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El legado de Auschwitz |
Los reiterados tributos oficiales a las víctimas de los campos de concentración europeos, creados durante la Segunda Guerra Mundial, pareciera que iban a poner un fin a su lógica del genocidio. A comienzos del siglo XXI es difícil creer que sea éste el caso. Las guerras de los Balcanes, las atrocidades que se sucedieron en África y en las guerras de Irak y Afganistán señalan más bien una espantosa regresión histórica. Las masacres y genocidios, los desplazamientos de millones de humanos, el confinamiento masivo en campos de concentración o de refugiados y, no en último lugar, los movimientos migratorios provocados por la pobreza y la destrucción ecológica no han cesado de multiplicarse.
Según los datos facilitados por el Committee for Refugees and Immigrants de Estados Unidos, en el año 2006 existían en el mundo 33 millones de personas involuntariamente desplazadas de sus hábitats originales. De ellos, 21 millones los constituyen las llamadas “personas internamente desplazadas,” es decir, relocalizadas dentro de sus propias fronteras nacionales. Los 12 millones restantes son refugiados que han huído a segundos países en busca de seguridad política y económica.
Sudán y Colombia se mencionan como ejemplos de desplazamientos internos promovidos por la violencia militar, con cifras que alcanzan hasta los 5 y 3 millones de refugiados, respectivamente. La crisis humanitaria más reciente la brinda Irak con un millón 700 mil desplazados internos y más 2 millones que han abandonado el país.
Oficialmente estas movilizaciones son temporales. Pero en países como Colombia, el regreso a sus hogares de los desplazados, que son indígenas y mestizos en su mayoría, es imposible, puesto que sus tierras oficialmente “abandonadas” son apropiadas legalmente por corporaciones y organizaciones militares. Existen más de 2 millones de afganos en campos y refugios provisionales desde hace más de 20 años. La cifra récord la configuran los palestinos: 3 millones de desplazados hace medio siglo. El número de estos llamados “refugiados perpetuos” en el mundo asciende a un total de 8 millones. Y estas cifras no hacen sino multiplicarse de año en año al amparo de lucrativas guerras y tráfico de personas.
En las declaraciones oficiales, los campos de concentración del nacionalsocialismo del siglo pasado se condenan y consagran como un evento único en la historia de la humanidad, cuyos motivos, métodos y objetivos escapan a la luz de la razón. Implícita o explícitamente se atribuye su responsabilidad a voluntades perversas y patologías racistas.
Sin embargo, los genocidios industriales del siglo XX no constituyen un hecho aislado. Las minas y las mitas coloniales de la América española constituyen un paradigma histórico de racionalización militar de un sistema etnocida de producción. Las cifras del genocidio colonial americano son imprecisas. Pero los cálculos más conservadores las sitúan en torno a las decenas de millones.
El tráfico internacional de esclavos africanos constituye un prefacio sórdido a los genocidios europeos del siglo XX, con cifras asimismo escalofriantes. El propio nombre de campos de concentración fue acuñado por el colonialismo británico en África del Sur antes de que lo esgrimiera el imperialismo alemán.
Tras estos crímenes contra la humanidad existen, sin lugar a dudas, voluntades enfermas. Pero sus procesos genocidas están atravesados por la limpia racionalidad que define la acumulación de capital, la expansión de mercados y la concentración de poder y riqueza. Aproximadamente la mitad de las víctimas de los campos de concentración nazis eran campesinos eslavos, gitanos y comunistas que la máquina militar devoraba a lo largo de su expansión hacia el este.
Su exterminio estaba ligado a un principio económico: racionalizar la producción agraria, liberándola de sus trabas precapitalistas. Una de las razones que justificaban la elimina- ción de los guetos judíos de Europa central eran sus formas de vida tradicional, resistente a la economía de mercado y a las exigencias de la industrialización agraria. Estos genocidios esgrimieron asimismo un principio de seguridad: sus víctimas eran potenciales insurgentes contra el sistema que las desalojaba de sus ciudades y sus tierras.
