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Dependencia mutua asegurada |
Estados Unidos, China y la trampa financiera
La carrera político militar por la supremacía global del siglo XXI tropieza contra un muro del Capital concentrado. Dos superpotencias, dos alternativas: auxilio recíproco o desplome a corto plazo.
Los coloridos anuncios que predicen el nacimiento de un orden multipolar de poder podrían contar con el auspicio de las extraordinarias circunstancias por las que atraviesa el sistema capitalista-imperialista administrado por Estados Unidos. La hegemonía radicada en Washington abrirá nuevas sucursales en el resto del mundo. Beijing es un destino seguro.
La estructura económica capitalista, más el sistema financiero internacional desarrollado en el siglo XX, han cimentado un orden de relaciones interestatal, caracterizado por la autonomía de los sistemas sobre los cuales se asienta la organización de las sociedades modernas.
Es decir, el grado de vinculación o connivencia política de un Gobierno nacional con otro no determina su correlato en la cooperación económica, financiera o ideológica. Por ejemplo, Venezuela es la mayor fuente de importación de petróleo de Estados Unidos, a pesar de la permanente tensión político-ideológica que separa a ambos países.
En este orden de ideas, puede decirse que los planes militares y geopolíticos de la administración Obama, tendientes a controlar y frenar la influencia de Rusia y China sobre sus vecinos, no afecta la disponibilidad de este último de seguir siendo el banquero de Washington. (Ver: “EE.UU. y el rompecabezas del poder en el siglo XXI”. APM 28/03/2009)
La relación dialéctica y compleja de Estados Unidos y China ocupa la atención del presente artículo. ¿Podrá el país del atlántico norte revalidar su supremacía absoluta, por lo menos la parte de ella que aun goza, sin mejorar su economía? ¿Alcanza con disponer del mayor aparato industrial militar que haya conocido la Historia? De ser así ¿Cómo lo sostendrá?
La crisis financiera internacional ofrece el escenario propicio para responder a esas preguntas. Pero antes, conviene repasar el fundamento de un antecedente semántico del siglo XX que forzó la unión de dos superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética (URSS), ante un enemigo común: la Destrucción Mutua Asegurada (MAD, las siglas en inglés).
La carrera nuclear, iniciada en la década del 50, atravesó el umbral de tolerancia del albedrío imperial y de la competencia armamentista, hasta llegar a la extraordinaria certeza, en ambos lados de la cortina de hierro, que un ataque atómico no sólo conduciría a una partida hegemónica en tablas, sino que aniquilaría la misma partida.
Por supuesto que, hoy, la escena internacional dista mucho de los años en que la humanidad aprendió a contener la respiración periódicamente, siguiendo el curso de la Guerra Fría. Sin embargo, el fundamento de la cooperación forzada entre potencias ilustra la situación excepcional con la deberán lidiar Estados Unidos y China en los próximos años.
En las arenas económica y financiera, uno y otro se desearán lo mejor. La crisis financiera constituye el inicio de la Dependencia Mutua Asegurada.
China: pulmón financiero de Estados Unidos
De acuerdo a un reciente informe del Centro de Estudios Geoeconómicos de Estados Unidos, la cartera de bonos del Tesoro en poder de China ascendía, a fines de 2008, a 900.000 millones de dólares. En cuanto a las reservas de divisas internacionales del gigante asiático, el documento señala que suman 1, 95 billones de dólares, por lejos las mayores del mundo.
El primer dato, que indica el monto de títulos de deuda estadounidense que China ha financiado, representa un elemento esencial del enredo medular de ambas potencias.
Los paquetes de estímulo de Obama se nutren de créditos del Banco Popular de China (Banco Central de ese país); el gigante asiático invierte en esos títulos seguros aunque con escasos beneficios y, a la vez, la calidad de acreedor le otorga mayor presencia en sus demandas frente a Estados Unidos.
Pero antes de avanzar, repasemos la política de endeudamiento del país del norte. Ésta no comienza en 2008 con la necesidad de restablecer el sistema financiero y salvar las industrias estadounidenses de la quiebra.
