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China enfrenta a EE.UU. en el espacio |
Las defensas satelitales de EE.UU. han sido amenazadas por lo que Washington califica de “regímenes inestables”, resaltando la creciente vulnerabilidad de orbitantes que son vitales para las comunicaciones militares.
Expertos militares chinos creen que una confrontación en el espacio, probablemente con EE.UU., es inevitable. Lo que no han dicho es si creen que van a vencer.
Dos responsables del desarme dentro del Ejército Popular de Liberación (EPL), acusaron esta semana a Washington en una evaluación del aumento global de armas, de alimentar una carrera armamentista orientada a controlar “las alturas dominantes”.
“En un futuro no demasiado lejano, es seguro que el espacio exterior se convertirá en un escenario para la lucha entre países”, acusó Xu Nengwu, de la Universidad Nacional de Ciencias de la Defensa y de Tecnología de China.
Del mismo modo, el teniente general Ma Xiaotian, jefe adjunto de estado mayor del EPL, hablando en el Diálogo Shangri-La anual en Singapur durante el fin de semana, fue bastante directo. No mencionó para nada a EE.UU. (fuera de incluir el huracán Katrina en la lista de desastres naturales recientes), pero identificó la “expansión de alianzas militares” y “el desarrollo y expansión de sistemas de defensa de misiles” entre los mayores desafíos de seguridad que enfrenta la región.
El EPL ha hecho antes semejantes predicciones sombrías, generalmente acompañadas por exigencias de un tratado negociado de desarme, pero fueron vistas como una admisión de que China carece de la capacidad de competir y que podría estarlas utilizando para encubrir sus propios esfuerzos subdesarrollados de investigación.
Pero desde que derribaron con éxito con un misil, en enero de 2007, un satélite meteorológico obsoleto en una órbita exterior, las fuerzas armadas chinas han estado operando desde una posición de relativa fuerza.
Tan poderoso fue el impacto del cohete de cuatro etapas, que viajaba a casi 29.000 kilómetros por hora cuando impactó al satélite, que dispersó desechos a medio camino alrededor del globo. Una huella evidente de intención estratégica.
No es sorprendente, por lo tanto, que el Pentágono haya respondido en febrero de este año, derribando uno de sus propios satélites descarriados sobre el Océano Pacífico con un cohete, destrozando al hacerlo un compromiso de los años ochenta de que no realizaría pruebas antisatelitales (ASAT por sus siglas en inglés).
Se sabe que treinta y dos países tienen capacidades misilísticas, incluyendo los enemigos asiáticos India y Pakistán, Corea del Sur y del Norte, Israel, Siria, Taiwán, Irán, Vietnam, Egipto, y Arabia Saudí, así como Rusia, China y EE.UU. Desde el punto de vista técnico cualquiera podría conducir una campaña militar en el espacio, aunque fuera limitada a ataques tierra-aire.
La mayoría de estos países son firmantes del Tratado del Espacio Exterior, un acuerdo aprobado por Naciones Unidas en 1967 después de tortuosas negociaciones entre EE.UU. y la Unión Soviética aunque China es una de las pocas naciones que obedecen enteramente a sus provisiones.
Los chinos han señalado, con el apoyo de algunas organizaciones por la paz, que el tratado es una reliquia de la Guerra Fría, establecido en una era en la que el concepto de naves orbitantes armadas de las Guerra Estelares pertenecía al reino de los escritores de ciencia ficción.
Los compromisos cruciales son que los firmantes no coloquen “armas nucleares y cualesquiera otras de destrucción masiva”, instalaciones o fortificaciones militares en órbita alrededor de la Tierra o sobre algún cuerpo celestial, que no emprendan allí pruebas de armas o realicen maniobras militares.
Las armas convencionales basadas en el espacio son totalmente legales. Y no hay prohibición alguna sobre el disparo de misiles basados en tierra hacia el espacio, ya que tanto EE.UU. como la Unión Soviética estaban desarrollando misiles intercontinentales y programas espaciales pacíficos cuando fue firmado el tratado.
Análogamente, existe un campo amplio para interpretar el término “armas de destrucción masiva”; como han señalado funcionarios de la defensa de EE.UU.: prácticamente cualquier cosa que pueda ser impulsada hacia el espacio podría ser utilizada para embestir a un satélite sin violar el tratado.
