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Obama en cuenta regresiva |
Se aproxima la Cumbre de Las Américas, a celebrarse del 17 al 19 de abril en Puerto España, Trinidad y Tobago, y crece la interrogante acerca de las propuestas que presentará Barak Obama a sus homólogos de América Latina y el Caribe que lo distancien claramente de su abominable antecesor.
Absorbido en los poco más de dos meses que lleva en el cargo por los demoledores efectos domésticos de la crisis económica internacional estallada en Wall Street y el pantano de dos guerras coloniales, el presidente estadounidense, que aunque es inteligente conoce poco el mundo, depende mucho en política exterior de sus colaboradores. Al sur de su frontera algunas posturas provocan dudas sobre la real voluntad de cambio de su administración. Son inquietantes los brulotes de Hillary Clinton contra Hugo Chávez y las actividades injerencistas de diplomáticos estadounidenses contra los gobiernos de Evo Morales y Rafael Correa, tres mandatarios muy respetados y populares en la región. También la insolente arremetida antimexicana.
Es un error fatal ilusionarse con que Obama pueda cambiar la esencia imperial del sistema pues aun si quisiera ni el enorme poder de su cargo se lo permitiría, pero cabría esperar que como al parecer intenta con Rusia e Irán, diseñe una proyección hacia sus vecinos a tono con la honda crisis de hegemonía de Estados Unidos y el nuevo clima político en su otrora traspatio, donde crece la conciencia política y la voluntad transformadora de los pueblos, numerosos gobiernos ya no le son incondicionales y se ha afianzado como nunca la unidad e integración. Washington parecería no comprender estos cambios, que Obama percibirá en la cumbre de Trinidad y Tobago. Así lo evidencian las declaraciones sobre Cuba de su vice Joseph Biden en la llamada Cumbre de Líderes Progresistas efectuada en Chile -extraño popurrí- como en la que sostuvo con presidentes y altos funcionarios de los gobiernos centroamericanos. Si de veras Obama quiere sostener un diálogo constructivo con sus homólogos del hemisferio, no basta que su administración intente una retórica más discreta en las formas que su belicosa antecesora si no los trata con el respeto que merecen los iguales.
Cuba no asistirá a la Cumbre de las Américas pues fue excluida en 1962 de la OEA, instrumento de la política imperial hasta hoy, que es su convocante. Pero ello no impedirá que allí se cuestione frontalmente su ausencia y la prolongación del criminal bloqueo, condenado reiteradamente por la abrumadora mayoría de los miembros de la ONU y, con especial énfasis, por la 1ª Cumbre de América Latina y el Caribe celebrada en Brasil en diciembre de 2008. La cálida acogida tributada entonces a Raúl Castro, incluyendo el ingreso de la isla en el Grupo de Río, dejó muy claro el sólido prestigio de que goza en el ámbito latino-caribeño. En lo que va de 2009 nueve jefes de Estado o gobierno de la región han visitado La Habana, mientras Costa Rica y El Salvador -este en la voz de su presidente electo Mauricio Funes-, los únicos que no lo habían hecho, han anunciado que restablecerán relaciones diplomáticas con ella.
Más allá de su impacto en la relación bilateral con Cuba no hay nada que Estados Unidos pueda hacer para crear confianza en un cambio de política hacia América Latina y el Caribe que no sea el levantamiento del bloqueo. El Legislativo de Washington ya dio un modesto paso en esa dirección al derogar el presupuesto que permitía restringir los viajes y las remesas de los cubanoamericanos -una promesa de Obama en campaña- y ya se han presentado iniciativas bipartidistas en ambas cámaras que eliminarían la inconstitucional prohibición a los estadunidenses de visitar Cuba y relajarían las severas limitaciones a la venta de productos a la isla. Quedan muy lejos del fin del bloqueo pero, de aprobarse y recibir la sanción de Obama, serían un avance en la dirección correcta.
No obstante, es el presidente quien lleva la voz cantante en política exterior y Obama ha despertado esperanzas que explican la expectación existente sobre su presencia en Puerto España. Se acerca para él la hora de la verdad. Sólo si anunciara medidas importantes encaminadas a normalizar las relaciones con Cuba logrará mitigar la amarga herencia dejada por Bush y otros gobiernos anteriores al sur de la frontera y abrir un nuevo capítulo en los vínculos con los vecinos del sur. Le quedan dos semanas para decidirlo.