A partir de 1982, la administración de Ronald Reagan (creador de la frase: ”Los déficits no importan”), inició el camino de la adquisición de créditos, otorgados por otros países, para financiar los gastos extra del presupuesto nacional y el saldo negativo de la balanza comercial.
Esto significa que, en primer lugar, el Estado gastaba por año más de lo que disponía; en segundo lugar, la importación de bienes y servicios en Estados Unidos era mayor que el total de las exportaciones de ese país. Ambos fenómenos se conocen, respectivamente, como déficit fiscal y déficit comercial.
Las vías para corregir esos desajustes son dos: recurrir a las reservas del Banco Central (Reserva Federal –FED-, de Estados Unidos) o contraer nueva deuda con organismos externos.
Desde la década del 80 hasta la actualidad, la deuda pública estadounidense se incrementó de 3 billones de dólares a 10 billones de dólares. Y desde hace varios años, China es el pulmón que presta su oxígeno financiero a Estados Unidos, permitiendo la continuidad del festín militar, de los negocios petroleros implicados en las intervenciones extraterritoriales, y de la fiebre de consumo que caracteriza a la sociedad del país del norte.
Con Obama, la emisión de nuevas deudas (representadas por los bonos del Tesoro) se potenció. Veamos las cifras deficitarias que organismos estadounidenses prevén para 2009: según la Oficina de Presupuesto del Congreso, desde octubre pasado hasta marzo el déficit fiscal llegó a los 953.000 millones de dólares.
Por otra parte, el Departamento de Comercio calculó en 36.000 millones de dólares el déficit comercial sólo en el mes de enero. Cabe insistir que estas exorbitantes cifras negativas deben ser canceladas con más endeudamiento.
¿Está dispuesto el Gobierno chino a respaldar los planes financieros de Obama? No, aunque lo hará.
Los bonos del Tesoro ofrecen seguridad a quien los detenta (China, por ejemplo), pues es un gobierno, y no una empresa, quien se obliga. Sin embargo, a diferencia de otros bonos, ofrecen menores beneficios a quien presta el capital.
El crecimiento del gigante asiático, las posibilidades de financiar su desarrollo con ahorro propio y recibir, además, mayores beneficios con préstamos a la industria nacional antes que a Estados Unidos, llevaron a las autoridades chinas a anunciar la reducción del flujo de préstamos a la gestión Obama.
De hecho, mientras a fines de 2008 se iniciaba la reducción de los préstamos a Washington, China anunciaba el plan de estímulo de su propia economía con un paquete de 585.000 millones de dólares. El esfuerzo fiscal está destinado a equilibrar la caída de las exportaciones chinas con mayor actividad interna.
Hay dos motivos más para que el gigante asiático no quiera seguir adquiriendo bonos del Tesoro: la permanente depreciación del dólar y la caída de las tasas de interés que afectan los beneficios de los préstamos.
En cuanto al valor del dólar (en comparación con el resto de las divisas internacionales), en los últimos tres años ha perdido un 17 por ciento de su precio frente a la moneda china, el Yuan, y un 25 por ciento frente al conjunto de divisas. Esa pérdida se traslada tanto a las reservas como a los bonos chinos.
Por otra parte, la tasa de interés de los bonos del Tesoro (que representa la ganancia del acreedor) se reduce constantemente desde 2006. Y hay más: desde mediados de marzo pasado, la Reserva Federal estudia la posibilidad de reducir de 3 a 1,5 por ciento la tasa de interés de bonos de largo plazo.
El anuncio generó la reacción de los funcionarios de Beijing: “Prestamos una gran cantidad de fondos a Estados Unidos y por supuesto estamos interesados en la seguridad de nuestros activos. Estoy algo preocupado", declaró el Primer Ministro Wen Jiabao.
Sin embargo, como ya se dijo, China seguirá adquiriendo bonos. Y es que la bonanza del gigante no se agota en la administración de sus reservas. Financiar los efectos de la crisis en Estados Unidos equivale a mantener con vida el principal mercado de exportación de la economía china. Además, si no presta sus dólares, Washington dispone de la principal arma imperial del siglo XX: la emisión, sin respaldo, de la moneda verde.