China ha estado a la vanguardia de los esfuerzos por expandir el acuerdo; sin embargo, incluso su versión introducida en la ONU como un borrador de tratado en 2002, no satisface la moratoria que es solicitada por los grupos por el desarme.
Respaldado por un grupo ecléctico que incluía a Rusia (que reemplazó a la Unión Soviética como signataria del trato), Zimbabue, Siria, Belarus y Vietnam, el borrador proponía la prohibición del despliegue de todas las armas basadas en el espacio. De nuevo, no fueron considerados los misiles terrestres.
Tal vez Beijing sólo es realista: existe un argumento legítimo para desarrollar misiles para el lanzamiento de satélites y de programas espaciales más amplios. Pero el poderoso bloque conservador en EE.UU. piensa que hay una motivación más siniestra.
“Incluso cuando trata de aunar coaliciones multinacionales y la opinión pública para oponerse ‘a la militarización del espacio,’ Beijing sigue desarrollando en silencio sus propias armas y tácticas basadas en el espacio para destruir recursos militares estadounidenses”, protestó en un comentario el vicepresidente de la Heritage Foundation para política exterior y estudios de defensa, Larry M Wortzel.
“La estrategia de China en este caso es embotar la superioridad militar estadounidense limitando y neutralizando en última instancia sus recursos existentes para la defensa basados en el espacio, y anticiparse al despliegue de nueva tecnología que muchos expertos consideran proveerá la mejor protección contra ataques con misiles balísticos”.
El pasado mes, el presidente chino Hu Jintao se puso de parte de Rusia en su campaña que viene de largo por bloquear el despliegue de un sistema de defensa de misiles de EE.UU. que cubra gran parte del Asia Oriental y que operaría en parte desde bases en Europa Oriental.
Algunos analistas creen que Beijing está preocupado por el despliegue de interceptores estadounidenses basados en el espacio que bloquearían misiles que el EPL ha estado actualizando para dirigirlos hacia lo que califica de la isla renegada de Taiwán y las bases de EE.UU. en el Pacífico.
Por cierto, el aparato militar chino no se quedó de brazos cruzados mientras sus diplomáticos se sentían provocados por los estadounidenses. Analistas de la seguridad dicen que ha dedicado mucho dinero a una capacidad de guerra electrónica diseñada para interferir transmisiones satelitales, ha desarrollado armas basadas en lásers y mejorado sus cohetes para cargas pesadas.
La Academia de Investigación Tecnológica ha estado trabajando en un arma avanzada del Programa contra Satélites, llamada un “satélite a cuestas” que se adheriría a un satélite, estación espacial o láser basado en el espacio enemigos e interferiría con las comunicaciones o explosionaría el objetivo.
Una generación de mini satélites está siendo desarrollada, tan pequeños que serían difíciles de detectar desde el suelo. Se dice que son defensivos, pero a pesar de ello serían capaces de vigilancia, reconocimiento, comunicaciones y – teóricamente – de destruir otros satélites.
Tres vehículos móviles de lanzamiento al espacio, el KT-1, KT-2 y KT-2A, han sido diseñados para lanzar los “nano-satélites”. Funcionarios del Pentágono dice que el KT-2 y el KT-2A también serán capaces de apuntar a órbitas geosíncronas y polares utilizadas por los satélites militares de EE.UU.
Los estrategas estadounidenses se valieron de comentarios hechos en 2003 por el capitán Shen Zhongchang del Instituto de Investigación Naval chino que imaginaba que un fuerza militar más débil –presumiblemente China– podría ser capaz de derrotar a un más fuerte atacando sus sistemas de comunicaciones y vigilancia basados en el espacio.
“El dominio del espacio exterior será un requisito para la victoria militar, al convertirse el espacio exterior en las nuevas alturas dominantes del combate”, citan a Shen en el informe anual del Departamento de Defensa de EE.UU. al Congreso sobre la capacidad militar china.
La prueba antisatelital de China del año pasado fue probablemente diseñada sobre todo por su efecto político que para una ventaja militar: después de todo, ya ha enviado a astronautas al espacio y tiene un robusto programa de misiles balísticos intercontinentales. Es probable que Beijing estuviera enviando una señal a Washington en el sentido de que podía inhabilitar a satélites a bajo nivel si EE.UU. iba demasiado lejos en cuanto a la soberanía de Taiwán, por ejemplo.