(mas...)
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDIRÁ OBLIGATORIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI
Ángel Guerra Cabrera

Etiquetas: conocimiento, inteligencia, memoria, multitud, politica.
En esa oportunidad el vicepresidente de Estados Unidos dijo que “se acabó la época en que dábamos órdenes”.
Lo curioso es que pese a tan promisorias palabras Biden fue muy enfático al afirmar que continuaría el bloqueo contra Cuba, ya próximo a cumplir medio siglo de vida.
¿Cómo conciliar ambas expresiones?
La Casa Blanca dice por medio de su calificado vocero que desea instalar en la región un clima de diálogo, respeto y comprensión; pero, simultáneamente, revela que no está dispuesta a poner fin a un bloqueo criminal e ilegal que ha concitado el repudio universal desde hace décadas.
¿Cuál de estas dos afirmaciones representa la política de Barack Obama hacia nuestra región?
Con su enigmática declaración Biden fortalece la impresión de que más allá de sus encendidas promesas de campaña, sintetizadas en la fórmula “somos el cambio”, la administración Obama no parece demasiado preocupada por diferenciarse de su predecesor.
Las grandes orientaciones de la política exterior de George W. Bush gozan de muy buena salud en dos áreas estratégicas de la Casa Blanca: guerra y economía.
En la primera, habiendo no solo ratificado en su cargo al halcón Robert Gates como Secretario de Defensa sino también reforzando la presencia militar estadounidense en Afganistán y Pakistán mientras que el prolongado estacionamiento de sus tropas en Irak parece destinada a convertir a ese sufrido país en un eterno enclave neocolonial norteamericano.
En lo tocante a la economía, el equipo de asesores y expertos seleccionado por Obama reúne a los cerebros que concibieron y llevaron a la práctica la radical desregulación del sistema financiero de los años noventas causante del fenomenal estallido de la burbuja especulativa en el verano boreal del 2008.
Lo que se sabe de gentes como Robert Rubin, Lawrence Summers, Timothy Geithner y Paul Volcker es que los caracteriza una inconmovible fidelidad al neoliberalismo y a los intereses que éste representa: el capital financiero y los gigantescos oligopolios norteamericanos.
Su presencia en la nueva administración de los demócratas pone de manifiesto su pertinaz empeño por restaurar la situación existente con antelación al estallido de la crisis, aplicando la misma medicina que ocasionara la debacle actual.
Había otros economistas que, desde una perspectiva crítica y a la vez realista, podrían haber asesorado mucho mejor a Obama: mencionemos apenas dos, Paul Krugman, Premio Nobel de Economía en 2008, y Joseph Stiglitz, que obtuvo ese mismo lauro en el 2001.
Pero Obama prefirió depositar su confianza en los gastados gurúes del neoliberalismo, con lo que se esfuman las esperanzas de una salida razonablemente civilizada de la crisis actual.
El show mediático montado días atrás por el G-20 en Londres no permite pensar en otra cosa.
Bajo estas condiciones las declaraciones del nuevo gobierno estadounidense en el sentido de flexibilizar algunas restricciones en materia de viajes y visitas de familiares a Cuba merecen un aplauso, pero el mantenimiento del bloqueo económico a Cuba es absolutamente inaceptable y debe ser condenado sin atenuantes.
Esto señala inequívocamente la magnitud del hiato que separa al Obama de la campaña electoral del Obama ocupante de la Casa Blanca. Agregaríamos: también del abismo que separa las ilusiones de los cultores de la “obamamanía” en muchos países de la región y fuera de ella, principalmente en Europa, de las políticas que aquél está llevando a cabo en su inescapable condición de jefe del imperio.
Sus promesas de revisar la política anti-cubana que los sucesivos gobiernos de la Casa Blanca instalaron desde los inicios mismos de la Revolución parecen destinadas a ser llevadas por el viento.
Hasta ahora, lo que se advierten son gestos dirigidos a maquillar el bloqueo pero nada más.
