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Una breve visita al Neoliberalismo |
“Mirad a esos superfluos, se hacen ricos y sin embargo empobrecen”
Friedrich Nietzsche
El agobiante neoliberalismo como dogma político-económico que se ha incrustado en nuestro mundo sin la anuencia de las mayorías, se encuentra sujeto al escrutinio mundial.
Su nacimiento practico no se enmarca en el liberalismo clásico de fines del siglo XIX, sino en la década de los ochenta y parte de los noventa, cuando políticas neoliberales fueron implantadas por la dupla Estadounidense-Británica, seguidamente por la mayoría de los países de la OCDE. [1]
Su objetivo es el de reducir el estado interventor con desregulación sustancial de la economía, paradigma este que ha suplantado al pensamiento Keynesiano que rigió el orden mundial entre 1945 y 1989.
Durante esta etapa se llevo a la práctica viejos preceptos repotenciados, encontrando adeptos poderosos y fundadores de un enfrentamiento radical entre el mercado y el Estado, entre ellos los llamados “Chicago Boys” influenciados por el economista Milton Friedman.
Se sembró entonces una semilla que retoñó una sola rama de pensamiento, siendo las instituciones de educación superior (en especial las facultades de ciencias económicas) y los centros financieros más importantes del mundo occidental, los misioneros de proseguir su siembra indiscriminada, instituyendo así el llamado pensamiento único.
En septiembre de 1989 el político estadounidense Francis Fukuyama pone en relieve las ideas anteriores en su ensayo El fin de la Historia donde sostiene que estamos presenciando no solo el fin de la guerra fría sino el fin de la historia como tal, esto significa, el punto final de la evolución histórica de la humanidad y de la universalización de la democracia liberal occidental como forma final de gobierno humano.
Poco tiempo duró esta historia en demostrarle a Fukuyama el atrevimiento absoluto de su teoría.
Revueltas, protestas e insurrecciones globales ante el creciente neoconservadurismo no tardaron en brotar manifestando la vigencia de la historia, y el subsecuente distanciamiento de esta filosofía política por parte de su propio creador.
Los defensores del mercado sostienen sus ideas utilizando el clásico argumento de la creación exponencial de la riqueza al implantar medidas tendientes a reducir lo más posible el tamaño del Estado, potenciando al sector privado cuya supuesta eficacia permitiría el abaratamiento de los costos y la prestación de servicios de mejor calidad.
El resultado de esta transferencia al sector privado de trozos del patrimonio público o en otras palabras lo que antes era barato o gratuito, disponible a todos los ciudadanos, ha pasado a ser pago y más costoso, tiene secuelas más complejas cuyo análisis riguroso escapa de este humilde artículo, sin embargo de modo empírico una referencia importante para delinear algunas ideas de los supuestos beneficios del pensamiento neoliberal, es acudir a las fuentes estadísticas de los países de la OCDE, por ser estos los más avanzados del planeta y los que han adoptado políticas de libre mercado.
Otra fuente se puede encontrar en el rol que han ejercido las instituciones multilaterales creadas con el precepto de asistir financieramente a los países en desarrollo y que bajo un hilo conductor denominado “Consenso de Washington” propagó los siguientes siete principios:
- Disciplina Fiscal con reducción en la imposición
- Liberación financiera (tasas fijadas por el mercado)
- Apertura total a las inversiones directas
- Eliminación de la protección aduanera
- Privatización de todas las empresas
- Desregulación
- Protección total de la propiedad intelectual
Otro de los argumentos dogmáticos de estos preceptos neoliberales se basan en el crecimiento de los beneficios netos empresariales [2] como catalizador de la prosperidad, pero habría que preguntarse si esta panacea ha beneficiado equitativamente al resto del planeta y cumplido con los objetivos de desarrollo del milenio de Naciones Unidas, en especial en materia de pobreza.
La respuesta, una vez más es compleja, pero basta con examinar algunas evidencias.
El compromiso de los países ricos de destinar el 0.7% de su PIB como ayuda oficial de desarrollo, establecido a principios de los años 70 por el club de la OCDE, se ha incumplido en las últimas dos décadas con una reducción al 0.3%.
Si examinamos durante el mismo período la renta de los países ricos observamos su multiplicación en veintidós veces mientras que los países pobres en solo siete veces.
En otro sentido las grandes empresas se devoran entre ellas mediante el esquema de fusiones y adquisiciones, mermando no solo la creación de empleos pero la destrucción de los mismos, ya que e objetivo medular es la creación de valor para sus accionistas al atenuar el costo significativo de la labor.
Según el informe sobre Globalización publicado por Le Monde Diplomatique el Agosto de 2007, la suma de las operaciones puramente financieras, sin valor a la lógica industrial, ascendió de 2.736 millardos de Euros en 2006.
Este nuevo entramado financiero ha desembocado en manifestaciones como la reciente crisis financiera, iniciada en los Estados Unidos el 9 de agosto de 2007.
Sus causas residen en tres aspectos básicos aderezados con ingredientes neoliberales y ensalzados por los mecanismos globalizados existentes, a saber: la gran burbuja especulativa ligada principalmente a activos inmobiliarios, el otorgamiento indiscriminado de hipotecas basura por más de una década y la carencia de regulaciones en de los mercados de derivados.
Las consecuencias de esta tormenta se encuentran en plena gestación, su superación será más lenta que las experimentadas por otras de crisis, ya que trastoca la esfera moral del individuo y sus instituciones, reflejando una disfunción humana de enriquecimiento desmedido en donde la entelequia del mercado se hace insuficiente y el berreo al señor Estado sale sin pudor.
Entramos en un período de serias contradicciones donde el orden económico global bajo un pensamiento único y su efecto ético colateral, se resquebraja.
El cuestionamiento radical hacia el mismo quizás no sea la respuesta requerida, mas el pluralismo y el pensamiento crítico como banderas deben erigirse, en especial en las naciones que despunten con la meta de propulsar un liderazgo compartido y multipolar.
Notas:
[1] Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), es una organización de cooperación internacional, compuesta por 30 Estados, cuyo objetivo es coordinar sus políticas económicas y sociales.
[2] Ver Navarro Vicente, Neoliberalismo y Estado de Bienestar, Barcelona, España, 2000
Alfredo Pérez
No hay vuelta atrás.
El mercado, por sí mismo, es autodestructivo.
Necesita soportes y contenedores.
La sociedad capitalista, arbitrada por el mercado, o bien se depreda, o bien se distiende.
No tiene perspectivas de largo plazo.
Después de 30 años de neoliberalismo ocurrieron las dos cosas. La voracidad del mercado llevó a límites extremos la apropiación de la naturaleza y la desposesión de los seres humanos.
Los territorios fueron desertificados y las poblaciones expulsadas.
Los pueblos se levantaron y la catástrofe ecológica, con un altísimo grado de irreversibilidad, comenzó a manifestarse de manera violenta.
Los pueblos se rebelaron contra el avance del capitalismo bloqueando los caminos que lo llevaban a una mayor apropiación. Levantamientos armados cerraron el paso a las selvas; levantamientos civiles impiden la edificación de represas, la minería intensiva, la construcción de carreteras de uso pesado, la privatización de petróleo y gas y la monopolización del agua.
El mercado, solo, no podía vencer a quienes ya estaban fuera de su alcance porque habían sido expulsados y desde ahí, desde el no-mercado, luchaban por la vida humana y natural, por los elementos esenciales, por otra relación con la naturaleza, por detener el saqueo.
El fin del neoliberalismo inicia cuando la medida de la desposesión toca la furia de los pueblos y los obliga a irrumpir en la escena.
Los cambios de fase
La sociedad capitalista contemporánea ha alcanzado un grado de complejidad que la vuelve altamente inestable.
De la misma manera que ocurre con los sistemas biológicos (Prigogine, 2006), los sistemas sociales complejos tienen una capacidad infinita y en gran medida impredecible de reacción frente a los estímulos o cambios.
