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Haití: hambruna amenaza a población |
La tragedia amenaza con extinguir a una porción sustancial de los ciudadanos haitianos, sumidos en la desesperanza ante la magnitud de los daños sufridos por el paso de tres ciclones.
Las perspectivas de soluciones a plazo siquiera mediato son inexistentes ante el desolador paisaje de cosechas, medios y herramientas perdidos de manera irremisible y la ruina de los agricultores.
Los temores de una hambruna son persistentes en Haití, cuya economía estaba en crisis antes aún de los devastadores golpes de la naturaleza.
La agricultura está destruida, dijo a la prensa Joannas Gue, ministra del ramo.
La situación más crítica es en Gonaive (norte), donde unas 300 mil personas están sin abrigo desde hace semanas, las inundaciones persisten y las dolencias tropicales comienzan a extenderse.
El escape de los donativos internacionales es magro: Haití apenas ha recibido el dos por ciento de los recursos financieros requeridos para comenzar a ponerse en pie.
Etiquetas: conocimiento, medios, memoria, multitud, politica.
Primero fue el huracán Gustav, los últimos días de agosto. Pero fue la tormenta tropical Hanna, el 2 de septiembre, la que golpeó con más violencia a esta zona postergada del país más pobre de América, donde el 80% de la población vive en la miseria más profunda. Casi toda Gonaives quedó bajo más de un metro y medio de agua. Las lluvias y vientos que provocó el huracán Ike, días después, terminó el trabajo de destrucción. El balance oficial habla de 360 muertos, aunque otros señalan que podrían ser hasta 600, ya que habría cientos de cuerpos bajo el lodo.
El centro de esta ciudad donde Haití declaró su independencia de Francia el 1° de enero de 1804, y donde comenzó a gestarse, en febrero de 2004, la violenta revuelta popular que derribó al gobierno del ex "cura de los pobres" Jean Bertrand Aristide, está prácticamente intransitable. Los pobladores, casi todos de una delgadez extrema, caminan con el agua a la cintura. Los únicos vehículos que circulan son los camiones militares de la Minustah, la fuerza de la ONU para el mantenimiento de la paz en este país, creada en esos meses caóticos tras la caída de Aristide. Son, ahora, los encargados de escoltar a las organizaciones humanitarias que intentan apaciguar el hambre y dar algún tipo de atención médica a los miles de haitianos que apenas subsisten vendiendo fruta o pan.
El gobierno de René Préval, debilitado por una crisis política, no parece tener capacidad para atender a la emergencia. El Estado está casi ausente y parece descansar sobre los organismos internacionales. En uno de los camiones blancos de la ONU llegaron a Gonaives 3 médicos y 3 logistas argentinos, todos especialistas en emergencias, en una misión de Cascos Blancos, que trabajará junto con un grupo de la Organización Panamericana de la Salud.
"Fue un llamamiento de Naciones Unidas. En los próximos días vendrá además un cargamento de pastillas potabilizadoras de agua y medicamentos", explica a Clarín Carlos Villalba, el coordinador general de esta misión de Cascos Blancos, una entidad dependiente de la Cancillería argentina, que trabaja bajo el paraguas de la ONU. El grupo se aloja en el batallón Gral. San Martín, la base de la Minustah en Gonaives, a cargo de los más de 400 militares argentinos que integran esta fuerza. Este predio enorme poblado de barracas militares se salvó en gran parte de la inundación porque está en la parte alta de la ciudad.
Los médicos salieron ayer antes de las 7 de la mañana, bajo un sol violento y cargados de repelente -imprescindible aquí- en una caravana de cuatro camiones del Programa Mundial de Alimentos de la ONU que llevó bolsas de arroz, porotos y latas de aceite para repartir entre unas 2.000 personas en Luciné, una localidad en las afueras de Gonaives. El cargamento fue custodiado por cinco camiones con militares argentinos y bolivianos, armados para hacer frente a intentos de saqueos.
"Acá está tranquilo porque es una zona rural. Pero en la ciudad ya nos dieron vuelta tres camiones. La gente se pelea por la comida. Es terrible el hambre que hay", dice a esta enviada uno de los soldados a cargo del reparto.
En Luciné, donde las casitas de adobe o ladrillo a medio construir se pierden entre la vegetación, una fila interminable de mujeres espera para recibir su ración. Tienen vestidos coloridos y pañuelos en la cabeza. Casi todas están descalzas. "Perdí todo. El ciclón se llevó mi casa, los animales. No hay comida", se lamenta Séneyal ante esta enviada, mientras espera su bolsa de arroz. Otras mujeres asienten, se llevan las manos a la cabeza en un gesto de desesperación.
"Vinimos a ver qué atención médica necesitan estas personas. Tienen avidez de contar qué les pasa, de ser atendidos. Muchas nos dicen que tienen dolores de pecho, angustia y otros síntomas desde el día del ciclón. Una me contó casi llorando que el agua se llevó a su abuelo", comenta a Clarín la doctora Viviana Luthy, coordinadora médica del SAME porteño, quien estará diez días trabajando aquí. Las mujeres sonríen al salir con su paquete, que llevan con elegancia sobre sus cabezas. Por un momento son felices.
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