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Homenaje a Manuel Marulanda |
Vivimos en una época en la que apoyar a los movimientos campesinos de liberación nacional no está “de moda”; en la que reconocer el genio de líderes campesinos revolucionarios que construyen la auténtica masa de los ejércitos populares es tabú en los pretenciosos e impotentes Foros Sociales Mundiales.Antonio Marín Marín, más conocido como Manuel Marulanda Vélez y “Tirofijo”, era el líder máximo de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Fue, sin duda alguna, el campesino revolucionario más grande de la historia del continente americano.
Durante sesenta años organizó movimientos campesinos y comunidades rurales y, cuando todas las vías democráticas legales se le cerraron de forma brutal, creó el ejército guerrillero más poderoso de América Latina y las milicias clandestinas que lo sustentaban. En su época de mayor apogeo, entre 1999 y 2005, las FARC contaban con casi 20.000 combatientes, varios cientos de miles de campesinos activistas y cientos de unidades de milicias comunales y urbanas. Incluso hoy, a pesar del desplazamiento forzoso de tres millones de campesinos como resultado de las políticas de tierra quemada y las masacres del gobierno, las FARC tienen entre 10.000 y 15.000 guerrilleros en sus numerosos frentes distribuidos por todo el país.
Lo que hace tan importantes los logros de Marulanda son sus habilidades organizativas, su agudeza estratégica y sus intransigentes posiciones programáticas, basadas en el apoyo a las exigencias populares. Más que cualquier otro líder guerrillero, Marulanda, tenía una compenetración sin par con los pobres de las zonas campesinas, los sin tierra, los cultivadores indigentes y los refugiados rurales durante tres generaciones.
Tras empezar en 1964 con dos docenas de campesinos que habían huido de pueblos devastados por una ofensiva militar dirigida por USA, Marulanda construyó metódicamente un ejército guerrillero revolucionario sin contribuciones económicas o materiales extranjeras. Más que cualquier otro líder guerrillero, Marulanda fue un gran maestro político rural. Las extraordinarias dotes organizativas de Marulanda se fueron refinando a través de su íntima vinculación con el campesinado. Como había crecido en una familia de campesinos pobres, vivió entre ellos cultivando y organizándolos: hablaba su mismo lenguaje, se ocupaba de sus necesidades diarias más básicas y de sus esperanzas de futuro. De manera conceptual, pero también a través de la experiencia cotidiana, Marulanda realizó una serie de operaciones políticas y militares estratégicas basadas en su brillante conocimiento del terreno geográfico y humano. Desde 1964 hasta su muerte, Marulanda derrotó o eludió al menos siete importantes ofensivas militares financiadas con más de siete mil millones de dólares de ayuda militar usamericana, que incluía miles de “boinas verdes”, cuerpos especiales, mercenarios, más de 250.000 militares colombianos y 35.000 paramilitares integrados en escuadrones de la muerte.
A diferencia de Cuba o Nicarangua, Marulanda construyó una base masiva organizada y entrenó una dirigencia en gran parte rural; declaró abiertamente su programa socialista y nunca recibió apoyo político o material de los denominados “capitalistas progresistas”. A diferencia de los corruptos y codiciosos gánsteres de Batista y Somoza, que saqueaban y se retiraban bajo presión, el ejército de Colombia era un formidable aparato represor, altamente entrenado y disciplinado, reforzado además por homicidas escuadrones de la muerte. A diferencia de otros muchos famosos guerrilleros “de afiche”, Marulanda fue un auténtico desconocido entre los elegantes editores izquierdistas de Londres, los nostálgicos sesentaiochistas parisinos y los socialistas eruditos de Nueva York. Marulanda pasó su tiempo exclusivamente en la “Colombia profunda”; prefería conversar y enseñar a los campesinos y enterarse de sus quejas a conceder entrevistas a periodistas occidentales ávidos de aventura. En lugar de escribir manifiestos grandilocuentes y adoptar poses fotogénicas prefería la pedagogía popular de los desheredados, estable y poco romántica pero sumamente eficaz. Marulanda viajó desde valles prácticamente inaccesibles a cordilleras, desde selvas a llanuras, siempre organizando, luchando... reclutando y entrenando a nuevos líderes. Evitó presentarse en los “foros de debate del mundo” o seguir la ruta de los turistas izquierdistas internacionales. Nunca visitó una capital extranjera y cuentan que jamás puso los pies en Bogotá, la capital de la nación. Pero tenía un amplio y profundo conocimiento de las exigencias de los afrocolombianos costeños; de los indiocolombianos de las montañas y la selva; de las ansias de tierra de millones de campesinos desplazados; de los nombres y direcciones de los terratenientes maltratadores que brutalizaban y violaban a los campesinos y a sus familiares.