El abigarramiento con el que se edificó esta sociedad, producto de la subsunción pero no eliminación de sociedades diferentes, con otras cosmovisiones, costumbres e historias, multiplica los comportamientos sociales y las percepciones y prácticas políticas a lo largo y ancho del mundo y abre con ello un espectro inmenso de sentidos de realidad y posibilidades de organización social.
La potencia cohesionadora del capitalismo ha permitido establecer diferentes momentos de lo que los físicos llaman equilibrio, en los que, a pesar de las profundas contradicciones de este sistema y del enorme abigarramiento que conlleva, disminuyen las tendencias disipadoras.
No obstante, su duración es limitada.
En el paso del equilibrio a la disipación aparecen constantemente las oportunidades de bifurcación que obligan al capitalismo a encontrar los elementos cohesionadores oportunos para construir un nuevo equilibrio o, en otras palabras, para restablecer las condiciones de valorización del capital.
Pero siempre está presente el riesgo de ruptura, que apunta hacia posibles dislocamientos epistemológicos y sistémicos.
Los equilibrios internos del sistema, entendidos como patrones de acumulación en una terminología más económica, son modalidades de articulación social sustentadas en torno a un eje dinamizador u ordenador.
Un eje de racionalidad complejo que, de acuerdo con las circunstancias, adopta diferentes figuras: en la fase fordista era claramente la cadena de montaje para la producción en gran escala y el estado en su carácter de organizador social; en el neoliberalismo el mercado; y en el posneoliberalismo es simultáneamente el estado como disciplinador del territorio global, es decir, bajo el comando de su vertiente militar, y las empresas como medio de expresión directa del sistema de poder, subvirtiendo los límites del derecho liberal construido en etapas anteriores del capitalismo.
Los posneoliberalismos y las bifurcaciones
La incertidumbre acerca del futuro lleva a caracterizarlo más como negación de una etapa que está siendo rebasada.
Si la modalidad capitalista que emana de la crisis de los años setenta, que significó una profunda transformación del modo de producir y de organizar la producción y el mercado, fue denominada por muchos estudiosos como posfordista; hoy ocurre lo mismo con el tránsito del neoliberalismo a algo diferente, que si bien ya se perfila, todavía deja un amplio margen a la imprevisión.
Posfordismo se enuncia desde la perspectiva de los cambios en el proceso de trabajo y en la modalidad de actuación social del estado; neoliberalismo desde la perspectiva del mercado y del relativo abandono de la función socializadora del estado.
En cualquiera de los dos casos no tiene nombre propio, o es un pos, y en ese sentido un campo completamente indefinido, o es un neo, que delimita aunque sin mucha creatividad, que hoy están dando paso a otro pos, mucho más sofisticado, que reúne las dos cualidades: posneoliberalismo.
Se trata de una categoría con poca vida propia en el sentido heurístico, aunque a la vez polisémica.
Su virtud, quizá, es dejar abiertas todas las posibilidades de alternativa al neoliberalismo -desde el neofascismo hasta la bifurcación civilizatoria-, pero son inciertas e insuficientes su fuerza y cualidades explicativas.
En estas circunstancias, para avanzar en la precisión o modificación del concepto es indispensable detenerse en una caracterización de escenarios, entendiendo que el espectro de posibilidades incluye alternativas de reforzamiento del capitalismo -aunque sea un capitalismo con más dificultades de legitimidad-; de construcción de vías de salida del capitalismo a partir de las propias instituciones capitalistas; y de modos colectivos de concebir y llevar a la práctica organizaciones sociales nocapitalistas.
Trabajar todos los niveles de abstracción y de realidad en los que este término ocupa el espacio de una alternativa carente de apelativo propio, o el de alternativas diversas en situación de coexistencia sin hegemonismos, lo que impide que alguna otorgue un contenido específico al proceso superador del neoliberalismo.
El posneoliberalismo del capital
Aun antes del estallido de la crisis actual, ya eran evidentes los límites infranqueables a los que había llegado el neoliberalismo.
La bonanza de los años dorados del libre mercado permitió expandir el capitalismo hasta alcanzar, en todos sentidos, la escala planetaria; garantizó enormes ganancias y el fortalecimiento de los grandes capitales, quitó casi todos los diques a la apropiación privada; flexibilizó, precarizó y abarató los mercados de trabajo; y colocó a la naturaleza en situación de indefensión.
Pero después de su momento innovador, que impuso nuevos ritmos no sólo a la producción y las comunicaciones sino también a las luchas sociales, empezaron a aparecer sus límites de posibilidad.
Dentro de éstos, es importante destacar por lo menos tres, referidos a las contradicciones inmanentes a la producción capitalista y su expresión específica en este momento de su desarrollo y a las contradicciones correspondientes al proceso de apropiación y a las relaciones sociales que va construyendo:
1. El éxito del neoliberalismo en extender los márgenes de expropiación, lo llevó a corroer los consensos sociales construidos por el llamado estado del bienestar, pero también a acortar los mercados.
La baja general en los salarios, o incluso en el costo de reproducción de la fuerza de trabajo en un sentido más amplio, fue expulsándola paulatinamente del consumo más sofisticado que había alcanzado durante el fordismo.
La respuesta capitalista consistió en reincorporar al mercado a esta población, cada vez más abundante, a través de la producción de bienes precarios en gran escala.
No obstante, esta reincorporación no logra compensar ni de lejos el aumento en las capacidades de producción generadas con las tecnologías actuales, ni retribuir las ganancias esperadas.
El grado de apropiación y concentración, el desarrollo tecnológico, la mundialización tanto de la producción como de la comercialización, es decir, el entramado de poder objetivado construido por el capital no se corresponde con las dimensiones y características de los entramados sociales.
Es un poder que empieza a tener problemas serios de interlocución.
2. Estas enormes capacidades de transformación de la naturaleza en mercancía, en objeto útil para el capital, y la capacidad acumulada de gestión económica, fortalecida con los cambios de normas de uso del territorio y de concepción de las soberanías, llevaron a una carrera desatada por apropiarse todos los elementos orgánicos e inorgánicos del planeta.
Conocer las selvas, doblegarlas, monopolizarlas, aislarlas, separarlas en sus componentes más simples y regresarlas al mundo convertidas en algún tipo de mercancía fue -es- uno de los caminos de afianzamiento de la supremacía económica; la ocupación de territorios para convertirlos en materia de valorización.
Paradójicamente, el capitalismo de libre mercado promovió profundos cercamientos y amplias exclusiones.
Pero con un peligro: Objetivar la vida es destruirla.
Con la introducción de tecnologías de secuenciación industrial, con el conocimiento detallado de genomas complejos con vistas a su manipulación, con los métodos de nanoexploración y transformación, con la manipulación climática y muchos otros de los desarrollos tecnológicos que se han conocido en los últimos 30 años, se traspasó el umbral de la mayor catástrofe ecológica registrada en el planeta.
Esta lucha del capitalismo por dominar a la naturaleza e incluso intentar sustituirla artificialmente, ha terminado por eliminar ya un enorme número de especies, por provocar desequilibrios ecológicos y climáticos mayores y por poner a la propia humanidad, y con ella al capitalismo, en riesgo de extinción.
Pero quizá los límites más evidentes en este sentido se manifiestan en las crisis de escasez de los elementos fundamentales que sostienen el proceso productivo y de generación de valor como el petróleo; o de los que sostienen la producción de la vida, como el agua, en gran medida dilapidada por el mal uso al que ha sido sometida por el propio proceso capitalista.
La paradoja, nuevamente, es que para evitar o compensar la escasez, se diseñan estrategias que refuerzan la catástrofe como la transformación de bosques en plantíos de soja o maíz transgénicos para producir biocombustibles, mucho menos rendidores y tan contaminantes y predatorios como el petróleo.
El capitalismo ha demostrado tener una especial habilidad para saltar obstáculos y encontrar nuevos caminos, sin embargo, los niveles de devastación alcanzados y la lógica con que avanza hacia el futuro permiten saber que las soluciones se dirigen hacia un callejón sin salida en el que incluso se van reduciendo las condiciones de valorización del capital.
