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El poder del petróleo |
Tras el primer impulso de la revolución industrial con la extracción del carbón, el capitalismo se ha ido extendiendo y reproduciendo gracias en el último siglo y medio al uso y abuso del petróleo y sus derivados, siendo las empresas petroleras las primeras grandes multinacionales que coaligadas con los estados occidentales han ido marcando a sangre y fuego el mapa de las fronteras, las guerras abiertas y encubiertas, el desarrollo del resto de la producción industrial (automoción, máquinas-herramientas, químicas, farmaceúticas) y hasta las conciencias de falsa libertad e independencia con la “democratización” del automóvil, con sus consecuencias directas en la rápida transformación de los paisajes humanos y naturales atravesados por las mayores infraestructuras que la historia de la humanidad haya conocido nunca.
Sin exagerar, podemos decir que pétroleo y capitalismo multinacional se dan la mano desde un principio. Los múltiples intereses financieros e industriales vinculados directa o indirectamente al petróleo, bien como fuente de energía bien como materia prima para incontables productos derivados (plásticos y fibras artificiales con las que convivimos como si fueran algo que hubiera existido siempre), conforman el entramado científico-militar-industrial-financiero-político más complejo y enrevesado del capitalismo actual. Hasta tal punto es así que los estados productores de petróleo consideran los datos de previsión de sus reservas como secreto de estado.
Lo dicho, sin embargo, no es ninguna novedad que muchos no supiéramos desde hace tiempo. La novedad es que el uso despilfarrador de los combustibles fósiles coloca a la humanidad y al planeta que habitamos en una bomba de relojería, por su efecto directo en el cambio climático, que está obligando al propio capitalismo y a sus estados a dilucidar cómo seguir produciendo los huevos de oro (sus beneficios) usando menos gallinas (petróleo) al tiempo que nos persuadan (sutilmente o por la fuerza) de la virtud de la competitividad, del libre mercado y de la explotación de casi todos los seres humanos por una minoría. La novedad estriba en que tanto por el previsible agotamiento de las reservas de oro negro a medio plazo (algunos pronostican el año 2025 como fecha de este apocalipsis) como por los perversos efectos medioambientales que está provocando su uso (no olvidemos que la actividad petrolera es una de las industrias que mayores impactos negativos produce en el ambiente y en las comunidades locales asentadas en su área de influencia), el capitalismo realmente existente se ve en el brete de cómo asegurar su continuidad expansiva, su acumulación permanente de beneficios para unos pocos.
En este contexto tiene un especial significado que las élites del oro negro se reúnan en el Congreso Mundial del Petróleo, y que lo hagan en Madrid a finales de este mes de junio. Y por ello mismo es una responsabilidad política y moral el que la Confederación General del Trabajo, junto con las demás fuerzas críticas y anticapitalistas agrupadas en el ESAP (Encuentro Social Alternativo al Petróleo), sepamos dar una respuesta social combativa frente a un evento de tales características, pensado, además para “lavar la cara” al negocio petrolero. Y lo hagamos denunciando e informando, por ejemplo, sobre el ignominioso papel que cumple una de “nuestras” más preclaras multinacionales, Repsol YPF, allí donde se instala (especialmente en tierras de los pueblos sudamericanos): violación de derechos humanos de los pueblos indígenas, corrupción política, impacto ambiental en los ecosistemas… No es que sea la multinacional petrolera más grande, ni siquiera la más peligrosa, pero es la multinacional surgida en el estado español que funciona como todas las multinacionales del capitalismo globalizado: buscando el máximo beneficio para unos pocos inversores y empresarios a costa de deteriorar el medio ambiente y los derechos de las personas.
Tiene especial significado este Congreso del Oro Negro porque entramos en una de las cíclicas crisis económicas del capitalismo, que suelen venir acompañadas siempre por una subida desorbitada del crudo en los mercados internacionales. Y querrán vendernos como siempre que la crisis es cosa de todos y todas, sobre todo de los explotados que tienen que esforzarse para producir más y mejor por menos salarios y derechos para poder paliar y salir de la susodicha crisis.