Un bloqueo que, conviene recordarlo, es económico, comercial, financiero, migratorio (por la canallesca “Ley de Ajuste Cubano”) e informático, impidiendo a la isla acceder a bandas de Internet de alta velocidad.
El terco mantenimiento de esta situación es un síntoma revelador de sorprendentes patologías políticas que entorpecerán la gestión innovadora que debería tener un presidente estadounidense enfrentado a una crisis como la actual.
¿Cuáles patologías?
Veamos: en primer lugar, la de una superpotencia imperialista que en lugar de definir su política exterior en función de sus intereses nacionales y criterios globales mantiene una agresiva política hacia un país, Cuba, que de manera alguna amenaza su seguridad nacional.
El resultado ha sido la profundización del descrédito de Estados Unidos en la arena internacional, la irritación de los gobiernos y las poblaciones del hemisferio y una sensible pérdida de influencia en la región, puesta en evidencia por el espectacular fracaso del ALCA, ignominiosamente sepultado en la anterior cumbre de presidentes reunida en Mar del Plata en 2005.
¿Cuál fue el pecado de Cuba?
Algo imperdonable para los amos del imperio: haber luchado exitosamente por su autodeterminación y por su dignidad, desembarazándose de las cadenas que la aherrojaron primero al colonialismo español y luego al imperialismo norteamericano.
Por eso se la castiga brutalmente, como un escarmiento ante su osadía y como una lección para quienes sueñen con imitarla.
Pero el tiempo se encargó de demostrar que lo único que logró esa política fue alimentar el sentimiento anti-imperialista de las masas y crear las condiciones para el advenimiento de una pléyade de gobiernos de izquierda y centroizquierda que, por distintas razones, frustraron el “sueño americano” de una América Latina sometida a los designios del ALCA.
En segundo lugar, Estados Unidos se presenta como un curioso país que, por lo dicho más arriba, no tiene una sino dos políticas exteriores: una, para Cuba y otra para el resto del mundo.
En materia migratoria, la “Ley de Ajuste Cubano” otorga la green card a cualquier ciudadano cubano que pise suelo norteamericano; para el resto del mundo, en cambio, existen complicadísimos trámites de inmigración.
El migrante haitiano, o dominicano, que arriesga su vida atravesando el Caribe en frágiles embarcaciones será hecho prisionero y luego devuelto a su país de origen en caso de ser atrapado; el cubano, en cambio, una vez que pisa suelo estadounidense automáticamente pasa a disfrutar de todas las franquicias que se conceden a los inmigrantes legales.
En el caso de la frontera sur de Estados Unidos la persecución a los indocumentados mexicanos o centroamericanos es implacable: no sólo se ha erigido un infame muro en la frontera mexicano-estadounidense; también están la cacería de “la migra” y las masacres de los vigilantes de la frontera, todo lo cual contrasta odiosamente con el trato privilegiado que se otorga a los inmigrantes cubanos.
Otro ejemplo de patología política: el Departamento de Estado condena incansablemente al régimen de partido único de Cuba, denuncia los supuestos déficits de su “calidad institucional” y proclama abiertamente la necesidad de producir un “cambio de régimen”, eufemismo para referirse a la concreción de la contrarrevolución.
Pero esta política, con su definición de principios, contrasta llamativamente con las fraternales relaciones que Washington cultiva con Arabia Saudita, país en el cual los partidos políticos están prohibidos, el despotismo monárquico es absoluto y la democracia una quimera; contrasta también con las intensas relaciones económicas forjadas con países como China y Vietnam cuyos sistemas de partidos son muy similares al que existe en Cuba.
¿Cuál es la razón de tamaña discriminación, de esta colosal inconsistencia de la política exterior norteamericana?
No hay razón alguna; sólo el chantaje de un lobby mafioso ante el cual Washington se postra deshonrosamente.
Tercera patología: el bloqueo revela que Cuba ocupa un lugar especialísimo en el imaginario de la clase dominante estadounidense.
Pese al tiempo transcurrido sus integrantes y sus representantes políticos no se resignan haber perdido a Cuba e insisten en recuperarla, en apropiarse de ella apelando a cualquier recurso.
