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La crisis política de la Unión Europea |
El hecho de que la Unión Europea está en crisis no es un secreto para nadie minimamente interesado en política internacional. Incluso aquellos que más que «euroescépticos» son «euroajenos», es decir, la mayoría de la población de los estados miembros de la Unión, saben que la construcción europea sufre en estos momentos una crisis política de gran calado. Crisis que tiene diferentes vertientes, que van desde la insuperable burocratización de las estructuras europeas hasta los problemas para poner en marcha el Tratado de Lisboa tras el no irlandés. Otra de las vertientes de esa crisis es el proceso de ampliación de la UE, que lleva años en stand by.
Es evidente que, al igual que toda la construcción de la estructura supraestatal europea, ese proceso de ampliación ha respondido siempre a los intereses de las grandes potencias europeas. Intereses geopolíticos y económicos que nada tienen que ver con los grandes principios culturales que recogen las pomposas declaraciones europeístas. Ahora, esas potencias, con Alemania y el Estado francés a la cabeza, piden que el proceso de ampliación se paralice indefinidamente y aducen que el «contexto macroeconómico de crisis» hace imposible garantizar que los candidatos cumplan las condiciones. El problema no es sólo económico, sino sobre todo político. Que no intenten engañar a nadie.

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La caída del Muro de Berlín se produjo en momentos en que la entonces Comunidad Económica Europea se debatía entre las tesis de la consolidación o de la expansión. La necesidad de atraer al redil occidental a los antiguos vástagos del imperio soviético, inclinó la balanza hacia la expansión. A través de un proceso progresivo y por fases se ha llegado a los veintisiete miembros que hoy conforman la Unión Europea. Por lo que nadie se paseo por aquel entonces –ni tampoco cuando se estableció el libre movimiento de personas dentro del contexto de la Unión- es que podría llegar a confrontarse una crisis económica como la actual. Nadie midió el impacto que podrían llegar a tener las hordas de ciudadanos de Europa del Este cayendo sobre el Reino Unido, Francia o Italia, en momentos de desempleo generalizado. Ello, desde luego, podría tener un importante efecto desestabilizador sobre la Unión.
Con la desaparición del eurocomunismo y de sus sucesores como opción de poder, la distinción entre izquierda y derecha en Europa quedó esencialmente reducida a socialdemocracia versus las diversas vertientes conservadoras. Ahora bien, en la medida en que la socialdemocracia fue cooptada por la economía de mercado, las diferencias sustanciales entre izquierda y derecha pasaron a desdibujarse de manera significativa. Ello hace que en momentos de crisis del capitalismo y de desempleo feroz, los descontentos y las frustraciones encuentren problemas para canalizarse por vía de la política asociada al poder. El riesgo evidente es que éstos se expresen por vía de los extremos. Y, desde luego, el extremismo de derecha es siempre el más probable cuando se confrontan altas tasas inmigratorias y libertad de movimiento al interior de la Unión. No hay que olvidar, en este sentido, las lecciones políticas resultantes de la depresión económica de los años treinta del siglo pasado.
Desde finales de los noventa se ha evidenciado un aceleramiento exponencial en la capacidad de organización del ciudadano común por vía de Internet. Ello ha dado origen a una sociedad mundial de los David, que ha resultado capaz de enfrentarse con éxito a la sociedad de los Goliat, representada por los poderes tradicionales. Las autoridades europeas, sin embargo, no parecieran haberse percatado de la significación real de este fenómeno, tal como se deduce del manejo dado al tema de la Constitución Europea. Luego del rechazo al Proyecto de Constitución por vía de sendos referenda en Holanda y Francia, se “empaquetó” el contenido del proyecto constitucional en un Tratado de difícil comprensión para el ciudadano común. ¿La razón? Para hacer aprobar un Tratado a nivel nacional basta el Parlamento. Cuando a los irlandeses se les ocurrió, no obstante, la idea de hacer aprobar dicho Tratado por Referéndum y el mismo fue rechazado, la respuesta vino en forma de presiones múltiples sobre Irlanda. La falta de adecuada valoración a la participación ciudadana, en las actuales circunstancias, puede dar lugar a incómodas sorpresas.
Europa confronta, sin duda, retos de la mayor importancia.
La alarma la lanzó el alemán Martin Schulz, líder de los socialistas en el Parlamento Europeo. Schulz pidió el martes que se cambien las normas de la Eurocámara para impedir la "vergüenza" de que la sesión inaugural tras las elecciones europeas de junio sea dirigida por alguien que ha minimizado el Holocausto y que el miércoles lo volvió a minimizar. "No es imperativo que el diputado más viejo presida la sesión inaugural", dijo el eurodiputado alemán, "porque la situación será inaceptable, inadmisible".
Le Pen, que volvió a describir el miércoles al campo de Auschwitz como "un detalle de la historia", es eurodiputado desde 1984 y el 14 de julio, día fijado para la sesión inaugural de la próxima legislatura, habrá cumplido ya 81 años, será cabeza de lista de su partido por la circunscripción del sureste de Francia y todos los sondeos indican que será reelegido.
Cuando el miércoles repitió sus ideas negacionistas, las protestas de la inmensa mayoría de los eurodiputados hicieron casi inaudibles sus palabras. Le Pen siguió: "en aquella ocasión fui condenado a pagar 200.000 euros por daños, lo que prueba el estado en el que se encuentra la libertad de opinión en Europa".
Un cambio en el reglamento interno del Parlamento tendría que ser aprobado por el Comité de Asuntos Constitucionales y validado por la mayoría de los eurodiputados en sesión plenaria, algo que podría hacerse añadiendo ese cambio a un informe del eurodiputado laborista británico Richard Corbett, que trata sobre el tiempo de palabra de los eurodiputados y que ya está siendo estudiado y podría ser aprobado.
La petición de Schulz fue apoyado por el líder de los verdes -y de las revueltas parisinas de mayo del 68-, Daniel Cohn-Bendit, quien dijo a AFP que le gustaría "ver al eurodiputado más joven abriendo la sesión no por evitar que lo haga Le Pen, sino porque sería una señal para el futuro". El líder de los liberales, Graham Watwon, por su parte, consideró que "no hay razones para tratar a Le Pen de forma diferente que a los demás, incluso si odiamos su política".
Le Pen terminó de dar razones a sus enemigos políticos al acusarlos de "imbéciles". En una entrevista concedida al diario francés Le Parisien, el líder de la extrema derecha francesa en las últimas décadas aseguró que "es sólo una hipótesis, quizás no sea yo el más viejo. Creo que me tienen miedo".
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