Tras el final del “Mandato Británico en Palestina” y desde la “Declaración del Estado de Israel” en mayo del ’48, desde entonces cada día que ha pasado el conflicto en estos territorios ha ido haciéndose más desigual. Paralelamente, el uso del lenguaje en su narración mediática ha ido distorsionando y suavizando lo que realmente ha ocurrido, ocurre y seguirá ocurriendo en la región.
Desde la “Guerra de la Independencia”, es decir, desde la ocupación judía de las tierras palestinas, Israel ha crecido de forma notable en cuanto a su aparato industrial-militar, su capacidad de lobby sobre los organismos internacionales, su peso dentro de la política estadounidense y, fundamentalmente, su poder mediático. Mientras, en los mermados territorios que deberían llamarse Palestina se fue destruyendo progresivamente su economía, su autonomía, sus infraestructuras, sus recursos y la libertad de movimiento de personas y bienes, a la vez que se iba perdiendo la batalla lingüística.
El último enfrentamiento armado, unilateralmente iniciado y en teoría finalizado por Israel, nos sirve también de ejemplo del uso del lenguaje eufemístico mediático para narrar la ignominia, nombrar lo inefable y describir la injusticia de una forma que sea tolerable. El lenguaje utilizado ha servido, entre otras cosas, para amortiguar el impacto de la percepción pública del conflicto, haciendo de la verdad una mentira llevadera para la opinión pública internacional, ocultando su trasfondo a través de un uso del lenguaje que por momentos ha rozado la parodia.
Vayamos a lo concreto, como si oficiáramos de traductores/as entre lo sucedido y lo que nos ha llegado. “Incursión” significa invasión; “legítima defensa”, ilegítimo e infundado ataque; “terroristas” son las autoridades locales democráticamente elegidas, gusten más o menos a Occidente. Asimismo, “asesinato selectivo” significa asesinato a secas; “daños colaterales”, que más de la mitad de los muertos/as eran civiles; la “destrucción de la infraestructura terrorista”, la destrucción de las infraestructuras civiles y “territorios ocupados” el establecimiento de un sistema de apartheit como ni África colonial ha conocido.
Por su parte, “Hamás” y “terrorismo” son las palabras mágicas que permiten cualquier “intervención militar” israelí, el chivo expiatorio que intenta exculpar el uso ilimitado, que no “desproporcionado”, de la fuerza contra civiles. El “terrorismo” es lo único que la opinión pública occidental puede tolerar como alegato frente al asesinato de más de un millar de niños/as, mujeres, ancianos/as, militantes, no militantes y también milicianos.
Durante estas semanas hemos asistido al nacimiento de un nuevo concepto de “guerra”, una “guerra” entre el ejército más poderoso de Oriente Medio y un grupo de civiles y milicianos “armados” con sesenta años de odio, hambre, aislamiento, injusticia, muerte, falta absoluta de derechos y “castigos” sistemáticos. Una estrategia de ocupación y dominación contada como si fuera de “defensa”, del ataque de un Estado a una población desesperada y desamparada por la legalidad internacional con el simpático nombre de “Operación Plomo Sólido”.
No podemos olvidar los siempre presentes “daños colaterales”. ¿Cuándo un daño deja de ser “lateral” para comenzar a ser “colateral”? Como ejemplo, el “asesinato selectivo” de un miembro de Hamas con misil durante la invasión tuvo como “daño colateral” a sus ocho hijos/as y a su esposa. Es decir, en este caso el noventa por ciento del “daño” humano ha sido “colateral”.
Por otra parte, la “ayuda humanitaria” significa un intento por lavar la imagen de la Comunidad Internacional, que ha permitido, una vez más, que Israel haga uso de su impunidad para masacrar a sus indeseables vecinos y que los candidatos/as presidenciales hagan su particular campaña proselitista utilizando como soporte publicitario a más de un millar de cadáveres.
El uso del lenguaje informativo ha sido propiedad del Estado judío, aportando legitimidad a sus actos. La inexistente Palestina ya no tiene nada que perder: ni los derechos de su población, ni su libertad, ni sus recursos, ni su esperanza: siempre habrá un “castigo” para su pueblo.
Los palestinos/as ya lo han perdido todo, inclusive las palabras. Y con cada palabra perdida, con cada nueva agresión israelí son despojados de más tierra, más vidas, más libertad de movimiento y más recursos. Aunque, principalmente, entre las palabras se pierde la posibilidad de la justicia. Hoy lo que se denomina “Franja de Gaza” representa a un millón y medio de personas cuya tercera generación de desesperados/as no tiene más expectativas que seguir resistiendo frente a su aniquilación total.
Israel no goza, precisamente, de una imagen internacional positiva. Aunque si tenemos en cuenta su verdadero accionar su imagen debería ser nefasta. En ocasiones la realidad es demasiado dura para percibirla tal cual es. Para amortiguar esa “dureza” y hacer las verdades llevaderas para el “gran público”, allí están los medios de comunicación y su Imperio del Eufemismo para justificar la impunidad y explicar el inmovilismo de la Comunidad Internacional frente a un genocidio.
Eretz Israel está cada día más cerca, mientras la posibilidad de un Estado palestino parece hoy un imposible. Las palabras expoliadas significan mucho más que narraciones eufemísticas, ya que ocultan lo que hay detrás del “Plomo Sólido”. Los hecho sin anestesia: terrorismo de Estado, sistematizado, proselitista, impune y amparado por la Comunidad Internacional.
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