Cuba es su enfermiza obsesión, la sienten como un trofeo de guerra –de una guerra donde los patriotas cubanos habían derrotado al poder colonial español y que luego Estados Unidos con sucias artimañas les arrebató la victoria- y en pos de ella son capaces de cualquier cosa.
Casi medio siglo de bloqueo es un fenómeno que no tiene parangón en la historia del imperialismo.
Imperios anteriores, desde Esparta y Roma hasta hoy, sitiaron por un tiempo algunas ciudades.
Pero sostener un bloqueo integral como el que padece Cuba es algo que no tiene precedente alguno en la historia de la humanidad.
Constituye una monstruosidad, una verdadera aberración y una imperdonable inmoralidad.
El mantenimiento de una política que ha fracasado ostensiblemente, que ha terminado por aislar a Estados Unidos, sólo puede comprenderse como una señal de la decadencia de la clase política norteamericana.
Con la inminente reapertura de las relaciones diplomáticas con Costa Rica y El Salvador, Estados Unidos será el único país del sistema interamericano que no tiene relaciones con Cuba.
¿Cómo sostener una política que no sólo ha fracasado en promover el tan anhelado “cambio de régimen” sino que, a su vez, ha convertido a Estados Unidos en una suerte de paria del sistema internacional cuando en la última votación de la Asamblea General de la ONU el bloqueo fue condenado por 185 de los 192 países miembros de la organización?
Por consiguiente, si Obama quiere dar un nuevo comienzo a la relación con América Latina y el Caribe hay un primer paso que es inevitable: debe levantar total e incondicionalmente el bloqueo e iniciar de inmediato conversaciones para normalizar la relación con La Habana.
Debe reconocer que Cuba no está aislada y que quien está aislado es Estados Unidos. Con el transcurrir de los años el prestigio de Cuba se ha ido agigantando, porque siendo un país pequeño ha demostrado una notable coherencia y fortaleza en su política exterior.
Cuba ayuda más que Estados Unidos a los pueblos de nuestra América y, en general, del Tercer Mundo; lo hace con sus médicos, sus alfabetizadores, sus técnicos, sus entrenadores deportivos y su amplísimo programa de cooperación científica y técnica con unos cien países.
Cuba da, mientras Estados Unidos quita. Y la ejemplar resistencia de Cuba le ha granjeado el respeto de la comunidad internacional y, muy especialmente de los pueblos y gobiernos de América Latina y el Caribe, cualesquiera que sean sus orientaciones políticas.
Los gobernantes que acudirán a la cita de Trinidad-Tobago no podrán profundizar las relaciones de cooperación con la Casa Blanca en materias como la migración, el narcotráfico, el terrorismo y tantas otras a menos que se remueva de raíz el obstáculo que representa el mantenimiento del bloqueo a Cuba. De lo contrario pagarían un enorme costo político y podrían ser desalojados del gobierno más pronto que tarde.
Hay varios ejemplos recientes que ilustran este aserto.
Demorar el levantamiento del bloqueo sólo servirá para perjudicar al interés nacional de Estados Unidos y los de numerosos individuos y empresas de ese país, sacrificados en aras de un lobby como el que aglutina la Fundación Nacional Cubano-Americana que es una verdadera vergüenza para la política norteamericana.
Esto se va tornando cada vez más obvio para una parte creciente de la dirigencia política estadounidense.
La misiva que el senador Richard Lugar le enviara al Presidente Barack Obama el 30 de Marzo de este año es sumamente elocuente.
En ella, el senador por Indiana dice que la política de Estados Unidos hacia Cuba ha fracasado y que, debido a ello, “nuestros intereses políticos y de seguridad más globales” están siendo socavados.
Esto requiere una “transición en las relaciones cubano-estadounidenses” y el momento para la misma es ahora: durante la Cumbre de las Américas.
Lugar agrega que la política seguida por la Casa Blanca contrasta estridentemente con el acrecentado relacionamiento de los países de América Latina y el Caribe con Cuba.
Las recientes declaraciones anunciando planes para restablecer las relaciones diplomáticas con Costa Rica y El Salvador, la serie de visitas a La Habana por los presidentes de Ecuador, Bolivia, Venezuela, Chile, Argentina, Brasil, Haití, República Dominicana, Guatemala, Nicaragua y Honduras y varios más del área del Caribe y la incorporación de Cuba al Grupo de Río demuestran, a su juicio, la soledad en que ha caído Estados Unidos.
