La ofensiva de la derechona y de la Iglesia católica española contra el derecho al aborto ha generado una airada respuesta del movimiento feminista. Pero éste se encuentra atravesado por tensiones internas, como las discusiones sobre la manifestación del 8 de marzo evidencian. Es la ocasión para analizar dicho movimiento, a través de las reflexiones de algunas de sus militantes.La situación que atraviesa el movimiento feminista (aquí y hoy) no es nada fácil. Es tal la ceremonia de la confusión que llevamos viviendo desde que el proceso de institucionalización se instaló entre nosotras que, con el paso de los años, representa una enorme dificultad hasta saber de qué estamos hablando.
Me gustaría haber podido incluir algunos elementos que me parecen cruciales en estos momentos, como sería la defensa de la autonomía o algunos efectos más que perversos que está teniendo en el movimiento el avance de la institucionalización. Pero como tengo que seleccionar, he creído que lo mejor es comentar dos ideas (consenso y diversidad) que han estado continuamente presentes en los desencuentros que se han producido en Madrid en torno a la convocatoria del 8 de marzo, tras la ilegalización de la manifestación por coincidir con la jornada de reflexión electoral. Estos desencuentros han sido abordados en distintos documentos difundidos a través de internet y también publicados en algún medio escrito, como ha sido este mismo periódico.
Lo que ha sucedido ha puesto de manifiesto los conflictos latentes en lo que, en una clasificación simplista, voy a denominar el “campo radical” del movimiento. La forma en que se utilizan estos dos conceptos (consenso y diversidad) por parte de algunos colectivos, parece desvelar la existencia de una normatividad preestablecida e incuestionable, que puede impedir la necesaria renovación y actualización del movimiento.
Consenso que no se puede consensuar
Si hay algo de lo que se ha hablado en los últimos meses en Madrid ha sido de consenso. Y se ha utilizado con el fin de defenderlo a ultranza, pero también para desacreditar a aquellos grupos a los que se ha colocado en el papel de romperlo. Tanto es así que ha llegado a escribirse que los grupos que discrepan (porque lo hacen de manera excluyente y destructiva, dicen) debilitan al movimiento y refuerzan el orden patriarcal.
Esta acusación es de tal magnitud que, sinceramente, a mí me ha dejado atónita. Máxime cuando parece ir dirigida a “algún grupo” (más bien algunos grupos) que suscribieron un comunicado que no era el de la Comisión 8 de Marzo. Y ese “algún grupo” es un grupo que ya ha explicado suficientemente sus motivos para autodesconvocarse de la manifestación del 7 de marzo y seguir tranquilamente su camino con una legítima libertad de opinión y de acción. Y este ejemplo no sólo es una situación particular que se ha dado en un lugar concreto y en un año concreto, sino que creo que es todo un síntoma del momento actual.
Yo siempre había creído que el consenso era una buena manera, quizás la mejor, para poder tratar la diversidad de la que tanto hablamos y poder construir espacios en los que fuera posible conjugar lo común y lo plural. También había creído que el consenso no es algo que está predeterminado, sino que sus términos (todos ellos) deben construirse y reconstruirse por aquellas personas o grupos que participan en él. Sin embargo, no parece que sea así en el caso que nos ocupa, sino que se trata, más bien, de un consenso cuyos términos básicos fueron construidos hace muchos años, por unos grupos determinados y en un contexto determinado, que puede haber funcionado muy bien, pero sobre el que ahora no se tiene control por parte de los grupos que se han ido incorporando a lo largo del tiempo y que supuestamente formarían parte del mismo. Porque hay una parte que es el consenso que podríamos llamar explícito (hay una convocatoria común el 8 de marzo, vamos a consensuar qué podemos hacer juntas), pero hay otra parte que está implícita (desde qué sentido tiene ese espacio o cuáles son los límites de pertenencia, hasta si lo prioritario es estar juntas a cualquier precio). Y es este debate el que no entra en el ámbito de la discusión. ¿Podríamos estar hablando de unos mecanismos estructurales que no garantizan un verdadero respeto a la diversidad del movimiento y que llevan a la exclusión de quienes no se adapten y quieran discutir, también, las reglas del juego? ¿Habrá que releer a Freeman y su tiranía de la falta de estructuras?
Diversidad ¿la suma de todas?
En la situación que hemos vivido en Madrid, el respeto o no a la diversidad del movimiento ha sido realmente un elemento de discordia y, así, la diversidad ha pasado de ser un término cargado de valores (y un arma cargada de futuro, como la poesía) a ser un arma arrojadiza que se ha utilizado para hurtar un debate cada día más urgente: ¿es la diversidad la suma de todas? ¿hay que elevar a la diversidad (sin más) al más alto rango de los valores feministas? ¿no se estará obviando que en esa diversidad (sin más) podemos encontrar prácticas contrarias al objetivo en torno al que se constituye el movimiento (la liberación de las mujeres)? ¿se está hablando de una diversidad (sin más) o de una diversidad comprometida con ese objetivo? ¿somos todas iguales ante esa diversidad o es necesario tener los suficientes trienios o ser validadas por quienes parecen mantener, aún hoy, la autoridad simbólica para hacerlo?
Y es que, en este presente tan confuso que vivimos, el hecho de que muchos colectivos de mujeres (de los de siempre) hayan sido fagocitados ya hace tiempo por las instituciones del Estado (capitalista, no lo olvidemos) parece que no inquieta demasiado en algunos ámbitos del “campo radical” en cuanto a lo que es (o debe ser) eso de la diversidad en el movimiento feminista. Y, quizás, por eso se centran en la exigencia de un respeto casi reverencial y no en si es una diversidad comprometida que responde verdaderamente al objetivo de liberación de las mujeres. No quiero pensar que se pretenda mantener esa situación de ambigüedad para permitir también mantener antiguas legitimidades que parecen no tener que renovarse.
A mí sí que me inquieta. Y mucho. Porque esto no es sólo una discusión sobre unos desencuentros puntuales, sino sobre elementos que pueden dificultar las posibilidades del movimiento para esquivar la trampa institucional y debilitan su capacidad para generar una fuerza colectiva que nos permita recuperar la iniciativa política.
A pesar de todo creo que todavía hay esperanzas. Pero tiene que haber cambios importantes. Tenemos que pensar la forma en que queremos seguir caminando juntas y construir dicha fuerza. Tiene que existir la posibilidad de hablar de todo, de poder cuestionarlo todo, para poder alcanzar un consenso verdadero y actualizado. Y por supuesto, garantizar una diversidad comprometida, más allá de fórmulas vacías de contenidos. Y para todo ello hace falta una buena dosis de entusiasmo y de buena voluntad, que creo que todavía seguimos teniendo.
¿O no?
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