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Acerca de la ética y el valor |
Todo juicio de valor relativo es un mero enunciado de hechos y puede por tanto ser puesto en una forma tal que pierda toda apariencia de juicio de valor.
Ludwig Wittgenstein

Etiquetas: conocimiento, inteligencia, medios, mentiras, sabiduria, zen.
Anónimo
A mi juicio, otra metáfora financiera que facilita la comprensión de muchos fenómenos sociales es ésta: "La reputación (o, si se quiere, la fama, la popularidad o el buen nombre) es un activo financiero que cotiza ante la opinión pública". A tenor de esta metáfora, la opinión pública es una suerte de Bolsa o mercado de divisas en el que se fija diariamente, a la vista de la información disponible, la "cotización moral" o valoración social de las personas, instituciones o marcas que poseen notoriedad pública.
Comeback kids
La metáfora de las reputaciones como activos cotizados me vino a la cabeza en 1998, con ocasión de la crisis política que sufrió Bill Clinton a raíz del escándalo de Monica Lewinsky. En la fase inicial de aquel episodio, Hilary salió incondicionalmente fiadora ("compradora") de la buena fama de su marido -como el Banco Central que sale en defensa de su moneda-, si bien sufrió después ciertas "pérdidas" cuando se supo lo del puro y lo del vestido manchado. El fiscal especial Kenneth Starr desempeñó su papel de especulador bajista o short seller, y su celo inquisitorial recordó al de George Soros cuando atacó la libra en septiembre de 1992. La cotización de Clinton sufrió un mínimo cuando se inició el procedimiento de destitución (impeachment), pero los sólidos "fundamentos económicos" de su gestión y su carisma personal le permitieron concluir su mandato: como las monedas que "rebotan" tras un período de overshooting, Clinton hizo honor a su legendaria fama de comeback kid.
Otro episodio de "rebote" lo vivió Venezuela durante el frustrado golpe de Estado del 12 de abril, cuando un grupo de militares detuvo al Presidente Chávez y puso en su lugar, durante unas horas, al empresario Pedro Carmona. El inesperado regreso al poder de Chávez, motivo de satisfacción para todo demócrata que se precie, ha producido sin embargo graves "pérdidas" morales a los Gobiernos de Estados Unidos y España, que especularon a la baja contra Chávez dando por buena su dimisión y reconociendo de inmediato a quienes le habían depuesto. La inesperada recuperación de Chávez les pilló "cortos" de ese valor (recordemos que el término financiero bear o "bajista" procede de la expresión "vender la piel del oso antes de haberlo cazado"). La Administración Republicana, después de los de Allende en 1973, ya tiene cierta tradición en especular a la baja contra gobernantes extranjeros; pero el error de la diplomacia española, tras nuestra experiencia del "tejerazo" de 1981, resulta inexcusable.
Dimisión-Devaluación
En el mundo de las reputaciones, el mantenimiento en el cargo cuando se está bajo sospecha equivale a la defensa de una paridad fija; y la dimisión forzada, a una devaluación (moral). Cuando la reputación esté claramente sobrevaluada debido a que el personaje público tiene "trapos sucios", la devaluación-dimisión será rápida. Cuando, sin embargo, existan dudas sobre el fundamento de las sospechas, los ataques sumirán en un dilema a los valedores del personaje atacado: si le defienden incondicionalmente y ponen por él "la mano en el fuego", correrán el peligro de concitar nuevos ataques, que, alimentados por nuevas revelaciones -la debilidad del atacado y la munificencia de los atacantes harán más locuaces a quienes conocen las flaquezas de aquél- terminará por desvelar algún asunto oscuro y hará difícil una defensa numantina. Pero si los defensores ceden prematuramente y dejan que los atacantes se cobren la pieza, puede producirse un "efecto dominó" de efectos imprevisibles. Como las devaluaciones, una dimisión tiene dos efectos antitéticos: de una parte, elimina la artificial presión especulativa que alimenta todo "objetivo a batir" o punto focal (sea un tipo de cambio fijo o una reputación bajo sospecha); pero, de otro, al privar a la víctima del poder intimidatorio inherente al cargo, podrá exponerla a nuevas vejaciones, incluida esa forma de linchamiento en que se ha convertido a veces la prisión preventiva (recordemos el caso de Domingo Cavallo, en prisión preventiva desde poco después de dimitir como Ministro de Economía).
En el mercado de las reputaciones se dan irregularidades similares a las que han aflorado recientemente en el mercado de valores estadounidense (casos Enron-Andersen, Merril Lynch...). Así, los agentes con posición de dominio (entre ellos, los Gobiernos) mediatizan la difusión de información, amedrentando con represalias a quienes pretenden ser imparciales. Como también ocurre en los mercados de divisas, no todas las devaluaciones-dimisiones entrañan una admisión de culpa: algunas son fruto del contagio y de una desgraciada concatenación de circunstancias que las hacen aconsejables. En el reciente escándalo de las cuentas del BBV, esa fue, a tenor de la carta que hizo pública el pasado viernes, la situación de Oscar Fanjul y de otros consejeros dimisionarios, que alegan que desconocían el origen irregular de los fondos de pensiones que el BBVA constituyó a su favor y que no llegaron a percibirlos definitivamente (ya que el banco canceló los fondos de pensiones, declaró y regularizó sus cuentas ocultas, e ingresó los fondos en su propio balance).