Y sin embargo ésta su crisis, la crisis de los explotadores, la crisis de sus estructuras, de sus decisiones, de su opulencia, de su despilfarro, de su irracional racionalidad, de su competitividad, de sus beneficios. Dejar claro este punto es tarea también de la CGT y de las demás organizaciones y colectivos participantes en el ESAP con ocasión de este Congreso de los Petrodólares, combatir su discurso del miedo con la necesidad de organizarse para el conflicto, y desenmascarar que la lógica del capital no tiene nada que ver con la lógica de la vida, de satisfacer las necesidades materiales y culturales de todos los seres humanos, la libertad real y el derecho de todas y todos a decidir por nosotros mismos. El Congreso Mundial del Petróleo constituye una estupenda ocasión para gritarles bien alto y a la cara:
¡No más sangre por petróleo!
Etiquetas: conocimiento, memoria, monopolios, multitud, politica.
From: Oscar Abudara Bini
Desde hace tiempo les estamos enviando material estratégico a mi entender de relevancia para tomar una posición, bien afilada y coherente con el escenario internacional que rodea nuestro país dependiente.
Resalto nuevamente:
1) La aparición del investigador norteamericano Gareth Porter, denunciando que la acusación a Irán en Argentina es falsa. Fetzer se ha pronunciado en igual sentido.
2) una y otra vez, la difusión de artículos que mencionan negociaciones de paz, en medio de un clima bélico absoluto.
En este sentido, la importancia del artículo de URGENTE, que ha rescatado mi coequiper el ingeniero JOsé Petrosino- es que resulta ser de los pocos, casi el único, que se difunde en nuestro país.
Sería bueno que el amigo Karim, nos informe en situ, si desde Teherán estos procesos negociados tienen mas difusión.
A LO NUESTRO:
Por ahora y salvo cambios, los rabinos antisionistas arribarán a Buenos Aires. De la misma manera que no pude garantizar la llegada del americano James Fetzer hasta verlo en el aeropuerto, les digo lo mismo con esta nueva "visita".
Para el caso -vengan o no vengan- creo que para el próximo aniversario del 18 de julio, es muy posible que:
- "Ellos" hagan el acto de siempre, pero más, mucho más. Por ej harán uno en los EEUU con la aquiesencia de nuestro embajador sionista, el Sr Timmerman. Seguramente pondrán lo suyo en Buenos Aires.
- "Nosotros", o sea los 3 gatos locos que sostenemos la trinchera opuesta, bien podríamos hacer una Excelsa Manifestación por la Paz, porque:
a) habiendo gran cantidad de prueba acerca de la inocencia de musulmanes en el atentado (Hezbollah e Irán)
b) siendo notoria la evidencia del rol de Israel y EU, así como de la dirigencia sionista nacional en el encubrimiento y la plantación de pruebas
c) resultando de relevancia la INVOLUCRACION DE ESTE HECHO en el delicado escenario internacional de una posible guerra contra Irán, que puede llevarnos a una conflagración enorme,
d) sería oportuno que un grupo de argentinos y rabinos antisionistas sin distinción de banderias ni religión, se manifieste por la Paz, el 18 de julio, luchando de esta manera por la verdad (la acusación a Irán es falsa) y la justicia (es justo impedir que se use esto para una guerra demencial)
Les agradeceré sopesen este rango de elementos.
Cordialmente, Dr Oscar ABUDARA BINI
Una visión diferente: USA e Irán deben concretar 'un matrimonio de conveniencia'
Mientras. The New York Times publica que tropas israelíes ensayaron un ataque general a Irán, voceros del Departamento de Estado desmienten a voceros del Pentágono sobre un posible ataque israelí a Irán antes de fin de año, y Mohamed El Baradei amenaza con renunciar a la OIEA si Israel bombardea Irán, la influyente revista Foreign Policy (con conceptos similares a los ya publicados en Foreign Affairs), intenta disuadir sobre la opción bélica.
El Comité Estadounidense de Asuntos Públicos de Israel (AIPAC, en sus siglas en inglés) —el poderoso grupo del lobby proisraelí— celebró hace poco en Washington su conferencia anual sobre política, que discurrió como cabía esperar.
El candidato presidencial republicano, el senador John McCain, arengó a apretar la soga en torno a Irán y se burló de quienes están a favor de un enfoque más diplomático. La secretaria de Estado de EU, Condoleezza Rice, explicó que negociar con los ayatolás sería inútil “mientras continúen en su lento avance para conseguir un arma nuclear bajo la tapadera de las palabras”.
El primer ministro israelí, Ehud Olmert, hizo un llamamiento al uso de “todos los medios posibles” para detener a Teherán en su propósito de obtener una bomba atómica. Unos días más tarde, el ministro de Transporte de Israel, Saul Mofaz, advirtió de que un ataque a Irán es “inevitable”, mientras Teherán “continúe con su programa para desarrollar armas nucleares”.