Durante las décadas de los sesenta, los setenta y los ochenta, numerosos movimientos guerrilleros se levantaron en armas, lucharon con mayor o menor capacidad y, luego, desaparecieron asesinados, derrotados (algunos incluso se convirtieron en colaboradores) o se integraron en los partos y repartos electorales. Poco numerosos, luchaban en nombre de inexistentes “ejércitos populares”; la mayoría eran intelectuales, más familiarizados con los discursos europeos que con la microhistoria, la cultura popular y las leyendas de los pueblos a los que trataban de organizar. Fueron aislados, rodeados y arrasados; dejaron quizá una herencia bien publicitada de sacrificio ejemplar, pero no cambiaron nada sobre el terreno.
Por el contrario, Marulanda encajó los mejores golpes de los presidentes contrainsurgentes de Washington y Bogotá y se los devolvió al cien por cien. Por cada pueblo arrasado, Marulanda reclutó a docenas de campesinos luchadores, enfurecidos y desamparados, y los entrenó con suma paciencia para que fuesen cuadros y comandantes. Más que cualquier ejército guerrillero, las FARC llegaron a ser un ejército de todo el pueblo: un tercio de los comandantes eran mujeres, más del setenta por ciento eran campesinos, si bien se les asociaron intelectuales y profesionales, que fueron entrenados por cuadros del movimiento. Marulanda fue un hombre venerado por su estilo de vida excepcionalmente sencillo: compartió la lluvia torrencial bajo cubiertas de plástico. Millones de campesinos lo respetaban profundamente, pero nunca practicó el culto a la personalidad: era demasiado irreverente y modesto, prefería delegar las tareas importantes a una dirigencia colectiva, con mucha autonomía regional y flexibilidad táctica. Aceptó un amplio abanico de opiniones sobre tácticas, incluso si discrepaba profundamente de ellas. A principios de los ochenta, muchos cuadros y líderes decidieron probar la vía electoral, firmaron un “acuerdo de paz” con el presidente colombiano, crearon un partido –la Unión Patriótica– e hicieron elegir a numerosos alcaldes y diputados. Incluso obtuvieron cuantiosos votos en las elecciones presidenciales. Marulanda no se opuso públicamente al acuerdo, pero no abandonó las armas ni “bajó desde las montañas a la ciudad”.
Mucho más lúcido que los profesionales y los sindicalistas que se postulaban en las elecciones, Marulanda comprendía al carácter extremadamente autoritario y brutal de la oligarquía y sus políticos. Sabía que los gobernantes de Colombia no aceptarían nunca una reforma agraria justa sólo porque unos “pocos campesinos analfabetos los derrotasen en las urnas”. En 1987, más de 5.000 miembros de la Unión Patriótica habían sido asesinados por los escuadrones de la muerte de la oligarquía, entre ellos tres candidatos a la presidencia, una docena de congresistas y mujeres y alcaldes y concejales. Los supervivientes huyeron a la selva y se reincorporaron a la lucha armada o se marcharon al exilio.