Aunque jurídica y mediáticamente se contemple como una realidad aparte, el flujo migratorio masivo de nuestros días obedece a los mismos principios: la expansión territorial de poderes corporativos, crecientes desigualdades económicas y sociales entre las naciones ricas y las regiones neocoloniales, la degradación ambiental y la violencia. Sus cifras son asimismo turbadoras. En Europa existen 83 millones de inmigrantes legales y un número indeterminado, entre 4 y 7 millones, de denominados “sin papeles”. En Estados Unidos la cifra oficial de estos inmigrantes no legalizados asciende a 12 millones.
En lugar de confrontar las causas de este desorden global, los intereses económicos y militares que lo sostienen, los líderes mundiales han optado por la criminalización de sus víctimas y la militarización de sus conflictos. El propio concepto de “inmigrante ilegal” es una construcción tan arbitraria. El término fue acuñado por el colonialismo británico para combatir una indeseada inmigración de judíos a Palestina en los años de su persecución nazista en Alemania. Las frases sobre la amenaza que estos inmigrantes representan para el mercado laboral, su viciosa asociación con el crimen organizado y las retóricas de su no integración nacional encubren el efectivo desmantelamiento de los derechos humanos a escala global.
Los campos de detención y concentración, y la militarización de los movimientos migratorios generados por las guerras, la miseria y el expolio no son precisamente una solución a estos dilemas. Son parte del problema. Sólo la confrontación transparente de la creciente extorsión económica de las regiones más ricas del planeta por poderes corporativos multinacionales, de las causas reales del deterioro ambiental, y de los tráficos de armas y humanos, y sólo la implementación de auténticos programas de desarrollo sustentable podría poner un punto final a esta lógica del genocidio: el legado de Auschwitz. Pero la condición primera para poder encontrar una solución a estos dilemas es su debate público.
(Este artículo ha sido censurado por El País, de Madrid, en el momento en que los líderes europeos administran la expulsión de millones de inmigrantes ilegalizados)
Etiquetas: conocimiento, medios, memoria, multitud, politica, violencia.
En mis recientes viajes al campo salvadoreño, escuché un eco del temeroso refrán de Lorri Brouer en numerosas pequeñas aldeas (donde la ausencia de personas entre 25 y 55 años es a menudo bastante obvia). En una remota comunidad agrícola en Usulután, los campesinos que quedan luchaban por sobrevivir pastoreando ganado y cultivando frijoles y maíz entre ciclos de inundaciones y sequías. En su mayoría se habían establecido en la región después de haber sido convertidos en refugiados por la guerra civil de 12 años en El Salvador. Algunos habían luchado como combatientes contra las fuerzas del gobierno, que recibió 4.000 millones de dólares en ayuda de contrainsurgencia de EE.UU. durante los años ochenta. Como la mayoría de los residentes siguen apoyando a la izquierda, el gobierno derechista de la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) de Elías Antonio Saca no ha suministrado la ayuda y los servicios sociales necesarios (que son puestos a disposición de electorados más amigos).
La madre y el padre de una familia numerosa con la que viví me mostraron orgullosamente fotos de graduación de secundaria de sus dos hijos mayores. Pero su orgullo estaba mezclado de tristeza y pena. Su hijo y su hija habían emigrado ilegalmente a Houston después de completar el noveno año en la escuela, sumándose a los 100.000 compatriotas que se van cada año. Con pocas posibilidades de empleo local – y pocas también en la capital San Salvador – los jóvenes del pueblo “cumplen catorce, y se van todos,” explicó la mujer. Mostró la foto de su hija sonriendo, con su toga y birrete: “Cuando hablamos por teléfono, dice que nos echa de menos. Llora y dice que no le gusta allá y que quiere volver a casa.”
Esta partida obligada de gente – una tragedia humana en escala masiva – es el núcleo de los acuerdos comerciales. Promulgado, hace quince años, el NAFTA estableció un modelo regional que ya es familiar. Ha permitido que las compañías de cereales de EE.UU. “vendan a precios ruinosos maíz barato en el mercado mexicano, mientras al mismo tiempo México fue obligado a recortar sus subsidios agrícolas.” Pobres agricultores en Oaxaca y Chiapas ya no pueden vender sus cosechas a precios que cubran sus costes de producción. Por lo tanto se han unido a la corriente de seis millones de mexicanos que buscan trabajo en EE.UU.
