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La Crisis: El drama y La farsa |
La actual crisis que afecta al sistema capitalista ya se manifestó en la segunda economía del mundo, Japón, entre los años de 1990 al 2005. Ahora, la historia se repite, primero como drama, luego como farsa, así lo dejó escrito el cada vez mas imprescindible pensador alemán de la segunda mitad del siglo XIX, Carlos Marx, exegeta del capitalismo de la época que le correspondió vivir e ideólogo de lo que pareció encarnar el mas formidable reto al sistema capitalista, pero que, víctima de la perversión estalinista en primer término y de la aplicación inadecuada de la Glasnot-Perestroika, en segundo lugar, acabó desembocando en la mayor tragedia política y social del pasado siglo XX, según expresión de Vladimir Putin.
Pero, como suele ocurrir a los gobernantes, economistas, juristas y demás elites intelectuales se les da por descontado conocimientos relevantes de historia y economía.
Grave error.
¿Cuántas veces hemos leído y escuchado, con motivo de la actual situación, que estamos enfrentándonos a hechos tremendos y desconocidos, sin precedentes históricos desde la Gran Depresión que abatió a Estados Unidos de 1929 a 1941?
Para ese entonces la contracción del PIB de la nación norteamericana alcanzó el 45% en los tres primeros años de la crisis.
La situación la enfrentó la administración de Franklin Delano Roosvelt mediante la aplicación del programa político-económico conocido como New Deal, basado en las recomendaciones del economista británico John Maynard Keynes, para lo cual dispuso de suficiente tiempo en el ejercicio de la Presidencia de su país, gracias a que para la época, en Estados Unidos, existía la posibilidad de postularse al cargo de Presidente en forma continua, lo cual hizo en 1932, 1936,1940 y 1944, a pesar de la poliomielitis que le aquejaba desde 1921, muriendo en el ejercicio del cargo en abril de 1945 a escasos meses del triunfo aliado contra el eje Berlín-Tokio.
Afortunadamente para Roosvelt y su equipo el capitalismo de entonces pagaba a una burocracia manejable y las pensiones y seguros de desempleo eran pequeños, no siendo así en la crisis que padecemos cuyas dimensiones resultan descomunales y afectan a la totalidad de las naciones, en razón de la globalización de la economía.
Mutatis mutandi, Barack Hussein Obama y demás jefes de estado de los países capitalistas centrales necesitaran al menos tres lustros de esfuerzos para hacer lo que Roosvelt hizo en dos, siempre y cuando diseñen una política acertada, y en el caso de Obama si la enmienda que restituya el derecho constitucional a la postulación continua se abre paso en las Cámaras de Representantes y del Senado y si los electores norteamericanos le premian su eventual buen gobierno.
Todo esto es del conocimiento del Banco Mundial, el FMI, los Bancos Centrales de los países del llamado primer mundo, El BCE, la Reserva Federal y el Departamento del Tesoro estadounidenses, no obstante lo cual lucen desconcertados o aparentan estarlo. John K. Galbraith, grande entre los grandes economistas del recién pasado siglo XX sentenció que la memoria de los mercados financieros no va más allá de diez años.
Parafraseándolo pareciera que a los responsables actuales la memoria no les alcanza más atrás del año 2006.
¿Tenía o no razón el viejo sabio de Treveris…
…estamos ante el drama o ante la farsa?

Etiquetas: conocimiento, inteligencia, memoria, monopolios, multitud, politica.
Como ya les he comentado alguna que otra vez, uno de los objetivos fundamentales del equipo económico de Obama es encontrar su particular Segunda Guerra Mundial.
Un evento de dimensión mundial que reactive la demanda de productos norteamericanos alrededor del Planeta, tal y como ocurriera a finales de los años 30, principios de los 40, conflicto que trajo de su mano la salida casi definitiva de la Gran Depresión, más allá de los méritos de Franklin Delano Roosevelt o de las políticas fiscales keynesianas.
Mis disculpas desde aquí a la ortodoxia.
Servidor, humildemente, cree que ya han encontrado dicho “enemigo”, potencialmente destructivo, cuyo combate habría de unir las fuerzas de gran parte de los gobernantes de las economías tanto desarrolladas como en vías de desarrollo.
Se trataría de la lucha contra el cambio climático o, por ponerlo en palabras más estremecedoras y motivantes, la pelea por la supervivencia de la Tierra.