“El embargo dispuesto sobre Cuba es asimismo fuente de controversias entre Estados Unidos y la Unión Europea, así como en las Naciones Unidas, que ha aprobado una resolución muy ampliamente refrendada por los demás países condenando el embargo de Estados Unidos durante los últimos 17 años. Para el resto del mundo”, continúa Lugar, “nuestro actual enfoque desafía toda lógica: aún durante los momentos más álgidos de la Guerra Fría, los canales diplomáticos directos con la ex Unión Soviética jamás fueron cortados”.
Agregaríamos: ¿cómo es posible que Estados Unidos mantenga conversaciones con países como Irán y Corea del Norte y se niegue terminantemente a hacerlo con Cuba?
¿Cómo justificar tan enfermizo empecinamiento?
El mensaje de Lugar es suficientemente claro: en una época de crisis como esta la Casa Blanca no puede darse el lujo de seguir siendo vista con enorme recelo por pueblos y gobiernos de la región.
Su credibilidad internacional como una potencia que se ha arrogado la misión de promover la paz, la libertad y la democracia se desvanece irreparablemente por su política anti-cubana, aparte de tantas otras.
La intención de Obama de ser visto como una radical renovación de la política norteamericana quedaría como una palabrería vacía de todo contenido si su gobierno no produjese, ya mismo, una radical rectificación de su política hacia Cuba cuyo primer paso es el inmediato levantamiento del bloqueo (que en Estados Unidos prefieren denominarlo mañosamente como “embargo”, concientes del repudio universal que concita esta política).
Por otra parte, no debería escapar a la atención de los estrategos norteamericanos que el imprescindible mejoramiento de las relaciones entre Estados Unidos y los países de América Latina –imprescindible, decimos, dada la inédita debilidad de la superpotencia estancada en aventuras militares sin destino en Irak y Afganistán y brutalmente golpeada por la crisis económica- se vería negativamente influenciado por el mantenimiento del bloqueo.
Todos los países de la región, aún aquellos gobernados por partidos o coaliciones de derecha, se han manifestado en contra del bloqueo, y para Washington sería imposible conferirle credibilidad a su promesa de fundar un nuevo patrón de relaciones inter-americanas si al mismo tiempo se preserva una retórica y una política inspiradas en el apogeo de la Guerra Fría.
No sólo se perjudican los intereses económicos estadounidenses sino también se atenta contra la credibilidad global de la política exterior norteamericana.
En otras palabras, las buenas relaciones en el ámbito interamericano deberán construirse sobre la base de gestos e iniciativas concretas que demuestren la seriedad de las intenciones de la Casa Blanca, su capacidad real para producir políticas innovadoras y los alcances de su pregonado compromiso con un orden hemisférico basado en el diálogo y el respeto mutuo.
Los gobiernos de América Latina y el Caribe que asistirán a la Cumbre de Trinidad-Tobago saben que sin acabar con el bloqueo el nuevo orden que Washington pretende construir será inviable, estará muerto antes de nacer.
Pese a su ausencia Cuba tendrá un papel estelar en esa reunión y nuestros gobiernos deberán actuar con gran firmeza y coordinadamente para exigir el levantamiento del bloqueo; de lo contrario serán copartícipes del fracaso, pagando un alto costo en sus respectivos países.
En Puerto España Obama se enfrentará a la hora de la verdad.
Su conducta en ese cónclave será el test ácido que pondrá de manifiesto si está o no a la altura de los desafíos que le impone la historia. Y esto no sólo en relación a la cuestión cubana sino también ante los gravísimos retos que brotan de la crisis general del capitalismo.
Atilio Boron
www.atilioboron.com
La Haine
Ese encuentro que, desde lo formal significará la presentación para la región de Barack Obama, posiblemente abra paso a una importante mutación del vínculo que Washington ha mantenido con el hemisferio y, por lo menos, la reconsideración de algunas de las demandas que el sur de las Américas ha mantenido con su poderoso vecino.