3. Aunque el neoliberalismo ha sido caracterizado como momento de preponderancia del capital financiero, y eso llevó a hablar de un capitalismo desterritorializado, en verdad el neoliberalismo se caracterizó por una disputa encarnizada por la redefinición del uso y la posesión de los territorios, que ha llevado a redescubrir sociedades ocultas en los refugios de selvas, bosques, desiertos o glaciares que la modernidad no se había interesado en penetrar.
La puesta en valor de estos territorios ha provocado una ofensiva de expulsión, desplazamiento o recolonización de estos pueblos, que, evidentemente, se han levantado en contra.
Esto, junto con las protestas y revueltas originadas por las políticas de ajuste estructural o de privatización de recursos, derechos y servicios promovidas por el neoliberalismo, ha marcado la escena política desde los años noventa del siglo pasado. Las condiciones de impunidad en que se generaron los primeros acuerdos de libre comercio, las primeras desregulaciones, los despojos de tierras y tantas otras medidas impulsadas desde la crisis y reorganización capitalista de los años setenta-ochenta, cambiaron a partir de los levantamientos de la década de los noventa en que se produce una inflexión de la dinámica social que empieza a detener las riendas sueltas del neoliberalismo.
No bastaba con darle todas las libertades al mercado.
El mercado funge como disciplinador o cohesionador en tanto mantiene la capacidad desarticuladora y mientras las fuerzas sociales se reorganizan en correspondencia con las nuevas formas y contenidos del proceso de dominación.
Tampoco podía ser una alternativa de largo plazo, en la medida que la voracidad del mercado lleva a destruir las condiciones de reproducción de la sociedad.
El propio sistema se vio obligado a trascender el neoliberalismo trasladando su eje ordenador desde la libertad individual (y la propiedad privada) promovida por el mercado hacia el control social y territorial, como medio de restablecer su posibilidad de futuro. La divisa ideológica del "libre mercado" fue sustituida por la "seguridad nacional" y una nueva fase capitalista empezó a abrirse paso con características como las siguientes:
1. Si el neoliberalismo coloca al mercado en situación de usar el planeta para los fines del mantenimiento de la hegemonía capitalista, en este caso comandada por Estados Unidos, en esta nueva fase, que se abre junto con la entrada del milenio, la misión queda a cargo de los mandos militares que emprenden un proceso de reordenamiento interno, organizativo y conceptual, y uno de reordenamiento planetario.
El cambio de situación del anteriormente llamado mundo socialista ya había exigido un cambio de visión geopolítica, que se corresponde con un nuevo diseño estratégico de penetración y control de los territorios, recursos y dinámicas sociales de la región centroasiática.
El enorme peso de esta región para definir la supremacía económica interna del sistema impidió, desde el inicio, que ésta fuera dejada solamente en las manos de un mercado que, en las circunstancias confusas y desordenadas que siguieron al derrumbe de la Unión Soviética y del Muro de Berlín, podía hacer buenos negocios pero no condiciones de reordenar la región de acuerdo con los criterios de la hegemonía capitalista estadounidense.
En esta región se empieza a perfilar lo que después se convertiría en política global: el comando militarizado del proceso de producción, reproducción y espacialización del capitalismo de los albores del siglo XXI.
2. Esta militarización atiende tanto a la potencial amenaza de otras coaliciones hegemónicas que dentro del capitalismo disputen el liderazgo estadounidense como al riesgo sistémico por cuestionamientos y construcción de alternativas de organización social no capitalistas.
Sus propósitos son el mantenimiento de las jerarquías del poder, el aseguramiento de las condiciones que sustentan la hegemonía y la contrainsurgencia.
Supone mantener una situación de guerra latente muy cercana a los estados de excepción y una persecución permanente de la disidencia.
Estos rasgos nos llevarían a pensar rápidamente en una vuelta del fascismo, si no fuera porque se combinan con otros que lo contradicen y que estarían indicando las pistas para su caracterización más allá de los "neos" y los "pos".
Las guerras, y la política militar en general, han dejado de ser un asunto público.
No solamente porque muchas de las guerras contemporáneas se han enfocado hacia lo que se llama "estados fallidos", y en ese sentido no son entre "estados" sino de un estado contra la sociedad de otra nación, sino porque aunque sea un estado el que las emprende lo hace a través de una estructura externa que una vez contratada se rige por sus propias reglas y no responde a los criterios de la administración pública.
El outsourcing, que se ha vuelto recurrente en el capitalismo de nuestros días, tiene implicaciones muy profundas en el caso que nos ocupa. No se trata simplemente de privatizar una parte de las actividades del estado sino de romper el sentido mismo del estado.
La cesión del ejercicio de la violencia de estado a particulares coloca la justicia en manos privadas y anula el estado de derecho. Ni siquiera es un estado de excepción.
Se ha vaciado de autoridad y al romper el monopolio de la violencia la ha instalado en la sociedad.
En el fascismo había un estado fuerte capaz de organizar a la sociedad y de construir consensos.
El estado centralizaba y disciplinaba.
Hoy apelar al derecho y a las normas establecidas colectivamente ha empezado a ser un disparate y la instancia encargada de asegurar su cumplimiento las viola de cara a la sociedad.
Ver, si no, los ejemplos de Guantánamo o de la ocupación de Irak.
Con la reciente crisis las instituciones capitalistas más importantes se han desfondado.
El FMI y el Banco Mundial son repudiados hasta por sus constructores.
Estamos entrando a un capitalismo sin derecho, a un capitalismo sin normas colectivas, a un capitalismo con un estado abiertamente faccioso. Al capitalismo mercenario.
El posneoliberalismo nacional alternativo
Otra vertiente de superación del neoliberalismo es la que protagonizan hoy varios estados latinoamericanos que se proclaman socialistas o en transición al socialismo y que han empezado a contravenir, e incluso revertir, la política neoliberal impuesta por el FMI y el Banco Mundial.
Todas estas experiencias que iniciaron disputando electoralmente la presidencia, aunque distintas entre sí, comparten y construyen en colaboración algunos caminos para distanciarse de la ortodoxia dominante.
Bolivia, Ecuador y Venezuela, de diferentes maneras y con ritmos propios, impulsan políticas de recuperación de soberanía y de poder participativo, que se ha plasmado en las nuevas Constituciones elaboradas por sus sociedades.
La disputa con el FMI y el Banco Mundial ha determinado un alejamiento relativo de sus políticas y de las propias instituciones, al tiempo que se inicia la creación de una institucionalidad distinta, todavía muy incipiente, a través de instancias como el ALBA, el Banco del Sur, Petrocaribe y otras que, sin embargo, no marcan una pauta anticapitalista en sí mismas sino que apuntan, por el momento, a constituir un espacio de mayor independencia con respecto a la economía mundial, que haga propicia la construcción del socialismo. Considerando que, aun sin tener certeza de los resultados, se trata en estos casos por lo menos de un escenario posneoliberal diferente y confrontado con el que desarrollan las potencias dominantes, es conveniente destacar algunos de sus desafíos y paradojas.
1. Para avanzar en procesos de recuperación de soberanía, indispensable en términos de su relación con los grandes poderes mundiales -ya sea que vengan tras facetas estatales o empresariales-, y para emprender proyectos sociales de gran escala bajo una concepción socialista, requieren un fortalecimiento del estado y de su rectoría.
Lo paradójico es que este estado es una institución creada por el propio capitalismo para asegurar la propiedad privada y el control social.
2. Los procesos de nacionalización emprendidos o los límites impuestos al capital transnacional, pasándolo de dueño a prestador de servicios, o a accionista minoritario, marca una diferencia sustancial en la capacidad para disponer de los recursos estratégicos de cada nación.
La soberanía, en estos casos, es detentada y ejercida por el estado, pero eso todavía no transforma la concepción del modo de uso de estos recursos, al grado de que se estimulan proyectos de minería intensiva, aunque bajo otras normas de propiedad.
