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Frente a la crisis alimentaria |
El “tsunami” del hambre no tiene nada de natural, sino que es resultado de las políticas neoliberales impuestas sistemáticamente durante décadas por las instituciones internacionales.
Pero frente a esta situación, ¿qué alternativas se plantean? ¿Es posible otro modelo de producción, distribución y consumo de alimentos? ¿Es viable a nivel mundial? Antes de abordar estas cuestiones, es importante señalar algunas de las principales causas estructurales que han generado esta situación.
En primer lugar, la usurpación de los recursos naturales a las comunidades es uno de los factores que explican la situación de hambruna. La tierra, el agua, las semillas... han sido privatizadas, dejando de ser un bien público y comunitario. La producción de alimentos se ha desplazado de la agricultura familiar a la agricultura industrial y se ha convertido en un mecanismo de enriquecimiento del capital. El valor fundamental de la comida, alimentarnos, ha derivado en un carácter mercantil. Por este motivo, a pesar de que en la actualidad existen más alimentos que nunca, las personas no tenemos acceso a ellos a no ser que paguemos unos precios cada día más elevados.
Si los campesinos no tienen tierras con las que alimentarse ni excedente que vender, ¿en manos de quien está la alimentación mundial? En poder de las multinacionales de la agroalimentación quienes controlan todos los pasos de la cadena de comercialización de los productos de origen a fin. Pero no se trata sólo de un problema de acceso a los recursos naturales sino también de modelo de producción. La agricultura actual podría definirse como intensiva, “drogo” y “petro” dependiente, quilométrica, deslocalizada, industrial... En definitiva, la antítesis de una agricultura respetuosa con el medio ambiente y las personas.
Un segundo elemento que nos ha conducido a esta situación son las políticas neoliberales aplicadas desde hace décadas en aras de una mayor liberalización comercial, privatización de los servicios públicos, transferencia monetaria Sur-Norte (a partir del cobro de la deuda externa), etc. La Organización Mundial del Comercio (OMC), el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacional (FMI), entre otros, han sido algunos de sus principales artífices.
Estas políticas han permitido la apertura de los mercados del Sur y la entrada de productos subvencionados, especialmente de la Unión Europea y de los Estados Unidos, que vendiéndose por debajo de su precio de coste, y por lo tanto a un precio inferior al del producto autóctono, han acabado con la agricultura, la ganadería, el textil... local. Estas políticas han transformado los cultivos diversificados a pequeña escala en monocultivos para la agroexportación. Países que hasta hace pocos años eran autosuficientes para alimentar a sus poblaciones, como México, Indonesia, Egipto, Haití... hoy dependen exclusivamente de la importación neta de alimentos. Una situación que se ha visto favorecida por una política de subvenciones, como la Política Agraria Común (PAC) de la Unión Europea, que premia el agribussiness por encima de la agricultura familiar.
En tercer lugar, debemos de señalar el monopolio existente en la cadena de distribución de los alimentos. Megasupermercados como Wal-Mart, Tesco o Carrefour dictan el precio de pago de los productos al campesino/proveedor y el precio de compra al consumidor. En el Estado español, por ejemplo, el diferencial medio entre el precio en origen y en destino es de un 400%, siendo la gran distribución quien se lleva el beneficio. Por el contrario, el campesino cada vez cobra menos por aquello que vende y el consumidor paga más caro lo que compra. Un modelo de distribución que dicta qué, cómo y a qué precio se produce, se transforma, se distribuye y se consume.
Propuestas
Pero, existen alternativas. Frente a la usurpación de los recursos naturales, hay que abogar por la soberanía alimentaria: que las comunidades controlen las políticas agrícolas y de alimentación. La tierra, las semillas, el agua... tienen que ser devueltas a los campesinos para que puedan alimentarse y vender sus productos a las comunidades locales. Esto requiere una reforma agraria integral de la propiedad y de la producción de la tierra y una nacionalización de los recursos naturales.
Los gobiernos deben de apoyar la producción a pequeña escala y sostenible, no por una mistificación de lo “pequeño” o por formas ancestrales de producción, sino porque ésta permitirá regenerar los suelos, ahorrar combustibles, reducir el calentamiento global y ser soberanos en lo que respecta a nuestra alimentación. En la actualidad, somos dependientes del mercado internacional y de los intereses de la agroindustria y la crisis alimentaria es resultado de ello.
La relocalización de la agricultura en manos del campesinado familiar es la única vía para garantizar el acceso universal a los alimentos. Las políticas públicas tienen que promover una agricultura autóctona, sostenible, orgánica, libre de pesticidas, químicos y transgénicos y para aquellos productos que no se cultiven en el ámbito local utilizar instrumentos de comercio justo a escala internacional. Es necesario proteger los agro-ecosistemas y la biodiversidad, gravemente amenazados por el modelo de agricultura actual.