Los espacios de discusión en esa cumbre y hacia adelante girarán en torno a cuestiones como nuevos criterios para combatir el narcotráfico con eje en el consumo y menos en la producción.
También promete ser la puerta para modificaciones gruesas en la relación con Cuba, entre ellas ciertas medidas unilaterales incluyendo que la cancillería norteamericana retire a la isla comunista de la lista de estados que patrocinan el terrorismo.
Todos estos planteos fueron anticipados siquiera como metas de análisis por la Brookings Institution, un influyente grupo de reflexión que preside el ex vicecanciller de Bill Clinton, Strobbe Talbot. Su acceso al gobierno lo prueba el hecho de que uno de los miembros de este think tank, Jeffrey Davidow, fue designado por la Casa Blanca para organizar del evento de Trinidad y Tobago. Y otro de sus integrantes, Carlos Pascual, va a camino a convertirse en el próximo embajador de EE.UU. en México.
Hay por lo menos cuatro puntos que estarán sobre las mesas del debate, aunque no serán los únicos, veamos: energías alternativas y el cambio climático; el conflicto por la inmigración; la integración comercial; y el combate al narcotráfico.
En la nómina asoman también Cuba y el desafío creciente, debido a la crisis mundial, de la ausencia de créditos para la región.
Si se comienza con ese último dato, es nítido que la inyección de dinero que en la cumbre del G-20 recibió el FMI de 1,1 billones de dólares (poco más que el PBI de Brasil), tendrá como destino aliviar la crisis en el Este europeo.
Los directorios del Banco Mundial y del FMI los integran 28 directores ejecutivos, ocho de ellos representan a Europa y tres a America latina. "Adivine usted a dónde irán a parar mayoritariamente los fondos", dijo no hace mucho Moises Naim, director de Foreign Policy y también miembro de la Brookings.
La alternativa que se plantea es recapitalizar al Banco Interamericano de Desarrollo (BID) con hasta 180 mil millones de dólares, más de tres veces su capital actual. Por cierto, y como siempre, no es claro de dónde saldrán esos recursos.
Si separamos tema por tema, la visión sobre el resto de la agenda sería la siguiente: la iniciativa con relación a Cuba es levantar las restricciones para viajes de norteamericanos a la isla; la cuestión antedicha de la lista sobre terrorismo y remover cualquier traba a las remesas así como promover intercambios binacionales. Es casi el fin del embargo.
La pregunta es si Obama tiene fuerza política para llevar adelante esa propuesta. La respuesta en la Brookings es que sí. La realidad no lo confirmaría con tal claridad.
El combate al narcotráfico tiene al menos dos dimensiones. Por un lado el giro a una batalla no sólo contra la producción sino con mucho mayor énfasis en el consumo, lo que centraría la estrategia sobre el mayor cliente, es decir EE.UU.
El planteo es porque se sostiene que sólo reprimir la producción en los países productores -como Perú, Bolivia o Colombia- lleva a que los narcos se corran a otras naciones.
El crecimiento de las mafias en México sería un ejemplo de ese proceso. El otro aspecto involucra detener el trasiego de armas. "Dos mil armas entran cada día desde EE.UU. a México", sostiene una de las fuentes.
En la cuestión comercial Washington pretende volver a la negociación multilateral que quedó frenada tras el fracaso del ALCA, el acuerdo de libre comercio de las Américas y que fue desbaratado por el empresariado sudamericano dudoso de los supuestos beneficios de una apertura indiscriminada como la que se proponía.
Los acuerdos de libre comercio bilaterales que impulsó George Bush en relevo de aquella iniciativa son considerados por la actual administración como una alternativa de segunda ("the best b"). Este giro no implicaría abandonar los acuerdos ya negociados con Panamá y Colombia que, en opinión de estos analistas, deberían ser ya consagrados por EE.UU.
Sin embargo, al igual que con las dudas sobre el fondeo para el BID, no queda claro cómo se podría avanzar a un acuerdo multinacional en particular con el condicionante de la actual crisis.
El otro tema es el destino de la ronda Doha de la OMC para la liberación del comercio.