La entrada masiva de dólares al circuito financiero produciría efectos indeseados para China: inflación monetaria (exceso de oferta sin igual demanda de la divisa), caída del valor del dólar y por ende de los bonos del Tesoro y las reservas chinas, y finalmente, pérdida de competitividad de las exportaciones del país asiático.
En fin, China está forzada a prestar la cuota de oxígeno que le sobra. Sin embargo, cabe mencionar que, días atrás, el país asiático ya lanzó la primera piedra para la eventual creación de una divisa de reserva internacional que reemplace al dólar.
Comercio, la joya de China
El enredo económico financiero también afecta a Estados Unidos, quien no puede obligar a su socio-acreedor a devaluar el Yuan para mejorar la competitividad de las exportaciones de la economía del norte.
La cuestión es la siguiente: si 1 dólar equivale aproximadamente a 6,8 yuanes, el poder adquisitivo de un estadounidense es mucho mayor que el de un chino. Por lo tanto, el país americano compra mucho más de lo que vende al país asiático, consolidando el déficit comercial. Por eso no le preocupa tanto al Gobierno chino los escasos beneficios de sus préstamos. Al otorgarlos, obtiene mejores resultados en su economía real.
Semanas atrás, Wen Jiabao advirtió que “ningún país puede ejercer presión contra China para que devalúe o reevalúe el yuan”, en clara alusión a las críticas que realizara el secretario del Tesoro de Estados Unidos, Tim Geithner, sobre la política cambiaria de Beijing. Y el gobierno de Obama, claro, no presionará.
Resta considerar un tema clave y aún no resuelto: el proteccionismo comercial ante la crisis y el estancamiento de las negociaciones de la Ronda de Doha. (Ver: “No al libre comercio, pero ¿y el comercio justo? APM 01/08/2008)
En la reciente cumbre del G-20, China, junto a las economías emergentes, volvió a insistir en la resolución de las discrepancias para alentar el comercio mundial. El destinatario de las pretensiones chinas fue, principalmente, Estados Unidos, país en el cual el gigante asiático deposita la mayor parte de sus exportaciones. El superávit comercial anual de China con Estados Unidos excede los 200.000 millones de dólares.
Si bien Obama anunció, semanas atrás, que recortará los subsidios al sector agrícola (uno de los ejes de la discordia comercial), el Ministro de Comercio chino, Chen Deming, sostiene que la falta de consenso general para concluir la Ronda de Doha es producto del incumplimiento de las responsabilidades internacionales de Estados Unidos.
"La iniciativa está ahora del lado de Estados Unidos, más que en la de los países en vías de desarrollo", afirmó el ministro.
La crisis financiera internacional aceleró y puso al descubierto un conjunto de situaciones extraordinarias en el entramado de poder global. China detenta el rol de garante de Estados Unidos, por lo menos de sus megaplanes financieros. A su vez, el Gobierno de Obama dispone de las potencialidades del dólar, la principal divisa internacional en la cual descansan casi la totalidad de las reservas globales.
En fin, ambos países están forzados a cooperar entre sí, aún cuando en el tablero geopolítico, militar y energético, se ubiquen en veredas opuestas.
La hegemonía global del siglo XXI tendrá varias sucursales. Prueba de ello es el peculiar proceso que hoy protagonizan Estados Unidos y China en las esferas económica y financiera: la Dependencia Mutua Asegurada.

Etiquetas: conocimiento, inteligencia, memoria, monopolios, multitud, politica.
