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El cénit en la producción de petróleo |
Detrás de la escalada imparable en los precios del petróleo está la teoría del ‘peak oil’ (estamos llegando al techo en la producción de petróleo barato y de calidad). Cada vez más agencias e incluso petroleras reconocen este cénit.
Ahora no ha habido guerras que pudieran haber afectado el suministro como con el embargo de los años ‘70 de los países árabes a los EE UU, sino un problema que creemos que es estructural. Las especulaciones más peregrinas dan explicaciones parciales a cada subida puntual: que hoy hay unos rebeldes nigerianos que van en lancha con un kalashnikov y pegan cuatro tiros, y dicen que por esa inestabilidad el precio ha subido en el mundo uno o dos dólares. Al día siguiente sale otra excusa porque alguien ha bombardeado un oleoducto en Iraq, y dejan de bombardear y lo reparan y el precio no baja.
Y al día siguiente hay un huracán y rompe unos pozos petrolíferos y también vuelve a subir unos dólares... Se van dando excusas de las subidas y no se vuelve a decir por qué no baja cuando se acaba la excusa. Ahora lo moderno es echar la culpa a los especuladores, no se puede negar que es un hecho, pero es que han estado siempre. Lo que no se quiere reconocer, aunque empieza a hacerse parcialmente, es que hay una crisis de suministro y que la demanda sigue subiendo. Entonces se empiezan a buscar culpables en China y en India: que si no se sabía que iban a crecer tanto en tan poco tiempo y que han dejado el mercado desabastecido.
Esta economía que se felicita cada vez que hay crecimiento se está asustando del crecimiento de China y la India. Otra forma indirecta de no reconocer que estamos llegando a un límite en el suministro líquido de petróleo y gas. ¿Supone algún cambio en la crisis de suministro las reservas descubiertas en Brasil o las que se anuncian en el Ártico con el deshielo producido por el calentamiento? Ponen de manifiesto la crisis.
Pero son más producto de lo que llamamos ‘barriles de papel’ que de la realidad geológica. En el pozo de Carioca en las costas de Brasil se habla de 33.000 millones de barriles (aproximadamente el consumo de petróleo de un año). Si se confirmase sería un descubrimiento gigantesco, sin embargo, no están en absoluto probadas. Y a las profundidades que se anuncian cuesta mucho sacar cada litro de petróleo.
Lo que está sucediendo es que el petróleo que llamamos convencional se encuentra en una meseta desde hace dos o tres años y hemos pasado de tener un suministro de unos 75 millones de barriles de petróleo convencional (de acceso relativamente fácil y calidad relativamente buena) a un consumo mundial de 85 millones. Los otros diez se han empezado a cubrir con petróleos no convencionales (muy costosos, de bajo rendimiento y mala calidad). Son el petróleo polar, las arenas asfálticas y los bituminosos de Canadá y Venezuela, que también se dice que son reservas gigantescas, pero de las que no se ha podido sacar más que un millón o millón y medio de barriles. Y eso con un daño ecológico tremendo, con unas exigencias enormes de agua dulce y de gas natural para hacer ese petróleo tan pesado más ligero. Ya empieza a haber muchas petroleras que afirman que más de 95 millones diarios o 100 no se podrán alcanzar, y eso es pasado mañana.
Cada vez más actores reconocen el pico en la producción de petróleo y gas, pero esto puede justificar las perforaciones en áreas hasta ahora prohibidas como el Refugio Nacional Salvaje de Alaska...
Empezar a reconocer que existe una crisis siempre es mejor que ignorarla. Desgraciadamente se están fomentando las guerras por los recursos y se están poniendo en peligro las voluntades de no tocar las pocas reservas naturales que nos quedan, en Groenlandia, en Polo Norte, o en los bosques de Perú o Ecuador. Por otro lado, se está mostrando una preocupación por el cambio climático. Pero no podemos decir que hay que reducir el consumo de combustibles fósiles, y cada vez que haya una reunión de ministros de la OPEP ir de rodillas a rogarles que suban la producción de barriles porque el petróleo está a 130 el barril.
Etiquetas: conocimiento, medios, mentiras, monopolios, multitud, politica.
A desactivar
Estamos abocados al colapso y/o a la guerra, si no sabemos enfrentarnos y gestionar consensuadamente el decrecimiento que se avecina. Y sobre todo si no sabemos desactivar el “Choque de Civilizaciones” al que nos quieren conducir unos y otros. Los principales actores estatales mundiales se preparan para la guerra, pues además los altos precios del petróleo permiten también a los países exportadores incrementar fuertemente sus gastos militares, siendo las grandes potencias las que les proporcionan las armas. Sin embargo, la guerra generalizada es un escenario del que huye como gato escaldado el gran capital productivo y financiero internacional, pues sabe que en ese caso un fortísimo colapso de todo el sistema mundial es seguro, debido a la enorme interdependencia internacional actual, que es muchísimo mayor que la de los años ‘30. Es por eso, quizás, por lo que desde distintos círculos internacionales se aboga por la “lucha contra el cambio climático”, como una vía para la posible transición “pacífica” hacia una ilusoria transición energética que no toque las bases de crecimiento y acumulación constante del actual sistema.
