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La unión europea frente a la crisis

Más que nunca, la UE debe tomar acciones conjuntas. Un temporal de pesimismo azota a toda Europa. Aunque ningún rincón de la Unión Europea está a salvo de la crisis económica global, los miembros que se han unido más tarde al grupo son los más vulnerables.

Los temores sobre la crítica situación del sector bancario de Europa del Este provocaron importantes caídas en los mercados de valores esta semana. El modo en el que la UE acuda al rescate de los países del Este pondrá de manifiesto si el término unión se aplica en la práctica. Por desgracia, sus líderes más influyentes parecen mostrar su indiferencia ante lo que está en juego. Su defensa cada vez más provocadora del proteccionismo podría anular los logros históricos del proyecto europeo. Los fundadores de la UE, conmocionados por las desastrosas consecuencias del proteccionismo y el nacionalismo de la década de los treinta, intentaron, en parte, erradicar las rivalidades nacionales para que prevalecieran los intereses comunes.

Su visión prevaleció y la estabilidad y la prosperidad se extendieron a medida que nuevos países optaban por compartir su soberanía con sus vecinos. Los mayores triunfos llegaron en las dos últimas décadas, con la creación de un mercado y una moneda únicos y la integración de países a los que el comunismo había aislado de Occidente. Si adoptáis nuestra filosofía, prometió la UE, juntos compartiremos libertad y prosperidad. Europa del Este respondió con entusiasmo.

Paradójicamente, ese entusiasmo ha desembocado en los problemas a los que ahora se enfrentan. Su adopción de la normativa de la UE fomentó la confianza de los principales bancos a concederles préstamos. A medida que entraba capital, la región comenzó a superar el medio siglo de atraso que le separaba del crecimiento económico de sus vecinos occidentales. Ante las expectativas de crecimiento continuado y de la cada vez mayor integración en la UE, negocios y ciudadanos se beneficiaron de los préstamos más baratos denominados en euros que los bancos ofrecían con facilidad.

Todas las partes actuaban como correspondía en una Europa libre de fronteras. Y entonces llegó la crisis financiera. Los préstamos que sostenían los déficit por cuenta corriente de Europa del Este hasta el año pasado los concedían en gran medida las filiales locales de los bancos occidentales europeos. Sin embargo, ahora se han evaporado. Los gobiernos de la región, muchos de los cuales gestionaron sus finanzas con más prudencia que la mayoría de países occidentales, son ahora incapaces de cubrir las enormes brechas financieras.

Al mismo tiempo, la extrema ralentización de la economía mundial afecta gravemente al comercio internacional y los sectores exportadores de Europa del Este están entre los más perjudicados. Trágicamente previsible resulta la depreciación acelerada de sus monedas, lo que hace más pesada la carga derivada de la deuda denominada en divisa extranjera de estos países.

Es fundamental que los estadistas de la UE hagan lo imposible por salvar la economía de Europa y de su unión. Hasta ahora, no han actuado en este sentido. Demasiados líderes de la UE recurren a la repatriación de los poderes de la Unión, principalmente en áreas fundamentales como la competencia y las ayudas estatales.

Ahora se dedican a aplicar políticas que desplazan la escasez de crédito a los países menos capaces de soportarlo. Europa del Este necesita este año 200.000 millones de dólares para refinanciar su deuda y 150.000 millones de dólares más para recapitalizar las pérdidas anticipadas de sus bancos.

Pero los planes de rescate de los bancos de los países ricos fomentaron la repatriación de fondos, dejando sin fondos a las filiales de Europa del Este. Esto debe terminar. Los mayores bancos con presencia en Europa del Este han apelado a una política europea unificada para poder ayudar a sus sucursales.

Por interesado que parezca este llamamiento, debe tenerse en cuenta. La UE debe evitar que sus miembros realicen rescates bancarios discriminatorios. Las garantías estatales deben aplicarse también a las filiales de otros países de la UE. Los miembros que no tengan recursos para salir al rescate de sus bancos deberían poder contar con la ayuda del Banco Europeo de Inversiones o del Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo.

La UE debe avanzar sobre la base de los esfuerzos coordinados con el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Junto con el FMI, la UE debería salir al rescate de los miembros más pobres que necesiten ayuda financiera, como ya se hizo el año pasado en Hungría.

Aunque los estados miembros más pequeños suelen ser los que más comprometidos están con la UE, poco podrán hacer si sus vecinos debilitan cínicamente las responsabilidades adquiridas. Alemania, el campeón de la integración europea, es uno de los principales responsables de esta situación. La canciller Angela Merkel debería aprovechar la reunión de los líderes europeos que se celebrará en Berlín la próxima semana para recuperar la unidad que Europa necesita desesperadamente.

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