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Vladímir Putin es proclamado líder |
Los delegados asistentes al IX Congreso de Rusia Unida, partido que detenta 315 escaños de los 450 que tiene la Duma (Cámara Baja), votaron este martes de forma unánime a favor de que Vladímir Putin sea a partir de ahora el líder de la formación. Al nuevo presidente ruso, Dmitri Medvédev, sin embargo, sólo le propusieron afiliarse. Putin aceptó la oferta de encabezar el partido, pero Medvédev, cuya toma de posesión tendrá lugar el 7 de mayo, anunció que le parece «prematuro» incorporarse a sus filas.
El IX Congreso de Rusia Unida, organización creada por el Kremlin hace ocho años, comenzó el lunes con mucho aspaviento y cobertura mediática. Se diría que hay por delante una nueva convocatoria electoral. Pero no es el caso. Las legislativas se celebraron en diciembre, con victoria aplastante de Rusia Unida, y las presidenciales en marzo, también con un apabullante éxito de su candidato, Dmitri Medvédev, el hombre designado por Putin para sucederle.
Lo que parece haber detrás de todo es un intento de lanzar un mensaje claro a la sociedad de que Putin no será un primer ministro dependiente del jefe del Estado, como todos los anteriores, sino con fuerza propia y con el respaldo total del Parlamento. No permitirá que su delfín trastoque sustancialmente el actual 'statu quo'. Contar con más de los dos tercios de los escaños de la Duma permitiría iniciar el procedimiento para apear a Medvédev de la presidencia e incluso para modificar la Constitución.
Lo que más teme la élite rusa es que el nuevo presidente acometa otro reparto de la propiedad, como suele suceder cada vez que se produce un relevo en el Kremlin. La cuestión es saber si Medvédev querrá desembarazarse del atenazamiento de su tutor y, en tal caso, si será capaz de conseguirlo.

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En todos estos conflictos, las direcciones empresariales han justificado su durísimo y agresivo comportamiento echando la culpa a los trabajadores por las violaciones del Código del Trabajo mientras niegan al mismo tiempo a los trabajadores en huelga el derecho a llevar las negociaciones mediante sus representantes sindicales electos. La razón es que las direcciones de las empresas rechazan reconocer la legitimidad de los sindicatos constituidos de trabajadores. En realidad, ellos solamente reconocen estatus oficial a los sindicatos puramente simbólicos, que son vestigios de la era soviética que operaban bajo una organización paraguas que se llamaba la Federación de Sindicatos de Trabajadores Independientes (FILU, por sus siglas en inglés).
En la mayoría de empresas, la rama local de la FILU funciona como un departamento de asuntos sociales dirigido por el director general. Aunque la FILU puede servir para algunos propósitos útiles, ello no la convierte en un sindicato de trabajadores. Para superar la situación, un buen número de trabajadores de algunas empresas a menudo constituyen sindicatos en ciernes por su propia cuenta. En muchos casos la dirección de la empresa toma medidas severas contra estos sindicatos. El director llama a los trabajadores a su despacho uno a uno para pedirles que dejen de ser miembros del nuevo sindicato. Si rechazan hacerlo, trasladan a los activistas a puestos menos remunerados o los despiden. Mientras tanto, los sindicatos oficiales permanecen del lado de las direcciones empresariales y de los propietarios. Es más, las direcciones pueden por lo general encontrar justificaciones formales para sus acciones antisindicales en el Código del Trabajo.
Más que dar a las direcciones empresariales ventaja, estas duras tácticas contra las sindicatos a menudo conducen a huelgas espontáneas que pueden prolongarse sin control. Un ejemplo de ello ocurrió el pasado marzo en una mina con el raro nombre de Caperucita Roja en Severouralsk, en el norte de Yekaterimburgo. El Sindicato de Mineros Independientes (IMU, por sus siglas en inglés) ya existió en esta mina durante muchos años. Pero el IMU puede considerarse un sindicato de trabajadores formado por ellos mismos solamente en un sentido muy restringido. La organización tiene una historia que se remonta a las huelgas mineras generalizadas de 1989. En aquel tiempo, la dirección de las minas se negó a reconocer a la nueva IMU creada por los trabajadores y prefirió entablar negociaciones con la FILU oficial, lo que monta tanto como decir que negociaron con ellos mismos.
El resultado fue que el número de cuestiones no resueltas continuó acumulándose, culminando en huelgas espontáneas que se extendieron a las minas vecinas. RusAI, la compañía propietaria, cerró sus cinco minas en la región de Sverdlovsk como medida preventiva. La dirección afirmó que la medida pretendía “proteger las vidas y la salud de los otros trabajadores que no estaban involucrados en la situación”. Pero nunca explicaron cómo la pérdida de puestos de trabajo y de salarios podía proteger a estos trabajadores.
Solamente después de las huelgas espontáneas las administraciones de las empresas han empezado de repente a tomarse seriamente al IMU, pero es ya demasiado tarde. El IMU podía haber desconvocado las huelgas solamente si se le hubiera otorgado la representación de los mineros al principio.
Desde el comienzo, el Código de Trabajo está escrito para hacer la vida más fácil a la dirección empresarial. Pero los cabecillas empresariales están percatándose que las medidas represivas no funcionan y que sería más efectivo negociar abiertamente con los sindicatos electos que encarar las consecuencias de las huelgas espontáneas e incontroladas. Incluso una huelga organizada podría ser más fácil de enfrentar que un levantamiento espontáneo. No es tanto una cuestión de si las autoridades revisarán el Código del Trabajo sino de cuándo y cómo.
El Kremlin y el Parlamento deberán hacer frente a la nueva realidad del movimiento de trabajadores, les guste o no.
Traducción: Daniel Raventós
Boris Kagarlitsky
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