banco central independiente, que el Banco Central Europeo (BCE) tiene que recuperar la creación monetaria retomándola de manos de los bancos privados.
Notas:
[1] «La boîte à outils du traité de Lisbonne», por Valery Giscard d’Estaing (ex-presidente francés, diario francés Le Monde del 26 de octubre de 2007.
[2] Véase la entrevista a Jean-Claude Paye por Silvia Cattori: «Jean-Claude Paye: "Las leyes antiterroristas. Un acto constitutivo del Imperio"» , Red Voltaire, 24 de septiembre de 2007.
Silvia Cattori
Periodista suiza
(continue)
Para celebrar el aniversario este viernes del nacimiento de Dunant, y del Día Mundial de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, swissinfo analiza a la persona que hay tras el mito, clave para crear la Cruz Roja Internacional y la Media Luna Roja, además del Convenio de Ginebra.
Este artículo forma parte del próximo dossier de swissinfo dedicado a la Cruz Roja, que este año conmemora el 150º aniversario de la Batalla de Solferino, el 90º aniversario del nacimiento del movimiento internacional de la Cruz Roja y la Media Luna Roja, además del 60º aniversario de los Convenios de Ginebra.
"Su nombre aparece en las placas de las calles y esquinas de todo el mundo, pero en realidad no se conoce mucho sobre él", explica Gerard A. Jaeger, autor suizo de la nueva biografía, 'Henry Dunant: el hombre que inventó el Derecho Humanitario'.
Diferentes Dunants
El dramaturgo helvético Michel Beretti, que dirigió una obra sobre Henry Dunant, comparte la versión de que era difícil definir la figura de Dunant.
"Si él es un santo, es un tipo divertido de santo, ya que su personalidad y su vida son extremadamente contradictorias", dice a swissinfo. "Hay varios y distintos Dunants".
Henry Dunant nació en el seno de una familia religiosa, humanitaria y con conciencia cívica de Ginebra, el 8 de mayo de 1828.
No era una persona con demasiado talento académico, por lo que se vio forzado a dejar el colegio Calvino en Ginebra debido a sus malas notas. Después emprendió una formación en una empresa de cambio de divisas.
Con 26 años entró en el mundo de los negocios como representante de la Compañía Ginebrina de las colonias de Sétif en África del Norte y en Sicilia. Ideó un plan financiero para labrase una fortuna, situándose como presidente de la empresa Compañía Financiera e Industrial de Mons-Gémila Mills en Argelia, y con la explotación de una gran extensión de terreno.
Al precisar derechos sobre el agua, tuvo una idea audaz que consistía en pedírselos directamente al emperador Napoleón III. En la época, Napoleón estaba luchando y dirigiendo al Ejército francés y junto a los italianos trataban de expulsar a los austriacos de Italia.
Choque violento
Dunant se dirigió al cuartel general de Napoleón cerca de la ciudad italiana de Solferino y, por casualidad, llegó a presenciar y participar en los disturbios de la Batalla de Solferino.
Se registró una violenta confrontación entre la Alianza Franco-Sarda y la armada austriaca por la independencia de Italia que se produjo el 24 de junio de 1859, cerca de lago de Garda, al norte de Italia.
Cuando se calmó el combate, unos 40.000 soldados quedaron malheridos en el campo de batalla, algunos de ellos aquejados de lesiones muy dolorosas.
El ginebrino se vio profundamente afectado por la carnicería, y con la ayuda de gente de la zona organizó los primeros auxilios para los heridos y los enfermos.
"Esto supuso una profunda herida psicológica para él, algo de lo que nunca se recuperaría", según Beretti.
A su vuelta a casa, Dunant escribió un libro para contar sus experiencias, llamado 'Un recuerdo de Solferino', y desarrolló la idea de una organización para asistir a los heridos de guerra como una contribución para establecer un mundo más civilizado y paliar los sufrimientos de los conflictos.
Comité de Ginebra
En 1863, con la experiencia de la matanza de Solferino todavía fresca en su cabeza, Dunant y otros cuatro suizos conocidos crearon un comité que luego daría lugar al Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR).
Beretti ríe cuando habla sobre este hecho: "El inicio de la Cruz Roja es absurdo cuando se piensa en ello", indica. "Cinco chicos que se encontraron en un apartamento en el casco antiguo de Ginebra para fundar una organización internacional. Es increíble".
Después de un año, con la idea de los cinco miembros fundadores del CICR, el Gobierno de Suiza organizó una conferencia diplomática con la participación de 16 países, que condujo a la firma del primer Convenio de Ginebra.