Frente a las políticas neoliberales hay que generar mecanismos de intervención y de regulación que permitan estabilizar los precios del mercado, controlar las importaciones, establecer cuotas, prohibir el dumping, y en momentos de sobre producción crear reservas específicas para cuando estos alimentos escaseen. A nivel nacional, los países tienen que ser soberanos a la hora de decidir su grado de autosuficiencia productiva y priorizar la producción de comida para el consumo doméstico, sin intervencionismos externos.
En esta misma línea, se deben de rechazar las políticas impuestas por el BM, el FMI, la OMC y los tratados de libre comercio bilaterales y regionales, así como prohibir la especulación financiera, el comercio a futuros sobre los alimentos y la producción de agrocombustibles a gran escala para elaborar “petróleo verde”. Es necesario acabar con aquellos instrumentos de dominación Norte-Sur como es el pago de la deuda externa y combatir el poder las corporaciones agroindustriales.
Frente al monopolio de la gran distribución y el supermercadismo, debemos de exigir regulación y transparencia en toda la cadena de comercialización de un producto con el objetivo de saber qué comemos, cómo se ha producido, qué precio se ha pagado en origen y cual en destino. La gran distribución tiene efectos muy negativos en el campesinado, los proveedores, los derechos de los trabajadores, el medio ambiente, el comercio local, el modelo de consumo... Por este motivo debemos de plantear alternativas al lugar de compra: ir al mercado local, formar parte de cooperativas de consumo agroecológico, apostar por circuitos cortos de comercialización... con un impacto positivo en el territorio y una relación directa con quienes trabajan la tierra.
Hay que avanzar hacia un consumo consciente y responsable ya que si todo el mundo consumiese, por ejemplo, como un ciudadano estadounidense serían necesarios cinco planetas tierra para satisfacer las necesidades de la población mundial. Pero el cambio individual no es suficiente si no va acompañado de una acción política colectiva basada, en primer lugar, en la construcción de solidaridades entre el campo y la ciudad. Con un territorio despoblado y sin recursos no habrá quien trabaje la tierra y en consecuencia no habrá quien nos alimente. La construcción de un mundo rural vivo nos atañe también a quienes vivimos en las ciudades.
Y en segundo lugar es necesario establecer alianzas entre distintos sectores afectados por la globalización capitalista y actuar políticamente. Una alimentación sana no será posible sin una legislación que prohíba los transgénicos, la tala indiscriminada de bosques no se parará si no se persiguen las multinacionales que explotan el medio ambiente... y para todo ello es importante una legislación que se cumpla y que anteponga las necesidades de las personas y del ecosistema al lucro económico.
Un cambio de paradigma en la producción, distribución y consumo de alimentos sólo será posible en un marco más amplio de transformación política, económica y social. La creación de alianzas entre los oprimidos del mundo: campesinos, trabajadores, mujeres, inmigrantes, jóvenes... es una condición indispensable para avanzar hacia ese “otro mundo posible” que preconizan los movimientos sociales.
Esther Vivas
Etiquetas: conocimiento, inteligencia, monopolios, multitud, politica.
En América Latina, entre los países de bajos ingresos que necesitarán ayuda financiera urgente están Nicaragua, Honduras y Haití, y aun cuando entre los de medianoa ingresos también hay otros que requerirán de esa ayuda, algunos de ellos, como Argentina, se alzan como los "ganadores netos" del encarecimiento de los de alimentos, dijo un funcionario del Fondo.
"En países como Argentina hay ganancias en el nivel macroeconómico, pero ello no disminuye las diferencias entre la forma en que resultan afectadas las poblaciones urbanas y rurales, sean las naciones ricas o pobres", dijo Mark Plant, subdirector de políticas de desarrollo del FMI, quien participó en un coloquio con otros funcionarios sobre detalles del estudio luego de la intervención de Strauss-Kahn.
El trabajo es el primero de su tipo que elabora el Fondo durante la actual crisis y examina las respuestas de política macroeconómica que han seguido las naciones afectadas, así como el papel de la institución en la ayuda a los países para encarar el "shock", dijo el jefe del FMI.
"Algunos países están entre la espada y la pared", indicó. "Si los precios de los alimentos suben más y los del petróleo se mantienen como están, ciertos gobiernos no podrán alimentar a sus pueblos y mantener al mismo tiempo la estabilidad de sus economías".
Strauss-Kahn no mencionó cuáles serían los gobiernos más afectados, pero propuso una movilización y cooperación internacional para asegurar un abastecimiento apropiado de alimentos y preservar a su vez los beneficios en la reducción de la pobreza derivados en años recientes del rápido crecimiento, baja inflación y posiciones mejoradas en los presupuestos y balanzas de pagos.
En esa movilización, indicó, deben participar "los países afectados, donantes y organizaciones internacionales" en busca de soluciones flexibles debido a que cada país es diferente y las recetas varían entre uno y otro.
