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La pobreza entre escuelas y peluquerías

El camión vuelve a sacudirse. Las ruedas se sumergen en un agua marrón, un batallón de moscas verdes invade el vehículo. Al costado del camino -de lo que quedó de él- decenas de personas miran la caravana. Unas pocas saludan. La mayoría mira con cara de pocos amigos, gritan monosílabos o frases cortas en creóle. Uno hace un gesto inconfundible, con el dedo mayor extendido. Desde la entrada a Gonaives se nota el estrago que hicieron los huracanes, y la bronca de los pobladores. Recorrer los poco más de 160 kilómetros que separan esta ciudad de la capital de Haití, Puerto Príncipe, no resulta sencillo.

No lo es habitualmente, y mucho menos cuando gran parte del camino, de tierra en casi toda su extensión, está bajo el agua. El único modo es en camión o 4x4. Clarín llegó el sábado al atardecer, con un equipo de Cascos Blancos argentinos, después de una travesía de ocho horas en la caja de carga de un camión manejado por dos militares bolivianos que integran la Minustah. Adelante y atrás, dos camionetas de esa fuerza, como custodia. La seguridad es una preocupación de los militares y diplomáticos aquí. Hace pocos meses hubo revueltas violentas por el aumento del precio de los alimentos, y con la crisis humanitaria generada por los huracanes, cualquier extranjero puede ser blanco de robos.

El sol golpea sobre el camión. La temperatura supera los treinta y pico de grados. Con una carpa, los expertos en logística arman una suerte de toldo. El camino atraviesa varios pueblos. De a ratos se ve, muy cerca, el Caribe con su color esmeralda. Pero el mar de postal choca con la pobreza que lo rodea. Se ven mujeres cargando fuentes con frutas o panes sobre la cabeza. Cada tanto pasa un Tap Tap, camionetas convertidas en transporte público, donde decenas de personas viajan hacinadas. Las construcciones son precarias, muchas sin techo, o con chapas oxidadas. Chicos de brazos flacos y panzas hinchadas corretean por el barro. Muchos están desnudos.

Hay, además, innumerables colegios. También se ven casas de lotería y cantidades de peluquerías. En medio de la pobreza más absoluta, los haitianos son instruidos y coquetos.

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