El punto es que el norte mundial reduce pero no totalmente los subsidios al agro y, a cambio de esa baja, demanda una apertura de los mercados del sur al ingreso de bienes con valor agregado. La ecuación no parece resultar aunque a Brasil la acepta más que Argentina. Una solución solo surgiría, afirma esta organización, de un acuerdo entre Buenos Aires, Brasilia y Washington. Es, reconocen, una meta más ideal que realista de modo que no se esperan avances al respecto.
El capítulo de los combustibles alternativos (biocombustibles en lugar de petróleo) posiblemente avance si EE.UU., elimina al menos de modo gradual, el arancel contra el etanol importado (54 centavos por galón), un beneficio considerable para Brasil.
Esa cuestión tiene que superar un tremendo lobby pero es una apuesta política concreta de esta Casa Blanca. También habrá un fuerte capítulo sobre la cuestión medio ambiental.
Por último Obama no podrá eludir las presiones para aliviar el problema de la inmigración. Ideas: implantar una visa de tres etapas, temporaria, provisional y permanente, con puntos. Elevar las cuotas de ingreso según las necesidades de mercado (1,5 millón por año). Y eliminar toda traba al envío de remesas.
Marcelo Cantelmi
Clarín
El dato central, respecto a América Latina en el contexto mundial, es su fractura interna. Hay dos Américas latinas. Una es la América latina del Norte, que se extiende desde México a Panamá. La otra es la América latina del Sur, que se despliega desde Panamá a Tierra del Fuego.
América latina del Norte ha completado el ciclo de integración funcional con la economía y la sociedad norteamericanas (EE.UU. y Canadá). El núcleo de esa integración son los 45 millones de hispanos nacidos en territorio norteamericano que integran la población estadounidense.
Además están los 18 millones de latinoamericanos inmigrantes -legales e ilegales- que habitan EE.UU. De ese total, 71.6 % provienen de México y Centroamérica; y son los que envían remesas por 66.500 millones de dólares (2008): 20% del PBI mexicano; 35% del salvadoreño. En 2006, el Congreso de Washington aprobó el acuerdo de integración con Centroamérica y la República Dominicana (CAFTA-DR), así como lo había hecho con México en 1994 (NAFTA).
América del Sur, en cambio, es una región no hegemónica, tras el repliegue de EE.UU. (11/9/2001). Hoy es uno de los espacios más abiertos del mundo -más vinculadas al proceso de globalización- y proveedor decisivo en energía, minerales y alimentos. Brasil y la Argentina son la segunda plataforma agroalimentaria del mundo, después de EE.UU. En relación a la demanda mundial, China tiene hoy más importancia para el Cono Sur que EE.UU.
El problema que enfrenta Barack Obama es que la asimetría de poder es la principal característica del vínculo de EE.UU. con la región. No se trata de que EE.UU. tenga más poder, sino que es la superpotencia global, que define sus prioridades de acuerdo a su condición; y hoy América latina es para Washington la cuarta en orden de importancia (Asia-Pacífico/China; Medio Oriente; Unión Europa/Rusia; América del Sur).
Las propuestas de alianza de EE.UU. a América Latina han enfrentado históricamente (Segunda Guerra Mundial, Guerra Fría, Alianza para el Progreso, Consenso de Washington) tres inconvenientes: el supuesto de homogeneidad de la región, inexistente; la asimetría de poder; y su escasa relevancia en la agenda global de Washington.
La fractura de América latina hace que el vínculo fundamental de EE.UU. sea con Brasil y México. Brasil se ha convertido hoy en un actor global, y en el segundo de los emergentes, después de China. Su predominio en los dos flujos fundamentales de la globalización lo ubica en esta situación: atracción de capitales hacia adentro (110.000 millones de dólares en 2008), y flujo de inversión transnacional propia hacia afuera (80.000 millones de dólares).
Venezuela y Brasil compiten por el liderazgo en América del Sur, pero comparten la misma visión -al igual que Washington- de que el papel hegemónico de EE.UU. en la región ha terminado.
México mudó su "estatus" internacional. El principal país de América latina del Norte dejó de experimentar un problema de tráfico de drogas y de auge del crimen organizado. Ahora enfrenta una guerra abierta, de baja intensidad, entre el Estado y los carteles de la droga, en la que están en juego las instituciones mexicanas. México dejó de ser un punto principal de la "agenda latinoamericana" de Washington; y se ha convertido en una cuestión crucial de su agenda global de seguridad, de tanta importancia -en el horizonte- como Afganistán o Pakistán.