Aunque también desde posiciones alternativas se promueve un llamado Protocolo del Petróleo, que permitiría consensuar el previsible agotamiento del crudo, y hacer factible y pacífica una complejísima e ineludible transición energética.
Menor complejidad
La Era del Decrecimiento cambiará todo e implicará el colapso progresivo del actual modelo civilizatorio. A partir de entonces es inevitable el paso a estructuras sociales y productivas de un nivel de complejidad e interrelación inferior al actual a escala global. Además, las actuales estructuras de poder, estatales y empresariales (en especial, las grandes empresas transnacionales), serán incapaces de mantenerse en pie, pues se han desarrollado y se basan en un imponente consumo energético.
Durante la adaptación a ese decrecimiento, esto es, a ese nuevo escenario energético declinante, existe el peligro de entrar en un periodo prolongado de caos sistémico, militarismo, guerra y autoritarismo generalizados, de carácter quizás neofeudal y con escenarios tipo Mad Max, si no somos capaces de frenar el camino hacia la barbarie neofascista postmoderna que nos invade. Sin embargo, también puede ser una oportunidad de oro para caminar hacia otros mundos posibles, si hacemos la adaptación de forma equitativa y consensuada, intentando solventar de forma pacífica los conflictos que sin lugar a dudas se producirán –que ya están aquí–. El pico del petróleo y el inicio del fin de la era de los combustibles fósiles pueden significar la sacudida obligada de las conciencias, que es precisa para iniciar transformaciones en profundidad desde abajo, pues mientras no cambien los ‘dioses’, no será posible cambiar nada. El ‘fin de esta vida normal’ puede ser un verdadero shock que haga que las sociedades se despierten de su adicción al petróleo. Por eso, el “no más sangre por petróleo” debería ser el lema que presida el debate, la movilización y la transformación social y productiva en el futuro, pues de él se desprende también la necesidad de caminar hacia una profunda transformación del modelo de sociedad y de las actuales estructuras de poder estatal y empresarial, pareja a una fuerte reducción del consumo energético. Se han perdido 30 años preciosos para esa transformación desde las últimas crisis del petróleo, y hoy nos encontramos en una situación mucho más dependientes de los combustibles fósiles.
Además, hace 30 años todavía había un enorme potencial de transformación político-social en el mundo –al calor del 68–, y hoy en día para nada es ésa la situación, al menos en los espacios centrales. A pesar de ello, si fuera posible, sería conveniente adelantar esa transición, a buen seguro enormemente compleja, para desactivar la loca huida hacia el abismo a la que nos conduce la profundización de la deriva actual.
Cambio social
Además, el decrecimiento y la transición postfosilista es también la mejor forma de luchar contra el cambio climático en marcha. De reducir bruscamente, de verdad, las emisiones de CO2. El mejor sitio donde puede estar el petróleo remanente es en el subsuelo. Ése es el verdadero secuestro de carbono, empezar a dejar el crudo bajo la tierra. Aparte de por supuesto no abordar la explotación del crudo no convencional, frenar la expansión sin control de los agrocarburantes, reducir el consumo de gas natural y carbón, al tiempo que vamos abordando la transición hacia modelos de sociedad basados en el único flujo energético estable : la energía solar y todas sus energías derivadas (eólica, hidráulica, biomasa, maremotriz), con carácter descentralizado, de pequeña escala, control popular y sostenible. Las transiciones de matriz energética llevan mucho tiempo, dos décadas como mínimo, y no son para nada sencillas. Pero pasar de una sociedad fosilista a otra postfosilista llevará muy probablemente mucho más tiempo.
Ha tardado dos siglos en crearse este monstruo urbano-agro-industrial planetario, y llevará probablemente más de un siglo transformarlo y desmontarlo. Los futuros mundos posibles –o más bien necesarios– serán sin duda –a largo plazo– mucho menos urbanizados, bastante menos globalizados e interdependientes, mucho más localizados, autónomos y descentralizados, sustancialmente menos industrializados, seguramente menos poblados, y con una diversidad y pluralidad de mundos rurales vivos. Pero también deberían ser más justos e igualitarios, y menos violentos y patriarcales que el actual. Habrá que pasar “de lo más grande, rápido y centralizado, a lo más pequeño, más lento y más localizado ; de la competencia a la cooperación ; y del crecimiento ilimitado a la autolimitación”, lo que nos debería permitir caminar hacia sociedades más equitativas y en paz consigo mismas y con el planeta. De nosotros depende pues cómo sea la transición postfosilista, liberadora o no, que hay que iniciar ya.
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