¿Más humo que fuego? La ideología antiisraelí iraní es real, pero no insalvable.
Como si quisiera dar más énfasis a estos argumentos, el presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, interpretó gustosamente el papel de villano, prediciendo desde Teherán que Israel “pronto desaparecerá del panorama geográfico”.
Con este telón de fondo, pocos en el AIPAC se mostraron convencidos del llamamiento del candidato presidencial demócrata Barack Obama a que Estados Unidos entable conversaciones directas con el régimen de los ayatolás (aunque el senador por Illinois ganó nuevos amigos en la conferencia este año). De hecho, el AIPAC y los líderes israelíes temen que cualquier negociación entre Washington y Teherán se produzca a su costa y han elevado en consecuencia su retórica.
No tiene porqué ser así. Aunque Irán e Israel no van a firmar ningún pacto de defensa mutua en un futuro cercano, los dos países no están destinados a ser enemigos implacables. En todo caso, Israel podría convertirse en uno de los principales beneficiarios de un acercamiento entre Washington y Teherán.
Podría sonar inconcebible que la República Islámica, cuyos líderes desde 1979 han usado el más venenoso de los discursos contra el “pequeño Satán”, pudieran moderar alguna vez su posición hacia Israel. Sin embargo, una revisión detenida de las tres últimas décadas muestra que el hostil discurso de Teherán es más un producto del oportunismo que del fanatismo. Irán e Israel incluso han estado dispuestos a trabajar juntos algunas veces de manera discreta, a pesar de sus ideologías opuestas.
La razón es simple: cuando se ve forzado a elegir, el régimen de los ayatolás escoge sus intereses geoestratégicos por encima de sus impulsos ideológicos. En ninguna otra área es tan evidente la importancia de la dimensión estratégica de la política exterior de Irán como en lo que se refiere a Israel. Cuando estos dos pilares de la diplomacia iraní se han visto enfrentados, como sucedió en los 80 durante la guerra entre Irán e Irak, las preocupaciones geoestratégicas de Teherán se han impuesto sistemáticamente.
El país persa buscó de manera discreta la ayuda de Israel, y Tel Aviv hizo muchos esfuerzos para lograr que Irán y EU volvieran a hablarse. Al verse enfrentado a un Ejército iraquí invasor y descubrir que su armamento de fabricación estadounidense carecía de piezas de recambio a causa del embargo, Teherán necesitaba desesperadamente la ayuda de Israel.
Tel Aviv, a su vez, estaba más que deseoso de evitar una victoria iraquí y de restaurar la tradicional cooperación clandestina israelí-iraní en materia de seguridad establecida bajo el régimen del sha, a pesar de la feroz retórica contra Israel de los mulás.
Irán nunca abandonó su ideología antiisraelí, pero durante años se abstuvo de trasladarla a políticas operativas. Ha sido sólo en los últimos quince años, por ejemplo, cuando Teherán ha pasado a jugar este papel saboteador en el conflicto palestino-israelí. ¿Por qué ahora? Hoy las corrientes ideológicas y estratégicas de la diplomacia iraní están alineadas, y los resultados son visibles en cada rincón de la región: un Hezbolá en ascenso en Líbano, un Hamás más afianzado en los territorios palestinos, una población chií cada vez más radical en Irak.
Contener estas potenciales amenazas exige entender porqué Irán se comporta del modo en que lo hace. Desde el punto de vista estratégico, la República Islámica se opone a Israel porque tiene la percepción de que Tel Aviv busca su exclusión de los asuntos de la región.
Irán piensa que Israel está trabajando constantemente en contra de sus intereses, ya sea en Washington o Asjabad (Turkmenistán). Se ve al Estado hebreo como un obstáculo fundamental para poder iniciar un diálogo entre Estados Unidos e Irán, y ha jugado un papel crucial a la hora de colocar el programa nuclear iraní a la cabeza de la agenda internacional.
Incluso las declaraciones fuertemente ideológicas de Ahmadineyad han adquirido un propósito estratégico. Jugar la carta antiisraelí ayuda al régimen de los ayatolás a superar la brecha persa-árabe y la chií-suní, según el razonamiento de Teherán.
La dura retórica contra Israel es bien recibida en la calle, aumentando las tensiones entre los gobiernos árabes y sus ciudadanos, que a su vez evita que los árabes se alineen con Tel Aviv contra Teherán.