En realidad, esta presentación del problema sólo sirvió al propósito de disimular que el G-20 no tiene las condiciones ni tampoco es el ámbito para tratar el núcleo duro de la crisis: varios billones (millones de millones) de activos y de préstamos invendibles y, por lo tanto, completamente desvalorizados, que los bancos de todas las latitudes -pero especialmente los norteamericanos- tienen en su poder. Estos activos sin valor impiden a los bancos hacer frente a las deudas que han contraído por valores similares. A la larga esto conduce a la quiebra del sistema financiero internacional y al dislocamiento monetario. La caída brutal de la demanda mundial no es la causa de la crisis, sino la consecuencia de la quiebra bancaria. Solamente el crédito que financia el comercio internacional se ha hundido un 90 por ciento. No es de sorprenderse que se prevea la primera caída del intercambio mundial en 65 años, en un escalofriante 9 por ciento. El rescate de los bancos quebrados ha sido encarado por cada uno de los Estados nacionales con los métodos que tienen a su disposición. Esencialmente, los bancos centrales han salido a emitir dinero: la Reserva Federal ha expandido el dinero a disposición de los bancos, en menos de un año, de 300 mil millones de dólares a 4 billones - lo que se dice una bicoca. La deuda pública de Estados Unidos se ha ido a los 12 billones de dólares y su déficit fiscal a 1,5 billones al año. Sobre este punto decisivo, el G-20 ni osó meter sus narices.
Cuasi-monedas
Lo que, de todos modos, planeó como una pesadilla sobre la cumbre es la bancarrota de Europa del Este, los países del Báltico y algunos de Asia. Solamente los europeo-orientales tienen un déficit financiero para sólo el año 2009, de 500 mil millones de dólares, entre deuda externa y déficit comercial. Una declaración formal de cesación de pagos sería mortal para muchos bancos occidentales que ofician de acreedores. Los créditos otorgados por los bancos austríacos a sus sucursales o clientes euro-orientales, por ejemplo, equivalen a la totalidad del producto bruto de su país, o sea que no existe la posibilidad de que sean rescatados por el gobierno de Austria. Sin embargo, cuando se tiene en cuenta que las divisas de México y de Brasil requirieron el sostén de la Reserva Federal por 70 mil millones de dólares, es claro que existe una amenaza de cesación de pagos del conjunto de los llamados países emergentes.
A diferencia de crisis anteriores, los agujeros financieros de los países emergentes no pueden ser resueltos por medio de la devaluación de sus monedas. De un lado, porque no existe la posibilidad de que de este modo aumenten las exportaciones, ya que la crisis es mundial, no nacional. Del otro, la devaluación provocaría la bancarrota de capitales nativos y foráneos, lo que acentuaría esta misma crisis. Por último, una cadena de devaluaciones de países emergentes acabaría por dislocar el mercado monetario mundial. Más concretamente, el país con mayor déficit comercial del mundo y con mayor necesidad de financiamiento es Estados Unidos, o sea que el dólar es la moneda cuya valuación es la más artificial del planeta. Esta sobrevaluación del dólar se acentuaría como consecuencia de una cadena de devaluaciones tercermundistas, porque ella provocaría una fuga de capitales a Estados Unidos. Los desequilibrios mundiales se acentuarían y Estados Unidos se chuparía todo el financiamiento mundial disponible, lo que dejaría en la bancarrota al resto del mundo. La política de préstamos que está siguiendo el FMI es contener las devaluaciones monetarias mediante la caída, en términos absolutos, de los salarios y los gastos sociales del gobierno -o sea la deflación monetaria. Lo que pretendió hacer Cavallo antes de diciembre de 2001.
Es precisamente esta absorción del financiamiento disponible por parte de Estados Unidos lo que provocó la mayor fricción con Europa y hasta con China, y hasta una irascible diatriba contra los planes de Obama por parte del presidente rotativo de la Unión Europea.
El G-20 no le encontró una salida o siquiera una contención a esta catástrofe inminente, sino solamente un parche. Para los argentinos es una receta que conocemos de memoria: patacones y blanqueo de capitales.