Para un "cambio de modelo" esto no es suficiente, es un primer paso de continuidad incierta, si bien representa una reivindicación popular histórica.
3. El reforzamiento del interés nacional frente a los poderes globales o transnacionales va acompañado de una centralización estatal que no resulta fácilmente compatible con la plurinacionalidad postulada por las naciones o pueblos originarios, ni con la idea de una democracia participativa que acerque las instancias de deliberación y resolución a los niveles comunitarios.
4. Las Constituyentes han esbozado las líneas de construcción de una nueva sociedad.
En Bolivia y Ecuador se propone cambiar los objetivos del "desarrollo" por los del "buen vivir", marcando una diferencia fundamental entre la carrera hacia delante del desarrollo con la marcha horizontal e incluso circular del buen vivir, que llamaría a recordar la metáfora zapatista de caminar al paso del más lento.
La dislocación epistemológica que implica trasladarse al terreno del buen vivir coloca el proceso ya en el camino de una bifurcación societal y, por tanto, la discusión ya no es neoliberalismo o posneoliberalismo sino eso otro que ya no es capitalista y que recoge las experiencias milenarias de los pueblos pero también la crítica radical al capitalismo.
Los apelativos son variados: socialismo comunitario, socialismo del siglo XXI, socialismo en el siglo XXI, o ni siquiera socialismo, sólo buen vivir, autonomía comunitaria u horizontes emancipatorios.
Ahora bien, la construcción de ese otro, que genéricamente podemos llamar el buen vivir, tiene que salirse del capitalismo pero a la vez tiene que transformar al capitalismo, con el riesgo, siempre presente, de quedar atrapado en el intento porque, entre otras razones, esta búsqueda se emprende desde la institucionalidad del estado (todavía capitalista), con toda la carga histórica y política que conlleva.
El posneoliberalismo de los pueblos
Otro proceso de salida del neoliberalismo es el que han emprendido los pueblos que no se han inclinado por la lucha electoral, fundamentalmente porque han decidido de entrada distanciarse de la institucionalidad dominante.
En este proceso, con variantes, se han involucrado muchos de los pueblos indios de América, aunque no sólo, y su rechazo a la institucionalidad se sustenta en la combinación de las bifurcaciones con respecto a la dominación colonial que hablan de rebeliones larvadas a lo largo de más de 500 años, con las correspondientes a la dominación capitalista.
Las naciones constituidas en el momento de la independencia de España y Portugal en realidad reprodujeron las relaciones de colonialidad interna y por ello no son reconocidas como espacios recuperables.
La resistencia y las rebeliones se levantan a veces admitiendo la nación, más no el estado, como espacio transitorio de resistencia, y a veces saltando esta instancia para lanzarse a una lucha anticapitalista-anticolonial y por la construcción-reconstrucción de formas de organización social simplemente distintas.
Desde esta perspectiva el proceso se realiza en los espacios comunitarios, transformando las redes cotidianas y creando condiciones de autodeterminación y autosustentación, siempre pensadas de manera abierta, en interlocución y en intercambio solidario con otras experiencias similares.
Recuperar y recrear formas de vida propias, humanas, de respeto con todos los otros seres vivos y con el entorno, con una politicidad libre y sin hegemonismos.
Democracias descentradas.
Este es el otro camino de salida del neoliberalismo, que sería muy empobrecedor llamar posneoliberalismo porque, incluso, es difícil de ubicar dentro del mismo campo semántico. Y todos sabemos que la semántica es también política y que también ahí es preciso subvertir los sentidos para que correspondan a los nuevos aires emancipatorios.
Lo que viene después del neoliberalismo es un abanico abierto con múltiples posibilidades. No estrechemos el horizonte cercándolo con términos que reducen su complejidad y empequeñecen sus capacidades creativas y emancipatorias.
El mundo está lleno de muchos mundos con infinitas rutas de bifurcación.
A los pueblos en lucha toca ir marcando los caminos.
Ana Esther Ceceña
Observatorio Latinoamericano de Geopolítica
La crisis y la consolidación del poder de las clases dominantes : No creo que las ONG y las organizaciones de la sociedad civil están en vías de transformar el mundo.
¿Marca esta crisis el final del neoliberalismo? Yo creo que depende de lo que se entienda por neoliberalismo.
En mi interpretación, el neoliberalismo ha sido un proyecto de clase camuflado bajo una proteica retórica sobre la libertad individual, el albedrío, la responsabilidad personal, la privatización y el libre mercado.
Pero esa retórica no era sino un medio para la restauración y consolidación del poder de clase, y en este sentido, el proyecto neoliberal ha sido todo un éxito.
Uno de los principios básicos que quedaron sentados en los setenta fue que el poder del Estado tenía que proteger las instituciones financieras, costara lo que costara.
Ese principio fue puesto por obra en la crisis de Nueva York de mediados de los setenta, y fue internacionalmente definido por vez primera cuando se cernía sobre México el espectro de la bancarrota, en 1982.
Eso habría destruido los bancos de inversión neoyorquinos, de modo que el Tesoro estadounidense y el FMI actuaron de consuno en rescate de México.
Mas, al hacerlo, impusieron un programa de austeridad a la población mexicana.
En otras palabras, protegieron a los bancos y destruyeron al pueblo; no otra ha sido la práctica regular del FMI desde entonces.
El presente rescate es el mismo viejo cuento, una vez más, sólo que a una escala ciclópea.
Lo que pasó en los EEUU fue que 8 hombres nos dieron un documento de 3 páginas a modo de pistola que nos apuntaba a todos: “dadnos 700 mil millones de dólares, y no se hable más”.
Para mí eso fue una suerte de golpe financiero contra el Estado y contra la población norteamericanos.
Lo que significa que no se saldrá de esta crisis con una crisis de la clase capitalista; se saldrá de ella con una consolidación todavía mayor de esa clase.
Terminará habiendo 4 o 5 grandes entidades financieras en los EEUU, no más.
Muchos en Wall Street están ya medrando ahora mismo.
Lazard’s, a causa de su especialización en fusiones y adquisiciones, está ganando dinero a espuertas.
Algunos no escaparán a la quema, pero habrá por doquiera una consolidación del poder financiero.
Andrew Mellon –banquero norteamericano, Secretario del Tesoro en 1921-32, dejó estupendamente dicho que en una crisis los activos terminan siempre por regresar a sus legítimos propietarios.
Una crisis financiera es un modo de racionalizar lo que es irracional: por ejemplo, el inmenso crac asiático de 1997-8 resultó en un nuevo modelo de desarrollo capitalista.
Las grandes alteraciones llevan a una reconfiguración, a una nueva forma de poder de clase.
Podría ir mal, políticamente hablando.
El rescate bancario ha sido resistido en el Senado y en otras partes, de manera que es posible que la clase política no se alinee tan fácilmente: pueden poner estorbos en el camino, pero, hasta ahora, han tragado y no han nacionalizado los bancos.
Sin embargo, esto podría llevar a una lucha política de mayor calado: se percibe una vigorosa resistencia a dar más poder a quienes nos metieron en este lío.
La elección de equipo económico de Obama está siendo cuestionada; por ejemplo, la de Larry Summers, que era Secretario del Tesoro en el momento clave en que muchas cosas empezaron a ir realmente mal, al final de la administración Clinton.
¿Por qué dar cargos a tantas gentes favorables a Wall Street, al capital financiero, que reintrodujeron el predominio del capital financiero?
Eso no quiere decir que no vayan a rediseñar la arquitectura financiera, porque saben que su rediseño es ineludible, pero la cuestión es: ¿para quién la rediseñarán?
La gente está verdaderamente descontenta con el equipo económico de Obama; también el grueso de la prensa.
Se precisa una nueva forma de arquitectura financiera.
Yo no creo que deban abolirse todas las instituciones existentes; no, desde luego, el Banco Internacional de Pagos (BIS, por sus siglas en inglés), ni siquiera el FMI.
Yo creo que necesitamos esas instituciones, pero que tienen que transformarse radicalmente.
