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Krugman: el plan no va a funcionar |
Se puede decir más alto, pero no más claro. El economista ganador del premio Nobel de Economía 2008, Paul Krugman, no tiene ninguna esperanza en la eficacia del plan detallado ayer por el secretario del Tesoro de Estados Unidos, Timothy Geithner, para la compra de activos tóxicos a los bancos. “El verdadero problema de este plan es que no va a funcionar”.
Así de tajante se muestra Krugman en un artículo que del New York Times, en el que carga duramente contra Barack Obama y Geithner y las medidas adoptadas para afrontar la crisis financiera. “Según mis cuentas, ésta es la tercera vez que el Gobierno de Obama presenta un plan que es esencialmente un refrito del Plan Paulson, y cada vez ha añadido un nuevo conjunto de extras y afirmando que está haciendo algo completamente distinto. Empieza a parecer obsesivo”.
Krugman se lamenta por las similitudes entre las políticas puestas en marcha por Obama y Geither y sus antecesores, Bush y Paulson. “Esto es más que decepcionante. De hecho, me llena de desesperación”. Y señala que “es como si el presidente estuviera decidido a confirmar la impresión cada vez más extendida de que él y su equipo económico han perdido el contacto con la realidad, y de que su visión económica está nublada por unos lazos excesivamente estrechos con Wall Street. Y es posible que cuando Obama comprenda que necesita cambiar de rumbo ya haya perdido su capital político”.
Por otro lado, Krugman critica que el Gobierno de Obama, al igual que el de Bush, ha buscado “una salida fácil” a la crisis bancaria y que se traduce en el uso de fondos públicos para impulsar al alza el precio de los activos incobrables hasta que alcancen niveles “justos”. Un plan que, en opinión de Krugman, cuyo resultado ya se sabe de antemano: “si el valor de los activos sube, los inversores se benefician, pero si baja, los inversores pueden escaquearse de su deuda”.
El economista también tiene palabras críticas contra el sector financiero y sus directivos a quienes acusa de apostar “literalmente sus bancos basándose en la creencia de que no había una burbuja de la vivienda, y en la creencia relacionada de que los insólitos niveles de endeudamiento de las familias no eran un problema. Perdieron esa apuesta. Y ningún abracadabra financiero –porque en el fondo eso es lo que es el plan de Geithner- va a cambiar ese hecho”.
(continue)

Etiquetas: conocimiento, medios, memoria, monopolios, multitud, politica.
Frente a lo que ocurriera con la idea original de Paulson, al menos Geithner ha tenido el mérito de dividir a la comunidad financiera norteamericana.
Algo es algo.
Los mercados bursátiles, en el corto plazo, han dictado su veredicto: pulgar arriba. Está por ver si la subida es consecuencia directa de la propuesta o, por el contrario, se debe a factores técnicos ya que el violento movimiento al alza coincide con la ruptura tanto de la media móvil de 50 sesiones como de la directriz bajista desde octubre de 2007 del S&P 500, el principal selectivo norteamericano.
Y es que la iniciativa de la Administración Obama sigue pendiente de una enormidad de detalles y su ejecución se demorará, como poco, otros dos meses en el tiempo, siendo optimistas.
Demasiado pronto como para darla por válida de forma tan efusiva pese a haber, de hecho, tan pocos motivos para ello.
El árbol de decisión seguido por los distintos analistas a la hora de estudiar la propuesta pasa por tres niveles: su necesidad, en primer lugar; su idoneidad, en segundo término; y su aplicabilidad, para concluir.
Es una evidencia la validez del primer elemento de juicio, dada la coyuntura en la que se encuentra el sistema bancario americano... y no sólo él.
Había/hay que hacer algo.
De acuerdo. Prueba superada.
Paso dos. ¿Adecuado? Error.
El Plan no pasa el corte en los segundos 18 hoyos.
Qué le vamos a hacer.
Y no se debe, como afirman otros comentaristas, al hecho de que supone un injustificado cambio de foco desde la solvencia a la liquidez que persigue ayudar a unos tiburones de Wall Street en vías de extinción.