No cabe duda de que todavía existe una brecha técnica entre EE.UU. y los otros potenciales combatientes en el espacio, y los estadounidenses hacen lo posible por asegurar que los otros lo sepan.
Un informe de 2004 con el título “Plan de Transformación de Vuelo” rompió el secreto sobre una desconcertante estrategia de investigación de alta tecnología que dejó pocas dudas de que el Pentágono quería una superioridad total en el espacio –con o sin tratado– y estaba dispuesto a convertirlo en un campo de batalla si fuera necesario.
El programa propone fundamentalmente un cambio para pasar de la protección de satélites contra ataques hostiles al desarrollo de una capacidad ofensiva, incluyendo el rastreo y neutralización de orbitantes enemigos, y de armas con la capacidad “de atacar objetivos en tierra desde el espacio, en cualquier parte del mundo”.
Como muchas cosas originadas por las lumbreras de la investigación del Pentágono, el informe cae a veces en la fantasía. Hay algo llamado Manojos de Barras de Híper-velocidad, ampliamente desacreditado por los científicos, que dispararía pértigas de metal desde el espacio a objetivos en la Tierra. Luego hay un plan de ciencia ficción de colgar espejos gigantescos bajo naves espaciales para desviar rayos de láser que podrían ser utilizados para inhabilitar satélites o bloquear comunicaciones, si pudieran ser guiados a la ubicación correcta a tiempo.
La Fuerza Aérea de EE.UU. que dirige el empuje de investigación, espera poder perturbar comunicaciones basadas en el espacio y sistemas de alerta temprana en 2010, y tener misiles lanzados desde el aire que podrían interceptar satélites en órbita baja después de 2015.
Pero esos objetivos fueron elaborados bajo el gobierno fuertemente favorable a ASAT de George W Bush que tomó su inspiración de la visión estratégica del secretario de defensa Donald Rumsfeld.
Cuando se estaba haciendo cargo de su puesto en 2001, Rumsfeld presentó su intención de escalar la carrera de ASAT mientras presidía una comisión sobre el espacio y la seguridad nacional, advirtiendo que hacer otra cosa expondría a un “Pearl Harbor en el espacio”. Rumsfeld argumentó que EE.UU. necesita “dedicarse vigorosamente a sus capacidades... para asegurar que el presidente tenga la opción de desplegar armas en el espacio”.
Congresistas, a ambos lados del espectro político, se han mostrado menos entusiastas. Renuentes a comprometer dinero para armas fantásticas que podrían no funcionar jamás, han sumado sus fuerzas en el Comité de Servicios Armados de la Cámara de Representantes para recortar cientos de millones de dólares de la investigación para la defensa de misiles y ASAT en los últimos dos años.
Entre los programas torpedeados estaba una instalación adicional de interceptores en Europa, la investigación para lásers que atacarían a satélites y el financiamiento para un interceptor de defensa de misiles basado en el espacio. Las asignaciones para naves aéreas de alta altitud fueron fuertemente reducidas.
Oficialmente, por lo menos, ningún presidente estadounidense ha cruzado todavía la línea y autorizado el despliegue de un arma espacial, pero viene rápidamente el día en el que sea inevitable.
El candidato presidencial republicano, John McCain, proviene del mismo molde que Rumsfeld respecto a temas de la defensa y probablemente mantendrá hirviendo la olla con el dinero; se requeriría mucho trabajo más para convencer a su oponente demócrata, Barack Obama.
A los dos les quedarían pocas alternativas si los chinos realizan más pruebas ASAT que, según numerosos analistas de la seguridad, sólo endurecerían la opinión pública de EE.UU. y devolverían la iniciativa a los halcones en el Pentágono.
“Sea cual sea su motivación, caben pocas dudas de que el ensayo [de 2007] fue un error de cálculo”, dijo un diplomático australiano. “Calcularon mal la reacción de EE.UU., y por cierto, perdieron la autoridad moral después de haberse mostrado con éxito como la voz del movimiento por el desarme”.
“Es [también] algo difícil ignorar los embarques chinos de tecnología de misiles que afectan los intereses estratégicos de EE.UU. y que incluso podrían ser adaptados para un futuro despliegue ASAT”, dijo.