La gran cuestión es: quién las controlará y cuál será su arquitectura.
Necesitaremos gente, expertos con alguna inteligencia del modo en que esas instituciones funcionan y pueden funcionar.
Y eso es muy peligroso, porque, como podemos ver ya ahora mismo, cuando el Estado busca a alguien que entienda lo que está pasando, suele mirar a Wall Street.
Un movimiento obrero inerme: hasta aquí hemos llegado
Que podamos salir de esta crisis por alguna otra vía depende, y por mucho, de la relación de fuerzas entre las clases sociales.
Depende de hasta qué punto el conjunto de la población diga:
“¡hasta aquí hemos llegado; hay que cambiar el sistema!”.
Ahora mismo, cuando se observa retrospectivamente lo que les ha pasado a los trabajadores en los últimos 50 años, se ve que no han conseguido prácticamente nada de este sistema.
Pero no se han rebelado.
En los EEUU, en los últimos 7 u 8 años, se ha deteriorado en general la condición de las clases trabajadoras, y no se ha dado un movimiento masivo de resistencia.
El capitalismo financiero puede sobrevivir a la crisis, pero eso depende por completo de que se produzca una rebelión popular contra lo que está pasando, y de que haya una verdadera embestida tendente a reconfigurar el modo de funcionamiento de la economía.
Uno de los mayores obstáculos atravesados en el camino de la acumulación continuada de capital fue, en los 60 y comienzos de los 70, el factor trabajo.
Había escasez de trabajo, tanto en Europa como en los EEUU, y el mundo del trabajo estaba bien organizado, con influencia política.
De modo, pues, que una de las grandes cuestiones para la acumulación de capital en ese período era: ¿cómo puede lograr el capital tener acceso a suministros de trabajo más baratos y más dóciles?
Había varias respuestas.
Una pasaba por estimular la inmigración.
En los EEUU se revisaron en serio las leyes migratorias en 1965, lo que les permitió el acceso a la población mundial excedente (antes de eso, sólo se favorecía migratoriamente a caucásicos y europeos).
A fines de los 60, el gobierno francés subsidiaba la importación de mano de obra magrebí, los alemanes traían a turcos, los suecos importaban yugoslavos y los británicos tiraban de su imperio.
Así que apareció una política proinmigración, que era una forma de lidiar con el problema.
Otra vía fue el cambio tecnológico rápido, que echa a la gente del trabajo, y si eso fallaba, ahí estaban gentes como Reagan, Thatcher y Pinochet para aplastar al movimiento obrero organizado.
Finalmente, y por la vía de la deslocalización, el capital se desplaza hacia dónde hay mano de obra excedente.
Eso fue facilitado por dos cosas.
Primero, la reorganización técnica de los sistemas de transporte: una de las mayores revoluciones ocurridas durante ese período fue la de los containers, que permitieron fabricar partes de automóviles en Brasil y embarcarlas a bajo coste hacia Detroit, o hacia dónde fuera.
En segundo lugar, los nuevos sistemas de comunicación permitieron una organización más ajustada en el tiempo de la producción en cadena de mercancías a través del espacio global.
Todas estas vías se encaminaban a resolver para el capital el problema de la escasez de trabajo, de modo que hacia 1985 el capital había dejado de tener problemas al respecto.
Podía tener problemas específicos en zonas particulares, pero, globalmente, tenía a su disposición abundante trabajo; el subitáneo colapso de la Unión Soviética y la transformación de buena parte de China vinieron a añadir a cerca de 2 mil millones de personas al proletariado global en el pequeño espacio de 20 años.
Así pues, la disponibilidad de trabajo no representa hoy problema ninguno, y el resultado de eso es que el mundo del trabajo ha ido quedando en situación de indefensión en los últimos 30 años.
Pero cuando el trabajo está inerme, recibe salarios bajos, y si te empeñas en represar los salarios, eso limitará los mercados.
De modo que el capital comenzó a tener problemas con sus mercados.
Y ocurrieron dos cosas.
La primera: el creciente hiato entre los ingresos del trabajo y lo que los trabajadores gastaban comenzó a salvarse mediante el auge de la industria de las tarjetas de crédito y mediante el creciente endeudamiento de los hogares.
Así, en los EEUU de 1980, nos encontramos con que la deuda media de los hogares rondaba los 40.000 dólares [copnstantes], mientras que ahora es de unos 130.000 dólares [constantes] por hogar, incluyendo las hipotecas.
La deuda de los hogares se disparó, y eso nos lleva a la financiarización, que tiene que ver con unas instituciones financieras lanzadas a sostener las deudas de los hogares de gente trabajadora, cuyos ingresos han dejado de crecer.
Y empiezas por la respetable clase trabajadora, pero más o menos hacia 2000 te empiezas a encontrar ya con hipotecas subprime en circulación.
Buscas crear un mercado.
De modo que las entidades financieras se lanzan a sostener el financiamiento por deuda de gente prácticamente sin ingresos.
Mas, de no hacerlo, ¿qué ocurriría con los promotores inmobiliarios que construían vivienda? Así pues, se hizo, y se buscó estabilizar el mercado financiando el endeudamiento.
Las crisis de los valores de los activos
Lo segundo que ocurrió fue que, desde 1980, los ricos se fueron haciendo cada vez más ricos a causa de la represión salarial.
La historia que se nos contó es que invertirían en nuevas actividades, pero no lo hicieron; el grueso de los ricos empezó a invertir en activos, es decir, pusieron su dinero en la bolsa.
Así se generaron las burbujas en los mercados de valores.
Es un sistema análogo al esquema de Ponzi, pero sin necesidad de que lo organice un Madoff.
Los ricos pujan por valores de activos, incluyendo acciones, propiedades inmobiliarias y propiedades de ocio, así como en el mercado de arte.
Esas inversiones traen consigo financiarización.
Pero, a medida que pujas por valores de activos, eso repercute en el conjunto de la economía, de modo que vivir en Manhattan llegó a ser de todo punto imposible, a menos que te endeudaras increíblemente, y todo el mundo se ve envuelto en esta inflación de los valores de los activos, incluidas las clases trabajadoras, cuyos ingresos no crecen.
Y lo que tenemos ahora es un colapso de los valores de los activos; el mercado inmobiliario se ha desplomado, el mercado de valores se ha desplomado.
Siempre ha habido el problema de la relación entre representación y realidad.
La deuda tiene que ver con el valor futuro que se les supone a bienes y servicios, de modo que supone que la economía seguirá creciendo en los próximos 20 o 30 años.
Entraña siempre un pálpito, una conjetura tácita, que luego se refleja en la tasa de interés, descontada a futuro.
Este crecimiento del área financiera luego de los 70 tiene mucho que ver con lo que yo creo es el problema clave: lo que yo llamaría el problema de absorción del excedente capitalista.
Como nos enseña la teoría del excedente, los capitalistas producen un excedente del que luego tienen que hacerse con una parte, recapitalizarla y reinvertirla en expansión.
Lo que significa que siempre tienen que encontrar algo en lo que expandirse.
En un artículo que escribí para la New Left Review, “El derecho a la ciudad”, señalaba yo que en los últimos 30 años un inmenso volumen de excedente de capital ha sido absorbido por la urbanización: por la reestructuración, la expansión y la especulación urbanas.
Todas y cada una de las ciudades que he visitado constituyen enormes emplazamientos de construcción aptos para la absorción de excedente capitalista.
Ahora, ni que decir tiene, muchos de esos proyectos han quedado a medio hacer.
Ese modo de absorber excedentes de capital se ha ido haciendo más y más problemático con el tiempo.
En 1750, el valor del total de bienes y servicios producidos rondaba los 135 mil millones de dólares (constantes).
Hacia 1950, era de 4 billones de dólares.
En 2000, se acercaba a los 40 billones.
Ahora ronda los 50 billones.
Y si no yerra Gordon Brown, se doblará en los próximos 20 años, hasta alcanzar los 100 billones en 2030.