El economista salvadoreño Alfonso Goitía ve que el mismo fenómeno ocurre en El Salvador donde un 40% de la fuerza laboral sigue empleada en la agricultura. De una población total de seis millones, 750.000 salvadoreños se convirtieron en exiliados políticos o económicos antes de los acuerdos de paz de 1992 que terminaron la guerra civil. Hoy en día, dos millones viven en EE.UU. porque – bajo una serie de gobiernos de ARENA durante los últimos quince años – El Salvador ha abrazado el libre comercio, adoptado el dólar como moneda, privatizado los servicios públicos, ratificado el CAFTA, y consignado a un gran porcentaje de la población a continua pobreza y explotación.
En el campo, pequeños agricultores no pueden mantener sus propias parcelas sin apoyo gubernamental o sobrevivir con salarios como jornaleros en haciendas más grandes. Para los que se ven obligados a buscar trabajo en áreas urbanas, las alternativas tampoco son buenas. En el sector manufacturero, los puestos de trabajo se concentran en fábricas en zonas de exportación de alta seguridad, con salarios bajos, condiciones de trabajo de talleres de máxima explotación, y empleadores multinacionales que destruyen los sindicatos. Un esfuerzo en el año pasado de SUTTELL, el sindicato de trabajadores de la telefonía, por organizar a mujeres ensambladoras en ABX Industries, fabricante de componentes electrónicos en San Bartolo, llevó al despido y posterior inclusión en listas negras de 30 de ellas, con la complicidad del Ministerio del Trabajo. Como sucede a menudo, las víctimas de esta campaña – con quienes me reuní en noviembre – habían sido forzadas a la economía informal, sumándose al vasto ejército de salvadoreños que ya venden por las calles frutas, zapatillas, juguetes, bocadillos empaquetados, y comidas hechas en casa en tambaleantes puestos callejeros y en sitios en abarrotados mercados centrales en todo el país.
Una de las líneas de mercancías más vendidas por los vendedores callejeros – CD y DVD piratas, los convierte ahora en objetivo especial para la policía local, entrenada por la Academia Internacional de las Fuerzas del Orden Público en San Salvador, financiada por EE.UU. En el país en el que EE.UU. otrora financió e instigó a “escuadrones de la muerte,” ahora gasta millones de dólares de ayuda para orquestar la represión contra cualesquiera presuntos infractores de los “derechos de propiedad intelectual” protegidos por el CAFTA.
No sorprende – en vista de un “mercado laboral” urbano y rural tan problemático – que haya visto regularmente a grandes multitudes en la Embajada de EE.UU. en San Salvador, esperando durante horas con sus documentos en mano, para solicitar alguna forma de ingreso legal a EE.UU. Un estudio reciente de la Universidad de Centroamérica informó que un 42% de todos los salvadoreños que siguen viviendo en su propio país partirían para EE.UU. si tuvieran la oportunidad. Sean aprobados o no, el arancel no reembolsable por la entrevista personal requerida para obtener una visa de EE.UU. es de 65 dólares – una suma considerable en un país en el que el salario mínimo mensual es de 157 dólares. Las filas de gente esperanzada que culebrean alrededor de los altos muros del complejo parecido a un castillo de la embajada, son encerradas ahora en su propia estructura adyacente, una especie de depósito de autobuses de inmigración (con un número muy limitado de pasajes disponibles).
Cuando son frustrados sus intentos de entrar legalmente a EE.UU., los salvadoreños que pueden vender alguna tierra o sacar préstamos personales contratan a un coyote que cobra entre 4.000 y 6.000 dólares para la ayuda extraoficial de inmigración. Con o sin un semejante guía “profesional,” los emigrantes son vulnerables a asaltos, robos y violaciones a lo largo de la prolongada ruta terrestre que pasa por Guatemala y México. En 2006, el Centro de Recursos Centroamericanos documentó cientos de muertos y heridos entre salvadoreños que intentaban cruzar a EE.UU. a pie. Mientras los periódicos de EE.UU. informan sobre temores locales ante invasores de habla española, los medios salvadoreños publican regularmente historias sobre niños que desaparecen en el desierto de Arizona o Texas o de jóvenes mujeres que se ahogan cuando sus botes resquebrajados zozobran ante la costa de México. Mientras tanto, dentro del país, la desintegración de las familias es un gran problema social salvadoreño. Madres y padres que se van dejan a sus niños a cargo de abuelos y otros parientes; algunos niños crecen con poca supervisión, se sienten abandonados, y terminan por contribuir al “problema de pandillas” del país, conocido en todo el mundo. El chivo expiatorio de todos, las pandillas callejeras salvadoreñas son ciertamente violentas y un sistema que alimenta un sistema carcelario nacional repleto al doble de su capacidad. Y la legítima preocupación popular por el crimen callejero – que hace que muchos residentes en las ciudades teman salir en la oscuridad – es fácilmente manipulada por la derecha, a fin de promover su propio programa de medidas de seguridad interiores (que infringen las libertades civiles).