Jorge CastroClarín
Según diplomáticos europeos, si esos aliados persisten en que el bloqueo estadounidense sea el eje de la cita, como algunos anuncian, estará claro que las espadas siguen en alto, pero si muestran un perfil menos encendido, quedarán desveladas otras intenciones -o necesidades- de La Habana.
El secretario de la Organización de Estados Americanos (OEA), el chileno Miguel Insulza, advirtió que "si alguien cree que hay que empujar al presidente de Estados Unidos en la cumbre" para conseguir el fin del bloqueo, "está profundamente equivocado", y que a Cuba "no se le hace un favor empujando".
El presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, gestor de la normalización de relaciones de La Habana con el resto de América Latina, quiere tratar el bloqueo en Puerto España, pero "sin causar embarazo a Obama", afirman diarios de su país.
Raúl y Fidel Castro reiteraron la disposición a dialogar con Washington al recibir la semana pasada a congresistas demócratas negros estadounidenses.
El presidente cubano les recalcó la política mantenida "durante 50 años" de dialogar "sobre cualquier asunto", y Fidel escribió: "No tememos dialogar con Estados Unidos. No necesitamos tampoco la confrontación para existir, como piensan algunos tontos".
Para varios analistas y diplomáticos consultados por Efe, la reunión continental desvelará también si el alegado pragmatismo del general Castro, acuciado por una crisis económica angustiosa, se impondrá a la proverbial radicalización ideológica de Chávez y su hermano Fidel.
En 2008 las importaciones cubanas crecieron 41% mientras las exportaciones cayeron 8%, y en lo que va de 2009 las primeras cuadruplican a las segundas, reconoció la semana pasada el ministro de Comercio Exterior cubano, Rodrigo Malmierca.
Ante el crecimiento del déficit comercial y la falta de liquidez -los empresarios tienen problemas para obtener divisas en sus bancos de La Habana-, muchos cubanos y observadores extranjeros ven como remedio inmediato un aumento del turismo estadounidense.
Fuentes estadounidenses afirman que Obama puede eliminar pronto la mayoría de las restricciones a los viajes y las remesas de Estados Unidos a Cuba, un alivio multimillonario para una isla en depresión crónica desde que hace dos décadas se desplomó la Unión Soviética y se acabaron sus subsidios.
Embajadores europeos reconocen notorios éxitos internacionales del general Raúl Castro, como sus reuniones con líderes rusos y chinos, o el incesante desfile de presidentes latinoamericanos por La Habana, pero añaden que nada de ello se cambia en efectivo.
Las relaciones entre Moscú y La Habana son "excelentes", pero los empresarios rusos no están cerrando acuerdos de peso económico significativo, comentó a Efe un diplomático de ese país.
En cambio, el fin de las restricciones para los viajes de estadounidenses puede duplicar en uno o dos años los ingresos de Cuba por turismo (en 2008 recibió 2,3 millones de visitantes que dejaron 2.700 millones de dólares, según cifras oficiales).
Ahora el mayor emisor de turistas hacia Cuba es Canadá, un país con 33 millones de habitantes, mientras que Estados Unidos tiene diez veces más población "y está más cerca", recordó un empresario del sector para dar idea del enorme potencial.
Agregó que sólo los viajes del 10% o 15% de los casi dos millones de cubano-americanos una vez al año, en vez del trienio que regía hasta ahora, representa un aumento de 200.000 a 300.000 visitantes anuales, y eso ya lo incluyó Obama en la ley del presupuesto de Estados Unidos para 2009.
Todo ello sin tocar el embargo comercial y financiero que rige desde 1962, al que La Habana achaca todos los males de la isla y que Obama no eliminará por ahora.
"Mantendré el embargo. Nos proporciona una palanca para poner al régimen ante una opción clara: si dais pasos importantes hacia la democracia, empezando por liberar a todos los presos políticos, nosotros daremos pasos par empezar a normalizar las relaciones", explicó Obama en 2008, y en ese sentido todo sigue igual.
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