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La Fed en la trinchera

Ben Bernanke acaba de recortar el precio del dinero, que en adelante se moverá en un rango de entre el 0 y el 0,25%. No sólo es el nivel más bajo de los tipos oficiales, sino la primera vez que la Reserva Federal toma una medida tan singular. Pero en la historia de la Fed ha habido de todo.

Cuando Paul Volcker fue nombrado presidente de la Reserva Federal, en agosto de 1979, la economía estadounidense todavía no se había recuperado del primer shock petrolero de 1973 y estaba en pleno epicentro del segundo. A finales de los setenta, la inflación anual de EEUU superaba el 13% y el mandato de Volcker era claro: combatir la espiral alcista de precios a cualquier coste.

Y desde luego que lo hizo. El que fuera presidente de la Fed entre 1979 hasta 1987 impuso su autoridad y subió los tipos de interés hasta el 20%. No lo tuvo fácil. Mientras encarecía los costes de financiación, la tasa de paro se disparaba y la economía se estancaba. Pero el trabajo sucio finalmente dio sus frutos y la inflación de EEUU volvió a situarse por debajo del 3,2% en 1983.

Ahora, casi treinta años después, con los tipos de interés más bajos desde la II Guerra Mundial, la situación no puede ser más distinta. La caída de la demanda mundial ha hundido los precios del crudo, la recesión golpea con fuerza las puertas de EEUU y el IPC ya lleva dos meses consecutivos cayendo. La deflación -una caída generalizada y continuada de los precios- y no la inflación, es la amenaza con la que tiene que lidiar Ben Bernanke, presidente de la Fed.

Sin embargo, la historia del banco central estadounidense no ha estado siempre marcada por el objetivo de mantener la estabilidad de precios. La última vez que los tipos estuvieron por debajo del 0,5% fue durante la II Guerra Mundial, cuando la Fed los fijó entre el 0,3% y el 0,4%, según la base de datos del banco de inversión Dresdner Kleinwort. Pero con el mundo sumido en la guerra más cruenta de la historia, la prioridad del entonces presidente de la Fed, Marriner S. Eccles, no era combatir la inflación, sino reducir al mínimo los tipos de interés de la deuda pública de EEUU, con la que el Gobierno financiaba su campaña bélica. Los efectos colaterales no tardaron en llegar. Entre 1941 y 1946, los precios crecieron cerca de un 65% y la masa monetaria se duplicó.

Al concluir la guerra, en 1946, la Fed recibió el mandato de promover el empleo, pero Eccles, tras los excesos de los años anteriores, era partidario de centrarse en combatir la inflación. Sin embargo, la administración Truman se negó en rotundo -para algo habían creado el nuevo mandato de promover el crecimiento-, y forzó a la Fed a mantener los costes de financiación en niveles históricamente bajos. Entonces, no estaba tan claro como ahora que los bancos centrales debían perseguir sus propios objetivos a medio y largo plazo, al margen de los intereses, generalmente cortoplacistas, de los Gobiernos.

De hecho, no fue hasta el nombramiento de William McChesney Martin al frente del banco central estadounidense cuando la Fed pudo volver a marcar distancia entre sus metas y las del Gobierno. Las diferencias entre el Comité Federal de Mercado Abierto de la Fed -el órgano que decide la política monetaria del país- y el Tesoro tuvieron que saldarse con una invitación formal a la Casa Blanca a los miembros del Comité. De esa reunión surgió el Acuerdo de 1951, mediante el que se reinstauró la independencia real entre el Tesoro y la Reserva Federal. A pesar de ello, durante la Guerra de Corea (1950-1953), Martin sufrió presiones para mantener los tipos de interés bajos , aunque finalmente logró resistirlos.

Pieza fundamental

Martin se ganó el respeto de las siguientes administraciones y el del mercado financiero y mantuvo su mandato hasta 1970, erigiéndose en el presidente de la Reserva Federal que ha ocupado ese puesto durante más tiempo. Martin es, en realidad, una pieza fundamental para entender la política monetaria moderna en EEUU.

No solamente por la cuestión de la independencia sino por su manera de entender el mecanismo de toma de decisiones de la política monetaria: mirando a un gran número de indicadores económicos para fundamentar los movimientos de tipos; solicitando información y puntos de vista al resto de presidentes de las reservas federales regionales; y apuntalando la visión de que los bancos centrales deben anticiparse a la marcha de la economía, subiendo los tipos cuando la economía está empezando a calentarse y bajándolos cuando surgen los primeros síntomas de desaceleración.