La clave para eliminar el peligro que la República Islámica podría plantear a Israel consiste en lograr que estas dos fuerzas de la política exterior iraní –el interés estratégico y la ideología— se contrarresten entre sí una vez más.
No obstante, las amenazas de guerra y las sanciones no pueden lograr este fin. Sólo con un acuerdo de mayor amplitud —la rehabilitación política de Irán en la región a cambio de que ponga fin a su destructivo comportamiento— Teherán renunciará a su abierta hostilidad hacia Tel Aviv.
Una vez fuera de su aislamiento, el análisis coste-beneficio de Irán cambiaría drásticamente. El país persa tendría cuidado de no socavar su propio estatus geopolítico con una conducta antiisraelí y antiamericana de motivaciones ideológicas.
Esta fórmula no es nueva, ni está sin comprobar. China se niega a abandonar sus pretensiones comunistas, pero la integración global le ha hecho reacia a poner en práctica los principios económicos de esta ideología debido al efecto devastador que tendrían sobre sus propios intereses económicos.
¿Pero por qué buscaría ahora Irán unas negociaciones serias —se podrían preguntar quienes se oponen a la diplomacia—, cuando parece que está logrando lo que persigue en Oriente Medio? Porque está ansioso por consolidar sus ganancias a través de conversaciones con la próxima Administración estadounidense y lograr el reconocimiento de su papel en la zona.
Quienes rechazan el diálogo no pueden tenerlo todo a la vez. No pueden argumentar que Washington no debería negociar debido a su falta de poder (lo que no es cierto, ya que sólo EU puede levantar sus sanciones y apoyar la inclusión de Irán en una nueva arquitectura regional de seguridad) y a la vez alegar que Teherán prefiere el status quo y no está interesado en mantener conversaciones precisamente porque Irán sí tiene poder.
En realidad, Estados Unidos no tiene necesidad de presionar a Irán para que acuda a la mesa de negociación; sólo necesita demostrar que es serio en su propósito de alcanzar un entendimiento estratégico.
Lo que inducirá a Teherán a cooperar no es la amenaza, sino la promesa de conseguir un papel legítimo en la zona sin renunciar a su orgullo. Para Israel, eso podría ser bueno. Un Irán domesticado —integrado en las estructuras políticas y económicas de la región y en las fuerzas de la globalización— es mucho menos peligroso que uno enojado y aislado que defiende sus intereses avivando las llamas del extremismo. Ese es un concepto que los partidarios de Israel y el AIPAC deberían encontrar útil.
Irán en estado de alerta
“Nadie podrá imaginar cuál será nuestra reacción”, avisa el Coronel Yafari, comandante de los Guardianes islámicos-, que así revelaba parte de la represalia diseñada, si cae una bomba sobre Irán: bloquear la salida de las petroleras del Golfo Pérsico, y dejar el mundo sin el 40% del crudo que recibe a diario, atacar los intereses de Israel y de EEUU donde puedan y convertir la región en una bola de fuego, y eso solo para empezar.
Los iraníes ya conocen el plan TIRANNT (Theater Iran Near Term), un modelo de teatro de guerra trazada para Irán como escenario de un conflicto total, que toma dimensiones estremecedoras con anuncios como el del diario turco Milli Gazete, que afirmaba la semana pasada que EEUU ha trasladado decenas de cabezas nucleares de la base turca de Incirlik a Arbil, la ciudad kurda de Irak, próxima a Irán.
Este escenario también incluye planes para desestabilizar el régimen desde dentro. Cumpliendo La Ley de Apoyo a la Libertad y Democracia en Irán (Iran Freedom and Democracy Support Act), el congreso ha destinado 400 millones de dólares para crear y financiar a grupos opositores. El núcleo de esta quinta columna lo componen “jondolalha “soldados de Dios”, de corte Al Qaedista que opera en Baluchistán de Irán; los Muyahedines del Pueblo, veterano grupo terrorista chiita; o el nuevo Partido para la Vida Libre del Kurdistán. Su misión consiste en provocar disturbios étnicos en un país con el 60 por ciento de la población pertenecientes a las minorías éticas, para luego justificar una intervención militar con el fin de “salvarles de una limpieza étnica” cometida por los ayatolas. Los Guardianes Islámico, en el medio de un atentado contra la vida del Coronel Amangaha, (responsable de la detención de los 15 marineros británicos el año pasado), y una pena de muerte para un hombre acusado de espiar para Israel, emprenden la reestructuración de su organización por primera vez en 20 años, para enfrentarse a las “amenazas internas y externas”. Se han dividido en equipos autónomos para operar en 31 zonas del país, han creado 600 escuadrones de acción rápida, y han fortalecido a los Kade, las fuerzas especiales.
