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Las miserias de Botín salen de paseo |
Pronto se publicará en España un libro titulado “La apología del absurdo”, escrito por un economista que participó en la reconversión industrial de la España de los ochenta y en los Pactos de la Moncloa cuando la inflación en nuestro país alcanzaba el 20%. Aquello si que fueron crisis. Un banquero de inversión honrado que, rodeado de filósofos, quiere exponer con cierta claridad asuntos que nos afectan a usted y a mi.
El título es adecuado para lo que está pasando en Banco Santander, la entidad financiera que más dividendos paga de Europa y la que más beneficio obtiene en España. Pero resulta que, al mismo tiempo, es la que más escándalos financieros arrastra con un perjuicio más que evidente para sus clientes y para la reputación del sistema bancario español.
A la pillada de más de 500 millones de Lehman Brothers se sumó después el agujero de 2.330 de Madoff, relación de muertos que ahora alcanza su culmen con los 3.266 millones de la suspensión de pagos del fondo Banif Inmobiliario, el más grande de España. Porque lo que ha hecho Santander con este vehículo de inversión es un corralito en todo regla ya que sus más de 50.000 partícipes no podrán retirar su dinero. Pueden incluso ir dándolo por perdido en gran parte.
En total, casi 6.000 millones de pérdidas o impagos o las dos cosas a la vez que afectan directamente al bolsillo de sus clientes y de sus accionistas porque estos graves errores de gestión van contra el balance del banco. Es decir, casi todo lo que consiguió en la ampliación de capital del pasado mes de noviembre, cuando pidió a sus inversores 7.000 millones de euros para reforzar unos tocadísimos ratios de solvencia. Una cifra similar a las que pidió apenas un año antes a sus clientes particulares mediante una emisión de convertibles cuyo canje tiene una mala pinta que asusta.
Demasiados traspiés, por ser diplomático, para que se pierdan en el marasmo de lo que está pasando ahí fuera y no se pidan responsabilidades a nadie. Sabemos que este país no es de dimisiones, te pillen cazando o maquinando. Pero hay situaciones que empiezan a chirriar. Y en Boadilla del Monte, sede operativa de Santander, los muertos desprenden un hedor muy preocupante. Ofrecer participaciones preferentes a los pillados de estafa de Madoff y créditos blandos a los de Banif es miseria y compañía.
Porque a cualquiera le llama la atención que don Emilio Botín, reconocido como uno de los mejores banqueros del último medio siglo, dé lecciones de gestión y al mismo tiempo tenga el banco como un queso gruyere. Es llamativo que sea capaz de reventar la presentación de resultados de BBVA, su máximo competidor, sabiendo que tiene un incendio en su casa de proporciones ingentes. Y ya molesta y mucho que dé consejos de reputación. La apología del absurdo.
Porque la suspensión de pagos de Banif Inmobiliario es muy preocupante. Si esto se extrapola, con sus matices, a la cartera crediticia de los bancos y se produjera una retirada similar de depósitos, el resultado sería que algunas de nuestras grandes entidades estarían literalmente quebradas. Suena duro, pero es la realidad.
Me decía hace poco un banquero al que considero muy honrado -les aseguro que hay más de dos- que a los directivos de las grandes instituciones no les echan las luchas de poder, en referencia al espectáculo de Caja Madrid, sino los números. En España, donde hemos negado tener ningún problema de solvencia y donde algunos se han atrevido a ponernos como ejemplo de gestión del riesgo, las cifras empiezan a cantar. Y no precisamente música de carnaval. Más bien de requiem.
(continue)
Agustín Marco

Etiquetas: conocimiento, inteligencia, medios, monopolios, multitud, politica.
El relato escrupuloso de lo acontecido en los últimos meses en torno al Santander resulta demoledor. El 7 de febrero de 2008 (presentación de resultados ejercicio 2007) el banquero afirmó que “no necesitamos en absoluto hacer compras para crecer. Nos han llegado muchas propuestas, pero seremos más estrictos que nunca”. De manera específica descartó compras en Reino Unido, Estados Unidos o Francia. El 21 de Junio de 2008 (Junta General de Accionistas), aseguró que “para mantener el crecimiento de los ingresos, Banco Santander no necesita asumir riesgos complejos y de difícil control como los que están en el origen de los problemas a los que hemos asistido recientemente en la banca internacional (…) Nunca abordaremos adquisiciones por el simple hecho de aumentar nuestro tamaño”.
