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Arroz tres delicias |
Huelga de transportistas. Las flotas de bajura de Gipuzkoa y Bizkaia están amarradas. Los paros intermitentes en Metro Bilbao y TCSA se suman al conflicto.
Desde marzo los analistas insisten en el colapso del sistema. Martin Wolf pone fecha, el día en que el Banco Central de los Estados Unidos rescató al Bear Streams.
Para Phillip Blond la desintegración de los mercados se ha producido por confluencia de la especulación y del capitalismo monopolista. Imaginemos el caos. Según el criterio experto del Doctor Fatalidad, Henry Kaufman (jefe de Solomon Brothers), ya está aquí.
Para el relator de la ONU Jean Ziegler, los biocombustibles, la especulación financiera y la política del FMI están tras el aumento de precios de los alimentos. Alarma por la subida del arroz, el cereal más consumido del planeta. La cadena Wal Mart lo raciona y activa el pánico como factor de incremento del precio. Varios países cancelan exportaciones, el Thai alcanza los 500 dólares tonelada y se achaca cínicamente el aumento de su consumo a la depreciación del poder adquisitivo en China, donde millones de familias han pasado a consumir tres cuencos al día sólo de arroz en vez de disfrutar de uno complementado con una dieta más variada.
En mayo, el barril de crudo cruza raudo la barrera de los 130 dólares. El diesel se ha encarecido el 300% en cinco años. Turbulencias en la aeronáutica. En Bruselas los pescadores chocan con la Policía en demanda de subsidios para combustible. Los camioneros comunitarios protagonizan idénticas reclamaciones. Y la UE descarta efectuar rebajas en la fiscalidad de los carburantes.
Huelga de transportistas. Retenciones en Biriatu y paralización del tráfico de camiones en el Puerto de Bilbao. Factura especial y tarifas antidumping. Las flotas de bajura de Gipuzkoa y Bizkaia están amarradas. Los paros intermitentes en Metro Bilbao y TCSA se suman al conflicto. EHNE insta al Gobierno Vasco a reorientar su política de apoyo al sector agrario. Su propuesta de choque dibuja modelos de producción descentralizados, menos dependientes de los flujos del capital transnacional, mayor intervención sobre los intermediarios con circuitos cortos de comercialización, exenciones fiscales y que se apliquen las medidas contenidas en el Plan de Desarrollo Rural Sostenible. Cientos de baserritarras se manifiestan en Donostia. Psicosis de desabastecimiento en la población y anuncio de convoyes policiales para garantizar suministros.
El paro se dispara en el Estado español superando los dos millones y cuarto de desempleados. El alza de la cesta de la compra duplica la inflación. El Euribor alcanza su máximo histórico. La luz sube entre el 5% y el 6%, salvo para 4,5 millones de hogares que, con una potencia contratada de 3 kw, o están vacíos o no tienen vitrocerámica. Y las instituciones vascas planean una huída infraestructural acordando un sinfín de proyectos de impacto que consumarán la forma macro cárcel, la dependencia energética, la hipoteca y el ecocidio de nuestra tierra.
Y, por si todo esto fuera poco, Trichet amenaza con la subida de tipos y los timadores del euro imponen las 65 horas de trabajo semanal, en un viaje en el tiempo al parque temático de Dickens y la era victoriana de comienzos de la revolución industrial en compañía de David Cooperfield y Oliver Twist.
Jakue Pascual
Etiquetas: conocimiento, memoria, monopolios, multitud, politica, sabiduria.
El 1 de mayor estaba centrado en un gran objetivo estratégico: la conquista de las ocho horas. En la primavera de 1906, nueve mil trabajadoras del arroz desfilaban por las calles de Vercelli junto con los trabajadores del metal cantando: “Si ocho horas / os parecen pocas…”.
La lucha por las 40 horas ha marcado el S. XX. Una batalla de civilización que representó un hito histórico.
¿Quién sabe si los 27 ministros del trabajo de la UE han estudiado la historia del S. XX? ¿Quién sabe si la comprendieron? Hace dos días, 22 de ellos votaron una normativa que sentencia el fin no ya de las 40 sino de las 48 horas conquistadas en el lejano 1917.
Del “siglo breve”, de su ferocidad y de sus conquistas casi todo se sabe. Pero ¿qué hemos de esperarnos de este siglo, si en sus albores nos catapulta 120 años atrás?
Si Estrasburgo vota el texto sancionado por la Unión Europea, la desregulación del trabajo desbordará las esperanzas de los peores gobiernos liberistas.
Entre los más entusiastas, el italiano y el francés, que sellaron su victoria sumándose al frente de la “modernidad”, o sea, del mercado y del beneficio como únicos reguladores de las relaciones sociales y de la vida de las personas.
Se podrá trabajar 60, 65 horas a la semana sólo con tal que el patrón lo desee. Será aún más fácil morir en la fábrica, en las obras, en los campos, o dentro de cisternas, envenenados como ratas. Liberalizar el horario de trabajo es un crimen, una instigación a delinquir. Ahórrennos, señores ministros y secuaces, las lágrimas por los últimos homicidios de ayer, empezando por los seis obreros sicilianos muertos por exhalaciones tóxicas dentro de una cisterna de depuración.
Así se moría en el S. XIX; así se sigue muriendo en el S. XXI.
¿Y las conquistas del S. XIX que han sobrevivido?
Carbonizadas en los escaños de Estrasburgo, si no se frena esta marcha liberista.
Gracias a la nueva normativa se podrá acabar con toda forma de convenio colectivo, sustituido por las relaciones de trabajo individuales, “trajes hechos a medida”, que es con lo que sueña la Confindustria [patronal italiana, N. d. T.], la cual interpreta la victoria de la derecha, la evaporación de la izquierda y la “modernización” del Partido Democrático, como un viático para doblegar los derechos a la lógica de empresa.
Cueste lo que cueste, aunque sean vidas humanas.
Por lo demás, ¿no han dicho ya patronal y ministros que las nuevas leyes sobre seguridad son demasiado costosas y que hay que suavizarlas?
Es cierto, en Italia los comunistas y los socialistas ya no tienen representación política. Pero no todo se reduce al Parlamento, no está escrito que las fuerzas democráticas hayan muerto.
La cuestión es si siguen existiendo fuerzas sociales, sindicales, civiles y culturales, aquí y en Europa, capaces de plantarse, de defender una conquista de civilización. Siquiera en nombre del derecho a la vida de los que trabajan.
De ser negativa la respuesta, ganarían quienes tachan de ideologismo toda crítica al estado actual de las cosas.
No sería el fin de la historia, pero hemos de tener en cuenta que habrá que volver a empezar desde muy lejos.
Desde finales del S. XIX.
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