El tratado fijó límites a las leyes de las guerras, estableció el tratamiento humanitario de las víctimas en el campo de batalla y la adopción de un emblema identificativos y especial, una cruz roja sobre fondo blanco.
Exilio y ruina
Sin embargo, los siguientes 30 años de Dunant fueron muy diferentes de la primera etapa de su vida.
Sus negocios en Argelia se debilitaron, en parte debido a su gran dedicación a las causas humanitarias. En abril de 1867, la bancarrota de la financiera Crédit Genevois propició un escándalo que incluía a Dunant. Fue obligado a declararse en bancarrota y resultó condenado por un tribunal de Ginebra el 17 de agosto de 1868 por prácticas engañosas dentro de la quiebra.
Tras el desastre, que también sacudió a muchos de sus amigos de la ciudad, Dunant se convirtió en un paria y en unos años acabó viviendo como un mendigo.
"El cofundador Gustave Moynier pensó que la bancarrota y la mala fama de Dunant en Ginebra podrían dañar la imagen de la nueva Cruz Roja, por lo que distanció a Dunant del comité", manifiesta Jaeger.
En 1875 Dunant dejó la ciudad, profundamente decepcionado, y se estableció temporalmente en Heiden, una aldea en el cantón de Appenzell Rodas Exteriores.
"Esto fue una enorme herida para él ya que estaba convencido de su sinceridad y de su voluntad de trabajo humanitario", expresa Jaeger.
Cuando envejeció, Dunant fue trasladado en 1892 al hospicio de Heiden. Y allí, en la habitación 12, pasó los últimos 18 años de su vida.
"La gente pensaba que estaba muerto. En este periodo el CICR continuó su labor y siguió trabajando a pesar de no contar ya con él".
Rehabilitación
Pero la figura de Dunant no fue totalmente desconocida. En 1895 el periodista alemán Georg Baumberger escribió un artículo sobre Dunant, que fue reflejado por toda la prensa mundial y le catapultó de nuevo a la rabiosa actualidad.
En 1901 Dunant recibió el primer Premio Nobel de la historia por su aportación a la fundacion del movimiento internacional de la Cruz Roja y por iniciar los Convenios de Ginebra. Murió el 30 de octubre de 1910 y fue enterrado en Zúrich sin ceremonia alguna.
Aunque las felicitaciones oficiales del CICR y del Nobel de la Paz ganado devolvieron el honor a Dunant y mejoraron su reputación.
"No hay ningún hombre que merezca más este honor, porque fuiste tú, hace 40 años, el que puso los cimientos de una organización internacional para el auxilio de las víctimas y los heridos en el campo de batalla. Sin ti, la Cruz Roja, el supremo logro humanitario del siglo XIX, probablemente nunca habría existido", escribieron.
Sin Dunant los otros cuatro fundadores de la Cruz Roja nunca hubieran llegado tan lejos, según defiende Jaeger.
"El dinamismo y la obsesión de Dunant supusieron que las cosas fueran mucho más rápidas. Cincuenta años después, la Cruz Roja podría haber surgido en cualquier parte, pero él simplemente aceleró la historia".
"Era un idealista, pero también alguien que quería dar una expresión concreta a sus ideales".
Traducción: Iván Turmo
Simon Bradley, swissinfo.ch
La serenidad del Espacio AIG, en el ginebrino Pont de la Machine, es el escenario escogido por el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) para dar a conocer las fotos que componen 'Nuestro Mundo en Guerra'.
De hecho, el contraste entre la paz que se respira a orillas del Lago Léman y las imágenes de conflictos de nuestro tiempo captadas por los fotógrafos de la Agencia VII no podría ser más evidente.
Un viaje al horror
El recorrido del visitante por el horror se inicia en Liberia. Las conmovedoras imágenes están acompañadas de ricas leyendas que explican al observador las distintas situaciones. Así descubrimos a las innumerables minas terrestres enterradas en Afganistán y sus consecuencias de amputados, muertos y lisiados.
El balance hasta el momento es de más de 100.000 afectados. O la historia de una niña de 16 años, abandonada por sus padres en el 'marastoon', institución de acogida para enfermos mentales en la que se supone pasará el resto de su vida.
El balance de 14 años de guerra civil en Liberia no es mucho mejor. Las fotos de la Agencia VII muestran los trabajos de recuperación de los amputados y los equipos de fútbol que intentan devolverles la dignidad y las ganas de vivir.