Pero si Martin se labró una merecida fama de independiente, su inmediato sucesor, Arthur F. Burns, ha pasado a la historia por haber cedido a las presiones del_Gobierno, entonces presidido por Richard Nixon._Burns fue nombrado por el propio Nixon, que le instó a promover el crecimiento económico en detrimento del control de precios. Pero los primeros intentos de resistencia de Burns fueron contrarrestados por una dura campaña mediática y por amenazas de diluir el poder de la Fed. Además, Burns desempeñó su mandato en medio de un marco académico en el que preponderaba la idea de que el objetivo de un banco central era mantener la tasa de desempleo en el 4%.

Espiral de precios

Esta presión política y académica contribuyó decisivamente a las políticas expansionistas y de abaratamiento del precio del dinero desplegadas por la Fed en esa época. Pero al margen de que sus decisiones no fueron las más adecuadas para contener la inflación, el de Burns no fue un mandato con suerte: no solamente creó el caldo de cultivo ideal para generar una espiral de precios, sino que sufrió el embate de la primera gran crisis del petróleo de los setenta, que sumió a la mayoría de economías industrializadas en la estanflación -mezcla entre bajo crecimiento e inflación- y las dejó al borde del colapso.

Las consecuencias de la política monetaria de Burns y del shock energético de la década, crearon el cóctel perfecto para que la inflación se disparara hasta los dos dígitos. En 1979, cuando la revolución iraní provocó otra crisis petrolera, el IPC estadounidense alcanzó el 13,3%.

Fue entonces cuando entró Volcker. La situación era crítica y las medidas que había que tomar, extremadamente impopulares.

No solamente hacía falta un presidente extremadamente hábil y cualificado, sino que el país necesitaba un banquero central con carácter, personalidad y una resistencia extrema a las presiones. Volcker subió los tipos hasta el 20%, con los que estranguló la economía y ató en corto las presiones sobre los precios. La inflación alcanzó su pico en 1981, al situarse en el 13,5%, pero en 1983 ya estaba de nuevo bajo control, en el 3,2%. Volcker, con sus dos metros y un centímetro de altura, no solamente pasó a la historia como el banquero central más alto de EEUU sino también como un gigante de la economía.

Tras la purga de comienzos de los noventa, el sucesor de Volcker, el ahora criticado Alan Greenspan, tomó las riendas de la Fed. Varios shocks amenazaron con desestabilizar los diecinueve años que duró su mandato: el crash bursátil de 1987, la crisis crediticia de 1992-93, la crisis asiática de 1998 y el estallido de la burbuja tecnológica. Aún así, la década de los noventa fue la etapa más larga de expansión económica en tiempos de paz de la historia de EEUU. Y todo ello con una inflación en mínimos, gracias al incremento de la productividad y a la presión desinflacionista de las exportaciones asiáticas.

Los errores de Greenspan

Esta saludable mezcla de elevado crecimiento y precios controlados le valió a Greenspan el calificativo de mejor banquero central de la historia. Ahora, una megacrisis financiera después, se le acusa de haber mantenido los tipos de interés demasiado bajos (en el 1%) durante demasiado tiempo. Según sus críticos, la laxitud de Greenspan -tanto desde el punto de vista monetario como de regulación- contribuyó a generar la siguiente burbuja, la del crédito fácil y barato.

Greenspan ha reconocido algunos errores, pero mantiene que los tipos estuvieron al 1% porque había un riesgo real de deflación. Precisamente en la época de los tipos bajos, en noviembre de 2002, Ben Bernanke, presidente de la Fed desde 2006, realizaba un discurso en el que advertía de que los riesgos de la deflación eran mucho mayores que los posibles daños colaterales de combatirla bajando los tipos al cero e inundando el mercado de dólares. Y no cabe duda de que en estos momentos está aplicando las tesis que expuso entonces.

Y aunque ahora hay cierto consenso en que el error de Greenspan no fue tanto el bajar los tipos hasta el 1% sino mantenerlos ahí durante demasiado tiempo, todavía es pronto para saber si Bernanke ha aprendido de su predecesor.

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  Anónimo

miércoles, 17 diciembre, 2008  

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