En efecto, el G-20, con nuestra ‘madame La Presidente', ‘in coda', decidió devolverle la vida al FMI para que pueda emitir una moneda nueva, los llamados Derechos Especiales de Giro (DGR). Los más pícaros disfrazaron este viejo nuevo invento como el principio de creación de una nueva moneda independiente de los Estados nacionales. De acuerdo con esto, el destino de los capitales no lo decidirán, dentro de algún tiempo, los comisionistas políticos de la burguesía de cada país, sino un burócrata multinacional sin amo individualizado. En realidad, el DGR es una moneda que no circula ni tiene respaldo propio, cuya unidad de valor equivale a la cotización promedio de una canasta de monedas. Cada país podría girar sobre ella en una proporción de los aportes que ha hecho en su propia moneda -la mayoría de las cuales no tiene aceptación internacional. Es claro que su circulación no saldría de los tesoros de los bancos centrales y del FMI, pero si se le diera vida libre sería exactamente un patacón o un lecop. La función de los DGR es darle un respiro al dólar y al euro (que ya se han emitido en cantidades descomunales para el rescate de los bancos) para financiar la deuda externa y los déficit de los llamados emergentes. Por ahora serían el equivalente de unos modestos 250 mil millones de dólares, que no cubren ni el 5 por ciento del agujero emergente. Si se los usara en la proporción necesaria, deberían poder circular entre agentes privados, en cuyo caso el mundo tendrá la moneda basura ‘que supimos conseguir'. Mucho antes de eso, sin embargo, el sistema monetario internacional habrá quedado dislocado.
Euroización
La entronización del FMI como una autoridad monetaria internacional y de los DGR como la nueva moneda de cambio y de reserva, es un desatino. Por eso, los más serenos han sugerido, como alternativa, la euroización de toda Europa del Este; o sea, la sustitución de sus monedas nacionales por el euro, como ocurre con Ecuador, por ejemplo, que sustituyó al sucre por el dólar. Se esgrime el argumento de que se disiparía la posibilidad de un default de esos países, porque su deuda podría ser refinanciada en una moneda con respaldo fuerte. Nada parecería más natural que la euroización, dado que esos países ya pertenecen a la Unión Europea. Pero la variante, que tantos adeptos tuvo en el auge de la dolarización, fue rechazada. Es que, en ese caso, el garante de la deuda impagable de esos países y de los del Báltico pasaría a ser la banca central europea, que está encargada de la defensa del euro pero de ningún modo de los rescates nacionales, que son competencia de cada país. El BCE, por otra parte, tiene por delante una tarea de rescate que lo excede, porque en la fila están ya Irlanda, Grecia e Italia, y dentro poco se habrá de anotar España. El país con el agujero financiero más grande de toda Europa es el Reino Unido de la Gran Bretaña, cuya City de Londres ha sido destruida por el tsunami y está sufriendo la mayor salida de capitales del mundo y la segunda mayor bancarrota de créditos hipotecarios. Quizá fue esta situación desesperante la que llevó a que la reina se dejara agarrar por la cintura por Michelle Obama.
El BCE solamente podría asumir la función de rescatista si pudiera endeudarse a gran escala en el mercado mundial, pero para eso necesita el respaldo presupuestario y legal del conjunto de la UE -que no existe, y que solamente podría existir con el respaldo adicional de una policía y de un ejército, o sea de un Estado.
Estafadores de todos los países, blanqueemos
El G-20 también decidió, bien que para las tribunas, emprenderla contra los paraísos fiscales, aunque por ejemplo no mencionó a tres Estados norteamericanos que funcionan como tales. En los paraísos fiscales no solamente no se pagan impuestos, sino que se lavan capitales fraudulentos, en especial narcodivisas. Sin estos paraísos, el capitalismo moderno sucumbiría en el acto. Sin dinero negro no seguiría en pie ningún banco importante en el mundo. Basta indicar que una ‘nación' europea, Luxemburgo (o Mónaco), es un paraíso fiscal (de modo que algún día le tocará a un luxemburgués presidir la UE), para poner en evidencia el poco celo que se habrá de poner para suprimir a esas mesas de dinero. La plétora de casinos, de negocios inmobiliarios y circuitos bancarios paralelos ha convertido a todos los países en paraísos fiscales.