A lo largo de la historia del capitalismo, la tasa general media de crecimiento ha rondado el 2,5% anual, sobre base compuesta.
Eso significaría que en 2030 habría que encontrar salidas rentables para 2,5 billones de dólares.
Es un orden de magnitud muy elevado.
Yo creo que ha habido un serio problema, particularmente desde 1970, con el modo de absorber volúmenes cada vez más grandes de excedente en la producción real.
Sólo una parte cada vez más pequeña va a parar a la producción real, y una parte cada vez más grande se destina a la especulación con valores de activos, lo que explica la frecuencia y la profundidad crecientes de las crisis financieras que estamos viendo desde 1975, más o menos.
Son todas crisis de valores de activos.
Yo diría que, si saliéramos de esta crisis ahora mismo, y si se diera una acumulación de capital con una tasa de un 3% de crecimiento anual, nos encontraríamos con un montón de problemas endemoniados.
El capitalismo se enfrenta a serias limitaciones medioambientales, así como a limitaciones de mercado y de rentabilidad.
El reciente giro hacia la financiarización es un giro forzado por la necesidad de lidiar con un problema de absorción de excedente; un problema, empero, que no se puede abordar sin exponerse a devaluaciones periódicas.
Es lo que está ocurriendo ahora mismo, con pérdidas de varios billones de dólares de valores de activos.
El término “rescate nacional” es, por lo tanto, inapropiado, porque no están salvando al conjunto del sistema financiero existente; están salvando a los bancos, a la clase capitalista, perdonándoles deudas y transgresiones.
Y sólo les están salvando a ellos.
El dinero fluye a los bancos, pero no a las familias que están siendo hipotecariamente ejecutadas, lo que está comenzado a provocar cólera.
Y los bancos están usando ese dinero, no para prestarlo, sino para comprar otros bancos.
Están consolidando su poder de clase.
El colapso del crédito
El colapso del crédito para la clase trabajadora pone fin a la financiarización como solución de la crisis del mercado.
Por consecuencia, veremos una importante crisis de desempleo, así como el colapso de muchas industrias, a menos que se emprenda una acción efectiva para cambiar el curso de las cosas. Y en este punto es donde se desarrolla ahora la discusión sobre el regreso a un modelo económico keynesiano.
El programa económico de Obama consiste en invertir masivamente en grandes obras públicas y en tecnologías verdes, regresando en cierto sentido al tipo de solución del New Deal.
Yo soy escéptico respecto de su capacidad para lograrlo.
Para entender la presente situación, necesitamos ir más allá de lo que ocurre en el proceso de trabajo y en la producción, necesitamos entrar en el complejo de relaciones en torno al Estado y las finanzas.
Necesitamos comprender el modo en que la deuda nacional y el sistema de crédito han sido, desde el comienzo, vehículos fundamentales para la acumulación primitiva, o para lo que yo llamo acumulación por desposesión (según puede verse en el sector de la construcción).
En “El derecho a la ciudad” observaba yo la manera en que había sido revitalizado el capitalismo en el París del Segundo Imperio: el Estado, de consuno con los banqueros, puso por obra un nuevo vínculo Estado-capital financiero, a fin de reconstruir París.
Eso generó pleno empleo y los bulevares, los sistemas de suministro de agua corriente y los sistemas de canalización de residuos, así como nuevos sistemas de transporte; gracias a ese tipo de mecanismos se construyó también el Canal de Suez.
Una buena parte de todo eso se financió con deuda.
Ahora, ese vínculo Estado-finanzas viene experimentando una enorme transformación desde 1970: se ha hecho más internacional, se ha abierto a todo tipo de innovaciones financieras, incluidos los mercados de derivados y los mercados especulativos, etc.
Se ha creado una nueva arquitectura financiera.
Lo que yo creo que está pasando ahora mismo es que ellos están buscando una nueva forma de esquema financiero que pueda resolver el problema, no para el pueblo trabajador, sino para la clase capitalista.
En mi opinión, están en vías de hallar una solución para la clase capitalista, y si el resto de nosotros sufre las consecuencias, pues ¡qué se le va a hacer!
La única cosa que les preocupa de nosotros es que nos alcemos en rebelión.
Y mientras esperamos a rebelarnos, ellos tratan de diseñar un sistema acorde con sus propios intereses de clase.
Desconozco cómo será esa nueva arquitectura financiera.
Si se mira con atención lo que pasó durante la crisis fiscal en Nueva York, se verá que los banqueros y los financieros no tenían la menor idea de qué hacer; lo que terminaron haciendo fue una especie de bricolaje a tientas, pieza aquí, pieza allí; luego juntaron los fragmentos de un modo nuevo, y terminaron con una construcción de nueva planta.
Mas, cualquiera sea la solución a la que lleguen, les vendrá a su medida, a menos que nosotros nos plantemos y comencemos a decir que queremos algo a nuestra medida.
Las gentes como nosotros podemos desempeñar un papel crucial a la hora de plantear cuestiones y de desafiar la legitimidad de las decisiones que se están tomando ahora mismo.
También, claro está, a la hora de realizar análisis muy claros de la verdadera naturaleza del problema y de las posibles salidas ofrecidas al mismo.
Alternativas
Necesitamos empezar a ejercer de hecho nuestro derecho a la ciudad.
Tenemos que preguntar qué es más importante, el valor de los bancos o el valor de la humanidad.
El sistema bancario debería servir a la gente, no vivir a costa de la gente.
Y la única manera en que seremos capaces de ejercer el derecho a la ciudad es tomando las riendas del problema de la absorción del excedente capitalista.
Tenemos que socializar el excedente de capital, y escapar para siempre al problema del 3% de acumulación.
Nos hallamos ahora en un punto en el que seguir indefinidamente con una tasa de crecimiento del 3% llegará a generar unos costes ambientales tan tremendos, y una presión sobre las situaciones sociales tan tremenda, que estaremos abocados a una crisis financiera tras otra.
El problema central es cómo se pueden absorber los excedentes capitalistas de un modo productivo y rentable.
En mi opinión, los movimientos sociales tienen que coaligarse en torno a la idea de lograr un mayor control sobre el producto excedente.
Y aunque yo no apoyo una vuelta al modelo keynesiano del tipo que teníamos en los 60, me parece fuera de duda que entonces había un control social y político mucho mayor sobre la producción, la utilización y la distribución del excedente.
El excedente circulante se derivaba hacia la construcción de escuelas, hospitales e infraestructura.
Eso es lo que sacó de sus casillas a la clase dominante y causó un contramovimiento a fines de los 60: no tenían control bastante sobre el excedente.
Sin embargo, si se atiende a los datos disponibles, se ve que la proporción de excedente absorbido por el Estado no ha variado mucho desde 1970; lo que hizo, así pues, la clase capitalista fue frenar una ulterior socialización del excedente.
También lograron transformar la palabra “gobierno” en la palabra “gobernanza”, haciendo porosas las actividades gubernamentales y empresariales, lo que permite situaciones como la que tenemos en Irak, en donde contratistas privados muñeron implacablemente las ubres del beneficio fácil.
Creo que estamos aproados a una crisis de legitimación.
En los pasados treinta años, se ha repetido una y otra vez la ocurrencia de Margaret Thatcher, según la cual “no hay alternativa” a un mercado libre neoliberal, a un mundo privatizado, y si no tenemos éxito en ese mundo, es por culpa nuestra.
Yo creo que es muy difícil decir que, enfrentados a una crisis de ejecuciones hipotecarias y desahucios inmobiliarios, se ayuda a los bancos pero no a las personas que pierden su vivienda.
Puedes acusar a los desahuciados de irresponsabilidad, y en los EEUU no deja de haber un componente fuertemente racista en esa acusación.
Cuando la primera ola de ejecuciones hipotecarias golpeó zonas como Cleveland y Ohio, resultó devastadora para las comunidades negras, pero la reacción de algunos fue poco más o menos ésta:
“¿pues qué esperabais? Los negros son gente irresponsable”.