Se dan, en fin, en el mundo político dimisiones-devaluaciones que, lejos de cualquier sombra ética, son la gallarda aunque inevitable reacción ante un inesperado mazazo electoral, como el sufrido este domingo por Lionel Jospin a manos de Jean-Marie Le Pen en la primera vuelta de las presidenciales francesas. El histórico resultado revela que, cuando concurren 16 candidatos y el electorado está dividido, el sistema electoral francés, a pesar de su doble vuelta (run-off o ballotage), puede llevar a que una sólida minoría prevalezca sobre un candidato de base electoral más amplia. Es una paradoja enunciada curiosamente en Francia ya en el siglo XVIII por el marqués de Condorcet.
Manuel Conthe
Comeback kids
La metáfora de las reputaciones como activos cotizados me vino a la cabeza en 1998, con ocasión de la crisis política que sufrió Bill Clinton a raíz del escándalo de Monica Lewinsky. En la fase inicial de aquel episodio, Hilary salió incondicionalmente fiadora ("compradora") de la buena fama de su marido -como el Banco Central que sale en defensa de su moneda-, si bien sufrió después ciertas "pérdidas" cuando se supo lo del puro y lo del vestido manchado. El fiscal especial Kenneth Starr desempeñó su papel de especulador bajista o short seller, y su celo inquisitorial recordó al de George Soros cuando atacó la libra en septiembre de 1992. La cotización de Clinton sufrió un mínimo cuando se inició el procedimiento de destitución (impeachment), pero los sólidos "fundamentos económicos" de su gestión y su carisma personal le permitieron concluir su mandato: como las monedas que "rebotan" tras un período de overshooting, Clinton hizo honor a su legendaria fama de comeback kid.
Otro episodio de "rebote" lo vivió Venezuela durante el frustrado golpe de Estado del 12 de abril, cuando un grupo de militares detuvo al Presidente Chávez y puso en su lugar, durante unas horas, al empresario Pedro Carmona. El inesperado regreso al poder de Chávez, motivo de satisfacción para todo demócrata que se precie, ha producido sin embargo graves "pérdidas" morales a los Gobiernos de Estados Unidos y España, que especularon a la baja contra Chávez dando por buena su dimisión y reconociendo de inmediato a quienes le habían depuesto. La inesperada recuperación de Chávez les pilló "cortos" de ese valor (recordemos que el término financiero bear o "bajista" procede de la expresión "vender la piel del oso antes de haberlo cazado"). La Administración Republicana, después de los de Allende en 1973, ya tiene cierta tradición en especular a la baja contra gobernantes extranjeros; pero el error de la diplomacia española, tras nuestra experiencia del "tejerazo" de 1981, resulta inexcusable.
Dimisión-Devaluación
En el mundo de las reputaciones, el mantenimiento en el cargo cuando se está bajo sospecha equivale a la defensa de una paridad fija; y la dimisión forzada, a una devaluación (moral). Cuando la reputación esté claramente sobrevaluada debido a que el personaje público tiene "trapos sucios", la devaluación-dimisión será rápida. Cuando, sin embargo, existan dudas sobre el fundamento de las sospechas, los ataques sumirán en un dilema a los valedores del personaje atacado: si le defienden incondicionalmente y ponen por él "la mano en el fuego", correrán el peligro de concitar nuevos ataques, que, alimentados por nuevas revelaciones -la debilidad del atacado y la munificencia de los atacantes harán más locuaces a quienes conocen las flaquezas de aquél- terminará por desvelar algún asunto oscuro y hará difícil una defensa numantina. Pero si los defensores ceden prematuramente y dejan que los atacantes se cobren la pieza, puede producirse un "efecto dominó" de efectos imprevisibles. Como las devaluaciones, una dimisión tiene dos efectos antitéticos: de una parte, elimina la artificial presión especulativa que alimenta todo "objetivo a batir" o punto focal (sea un tipo de cambio fijo o una reputación bajo sospecha); pero, de otro, al privar a la víctima del poder intimidatorio inherente al cargo, podrá exponerla a nuevas vejaciones, incluida esa forma de linchamiento en que se ha convertido a veces la prisión preventiva (recordemos el caso de Domingo Cavallo, en prisión preventiva desde poco después de dimitir como Ministro de Economía).
En el mercado de las reputaciones se dan irregularidades similares a las que han aflorado recientemente en el mercado de valores estadounidense (casos Enron-Andersen, Merril Lynch...). Así, los agentes con posición de dominio (entre ellos, los Gobiernos) mediatizan la difusión de información, amedrentando con represalias a quienes pretenden ser imparciales. Como también ocurre en los mercados de divisas, no todas las devaluaciones-dimisiones entrañan una admisión de culpa: algunas son fruto del contagio y de una desgraciada concatenación de circunstancias que las hacen aconsejables. En el reciente escándalo de las cuentas del BBV, esa fue, a tenor de la carta que hizo pública el pasado viernes, la situación de Oscar Fanjul y de otros consejeros dimisionarios, que alegan que desconocían el origen irregular de los fondos de pensiones que el BBVA constituyó a su favor y que no llegaron a percibirlos definitivamente (ya que el banco canceló los fondos de pensiones, declaró y regularizó sus cuentas ocultas, e ingresó los fondos en su propio balance).
Se dan, en fin, en el mundo político dimisiones-devaluaciones que, lejos de cualquier sombra ética, son la gallarda aunque inevitable reacción ante un inesperado mazazo electoral, como el sufrido este domingo por Lionel Jospin a manos de Jean-Marie Le Pen en la primera vuelta de las presidenciales francesas. El histórico resultado revela que, cuando concurren 16 candidatos y el electorado está dividido, el sistema electoral francés, a pesar de su doble vuelta (run-off o ballotage), puede llevar a que una sólida minoría prevalezca sobre un candidato de base electoral más amplia. Es una paradoja enunciada curiosamente en Francia ya en el siglo XVIII por el marqués de Condorcet.
Manuel Conthe
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