Un aspecto en el que el presidente Bush y sus aliados de ARENA tienen realmente ideas bastante contrarias, nunca es reconocido en público. En la idea optimista del mundo de Bush, los miembros leales de la “coalición de los dispuestos” no sólo envían tropas a Iraq (como hizo el presidente Saca) para llevar los beneficios de los libres mercados a Oriente Próximo, también mantienen a la gente en sus granjas en casa – en lugar de que se vaya a EE.UU. – exponiéndola a los beneficios del capitalismo interior sin restricciones. En realidad, El Salvador, depende considerablemente de remesas de dinero – los ingresos de cientos de miles de sus ciudadanos que trabajan en el exterior. En 2006, los salvadoreños mandaron a casa 3.300 millones de dólares – lo que representa cerca de un 18% del PIB de la nación. Esas remesas mantienen a flote la economía y, al amortiguar el impacto de las políticas de austeridad impuestas desde el exterior, operan como una inmensa válvula de escape social. Con bien merecidos dólares de EE.UU. que fluyen a tantas familias y comunidades de bajos ingresos, hay mucho menos presión sobre el gobierno para que grave con impuestos a los ricos o a corporaciones para que paguen su parte correspondiente del coste de escuelas, carreteras, eliminación de basura, atención sanitaria, y otros servicios públicos. En otra localidad en Usulután que visité, un grupo de agricultores me mostró orgullosamente la recién mejorada ruta que conecta sus campos con los mercados más cercados; cansados de esperar ayuda para obras públicas del gobierno, tomaron las cosas en sus propias manos y, con ayuda de su propio trabajo y medios – de hijos, hermanos y otros que trabajan en EE.UU. – habían hecho ellos mismos la construcción necesaria.
A pesar del aumento de la represión (en la forma de nuevas leyes que convierten diversas formas de protesta política en actos “terroristas”), los movimientos sociales salvadoreños también se mueven. Su objetivo – y, ojalá, plataforma electoral, cuando el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) desafía a ARENA en la elección presidencial del próximo año – reivindica la idea del desarrollo económico nacional, alimentado por inversiones públicas muy necesarias. El otoño pasado, miles de salvadoreños, agitando pancartas, marcharon en la capital para “Defender el Derecho al Agua” – en una gran protesta contra la privatización orientada a impedir la amenaza de una apropiación corporativa del sistema público de agua salvadoreño aquejado por problemas. Sobre sus cabezas, los manifestantes equilibraban los coloridos recipientes de plástico que mujeres y niños utilizan para llevar agua en sus largas caminatas hacia y desde pozos, vertientes, y bombas en áreas rurales. A los oradores locales se sumaron varios visitantes norteamericanos, incluyendo el ex embajador de EE.UU. Robert White y la legisladora de Maryland, Ana Sol Gutiérrez, que apoyaron el llamado a favor del aumento del acceso al agua potable. Desgraciadamente, sólo un puñado de norteamericanos comparten actualmente su comprensión de que el financiamiento público de la creación de puestos de trabajo, ayuda a la agricultura, derechos de los trabajadores, caminos y escuelas decentes, y otros servicios básicos, son precisamente lo que se necesita para mantener a más salvadoreños en El Salvador, donde la mayoría preferiría quedarse.
CONDENAMOS EL «DECRETO DE LA VERGÜENZA»
Es lamentable la pérdida de memoria histórica que define a estos gobernantes europeos, tipo Berlusconi, Merkel, Sarkozy, Zapatero, etc., que olvidan que fueron los europeos los que colonizaron bárbaramente el continente americano, la India, gran parte de Asia,y luego a lo largo de los siglos 18, 19 y 20, millones, sí millones, de españoles, italianos, alemanes, ingleses, franceses, suecos, portugueses, en fin de toda Europa, se vieron obligados a emigrar a América en busca de una mejor vida, de un trabajo que se les negaba en su país, en busca de una seguridad que las guerras locales y civiles (véase España 1936-39) les negaba. En todas partes fueron recibidos y aceptados. Su integración en aquellos países, es una realidad total. Europa, ahora niega a los pueblos americanos la posibilidad que éstos dieron generosamente a los emigrantes europeos.