Las explicaciones de la crisis dilectas de la derecha son en términos de codicia personal, tanto en lo que hace a Wall Street, como en lo que hace a la gente que pidió prestado para comprarse una vivienda.
Lo que tratan es de cargar la culpa de la crisis a sus víctimas.
Una de nuestras tareas consiste en decir: “no, no se puede hacer eso en absoluto”, y tratar luego de ofrecer una explicación cogente de esta crisis como un fenómeno de clase: una determinada estructura de explotación se fue a pique y está en vías de ser desplazada por otra estructura aún más profunda de explotación.
Es muy importante que esta explicación alternativa de la crisis sea presentada y discutida públicamente.
Una de las grandes configuraciones ideológicas que está en vías de formarse tiene que ver con el papel que habrá de desempeñar en el futuro la propiedad de la vivienda, una vez comencemos a decir cosas como que hay que socializar buena parte del parque de viviendas, puesto que desde los años 30 hemos tenido enormes presiones a favor de la vivienda individualizada como forma de asegurar los derechos y la posición de la gente.
Tenemos que socializar y recapitalizar la educación y la asistencia sanitaria públicas, a demás de la provisión de vivienda.
Esos sectores de la economía tienen que ser socializados, de consuno con la banca.
Una política radical, más allá de las divisiones de clase
Hay otro punto que debemos reconsiderar: el trabajo y, particularmente, el trabajo organizado es sólo una pequeña pieza de este conjunto de problemas, y sólo juega un papel parcial en lo que está ocurriendo.
Y eso por una razón muy sencilla, que se remonta a las limitaciones de Marx a la hora de plantear la cosa.
Si decimos que la formación del complejo Estado-finanzas es absolutamente crucial para la dinámica del capitalismo (y, obviamente, lo es), y si nos preguntamos qué fuerzas sociales actúan en punto a contrarrestar o promover esas formaciones institucionales, hay que reconocer que el trabajo nunca ha estado en primera línea de esta lucha.
El trabajo ha estado en primera línea en el mercado de trabajo y en el proceso de trabajo, y ambos son momentos vitales del proceso de circulación, pero el grueso de las luchas que se han desarrollado en torno al vínculo Estado-finanzas han sido luchas populistas, en las que le trabajo sólo parcialmente ha estado presente.
Por ejemplo, en los EEUU de los años 30 hubo un montón de populistas que apoyaban a los atracadores de bancos Bonnie y Clyde.
Y actualmente, muchas de las luchas en curso en América Latina tienen una dirección más populista que obrera.
El trabajo siempre ha tenido un papel muy importante a jugar, pero no creo yo que ahora mismo estemos en una situación en la que la visión convencional de proletariado como vanguardia de la lucha sea de mucha ayuda, cuando la arquitectura del vínculo Estado-finanzas (el sistema nervioso central de la acumulación de capital) es el asunto fundamental.
Puede haber épocas y lugares en los que los movimientos proletarios resulten de gran importancia, por ejemplo, en China, en donde yo les auguro un papel críticamente decisivo que, en cambio, no veo en nuestro país.
Lo interesante es que los trabajadores del automóvil y las compañías automovilísticas son ahora mismo aliados frente al nexo Estado-finanzas, de modo que la gran división de clase que siempre hubo en Detroit no se da ya, o no del mismo modo.
Lo que ahora está en curso es un nuevo tipo, completamente distinto, de política de clase, y algunas de las formas marxistas convencionales de ver estas cosas se atraviesan en el camino de una política verdaderamente radical.
También es un gran problema para la izquierda el que muchos piensen que la conquista del poder del Estado no debe jugar ningún papel en las transformaciones políticas. Yo creo que están locos.
En el Estado radica un poder increíble, y no se puede prescindir de él como si careciera de importancia.
Soy profundamente escéptico respecto de la creencia, según la cual las ONG y las organizaciones de la sociedad civil están en vías de transformar el mundo; no porque las ONG no puedan hacer nada, sino porque se requiere otro tipo de concepción y de movimiento políticos, si queremos hacer algo ante la crisis principal que está en curso.
En los EEUU, el instinto político es muy anarquista, y aunque yo simpatizo mucho con bastantes puntos de vista anarquistas, sus inveteradas protestas contra el Estado y su negativa a hacerse con el control del mismo constituyen otro obstáculo atravesado en el camino.
No creo que estemos en una posición que nos permita determinar quiénes serán los agentes del cambio en la presente coyuntura, y es palmario que serán distintos en las distintas partes del mundo.
Ahora mismo, en los EEUU, hay signos de que la clase de los ejecutivos y gestores empresariales, que han vivido de los ingresos procedentes del capital financiero todos estos años, están enojados y pueden radicalizarse un poco.
Mucha gente ha sido despedida de los servicios financieros, y en algunos casos, han llegado a ver ejecutadas sus hipotecas. Los productores culturales están tomando consciencia de la naturaleza de los problemas que enfrentamos, y de la misma manera que en los años 60 las escuelas de arte se convirtieron en centros de radicalismo político, no hay que descartar la reaparición de algo análogo.
Podríamos ver el auge de organizaciones transfronterizas, a medida que las reducciones en las remesas de dinero enviadas extiendan la crisis a lugares como el México rural o Kerala.
Los movimientos sociales tienen que definir qué estrategias y políticas quieren desarrollar. Nosotros, los académicos, no deberíamos vernos jamás en el papel de misioneros en los movimientos sociales; lo que deberíamos hacer es entrar en conversación y charlar sobre cómo vemos la naturaleza del problema.
Dicho esto, me gustaría proponeros algunas ideas.
Una idea interesante en los EEUU ahora mismo es que los gobiernos municipales aprueben ordenanzas anti-desahucio.
Creo que hay muchos sitios en Francia donde han hecho eso. Entonces podríamos montar una empresa municipal de vivienda que asumiera las hipotecas y devolviera al banco el principal de la deuda, renegociando los intereses, porque los bancos han recibido un montón de dinero, supuestamente, para lidiar con eso, aunque no lo hacen.
Otra cuestión clave es la de la ciudadanía y los derechos.
Yo creo que los derechos a la ciudad deberían garantizarse por residencia, independientemente de qué ciudadanía o nacionalidad tengáis.
Actualmente, se está negando a la gente todo derecho político a la ciudad, a menos que tengan la ciudadanía.
Si eres inmigrante, careces de derechos.
Creo que hay que lanzar luchas en torno a los derechos a la ciudad.
En la Constitución brasileña tienen una cláusula de “derechos a la ciudad” que versa sobre los derechos de consulta, participación y procedimientos presupuestarios.
Creo que de todo eso podría resultar una política.
Reconfiguración de la urbanización
Hay en los EEUU posibilidades de actuación a escala local, con una larga tradición en cuestiones medioambientales, y en los últimos quince o veinte años los gobiernos municipales han sido a menudo más progresistas que el gobierno federal.
Hay ahora mismo una crisis en las finanzas municipales, y verosímilmente habrá protestas y presiones sobre Obama para que ayude a recapitalizar a los gobiernos municipales (lo que figura ya en el paquete de estímulos).
Obama ha dejado dicho que ésta es una de las cosas que más le preocupan, especialmente porque mucho de lo que está pasando se desarrolla a nivel local; por ejemplo, la crisis hipotecaria subprime.
Como vengo sosteniendo, las ejecuciones hipotecarias y los desahucios han de entenderse como crisis urbana, no como crisis financiera: es una crisis financiera de la urbanización.
Otra cuestión importante es pensar políticamente sobre la forma de convertir en un componente estratégico algún tipo de alianza entre la economía social y el mundo del trabajo y los movimientos municipales como el del derecho a la ciudad.
Eso tiene que ver con la cuestión del desarrollo tecnológico.
Por ejemplo: yo no veo razón para no tener un sistema municipal de apoyo al desarrollo de sistemas productivos como la energía solar, a fin de crear aparatos y posibilidades más descentralizados de empleo.