Marulanda era un maestro a la hora de romper los cercos y evitar las campañas de aniquilación, sobre todo las que diseñaron los mejores y más brillantes estrategas del centro de contrainsurgencia de los Cuerpos Especiales del US Fort Bragg y de la Escuela de las Américas. A finales de los noventa, las FARC habían ampliado su control a más de la mitad del país y bloqueaban autopistas y atacaban bases militares situadas a sólo 65 kilómetros de la capital. Muy debilitado, el entonces presidente Pastrana terminó por aceptar negociaciones serias de paz, en las que las FARC exigieron una zona desmilitarizada y un programa que incluía cambios estructurales básicos en el Estado, la economía y la sociedad.
A diferencia de las guerrillas centroamericanas, que cambiaron las armas por cargos electorales, antes de deponer las suyas Marulanda insistió en la redistribución de la tierra, en el desmantelamiento de los escuadrones de la muerte y en la destitución de los generales colombianos implicados en las masacres, en una economía mixta basada en buena medida en la nacionalización de los sectores económicos estratégicos y en la financiación a gran escala de los campesinos para el desarrollo de cosechas alternativas a la coca.
En Washington, el presidente Clinton asistía histérico a aquel espectáculo y se opuso a las negociaciones de paz, en especial al programa de reformas, así como a los debates públicos abiertos y a los foros de debate organizados por las FARC en la zona desmilitarizada, a los que asistía numerosa la sociedad civil colombiana. La aceptación por parte de Marulanda del debate democrático, la desmilitarización y los cambios estructurales desenmascara la mentira de los socialdemócratas occidentales y latinoamericanos y de los universitarios de centroizquierda, que lo acusaron de “militarista”. Washington trató de repetir el proceso de paz centroamericano engatusando a los jefes de FARC con la promesa de cargos electorales y privilegios a cambio de que vendiesen a los campesinos y a los colombianos pobres. Al mismo tiempo Clinton, con el apoyo de los dos partidos del Congreso, hizo aprobar un proyecto de ley de apropiación de dos mil millones de dólares para financiar el mayor y más sangriento programa de contrainsurgencia desde la guerra de Indochina, denominado “Plan Colombia”. El presidente Pastrana dio por terminado de forma abrupta el proceso de paz y envió soldados a la zona desmilitarizada para que capturasen a la cúpula de las FARC, pero cuando éstos llegaron, Marulanda y sus compañeros ya se habían ido de allí.
Desde el 2002 hasta ahora, las FARC han alternado los ataques ofensivos y las retiradas defensivas, en especial desde finales de 2006. Con una financiación sin precedentes y un apoyo tecnológico ultramoderno de USA, el nuevo presidente Álvaro Uribe –socio de narcotraficantes y organizador de escuadrones de la muerte– adoptó una política de tierra quemada para ensañarse con el campo colombiano. Entre su elección en 2002 y su reelección en 2006, más de 15.000 campesinos, sindicalistas, trabajadores de derechos humanos, periodistas y otros críticos fueron asesinados. Regiones enteras del campo fueron vaciadas: de la misma manera que en la Operación Phoenix usamericana en Vietnam, se contaminó la tierra de cultivo con herbicidas tóxicos. Más de 250.000 soldados y sus compinches paramilitares de los escuadrones de la muerte diezmaron amplias zonas del campo colombiano controladas por las FARC. Helicópteros proporcionados por Washington bombardearon la selva en misiones de búsqueda y destrucción (que no tenían nada que ver con la producción de coca o con el envío de cocaína a USA). Al destruir toda la oposición popular y las organizaciones campesinas y al desplazar a millones de colombianos, Uribe logró empujar a las FARC hacia regiones más remotas. Al igual que había hecho en el pasado, Marulanda asumió una estrategia de retirada táctica defensiva, abandonando territorio para proteger la capacidad de lucha de los guerrilleros en el futuro.
A diferencia de otros movimientos guerrilleros, las FARC no recibieron ningún apoyo material del exterior: Fidel Castro repudió públicamente la lucha armada y buscó lazos diplomáticos y comerciales con gobiernos de centroizquierda e incluso mejores relaciones con el brutal Uribe. Después de 2001, la Casa Blanca de Bush etiquetó a las FARC de “organización terrorista”, presionando a Ecuador y Venezuela para que restringiesen los movimientos fronterizos de las FARC en busca de abastecimientos. El “centroderecha” de Colombia se dividió entre los que prestaban un “apoyo crítico” a la guerra total de Uribe contra las FARC y los que protestaban infructuosamente contra la represión.