La realidad de lo ocurrido, sin embargo, se encargó de desmentir tales afirmaciones. En efecto, entre abril y octubre del año pasado, el Santander compró a Fortis las actividades de gestión de activos en Brasil por 209 millones de euros; firmó un acuerdo para comprar el negocio de crédito al consumo de RBS en Europa; anunció la compra de Alliance & Leicester por 1.575 millones de euros; adquirió (a través de Abbey) los canales de distribución y los depósitos de Bradford & Bingley por 612 millones de libras, y adelantó la compra del 75,65% de Sovereign que no controla por 1.400 millones de euros. Y todo ello sin necesidad de “asumir riesgos complejos”.
El 11 de julio pasado (entrega de los Premios Euromoney) don Emilio pronunció una de esas frases para la Historia, con mayúsculas, del esperpento bancario: “Si no conoces totalmente un instrumento financiero, no lo compres; si no comprarías para ti un producto específico, no lo vendas; y si no conoces muy bien a tus clientes, no les prestes ningún dinero”. Tres meses después se producía la quiebra de Lehman Brothers, y el Santander se veía obligado a anunciar que compensaría a los clientes afectados por dicha quiebra, a quienes vendió, a través de Banif, unos 500 millones euros en bonos estructurados a clientes, en muchos casos como si fueran productos asegurados.
La bomba Madoff
El enganchón Lehman quedó pronto convertido en anécdota, porque el 14 de diciembre pasado a Botín le estallaba en las manos la bomba Madoff, el peor episodio que imaginar pudo su mayor enemigo: el “banquero más listo del mundo” había sido víctima de una vulgar estafa piramidal. Aquel día, el Santander reconocía haber generado a sus clientes pérdidas de 2.330 millones invertidos en fondos Madoff a través de su gestora Optimal, al tiempo que el yerno y el propio hijo resultaban gravemente cogidos en el mismo lance a través de Morenés & Botín. El banco, sin embargo, descartó aquel día compensar a los clientes afectados por el fraude, como había hecho con los de Lehman. Por poco tiempo, porque el 27 de enero de este año daba marcha atrás anunciando que lo haría, aunque solo a los particulares y por el importe de su inversión inicial -sin revalorización-. A cambio les obligaba a renunciar a ejercer acciones legales contra la entidad y a seguir siendo clientes.
La misma incoherencia, idéntica distancia entre dicho y hecho se advierte en el episodio de la ampliación de capital: el 28 de octubre pasado (presentación resultados III trimestre 2008) Alfredo Sáenz negó que el banco necesitara capital, asegurando que sus ratios eran los adecuados para el tipo de negocio que desarrolla. Apenas 12 días después, el Santander anunciaba una ampliación de capital de 7.200 millones, con un descuento del 46% sobre el precio de cotización, para hacer frente a tan agresiva política de compras y recomponer recursos propios. El espectáculo ha incluido también á los beneficios. En junio del año pasado (Junta General), don Emilio se comprometió ante sus accionistas a alcanzar los 10.000 millones de beneficio total del Grupo en 2008, compromiso renovado a lo largo del año tanto por él mismo -llegó incluso a sugerir unos beneficios para 2009 de 11.500 millones-, como por Sáenz. El 28 de enero pasado, sin embargo, el banco realizaba un profit warning anunciando por sorpresa que quedaban reducidos a 8.876 millones, un 2% menos que en 2007, con el mismo dividendo -también en contra de lo prometido- del año anterior.
Lo peor, con todo, estaba por llegar. Llegó el 16-F. Sonaron los clarines del miedo de una economía que se deshace cual azucarillo, en medio de la más aguda crisis política que haya conocido el país desde la muerte de Franco. Miles de clientes del Santander quedaban encerrados durante dos años, como poco, en Banif Inmobiliario. Es muy posible que, como el miércoles opinaba en este diario S. McCoy, hablar de “corralito” sea un ejercicio de demagogia y un error conceptual. Y es posible también que, en contra de la falta de diligencia mostrada en el caso Madoff, el banco tenga esta vez argumentos para defender la decisión adoptada. Si admitimos que el término corralito implica un ánimo confiscatorio que beneficia a quien lo impone, resulta difícil apreciar qué es lo que gana el Santander parando los reembolsos, cosa que, por otro lado, ha hecho la práctica totalidad de los fondos inmobiliarios abiertos europeos. La alternativa, la liquidación de la cartera con la merma consiguiente, sí hubiera supuesto, en cambio, un perjuicio notable para los partícipes. Es probable, por ello, que no cupiera otra solución y que el fallo esté en origen, en la negligencia de un regulador que autoriza la comercialización de fondos abiertos -que en buena lógica deberían ser cerrados- sobre activos que por su propia naturaleza son ilíquidos.