Según el estudio, el encarecimiento de alimentos ha costado desde enero de 2007 a 33 países pobres unos 2.300 millones de dólares, o 0,5% de su producto interno bruto de ese año. En el mismo periodo, el efecto del alza de precios del petróleo en 59 países de bajos ingresos importadores de esa materia prima fue de 35.800 millones, o el 2,2% de su producto nacional.
Igualmente, el FMI dijo que la inflación anual en los alimentos para 120 países de bajos ingresos y mercados emergentes subió a 12% hacia fines de marzo de 2008 de un 10% en los tres meses previos, mientras que los precios de los combustibles se aceleraron al 9% del 6,7% en el mismo periodo, con una tendencia al agravamiento.
El FMI recomienda más neoliebralismo
En el campo fiscal, el Fondo dijo que algunos países se verán en la necesidad de ablandar sus posiciones fiscales mientras otras necesitarán crear espacios fiscales mediante incrementos de ingresos, recortes de gastos o asegurándose donaciones externas y préstamos con facilidades.
En el terreno monetario, las políticas deben tender a evitar la expansión hacia una inflación más generalizada. El FMI dijo que la persistencia de precios altos en los alimentos y combustibles puede hacer necesaria una depreciación en la tasa de cambio real para los importadores netos de esas materias primas.
En el campo comercial, los mercados globales de alimentos deben mantenerse abiertos y las políticas restrictivas, como impuestos a las exportaciones y prohibiciones, deben ser eliminadas a fin de mantener los incentivos apropiados para productores y consumidores.
Si realizamos un paneo impresionista, nervioso, en aras del tiempo del lector, veremos que la desalada caída del dólar se debe a factores como la crisis de las hipotecas de alto riesgo (subprime), la especulación bursátil con las acciones energéticas, la sobredemanda de combustibles y la posibilidad real de conflictos geopolíticos en áreas ricas en carburantes de Asia, África y el Oriente Medio.
A la más que visible debilidad de la divisa, poco a poco desplazada por el euro y otras en las transacciones comerciales, le es inherente la pérdida del poder adquisitivo. Y lo peor: sin duda la lógica de acumulación del capitalismo hará que los productores del crudo continúen buscando ganancias, con la onerosa alza de los precios. Onerosa, porque de no ponérsele coto acarreará un proceso inflacionario con recesión de la economía y el consumo a nivel planetario. O sea, la estanflación mundial… Vade retro, Satán.
De ese “menudo” coctel de dólar derrumbado e importes petroleros ubicados en la comba celeste –los cien el barril resultan una frontera dejada atrás- se observa ya con nitidez suprema una consecuencia nefasta: merced a la respetable incidencia de los combustibles en la producción, la comercialización y el transporte, en 2007 el precio global de los alimentos registró un aumento del 40 por ciento. (Claro, en ello influyó también el encarecimiento del maíz, uno de los que más subieron, como consecuencia de la fabricación de biocombustibles).
Pero no vengo aquí de aprendiz de profeta, siguiendo a expertos que vaticinan el estallido de una crisis generalizada para este año 2008 del Señor. Ahorita mismo, como quien dice. Vengo aquí, sobre todo, a preguntarme en voz alta cómo es posible que el FMI y el Banco Mundial consideren que la crisis hipotecaria –al parecer, el detonante, la madre de todas las crisis- no constituye una amenaza para América Latina. ¿Acaso no cuentan para el análisis elementos como el alza del precio de productos de importación tales los equipos de alta tecnología? ¿Y qué de las cada vez mayores erogaciones en la compra de alimentos? Erogaciones que, por cierto, ya han desatado una crisis de hambruna en 37 de las naciones más pobres del orbe.
Nada, que a despecho de las augustas entidades citadas habremos de coincidir con el vicepresidente cubano Carlos Lage, presto en el alerta: “No nos dejemos engañar (…) la realidad es que la incertidumbre de los mercados y la drástica reducción del financiamiento externo deberán afectar los flujos de capitales hacia la región (…) El debilitamiento del sector financiero en Estados Unidos tendrá necesariamente repercusiones negativas en la región, dada la fuerte presencia de la banca norteamericana y la dependencia económica y financiera de muchos países latinoamericanos del vecino del norte…”
- Bien, la solución entonces –terciaría un lector impaciente.
- Por ahora, la lucha por “un mundo multipolar post-dólar con instituciones financieras regionales y un sistema de comercio menos dependiente de un solo comprador”, como estimaba Lage al formular las apreciaciones anteriores. El Banco del Sur y el del ALBA son importantes arietes en esta batalla.
- ¿”Por ahora” dice usted?
- Por ahora, sí. Mientras la crisis general no barra con el sistema que la provoca, con saña masoquista y fatal.
Eduardo Montes de Oca
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