Es difícil imaginar que un movimiento guerrillero pueda sobrevivir frente a una financiación tan masiva de la contrainsurgencia, un cuarto de millón de soldados armados por el imperio, millones de desplazados de sus tierras y un presidente psicópata vinculado directamente con una cadena de 35.000 miembros de escuadrones de la muerte. Sin embargo, sereno y resuelto, Marulanda dirigió la retirada táctica; la idea de negociar una capitulación nunca se le pasó por la mente, ni a él ni a la cúpula de las FARC.
Las FARC no tienen frontera contigua con un país que lo apoye, como Vietnam la tenía con China; tampoco goza, como Vietnam, del suministro de armas de la URSS ni del apoyo masivo internacional de los grupos occidentales de solidaridad, como los sadinistas. Vivimos en una época en la que apoyar a los movimientos campesinos de liberación nacional no está “de moda”; en la que reconocer el genio de líderes campesinos revolucionarios que construyen y mantienen la auténtica masa de los ejércitos populares es tabú en los pretenciosos, locuaces e impotentes Foros Sociales Mundiales, cuyo “mundo” excluye regularmente a los campesinos militantes y para los que “social” significa el constante intercambio de mensajes electrónicos entre fundaciones financiadas por ONG.
Es en este ambiente tan poco prometedor frente a las pírricas victorias de los presidentes de USA y Colombia donde podemos apreciar el genio político y la integridad personal de Manuel Marulanda, el más grande campesino revolucionario de América Latina. Su muerte no generará afiches o camisetas para estudiantes universitarios de clase media, pero vivirá eternamente en los corazones y las mentes de millones de campesinos de Colombia. Se le recordará siempre como “Tirofijo”, un ser de leyenda al que mataron una docena de veces y, a pesar de ello, regresó a los pueblos para compartir con los campesinos sus vidas sencillas. Tirofijo fue el único líder que era realmente “uno de ellos”, que durante medio siglo se enfrentó al aparato militar y mercenario yanqui y nunca fue capturado o derrotado.
Los desafió a todos en sus mansiones, sus palacios presidenciales, sus bases militares, sus cámaras de tortura y sus burguesas salas de redacción. Murió de muerte natural, después de sesenta años de lucha, en los brazos de sus queridos compañeros campesinos.
¡ Tirofijo, presente !
El sociólogo James Petras nació en Boston el 17 de enero de 1937, de padres griegos, originarios de la isla de Lesbos. Ha publicado más de sesenta libros de economía política y, en el terreno de la ficción, cuatro colecciones de cuentos.
James Petras

Etiquetas: conocimiento, inteligencia, memoria, multitud, politica.
“Tirofijo está muerto” es la noticia que la revista Semana da a conocer y que falsimedia está difundiendo al mundo entero. La información proviene de una entrevista realizada por la periodista María Isabel Rueda al ministro de Defensa colombiano, Juan Manuel Santos quien ha señalado que Manuel Marulanda Vélez habría muerto el pasado 26 de marzo de 2008. El jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Militares de Colombia, almirante David Moreno, leyó un comunicado del Ministerio de Defensa de su país en el que, según versión oficial, se confirmaría la muerte del líder de las FARC-EP, posiblemente por un paro cardiaco. Moreno reto a la guerrilla a demostrar que si ésta versión no es cierta, que lo demuestren. La Agencia de Noticias Nueva Colombia (ANNCOL) ha expresado que la única fuente verdadera que puede señalar si es o no cierta la muerte de Marulanda es el Secretariado Nacional de las FARC.