Sea como fuere, el cierre de Banif Inmobiliario ha tenido un efecto demoledor para el prestigio de la marca “Banco Santander”. Y ello porque la realidad incuestionable es que el partícipe que necesite su dinero no podrá disponer de él durante mucho tiempo, y porque, además, en la acera de enfrente hay un banco, el BBVA, que, en un caso similar, tiró de chequera comprando las participaciones de quienes deseaban salir del fondo. ¿Por qué no ha hecho el Santander lo propio? Tal vez porque no ha podido, sospecha que está en el epicentro de la oleada de pánico que el lunes pasado se apoderó del mundo financiero, aunque la entidad asegura disponer de liquidez para dar y tomar. Por primera vez un fondo de inversión suspendía pagos en España.
El Santander como paradigma de la crisis española
Jaleado por una mayoría de los medios de comunicación que, con honrosas excepciones, experimentaba algo parecido a un orgasmo cada vez que el banquero anunciaba uno de sus golpes, la aventura de este hombre ha terminado por convertirse en epítome de la fortuna cambiante de esos millones de españoles que creyeron acostarse ricos y un día se levantaron pobres, engañados por el oropel de una economía que llegó a imaginar poder vivir ad aeternum del ahorro ajeno, insensible a la degradación de una democracia que se cae a pedazos carcomida por la corrupción. Don Emilio es ejemplo esclarecido de un Sistema que le permitió absorber bancos como quien colecciona corbatas, y que, por salvarle del trance penal de las cesiones de crédito, no dudó en privar a los ciudadanos de un derecho constitucional (Artículo 125) como es la Acusación Popular. El episodio ha quedado acuñado en los anales de la vergüenza colectiva de todo un país como la “doctrina Botín”.
La Justicia pervertida y la economía del revés. Las propias declaraciones del banquero sobre la crisis son paradigma de la gran mentira propalada desde la presidencia del Gobierno sobre la situación de la economía. En febrero de 2008 (Presentación de Resultados 2007), don Emilio aseguraba que “tras 14 años de crecimiento ininterrumpido, entramos en una fase de desaceleración, pero España va a crecer más que los países del entorno. Tenemos más fortalezas que los demás y hay que decirlo”. El 21 de junio pasado (Junta General de Accionistas), persistía en el discurso de que “La crisis es como la fiebre infantil, empieza fuerte y luego baja” (…) “Esta fase negativa de la economía no será larga”. El mismo discurso que ese indocumentado llamado José Luis Rodríguez Zapatero.
El Santander se enfrenta a un futuro complicado. Seguramente don Emilio se ha metido en camisa de once varas, lejos de las viejas tradiciones bancarias de su padre que sentaron la fortaleza de la marca: comprar y vender, y coger dinero con una mano y prestarlo con la otra. Como hace tiempo escribiera Walter Bagehot, “Las grandes crisis ponen al descubierto las especulaciones excesivas de muchas Casas de las que antes nadie sospechaba”. Lo peor que le ha ocurrido al Santander es que ha perdido la confianza que antaño inspiraba la marca en una mayoría de sus clientes. Si lo decía el Santander, tenía que ser verdad. Ahora no. Ahora resulta que, cuando vienen curvas, la culpa es del cliente, que no se leyó la letra pequeña del contrato que firmó. Lo ocurrido en los últimos meses pone también en evidencia la existencia de un equipo de gestión obsoleto, que no estaba preparado para el desfile por la Quinta Avenida de la banca mundial.
El relevo se antoja difícil. Botín junior ha quedado chamuscado, del brazo de su cuñado Morenés, en el caso Madoff. Como en Los Buddenbrooks, la genial saga que Thomas Mann relatara en 1901 sobre la vida de tres generaciones de una rica familia de comerciantes en Lübeck, que progresivamente se van distanciando del código de valores impuesto por el fundador, no va a ser fácil para los Botín retornar a las esencias. Con todo, es muy importante para el futuro de la economía española que el Santander supere sus problemas. Nos jugamos mucho en ello. España necesita un sistema bancario saneado, y también banqueros dinámicos, comprometidos no solo con la creación de riqueza, sino con el cumplimiento de una Ley igual para todos y con la mejora de la calidad de nuestra democracia. Bancos sólidos y banqueros demócratas.
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