El lobby pro-ASAT plantea que EE.UU. no puede permanecer pasivo mientras países como Siria, Libia, Corea del Norte, e Irán, todos hostiles a las influencias geopolíticas estadounidenses, obtienen de China y Rusia misiles capaces de amenazar satélites de EE.UU. En Asia, también se han beneficiado los vecinos enemistados: Pakistán e India.
China envió componentes para el misil Fateh-110 desarrollado por Irán y también le vendió el Tondar-69, que había sido diseñado por el EPL como CSS-8. Pakistán compró a los chinos partes para sus series Shaheen y Hatf, así como el Ghauri-3.
Beijing también ha dado la aprobación para que el brazo de tecnología de la defensa del EPL, ayude a Irán, Pakistán y Corea del Norte –y según se dice a Siria– para que establezcan programas para apuntar a satélites o de lanzamiento al espacio.
Rusia suministró componentes para la serie Shahab de Irán, envió los SS-21 utilizados tanto por Siria como Corea del Norte, el Scud B usado por Libia y la serie Agri desplegada por India. Los indios también compraron a Rusia partes para sus series Prithv y Sagarika.
Además, los rusos tienen en venta en el mercado abierto su satélite militar Kondor-E, diseñado para guiar misiles crucero supersónicos de alta velocidad con sensores para apuntar al espacio.
India, Corea del Norte, Irán y Pakistán, así como China, ya han producido o probado en vuelo misiles con alcances de más de 2.600 kilómetros, sobradamente dentro del campo de satélites de órbita baja.
Las defensas satelitales de EE.UU. han sido probadas por lo que Washington califica de “regímenes inestables”, resaltando la creciente vulnerabilidad de orbitantes que son vitales para las comunicaciones militares para no hablar de la economía mundial.
El ataque más extremo que haya sido confirmado tuvo lugar durante la segunda guerra contra Iraq, cuando señales transmitidas desde la embajada de ese país en Cuba interfirieron con el tráfico de comunicaciones comerciales estadounidenses por satélite de EE.UU.
Según funcionarios de la defensa, también ha habido ataques esporádicos contra satélites militares de EE.UU. desde sistemas de láser basados en tierra. Varias versiones de estos lásers están siendo exportadas tanto por China como por Rusia.
Citando ocurrieron los incidentes, partidarios de ASAT dijeron que habían hecho pasar el debate sobre la guerra de lo futurista al presente. Ahora se ha convertido en un tema de seguridad nacional vital para los estadounidenses.
“EE.UU. no puede permitir que nuestros recursos espaciales sean amenazados”, advirtió el comandante del Comando Estratégico de EE.UU., almirante James O Ellis, después de los ataques iraquíes.
“Debemos continuar desarrollando y poner en marcha recursos de control espacial que nos den la capacidad de utilizar nuestros sistemas espaciales cuando y donde los necesitemos, mientras denegamos esa capacidad –cuando sea necesario– a nuestros adversarios. Para evitar consecuencias importantes en el Siglo XXI, debemos actuar ahora para proteger y defender los intereses de EE.UU. en el espacio”.

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Las inversiones de las petroleras chinas en África se localizan en un puñado de países. El principal de ellos es Sudán, donde Pekín entró en 1996 y país que actualmente produce el 7% del crudo que consume China. "Pekín tiene ventaja al hacer negocios con Jartum porque las petroleras occidentales están presionadas por sus gobiernos y la opinión pública a no entrar aquí, en castigo a un régimen que somete a esclavitud y persecuciones raciales a la población del sur, en la región de Darfour", explica Lyman. El ejemplo suele utilizarse para denunciar la política exterior del imperio emergente.
El oro negro aliñado con las salsas del ‘miedo amarillo’
Sudán ha sido la punta de lanza de una estrategia que se va extendiendo lentamente. En Argelia, nación rica en hidrocarburos, China ha cerrado también jugosos acuerdos en los últimos años, mientras que el nuevo frente abierto pasa por Nigeria y Angola, cuyos yacimientos se cuentan entre los más prometedores del planeta. En los últimos meses, Pekín ha cerrado con ambos países acuerdos que alcanzan los 5.000 millones de dólares. China también está tanteando, por ahora sin logros tan espectaculares, a algunos países productores del África central, como Gabón o Guinea Ecuatorial.