Sea o no cierta esta información, es necesario hacer algunas reflexiones:
1. El gobierno colombiano, bajo asesoramiento estadounidense e israelí, viene llevando a cabo una poderosa campaña de propaganda a través de los principales medios de desinformación colombianos y de su ministro de Defensa y Propaganda, Juan Manuel “Goebbels” Santos, la misma que tiene como objetivos:
§ Continuar con la criminalización de las FARC-EP, acusándoles de ser una fuerza terrorista conformada por delincuentes, asesinos y secuestradores que se financian por medio de los dineros provenientes del negocio del narcotráfico.
§ Lograr a nivel internacional el rechazo al movimiento guerrillero colombiano, tanto de gobiernos, organismos internacionales como de los pueblos en el mundo entero.
§ Acusar a las FARC-EP de ser las responsables de la imposibilidad de concretar un acuerdo humanitario que posibilite la entrega de los prisioneros en manos de esta fuerza insurgente, entre ellos la ex candidata presidencial de Colombia Ingrid Betancourt.
§ Responsabilizar a los gobiernos progresistas de Venezuela y Ecuador de mantener una estrecha relación con las FARC-EP con el propósito de provocar la desestabilización de los presidentes Hugo Chávez y Rafael Correa. El informe presentado por la Interpol sobre los supuestos documentos encontrados en las hipotéticas computadoras de Raúl Reyes, tiene esa finalidad.
§ Ocultar los vínculos de Uribe con el narcoparamilitarismo. La extradición a EEUU de algunos paramilitares, así como el encarcelamiento de algunos políticos que mantienen estrechos vínculos con estos criminales, son solo una cortina de humo cuya finalidad es la de salvar a un régimen corrupto y asesino y a un presidente narcoparacofascista al que el propio FBI acusó de ser socio de Pablo Escobar Gaviria.
§ Estigmatizar negativamente a líderes y periodistas progresistas tanto de Colombia como de otros países, principalmente de América Latina, con el propósito de emprender acciones judiciales contra ellos. La fiscalía colombiana ha iniciado una brutal persecución contra la senadora Piedad Córdoba, el periodista Carlos Lozano, director del semanario Voz, el periodista de Telesur William Parra, la periodista y asambleísta ecuatoriana María Augusta Calle, el dirigente del movimiento ecuatoriano Alianza Bolivariana Alfarista Marcelo Larrea. De igual manera falsimedia ha lanzado ataques contra la Coordinadora Continental Bolivariana y su presidente, el dominicano Narciso Isa Conde.
§ Generar miedo entre la población para paralizar la lucha revolucionaria del pueblo colombiano. Tras la marcha del 6 de marzo de 2008, varios líderes sindicales y de derechos humanos han sido detenidos, amenazados de muerte o asesinados por fuerzas paramilitares como las “Águilas Negras” que trabajan estrechamente con las fuerzas de seguridad del estado colombiano.
§ Desmoralizar a los guerrilleros de las FARC con el propósito de lograr que deserten, se desmovilicen o traicionen a sus compañeros. Los asesinatos de Raúl Reyes e Iván Ríos, la entrega de Karina y la supuesta muerte de Manuel Marulanda han servido para los propósitos del uribismo de desalentar a los combatientes de las FARC-EP. A esto hay que añadir el fuerte acoso militar al que ha sido sometida esta agrupación guerrillera, intensificado tras el bombardeo contra el campamento de Raúl Reyes en territorio ecuatoriano.
§ Provocar la intervención militar abierta de los EEUU en Colombia, donde estaría previsto instalar una nueva base militar en la zona de la Guajira. Como parte de este objetivo está el intensificar las agresiones y provocaciones de todo tipo contra Venezuela para así incitar a un enfrentamiento militar con ese país, con lo cual EEUU tendría un pretexto para atacar e invadir la Patria de Bolívar. Las acusaciones de los funcionarios gringos contra el gobierno del presidente Chávez sobre sus presuntos vínculos con las FARC y el terrorismo internacional, así lo confirman.
2. Esta campaña de propaganda mediática ha obtenido varios logros que, por el momento, no han tenido una respuesta decisiva por parte de las fuerzas revolucionarias. Aquí también es preciso hacer algunos señalamientos:
§ La designación de las FARC como una fuerza terrorista no ha sido sometida a cuestionamiento alguno ni a una discusión y debate serio por parte de algunos líderes y fuerzas progresistas en el mundo entero que, con su silencio, terminan aceptando como real lo que la propaganda del imperialismo y el uribismo dicen sobre este movimiento revolucionario.