Sin embargo, el empeño tiene alguna relevancia porque, como lo acaba de sugerir el Corriere della Sera, hay una excelente oportunidad para que los Estados dicten un blanqueo de capitales, o sea un perdón judicial e impositivo para el dinero que decida ‘regresar al hogar'. Como se ve, Kirchner ha hecho escuela; Prat Gay, Lavagna, Ferreres y González Fraga deberán llamarse a silencio. Con una ley de blanqueo, los Estados y los bancos centrales podrían conseguir un dinero adicional, proveniente de los paraísos fiscales, para seguir llenando el barril sin fondo de los rescates bancarios. Los capitales de los bancos alojados en los paraísos fiscales vendrían en socorro de esos mismos bancos que están afectados por activos y préstamos podridos. ¡El Citibank, que se encuentra bajo la carpa de oxígeno del Tesoro norteamericano y de la Reserva Federal, acaba de crear, con el dinero de uno y de la otra, un fondo de inversión para financiar el rescate de los bancos, que además recibirá el aporte público!
China
Lo que no se le escapa a nadie es que el principal acreedor de todos aquellos que se encuentran en bancarrota es China, que tiene casi dos billones de dólares invertidos en Estados Unidos -unos 800 mil millones en bonos del Tesoro. China no va a salir de este atolladero aumentando su cuota en el FMI, ni prestándole al FMI para que éste emita DEGs. China es adicta a los yanquis, porque tampoco ha cesado de invertir en Estados Unidos sus excedentes de dólares.
Ahora bien, muy a pesar de ellos, este cordón umbilical se va a romper, por la simple razón de que el comercio mundial se está cayendo, y con él los superávit de las naciones que sobrevenden, y con esto el ritmo de incremento de sus reservas. Este simple mecanismo de la crisis deberá llevar a la devaluación del dólar y, por consiguiente, a la desvalorización del dinero de China en Estados Unidos. La ruptura de este vínculo es la madre de toda esta crisis y, naturalmente, sacudirá a China de cabo a rabo. Los planes de Obama, para rescatar a la banca y a los acreedores de esta banca, con dinero público; la absorción de capitales para financiar este rescate estatal; la valorización del dólar que resulta de todo este operativo; todo esto tiende a reproducir una relación de déficit norteamericano con China (y de superávit de ésta con Estados Unidos), que debe explotar por su efecto acumulativo o, en su defecto, por el derrumbe del comercio mundial engendrado por la crisis financiera y, ahora, industrial.
Muchos se han representado el endeudamiento de Estados Unidos con China como una inversión en las relaciones de dependencia entre un país desarrollado y otro, en este caso, que es ‘sui generis'. Pero China no exporta capital a Estados Unidos, sino Estados Unidos a China. El financiamiento del Tesoro norteamericano por parte de China no se aplica al desarrollo de los capitales chinos en Estados Unidos sino de los norteamericanos. China presta, a cambio de un interés, el dinero que el capital norteamericano utiliza para apalancar sus inversiones industriales o su comercio. El excedente monetario de China ha ido a parar a los bancos y fondos especulativos no chinos, que ‘originaron' el derrumbe financiero actual. Si el ahorro chino ha estado financiando el desahorro norteamericano, esto significa que la desinversión china ha financiado la inversión y el consumo norteamericanos. En las relaciones semicoloniales, en cambio, el capital inglés, por ejemplo, compraba deuda del Estado argentino, pero para que éste pudiera pagar las obras públicas que ejecutaba el capital inglés.
El intento de China de darle una función internacional al yuan (por ejemplo el canje con pesos argentinos) no pretende convertirlo en una moneda internacional. Es una expresión de la política de China para evitar que se revalorice su moneda frente al dólar y que las exportaciones chinas pierdan espacios en el mercado internacional. Las contradicciones anudadas entre Estados Unidos y China, en su relación estrecha de dos décadas, deberán saltar como consecuencia de la bancarrota mundial. Los que vaticinan que la crisis podría terminar el año que viene simplemente olvidan que aún no ingresó al escenario el estallido de las contradicciones entre Estados Unidos y China.
Jorge Altamira
Prensa Obrera
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