Entre los expertos que han viajado a África a estudiar las inversiones sobre el terreno no falta quien asegura que el fenómeno está siendo exagerado intencionadamente y aliñado con las salsas del miedo amarillo. Erica S.Downs, analista del John Thornton Center, una institución con sede en Washigton creada para mediar ente los intereses chinos y norteamericanos, explica que la presencia de Pekín en África es mínima si se compara con la de las grandes petroleras internacionales. "Las petroleras chinas extrajeron en 2006 unos 267.000 barriles al día en África. Esto es sólo un tercio de lo que produce la división africana de ExxonMobil y en torno a un 7% de lo que extrae la mayor petrolera africana, la Sonatrach argelina", nos comentó.
Lo que nadie pone en duda es que el pulso existe y que es uno de los más importantes que se libran en estos momentos.
Daryll Ray, investigador de la Universidad de Tennessee, sí ha revisado los números y éstos son sus hallazgos: primero, entre 1990 y 2007 la demanda de carne de res pasó de 1.1 a 7.4 millones de toneladas, pero China cubrió ese incremento con producción doméstica y hasta exportó pequeños excedentes.
El consumo de carne de cerdo aumentó de 23 a 45 millones de toneladas entre 1990 y 2007, pero China fue autosuficiente y siguió exportando. Finalmente, el consumo de carne de pollo pasó de 2.4 a 11.5 millones de toneladas entre 1990 y 2007. China fue autosuficiente en este producto, aunque en 2007 importó una modesta cantidad (124 mil toneladas).
Así, entre 1990-2007 su demanda de cárnicos creció 142 por ciento, pero se cubrió con producción interna y hasta se exportaron excedentes. Ese factor no constituye una presión adicional sobre el mercado internacional de cárnicos.
¿Qué sucede en el caso de los granos? Veamos el arroz. Entre 1990 y 1999 el consumo pasó de 124 a 134 millones de toneladas; la producción mantuvo el ritmo y China continuó exportando. Después de 2000 la producción doméstica fluctúa, pero siguió cubriendo la creciente demanda y generando excedentes. Se observan incrementos en superficie cultivada para este grano, lo que permitirá hacer frente a la demanda y seguir exportando.
China cubre su consumo interno de maíz y es un exportador importante (en 2005 exportó 3.5 millones de toneladas). Para el trigo tenemos que en los años 90 la demanda interna pasó de 102 a 109 millones de toneladas. Aunque eso pudo cubrirse con rendimientos crecientes, aumentó sus reservas con importaciones. A partir de 2000 reduce la producción interna y recurre a sus reservas de trigo para cubrir la demanda. Sin embargo, desde 2005 la superficie cultivada y la producción interna aumentan nuevamente y China vuelve a exportar trigo.
Todo esto revela una interesante política de manejo de reservas. En la década de los 90, probablemente por la experiencia histórica de numerosas hambrunas, China mantuvo reservas muy altas. Pero en los últimos diez años una parte de su demanda se cubrió con esas gigantescas reservas. Por eso los datos mundiales revelan no un incremento, sino una disminución en la demanda internacional de granos en ese periodo. Hasta aquí los números de Daryll Ray.
Tenemos entonces un dato muy importante: China, lejos de provocar un aumento en la demanda mundial, es responsable de una reducción debido a su manejo de inventarios. Eso sí que choca con el comportamiento de los precios, ¿verdad?
No cabe duda, hay que despedirse del factor China como explicación del aumento de precios. Y dado que los otros factores que mencionan los medios (agrocombustibles, precios de petróleo y sequías en algunas regiones) no sirven por sí solos para dar cuenta de los incrementos espectaculares en el costo de los alimentos, hay que seguir buscando otra explicación.
No hay que ir muy lejos: la concentración del mercado mundial de granos, carne, semillas e insumos agrícolas es la pista más prometedora. Hoy, conglomerados como Archer Daniels, Cargill, Bunge, Monsanto y Syngenta tienen el poder de mercado y la infraestructura para manejar inventarios, invertir en mercados de futuros y manipular precios a escala mundial para obtener súperganancias. Pero ni la OMC ni la FAO están interesadas en remediar esta situación.
En el plano nacional [mexicano] sucede lo mismo: deficiente política agrícola, mala gestión de inventarios y poder de mercado de grandes consorcios. Eso explica el incremento de precios. Pero el gobierno no quiere perturbar a sus amigos. Es mejor propalar las mentiras sobre el factor China.
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