Un reto que supondría un cambio esencial en nuestro modo de vida debido a que iría acompañado de una sustancial reducción de la dependencia de los combustibles fósiles, un aumento drástico en la utilización de fuentes de energía no contaminantes, una paulatina contracción hasta su desaparición de las emisiones de dióxido de carbono y una progresiva implantación de nuevos productos que participen de los tres requisitos anteriores.
Para ello, una de las primeras medidas que adoptaron los distintos estados fue el establecer, de acuerdo con un calendario temporal y cuantitativo determinado, un techo a la capacidad de contaminación de una determinada zona geográfica, limitación que iba acompañada de un sistema de incentivos ligados a los llamados derechos de emisión y su negociación.
De este modo, quien quisiera superar su límite podía comprar contaminación lo que, al menos en teoría, desincentivaría la producción generadora de la misma al encarecer sus costes.
Por el contrario, el que hiciera bien sus deberes podía adornar sus cuentas con unos ingresos adicionales.
Intelectualmente perfecto.
Sin embargo, y con eso llego a la pieza de Financial Times a la que hacía referencia al inicio de este post, esta primera iniciativa, que debía servir como acicate para estimular la lucha contra el deterioro atmosférico, se encuentra en estado terminal.
Los precios de los derechos han caído al nivel más bajo de su corta historia, dos tercios por debajo del pico de 30 euros que alcanzaran el dos de julio de 2008, como consecuencia de factores tanto de oferta como de demanda.
Empezando por esta última, el colapso en la producción industrial en las economías desarrolladas, que ha afectado drásticamente a la capacidad de utilización de muchas compañías, ha provocado que no haya realmente necesidad de comprar CO2.
Con una consecuencia adicional de mayor trascendencia: la incertidumbre operativa y financiera ha paralizado numerosos planes de renovación de activos fabriles por otros menos contaminantes, algo a lo que contribuye, adicionalmente, el colapso en el precio de los carburantes.
Por su parte, la necesidad de fondos de economías como la británica, que disfruta de excedentes anuales de importancia, o de empresas verdes afectadas por la actual coyuntura en busca de ingresos, amenaza con saturar con su papel este mercado, colapsando aún más sus niveles de intercambio.
No es de extrañar, por tanto, que para algunos analistas, como éste de UBS que cita Bloomberg, podamos ver transacciones incluso gratuitas a lo largo del presente ejercicio, situación que podría variar en función de las distintas fases temporales que son objeto de negociación.
Esto trae consigo dos conclusiones inmediatas.
Una, supone un jarro de agua fría para la pretensión europea de incorporar más naciones a esta operativa con objeto de establecer un escenario de trading mundial, proyecto que se pretendía completar para 2020. Sin incentivo económico, seguro que no hay materialización.
Dos, muerto temporalmente el mercado, sólo queda el recurso al apoyo de la administración pública, bien a través de la inversión directa o de las subvenciones.
Esta es la vía elegida por el Gobierno de Obama que ha decidido hacer de la energía ecológica su particular apuesta institucional en un movimiento que, por el contrario, y tal y como prueban las declaraciones de Wen Jiabao, primer ministro chino al propio Financial Times -de extraordinaria trascendencia y obligada lectura- no encuentran réplica inmediata ni en esta nación ni en la mayoría de los países europeos, que prefieren destinar a otros usos sus mayores o menores recursos financieros.
Al contrario de lo que ocurriera en la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos acudió al apoyo de los aliados en su propio e inmediato beneficio, ahora los potenciales compañeros de viaje no tienen tan claro el retorno inmediato de la lucha contra este común enemigo y se hacen los remolones.
¿Cortedad de miras? No me hagan hablar.
Por supuesto. No hay interés electoral.
Ni tampoco, probablemente, conciencia real del problema, si es que es tan fiero el león como lo pintan, que ya saben que hay división de opiniones sobre el particular.
Servidor, es particularmente escéptico lo que no quita que deba contar lo que está pasando.
En cualquier caso, lo que sí parece evidente es que, de momento, la primera batalla del nuevo presidente norteamericano, va a ser en solitario.
Queda por ver cómo evoluciona finalmente la guerra.
Esa Tercera Guerra Mundial que él cree necesaria.
Va a ser, como casi todas, larga e intensa.
Seguro.
Y el problema es que todos, de un modo u otro, seremos sus actores, aunque no queramos.
Con una diferencia: a cada uno le toca elegir el rol que quiere jugar en función de una percepción subjetiva sobre datos presentados como objetivos.
Pidan la vez.
S. McCoy
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