Sobre la primera se puede actuar tanto desde el lado del pasivo, inyectando capital, como desde el activo, sacando del balance posibles fuentes de pérdida adicional.
Ni siquiera compro hoy el argumento del riesgo asimétrico en el que incurren tanto el Tesoro como la Reserva Federal, cuyo balance, impagable artículo ayer de John Taylor en FT, empieza a alcanzar dimensiones siderales.
Qué va.
La razón última es que se desvía de las causas y, por tanto, de las posibles soluciones efectivas para solventar la crisis actual.
Lo explica estupendamente Henry Blodget, estrella emergente de la blogosfera financiera con su Clusterstock, en el siguiente post que se apoya en los pensamientos de un James Galbraith al que citamos el pasado sábado en nuestro Valor Añadido sobre el Quantitative Easing.
El antiguo banquero de inversión hace un recorrido por los errores de concepto en los que, en su opinión, está incurriendo el nuevo Secretario del Tesoro.
El problema de la economía no es que la banca no preste hoy, sino que ha prestado demasiado en el pasado como prueban los gráficos que adjunta al final de su aportación.
Y la compra de préstamos y activos dudosos sólo permitirá abrir el chorro crediticio si las entidades financieras perciben que el fin del deterioro económico está cerca y que asumen menos riesgo haciéndolo que quedándose de brazos caídos.
La banca, como regla general, se comporta como un late cyclical. Necesita ver donde se gana dinero para luego entrar en la disputa por el beneficio a obtener.
La muerte del sistema financiero en la sombra y la crisis en la innovación frenarán sin duda el despertar de su letargo durante más tiempo del conveniente.
Y, sin despegue de la economía ni recuperación del balance del sector privado, no habrá repunte de la actividad bancaria. Olvídense.
A la misma conclusión llega Ed Harrison de Credit Writedowns que, pese a todo, concluye afirmando “no me queda otro remedio que confiar que el Plan va a funcionar. Ha pasado demasiado tiempo y esta es la hora en que no cabe otra solución. No quedan más alternativas para 2009”.
Llegados a este punto, compartir con ustedes tres reflexiones finales.
Una, el plan propuesto por Geithner, en su máxima amplitud de un billón de dólares, apenas es un 7% del PIB norteamericano frente a una deuda agregada del sistema estadounidense superior al 300% respecto a la misma referencia. La ley de las grandes cifras se puede ver claramente superada por la norma de los números estratosféricos. No se lleven a engaño.
Dos, el proceso de apalancamiento no va a menos a día de hoy sino a más como consecuencia del desembarco masivo de la financiación pública en la economía. Un fenómeno que, en épocas de incertidumbre, encarece aún más el coste de los recursos ajenos de las empresas privadas retrasando, por tanto, su recuperación.
Tres, campana y se acabó, lo importante, por tanto, es revertir un proceso que puede llevar a una espiral inflacionaria que ahora parece poco probable, con razón ante el exceso de capacidad productiva, pero que afila sus garras a la vuelta de la esquina. El hacer juegos de trileros traspasando endeudamiento entre los distintos agentes económicos, como propone el Plan, no ataca, ni de lejos, el problema.
¿Ustedes creen que se acabarán enterando?
S. McCoy
Al igual que los activos reales, las materias primas podrían funcionar como una mejor protección contra la subida de los precios que los bonos indexados a la inflación. No obstante, cualquier gestor de fondos que intente protegerse contra la inflación comprando materias primas tendría que pensárselo dos veces. El motivo, los costes prohibitivos. Los inversores tienen una alternativa. Pueden comprar materias primas físicas, aunque por otra parte, se les plantea la duda de dónde almacenarlas.
En su día Keynes tomó medidas de la capilla del King’s College para comprobar si en ella cabría la inmensa posición especulativa de trigo que había acumulado. Como alternativa, los inversores pueden recurrir al mercado de futuros. No obstante, aquí también hay que tener en cuenta los costes de almacenamiento, que, desde que los silos están al máximo de su capacidad, han aumentado. Ese es el motivo por el que los precios de los futuros superan con creces a los actuales.