§ Hay una aceptación tácita del discurso estigmatizador contra las FARC. Pocos o casi nadie quiere que se les relacione de manera alguna con esta fuerza guerrillera, ya sea por temor de ser perseguidos o porque no quieren perder sus espacios políticos. En este sentido la postura de Narciso Isa Conde y de la Coordinadora Continental Bolivariana ha sido consecuente y verdaderamente revolucionaria al hacer una defensa abierta de las FARC-EP. Cabe una pregunta: ¿Por qué se tiene que aceptar lo que los EEUU, Uribe y falsimedia dicen sobre las FARC-EP? ¿Por qué el Estado fascista es el único que puede arrogarse el derecho al uso de la violencia armada? Hay que vencer el miedo. Los revolucionarios en el mundo entero debemos expresar, a viva voz, nuestro apoyo y respaldo a este movimiento revolucionario con 50 años de historia de lucha contra la oligarquía colombiana y el imperialismo norteamericano.
§ Debemos desentrañar el juego al que nos llevan el imperialismo, los fascistas colombianos y falsimedia. No se debe, bajo ninguna circunstancia, criminalizar y condenar por parte de las fuerzas progresistas a las FARC. Por el contrario hay que respaldar su lucha contra los explotadores y asesinos del pueblo colombiano. La solidaridad y el internacionalismo revolucionario que nos enseñó el Che, debe ser nuestra guía de acción.
§ La tarea de las organizaciones revolucionarias y de los gobiernos progresistas en el mundo entero es la de denunciar al régimen narcoparamilitar de Uribe, el intervencionismo gringo e israelí en la región, los crímenes de los paramilitares y la presencia de mercenarios contratados por el gobierno de Uribe para combatir a las FARC-EP.
3. De confirmarse por parte del secretariado de las FARC-EP la muerte de Manuel Marulanda Vélez, “Tirofijo”, expreso:
§ Mi profundo pesar por la muerte de un revolucionario consecuente, que demostró a lo largo de su vida no tener ningún interés material personal, sino la convicción profunda, materializada a través de su praxis social, por la defensa de los trabajadores y campesinos pobres colombianos.
§ Mi solidaridad a las FARC y mi deseo de que encuentren creativamente los mecanismos adecuados para convertir los reveses sufridos en futuras victorias. Hay que lograr asestarle al enemigo golpes contundentes para fortalecer la moral de los guerrilleros; hay que trabajar más la formación ideológica, política; hay que fortalecer más las relaciones humanas con los combatientes como lo ha hecho el Comandante Marulanda; hay que depurar las filas de los débiles, de los quintacolumnistas, de los traidores.
§ Mi repudio a los criminales fascistas que como Juan Manuel Santos, José Obdulio Gaviria y Álvaro Uribe andan llenos de júbilo por las parciales victorias obtenidas contra la insurgencia colombiana. “Goebbels” Santos señaló en la entrevista sostenida con la periodista de la revista Semana: “¿Y 'Tirofijo' en qué anda? Debe estar en el infierno ¿En cuál infierno? Al que se van todos los criminales muertos.” Bush, Uribe, Santos, Obdulio Gaviria, los verdaderos criminales y terroristas, ni siquiera tendrán un lugar en el infierno porque ni el diablo los querrá recibir por sus crímenes contra el pueblo.
§ Marulanda, de estar muerto, no ha muerto. Los que mueren por la vida, no pueden llamarse muertos decía el cantautor y revolucionario venezolano Alí Primera. Manuel Marulanda es uno de ellos. Su ejemplo como combatiente revolucionario, antiimperialista lo convierte en un hombre valioso para las presentes y futuras generaciones que luchan por transformar el odioso orden que impera en la humanidad.
¡Con Bolívar, con Manuel, con el pueblo al poder!
Dax Toscano Segovia
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