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Huelga de almas caídas |
El tesón con que José Luis Rodríguez Zapatero se entrega a los malabarismos lingüísticos para evitar el uso del término crisis, es tan tozudo como inútil. El presidente, sin duda, aspira a que los españoles no nos dejemos llevar por el desasosiego, tratando de evitar, de paso, que la recesión económica impacte de lleno en su valoración demoscópica. Pero se olvida de que las mayores zozobras no anidan en el ánimo de los españoles, sino que están bien amarradas a sus bolsillos, donde los incrementos de las hipotecas, la subida de los alimentos y el alza de los carburantes llevan tiempo haciendo estragos tras la alegría derrochadora de nuevo rico que venían viviendo en los últimos años.
La reciente huelga de camioneros nos ha devuelto la consciencia de que la vida no es un capítulo de Betty la fea, sino una realidad más compleja, contradictoria y conflictiva de lo que nos venían anunciando los informativos. Y lo peor aún está por llegar. Porque encauzado el paro de los transportadores de mercancías, ahora le toca el turno a los transportadores de almas. El conflicto que ha estallado entre los trabajadores de las funerarias de Madrid, evidencia así el alcance real y profundo de una crisis donde ya, ni siquiera, parece quedarnos el consuelo de descanso eterno.
De hecho, las recetas que desde el Gobierno y la Unión Europea se proponen están haciendo removerse de sus tumbas a Carlos Marx, Bakunin y todos los mártires de Chicago. Y no es para menos teniendo en cuenta que el neoliberalismo lleva años empeñado en convencernos de que el camino de la modernidad pasa irremediablemente por el retorno al siglo XIX. No sorprenden pues recetas como la jornada laboral de 62 horas con la que estos nuevos flautistas de Hamelin con oficina en Bruselas, pretenden salvarnos de la pereza generada por un estado del bienestar que en España nunca vimos. Por no hablar, claro, de ese ungüento maravilloso descubierto hace años por la patronal para curar todos los males de la economía: la flexibilidad laboral, un abaratamiento de los despidos del que ya vuelven a hablar los empresarios ante el primer rumor de una mesa negociadora.
En cualquier caso, todo ello no hace más que confirmar el viejo refrán del río revuelto y las ganancias pescadoras. Porque sólo las turbulentas aguas de la economía y la política europea, permiten sin el menor sonrojo hacer una cosa y su contraria a mayor gloria de tecnócratas y santones de la economía. Así mientras los expertos estiman necesaria la aportación de los emigrantes para garantizar los servicios públicos y las jubilaciones, el Banco de España, además de insistir en la inevitable fórmula de la moderación salarial, nos recomienda que trabajemos más años para poder cobrar una pensión. Para ello, en lógica consonancia, los europarlamentarios aprueban la nueva directiva que permitirá encarcelar y deportar emigrantes, sin tener en cuenta tan siquiera las buenas maneras que pedían algunos socialdemócratas.
Ante este panorama, no sé cómo aún hay quien se sorprende del rechazo al Tratado de Lisboa en el reciente referéndum de Irlanda. También por aquí votaría en contra más de uno, si no fuera porque el Gobierno ha decidido, por nuestro bien, no convocar ninguna consulta. En fin, así las cosas creo que habrá que empezar a pensar en qué hacemos. Yo por mi parte, mostrando mi solidaridad con los funerarios madrileños, abogo por una huelga de almas caídas. Una huelga indefinida y sin servicios mínimos. Sin descartar, incluso, que si las condiciones no mejoran tengamos que convertirla en eterna.
Etiquetas: conocimiento, inteligencia, multitud, politica, sabiduria.
Todo lo cual, extraído de los recientes acontecimientos (bloqueo de carreteras, aeropuertos, mercados centrales, etc.), nos pone en la pista de una doble moraleja. Por un lado, la política. Algo parecido al síndrome del piloto borracho que viene padeciendo un ciudadano harto de preguntarse: ¿De verdad el Gobierno o alguien del Gobierno está controlando realmente la situación o vamos derechitos hacia un agujero negro? Por otro, la actuación concreta de un sector minoritario de los transportistas, el que mantuvo las movilizaciones hasta ayer mismo: ¿Es tolerable convertir a todos los ciudadanos en rehenes de sus reivindicaciones sectoriales, por muy justas que pudieran ser éstas?
Respecto a la actuación del Gobierno, bien en el ejercicio de la firmeza para asegurar el orden público, así como garantizar la libre circulación de personas y mercancías. Pero mal en su forma de gestionar la inmersión del país en la crisis económica de la que, insisto, la huelga de los camioneros solo ha sido un detonante, una especie de precursor retransmitido en directo para todos los hogares a la hora de comer. Ni Zapatero ni Solbes están justificando el depósito de confianza recibido en las urnas. Ni en la toma de medidas, difusas y cargadas de condicionantes, ni en la explicación de lo que pasa y lo que puede pasar en adelante. La doctrina oficial apenas va más allá del mero voluntarismo y el camuflaje semántico. Por tanto, tiene lógica la caída del PSOE en las encuestas.
Y, finalmente, en cuanto a las protestas de los camioneros, han desbordado los límites de lo tolerable. Al menos lo de los últimos dos o tres días no ha sido la crónica de una huelga sino la de una extorsión a la ciudadanía. Ayer las patronales Fenadismer, Confedetrans y Antid anunciaron "suspender temporalmente el paro indefinido" (o sea, un paréntesis, según el comunicado), justificando su decisión en la necesidad de "no ocasionar más perjuicios a la economía del sector".
Han acusado una lamentable falta de reflejos en la redacción del comunicado. Pudieron haber precisado que con la suspensión temporal de la protesta en realidad se trata de no ocasionar más perjuicios, no a la economía del sector sino a la economía nacional, amén de los ya causados, como desdichado balance de sus protestas. Y, a pesar del enorme daño inferido al sistema productivo, como queda explicado al comienzo de este artículo, ellos ni siquiera han conseguido más de lo que han conseguido precisamente las organizaciones del transporte que no se sumaron a las movilizaciones ¿No es absurdo?
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