Los ciudadanos que aun sufren las consecuencias de la larga guerra con Irak, y son testigos de la tragedia de este pueblo tras la ocupación de su tierra, viven aterrorizados ante lo que se avecina; son conscientes de que EEUU no desistirá en su intento de controlar a un Irán sinónimo de geoenergía en mayúsculas, y de neutralizarlo en la región para consolidar la hegemonía de Israel.
Sin autoridad legal ni moral Washington y sus aliados vuelven a colocar al mundo ante una catástrofe de consecuencias imprevisibles.
La razón que se esgrime es siempre la misma, pero ahora se cocina con carbones de histeria: Tel Aviv proclama que Irán poseerá bombas nucleares en un par de años y que es imprescindible impedirlo, aunque los 16 servicios de Inteligencia norteamericanos han coincidido en que Teherán cesó su programa de producción de la bomba en el año 2003. Pero una cosa fue destruir un reactor nuclear en Irak –un solo blanco– y otra muy distinta bombardear las dispersas y subterráneas instalaciones nucleares iraníes. Israel necesita la intervención de su socio mayor, EE.UU., y del tema se ocupa el Aipac junto con el vicepresidente Dick Cheney. Por lo pronto, la Casa Blanca aumentó en 170.000 millones de dólares la ayuda militar a Tel Aviv. Y el lobby pro-israelí está trabajando duro para que el Congreso apruebe la imposición de un bloqueo naval a Irán.
Se trata del proyecto de resolución 580 del Senado y 362 de la Cámara de Representantes, cuya aprobación el Aipac y Tel Aviv consideran decisiva. La medida cuenta ya con el patrocinio de 30 senadores y de 220 representantes de los dos partidos. Su texto es hipócrita: proclama que “nada de esta resolución se entenderá como una autorización para llevar a cabo una acción militar”, pero declara que el Congreso solicita al presidente “que encabece un esfuerzo internacional para aumentar inmediata y dramáticamente la presión sobre Teherán a fin de que suspenda de manera verificable sus actividades de enriquecimiento de uranio, entre otras cosas prohibiendo la exportación de productos petroquímicos a Irán”.
Teherán anunció que, en el caso de un ataque, “actuaría definitivamente para imponer su control sobre el Golfo Pérsico y el Estrecho de Ormuz”, por el que pasa el 40 por ciento del petróleo que el mundo consume. La respuesta, que revela planes hechos, no se hizo esperar: el vicealmirante Kevin J. Cosgriff, comandante de la 5ª Flota de EE.UU. con base en Bahrein, vociferó que al Estrecho “no lo van a cerrar (los iraníes)”. No se les permitirá que lo cierren. Nuestro control del Golfo Pérsico y del Estrecho de Ormuz sería una de nuestras acciones”. La guerra, pues.
Está claro que EE.UU. no sólo quiere petróleo: su objetivo es, además, geopolítico, imperial. Los conservadores “realistas” y no pocos jefes del Estado Mayor Conjunto se han opuesto a la aventura iraní: temen que el conflicto se regionalice, que se multipliquen los atentados terroristas en suelo estadounidense y/o contra los intereses de EE.UU. en el exterior y, sobre todo, saben que el precio del oro negro se irá a las nubes –aumentó un 50 por ciento en lo que va del 2008– y que podría llegar a los 200 dólares por barril y más. También seguirá subiendo el descontento del pueblo norteamericano por el encarecimiento de la gasolina y de los productos de primera necesidad: un sondeo de Los Angeles Times/Bloomberg reveló que el 70 por ciento de los interrogados sufre graves problemas financieros y que más del 80 por ciento culpa a la Casa Blanca de no haber hecho lo debido para solucionarlos.
El fenómeno más curioso –o no– es que la comunidad judía de EE.UU., que el Aipac dice representar, se opone sin medias tintas a una acción militar contra Irán. La última encuesta sobre el tema es la de USA Today/Gallup y muestra que el 73 por ciento de los judíos estadounidenses se inclina por “los esfuerzos económicos y diplomáticos” para que Irán detenga su programa nuclear; sólo el 18 por ciento se pronunció a favor de una “acción militar”. Tal vez estos resultados molestaron al Aipac: desde noviembre del año pasado no se han vuelto a realizar encuestas similares.
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