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La TV como ágora electoral prioritaria

La televisión se ha convertido en el ágora electoral por definición, y se ha centrado en los dos debates entre Zapatero y Rajoy. El debate con el resto de los partidos, también en dos partes, quedaba marginado por el propio formato, que imitaba el de Rajoy y Zapatero pero en el que no participaban éstos, sino dos candidatos secundarios del PSOE y del PP. Hasta los actos electorales públicos se han diseñado como espectáculos televisivos que pudieran ser recogidos por los telediarios en su momento culminante.

De un debate político colectivo y ciudadano se ha pasado, así pues, a un ágora virtual prisionera de sus propias condiciones de puesta en escena y de una gramática mediática parda. La contienda electoral plural troca un duelo singular, del que se hace depender la suerte de todos: hay que tomar partido, es decir, que hay optar por uno de los dos partidos.

En los debates entre Zapatero y Rajoy, seguidos por más de 13 millones de espectadores de un cuerpo electoral de poco más de 25, el resultado del duelo fue ligeramente favorable a Zapatero, en el primero, y claramente, en el segundo. Todos los temas de la legislatura reaparecieron: Irak, ETA, el terrorismo islamista, las políticas económicas y sociales, las reformas estatutarias…De nuevo, como en el debate entre Solbes y Pizarro, parecía un pulso por la credibilidad en el que el PP tenía que superar el estigma de su gestión de los atentados terroristas del 11-M y el PSOE los del dialogo con ETA para el proceso de paz en Euskal Herria. Ambos candidatos se acusaron continuamente de faltar a la verdad, de manipular cifras y hechos, o simple y bochornosamente, de mendacidad.

En el común deseo de dar forma y apariencia bipartidista a la real polarización político-ideológica de la vida pública española, los debates acabaron siendo la palabra de uno, en nombre de la derecha, contra la palabra del otro, en nombre de una izquierda, ¡ay!, que quería "viajar al centro". En el segundo debate, los asesores de Zapatero creyeron poder escapar de este dilema con el "libro blanco" de los datos que aportaba. Pero las encuestas demostraron que ninguno había convencido a los votantes del otro. Que Rajoy, abandonada ab initio cualquier pretensión de dirigirse al "centro" desde el veto a la presencia de Gallardón en las listas del PP, estaba completamente solo, mientras que el discurso de Zapatero llegaba, ciertamente, al resto de los votantes que no eran ni del PSOE ni del PP, pero sólo conseguía robustecer el bipartidismo, no a cuenta del éxito de su pretendido "viaje al centro, sino a costa de las terceras partes excluidas a su izquierda –IU-ICV y ERC—. Porque el centro-derecha nacionalista catalán y vasco de PNV y, sobre todo, CiU ha podido rentabilizar a su favor en estas elecciones el ser la alternativa a los socialistas en su propio ámbito político diferenciado.

Lo que estuvo ausente de los debates fue una perspectiva de cambio político y social. Nada de enfrentar de cara los problemas acumulados de modernización tras un fuerte ciclo de crecimiento económico que ha presionado hasta el limite muchas de las estructuras administrativas y políticas diseñadas e instituidas en la Transición de finales de los años 70 y comienzos de los 80. La "niña de Rajoy", la grotesca metáfora ya utilizada en varias campañas en América Latina por la derecha para visualizar los retos del futuro, llegó en el caso del PP a limites esperpénticos. Zapatero se limitó a prometer vagarosamente más de lo mismo: se ve que sus asesores de imagen le habían convencido de ser la personificación del mejor de los mundos posibles.

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  Anónimo

miércoles, 12 marzo, 2008  

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