Tomemos como ejemplo el petróleo, la materia prima con más liquidez y, por tanto, la más idónea para protegerse frente a la inflación.
Un inversor compra el contrato mensual y, cuando vence, tiene que comprar uno más caro. El coste de esta práctica es de aproximadamente 1,60 dólares al mes o 19 dólares anuales. Para compensar esta “prima de seguros”, los precios del petróleo tendrían que subir un 36%. Ésa es una apuesta, no una póliza de seguros.
Una alternativa es comprar futuros a más largo plazo, pongamos dos años. Esta inversión parecería más lógica, dado que ahora mismo no tenemos un problema de inflación. En teoría, esta opción es además más económica, porque el contango sería menos acusado. La cuota mensual sería de aproximadamente 30 céntimos el barril, por lo que los precios del petróleo tendrían que aumentar “sólo” un 5% para compensar ese coste. El problema es que la liquidez de los futuros disminuye con el tiempo, por lo que la cobertura resulta más difícil. Existe el riesgo añadido de una caída de los precios de las materias primas. El Comité de Riesgos tendría que opinar al respecto.
No se trata sólo de que las condiciones sean bastante más atractivas de lo que hubieran soñado las entidades de crédito.
La cuestión es si tales condiciones no pueden poner plomo en las alas al propio Plan.
Veamos.
La competencia entre inversores privados para pujar por estos activos, ciertamente asegura una demanda más movida por consideraciones de rentabilidad que una compra operada por los poderes públicos exclusivamente.
Bien es cierto que quien cubre el 90% del riesgo son los contribuyentes, lo que mueve a dudar de los fundamentos de mercado del mecanismo.
Pero, sobre todo, la voluntariedad en la oferta plantea el interrogante de si la banca estará de verdad dispuesta a acogerse al mecanismo de saneamiento, incurriendo en el coste cierto de una pérdida por la diferencia entre el valor en libros y el de adjudicación.
Existirá siempre el riesgo de soltar sólo aquel lastre donde dicha diferencia resulte mínima, y no cabe olvidar que sólo un quinto de los activos de la banca se computan sobre el criterio de “mark to market”.
No digo que el mecanismo no ejerza beneficios externos tales como crear un mercado secundario de activos que hoy en día resultan ilíquidos, fomentando así al menos una mayor transparencia a la hora de evaluar la magnitud del agujero en los balances.
Pero resultaría ilusorio que la banca se someta a una limpieza a fondo, si en el camino se diluyen sus recursos propios y su solvencia.
Por eso, a la zanahoria del Plan le falta el palo de la obligatoriedad.
Sólo unas directrices inequívocas del supervisor, para poner en circulación los activos más dañados, con independencia de la voluntad de la banca, podría ejercer la presión necesaria para que el mecanismo funcione de verdad, operando una tarea de saneamiento.
Bien es cierto que plantear así las cosas abre un triple interrogante.
Primero, si el Plan es capaz de cubrir razonablemente el coste estimado del agujero, hipótesis que no parece muy verosímil a pesar de la cifra avanzada de 500.000 millones, ampliables a un billón de dólares, especialmente si acaba destinándose a drenar activos con insuficiente deterioro en su valor.
Segundo, la inequidad de condiciones en que se situaría a la banca obligada a deshacerse de valores a precios que acabarían imponiendo los cinco demandantes.
Tercero, la propia dificultad de diseñar criterios objetivos para sacar del balance partidas enteras, pues todo ejercicio discrecional conduciría a desigualdades de trato.
Pero, con todas estas reservas, deben arbitrarse unas mínimas pautas para aflorar de manera progresiva y sistemática esta toxicidad que agobia a la solvencia.
Por ello, tal vez lo más sensato sea utilizar la prevista evaluación “stress-test” y supeditar todo apoyo para recapitalizar los bancos en dificultades a una previa limpieza de activos.
De lo contrario, los contribuyentes acabarán pagando más de lo razonable por ajustes cosméticos en el activo que obliguen luego a inyectar más dinero del debido en el pasivo.
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