Las fotos hablan también de "los muertos de hambre, de enfermedades y agotamiento en los caminos de Liberia". Un caso especialmente espeluznante es el de una mujer obligada a cantar, bailar y dar palmas mientras los guerrilleros torturaban a su marido y luego violaban por turnos a la hija de 12 años.
Colombia, Georgia, Haití...
La exposición muestra las secuelas de 45 años de conflicto en Colombia y su negro balance de 2,5 millones de desplazados y refugiados. O la realidad de Georgia, en el Cáucaso, donde los fotógrafos visitan una barraca en la que conviven 20 familias con un solo lavabo sin agua corriente.
Según el CICR, en algunas regiones de Georgia el índice de desempleo llega al 70% de la población. La ayuda estatal se limita a una subvención de 22 laris mensuales, equivalente de 10 francos suizos por familia. "Los refugiados sobreviven gracias a un régimen de legumbres secas y pastas", aclara el texto del CICR.
El viaje prosigue en Haití, el país más atrasado del hemisferio occidental. Aquí el CICR describe un negro panorama, hecho de "pobreza crónica, miseria, deforestación, violencia, falta de cuidados médicos e inestabilidad política". Un país donde la inmensa mayoría de la población sobrevive con menos de 1 franco suizo al día.
"A menudo la gente cocina galletas hechas de barro mezcladas con mantequilla y sal para poder así dormir sin hambre", comenta el fotógrafo de Agencia VII. Las imágenes muestran también a madres con bebés paralíticos durmiendo entre la basura.
...Líbano y Congo
El triste recorrido por los dramas de hoy nos lleva a Líbano, donde los fotógrafos observan las consecuencias del enfrentamiento entre Israel y las milicias de Hezbolá (grupo proiraní) o la lucha que prosigue en Filipinas entre el Gobierno y los movimientos guerrilleros musulmanes de Mindanao (sur del país).
Un conflicto olvidado que ha provocado miles de muertos, 250.000 refugiados y más de 60.000 prisioneros distribuidos en 95 centros de detención. El CICR recuerda al visitante que el 15 de enero de 2009 tres trabajadores de la organización humanitaria fueron secuestrados en esa región. A día de hoy, el cooperante Eugenio Vagni continúa desaparecido.
El recorrido finaliza en Congo cuya situación es, posiblemente, la peor de todas. Las imágenes de Ron Haviv hablan de los 3 millones de muertos por guerra, hambre y enfermedades. A ellos se suma un millón de desplazados y refugiados. Un país sin ley donde la violación es moneda corriente.
La situación de la República Democrática del Congo es descrita por el CICR como "una de las peores situaciones de urgencia humanitaria de las últimas décadas".
Haviv dedica especial atención a las mujeres violadas que intentan sobrevivir en las 'casas de escucha' donde las víctimas pueden dar rienda suelta a sus emociones y volver a sus recuerdos. Como una mujer cuya madre, de 81 años, fue violada al mismo tiempo que sus hijas menores. Las dos niñas quedaron embarazadas.
En Congo se practica igualmente el asesinato sistemático y la separación forzosa de las familias. "Un país donde niños abandonados sobreviven como vagabundos", observa Ron Haviv.
Una agencia de fotógrafos comprometidos
Los fotógrafos participantes de la experiencia son James Natchwey, quien viajó a Filipinas y Afganistán. Franco Pagetti trabajó en Líbano y Colombia, Ron Haviv en República Democrática de Congo, Christopher Morris en Liberia y Antonin Kratovchil en Georgia. Estos fotógrafos suman entre ellos un impresionante palmarés en el que se encuentran todos los premios habidos y por haber del fotoperiodismo.
Y un dato curioso: Antonin Kratovchil fue él mismo un refugiado político que debió huir de su Checoslovaquia natal tras la entrada de las tropas soviéticas en 1968. Esa experiencia "marcó de forma definitiva mi forma de trabajar", según explica en la web de la agencia.
Con la exposición 'Nuestro Mundo en Guerra' el CICR intenta "recordar a todos y cada uno la responsabilidad que le corresponde en los esfuerzos destinados a aliviar el sufrimiento humano". Aparte de la muestra fotográfica, otras iniciativas incluyen el sitio web 'Nuestro mundo – Tu acción' y un libro de fotografías de los archivos del CICR titulado 'La Humanidad en Guerra', que verá la luz esta primavera.
Rodrigo Carrizo Couto
swissinfo.ch - Ginebra
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