Los pueblos de África han sido saqueados masacrados, sus economías locales destruidas, fueron esclavizados por los capitalistas europeos (Gran Bretaña, Bélgica, Alemania, Francia, Portugal, España), y ahora, después de haberlos hundido en la miseria y la hambruna endémica, se les impide trabajar en Europa; arriesgan sus vidas en frágiles canoas o barcos en ruinas para cruzar el Mediterráneo o el Estrecho de Gibraltar, o el Atlántico.
Aún hoy, el neocolonialismo y la penetración de potencias militares y económicas, continúan el saqueo y el esquilmar al continente africano, mantiene en el Poder a sangrientos reaccionarios, los apoyan contra los pueblos a los que someten, como es el caso de Ben Ali, el autócrata de Túnez, del sátrapa marroquí contra su propio pueblo y el pueblo saharaui…
En 1948, fue firmada la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH), en la que se dice (Art. 13): «Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado.» Los emigrantes, precisamente por su condición de desamparados, han de tener derecho a que se les aplique ese artículo, ¿o es que la DUDH es sólo para los países ricos, para los colonialistas, para los imperialistas, en fin?
Evo Morales, Presidente de Bolivia, nada más conocer el infame decreto de la UE, escribió una valiente y nítida carta, que rápidamente ha sido apoyada por gran número de dignatarios latinoamericanos, como Correa,, Chávez y otros. Afirma E. Morales, con harta razón: «Los problemas de cohesión social que sufre Europa no son culpa de los migrantes, sino el resultado del modelo de desarrollo impuesto por el Norte, que destruye el planeta y desmiembra las sociedades de los hombres»
Dudamos que sean capaces de hacerlo, dados sus intereses capitalistas y de neoliberalismo, mas exigimos a la UE que elabore una política que respete a los emigrantes, que respete sus derechos, que no los estigmatice ni ejerza el segregacionismo contra ellos. Y como dice el Presidente Morales, ya es hora de que los gobiernos europeos reparen « de una vez por todas la tremenda deuda histórica, económica y ecológica que tienen los países de Europa con una gran parte del Tercer Mundo […] No pueden fallar hoy con sus “políticas de integración” como han fracasado con su supuesta “misión civilizadora” del tiempo de las colonias…»
Los trabajadores de Europa y del mundo entero, deben unirse para acabar con esta criminal política discriminatoria de la reaccionaria Unión Europea, fiel reflejo de la que aplica el imperialismo estadounidense y demás imperialismos en todo el mundo. La consigna que estos días gritan en las calles de parís los trabajadores franceses y sus hermanos inmigrantes, debe resonar con fuerza en todos los países que cuentan con trabajadores de otros países y continentes, es una consigna de solidaridad, de fraternidad, de revuelta contra los designios explotadores del capitalismo:
¡TRABAJAN AQUÍ; VIVEN AQUÍ; SE QUEDAN AQUÍ!
Junio de 2008
Organizaciones firmantes:
Partido Comunista de los Obreros de DINAMARCA (APK) - Partido Comunista Marxista Leninista de ECUADOR (PCMLE) - Partido Comunista de ESPAÑA (marxista-leninista) (PCE (m-l) - Partido Comunista de los Obreros de FRANCIA (PCOF) - Movimiento por la Organización del Partido Comunista de GRECIA (ORPC) - Plataforma Comunista de ITALIA - Partido Comunista de MÉXICO (Marxista-Leninista) (PCM (m-l) - Partido Comunista del Trabajo de la REPÚBLICA DOMINICANA (PCT) - Partido Comunista de los Obreros de TÚNEZ (PCOT) - Partido Comunista Revolucionario de TURQUÍA (TDKP) - Partido Comunista Marxista Leninista de Venezuela - Partido Comunista Revolucionario Voltaico (PCRV) - Organización Marxista Leninista Revolución, de Noruega.
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