Si yo tuviera que desarrollar ahora mismo un sistema ideal, diría que en los EEUU deberíamos crear un banco nacional de re-desarrollo y, de los 700 mil millones que aprobaron, destinar 500 mil para que ese banco trabajara con los municipios para ayudar a los vecinos golpeados por la ola de desahucios.
Porque los desahucios han sido una especie de Katrina financiero en muchos aspectos: han arrasado comunidades enteras, normalmente comunidades pobres negras o hispánicas.
Pues bien; entras en esos vecindarios y les devuelves a la gente que vivía allí y les reubicas sobre otro tipo de base, con derechos de residencia, y con un tipo distinto de financiación.
Y hay que hacer verdes esos barrios, creando allí oportunidades de empleo local.
Puedo, pues, imaginar una reconfiguración de la urbanización.
Para hacer algo en materia de calentamiento global, necesitamos reconfigurar totalmente el funcionamiento de las ciudades norteamericanas; pensar en pautas completamente nuevas de urbanización, en nuevas formas de vivir y de trabajar.
Hay un montón de posibilidades a las que la izquierda debería prestar atención; tenemos oportunidades reales.
Y aquí es donde tengo un verdadero problema con algunos marxistas que parecen pensar:
“¡Sí, señor! Es una crisis, ¡y las contradicciones del capitalismo terminarán por resolverse ahora, de uno u otro modo!”.
No es éste momento de triunfalismos, es momento de hacerse preguntas y plantearse problemas.
Por lo pronto, yo creo que el modo en que Marx planteó las cosas no está exento de dificultades.
Los marxistas no comprenden muy bien el complejo Estado-finanzas de la urbanización, son terriblemente torpes a la hora de entender eso.
Pero ahora tenemos que repensar nuestra posición teórica y nuestras posibilidades políticas.
Así que, tanto como la acción práctica, se precisa volver a pensar teóricamente muchas cosas.
David Harvey
Kate Ferguson y Mary Livingstone transcribieron y editaron esta conferencia del reconocido geógrafo, historiador y urbanista marxista anglo-norteamericano David Harvey.
Traducción Minima Estrella
sinpermiso.info
A mi entender una cosa es el tránsito al socialismo y otra el socialismo como tránsito al comunismo y modo de producción y distribución, sistema político, instituciones estatales, cultura y transformación de los seres humanos.
El tránsito es el proceso que conduce a esa meta y se diferencia de ella en que contiene no pocos elementos del pasado capitalista y precapitalista, especialmente en los países de capitalismo medio o bajo, o de capitalismo dependiente y tardío, como le llaman algunos autores.
Pero una cosa -siempre que exista la voluntad de acelerar dentro de lo posible la socialización de la economía, del poder y la vida en sociedad- trae a la otra: permite avanzar progresivamente en una determinada dirección, en dirección al socialismo pleno.
La socialización de la economía, la democratización y posterior extinción el poder estatal, la transformación cultural… los cambios necesarios en la conciencia individual y colectiva, no pueden darse en actos instantáneos o de corta duración. Es más bien una orientación y una práctica transformadora de mediano y largo plazo.
Y esto es una verdad mayor en el caso de países de capitalismo atrasado y dependiente, sometido durante años, por demás, a la recolonización neoliberal y a sus efectos, acompañada muchas veces de fuertes herencias precapitalistas.
Se trata no solo de un proceso transformador, cuya velocidad, profundidad y extensión, varía por países en función de los obstáculos a vencer, de las trabas a superar y de la correlación entre las fuerzas del cambio revolucionario y las fuerzas contrarrevolucionarias internas y externas; si no también de un proceso multifacético e integral.
El capitalismo en general, y el latinoamericano-caribeño por igual, no es solo un modo de producción, sino sobre todo un sistema de dominación integral, que incluye otras esferas de la economía e importantes vertientes sociales, jurídicas-políticas, institucionales, militares, ideológicas, culturales…
Si en la economía es inviable una socialización instantánea, también lo es en los demás aspectos de la vida en sociedad.
Las cambios de una formación económica-social, política y cultural a otra, de un sistema a otro, enfrentan altos grados y variadas formas de resistencia, requieren de transformaciones profundas, exigen procesos y niveles de conciencia, demandan nuevas formas organizativas, nuevos métodos de gestión y participación, nuevas bases constitucionales, leyes, cambio de mentalidad… que tardan en lograrse.
La conveniencia de llamar el tránsito revolucionario por su nombre.
Por eso, cuando nos referimos a las alternativas al capitalismo, procede hablar del tránsito hacia una sociedad post-neoliberal de contenido anti-capitalista, que posibilite crear las condiciones y valores de una nueva sociedad históricamente conocida como sociedad socialista o socialismo.
Tránsito o transición es palabra clave para reflejar en la denominación del periodo el carácter procesal de la transformación, evitando así etiquetar con el nombre de socialismo lo que es un proceso hacia él, cargado de herencias, trabas y limitaciones a superar.
Esto, además, descarta mitificar la realidad y cargarle al socialismo los problemas y limitaciones del difícil y complejo tránsito hacia él.
En nuestra América esta clarísimo que los primeros propósitos de esa transición al socialismo consisten en desmantelar el modelo neoliberal que nos han impuesto y avanzar hacia la sociedad pos-neoliberal, socializando, parcialmente o completamente, determinadas vertientes estratégicas, tanto en lo económico y social como en lo político y lo cultural.
· Neoliberalismo y post-neoliberalismo no capitalista
En esta parte creo conveniente apoyarme y tratar de enriquecer algunas ideas claves presentes en este trascendente debate.
En primer lugar, el neoliberalismo ha implicado la disgregación y fragmentación, de las redes y organizaciones sociales de apoyo, solidaridad y movilización de los pueblos. Y es preciso reconstruir esas redes y movimientos, teniendo presentes las transformaciones irreversibles operadas en viejos sujetos sociales y la aparición de nuevo actores.
En segundo lugar, el neoliberalismo se ha consolidado, privatizando todos, o gran parte, de los recursos públicos; transfiriendo al capital privado las riquezas colectivas (empresas del Estado, servicios públicos, fondos pensiones, puertos, aeropuertos, carreteras, tierra, boques, playas, minerales, agua…).
Esto exige desprivatizar la riqueza colectiva, devolviéndosela a sus verdaderos dueños.
Esto equivale concretamente a desprivatizar para socializar esos recursos, cuidándonos de no volver al estatismo burocrático, centralista, corruptor y corrompido, que le sirvió de pretextos a las privatizaciones y se convirtió en una de las causas fundamentales del fracaso del “socialismo real”. Y cuidándonos de no caer en la trampa de la vuelta a un ya ilusorio capitalismo, también fracasado, de corte keynesiano o neo-keynesiano
Esta desprivatización, en dirección a la socialización, implica un alto grado re-nacionalización, recuperación de soberanía y autodeterminación, en la medida las privatizaciones han favorecido sobre todo al capital extranjero-transnacional.
En tercer lugar, el imperialismo se impuso achicando las funciones económicas y sociales del Estado, no así la represiva ni las que sirven de apoyo al gran capital privado.
Y esto demanda potenciar y reposicionar el Estado, porque solo con un Estado fuerte podemos presionar, negociar y obtener logros en un contexto internacional adverso, hegemonizado por los partidarios de la globalización y la recolonización neoliberal. Un estado fuerte en lo económico, fuerte en lo cultural, fuerte en lo militar –aliado a otros estados similares- le ofrece a los movimientos sociales y a las fuerzas del cambio revolucionario un escudo de protección.
Hablamos de reforzar el Estado, pero no en el sentido del viejo capitalismo de Estado o del fracasado y mal llamado “socialismo de Estado”.
Hablamos de potenciar y reposicionar un Estado permanentemente controlado y atravesado por la dinámica, las luchas e iniciativas de los movimientos sociales y de las fuerzas políticas revolucionarias, que deben mantener su autonomía, capacidad de presión y poder de decisión; evitando que éste se convierta en presa de los viejos y nuevos empresarios y de las nuevas modalidades de privatización.
En cuanto lugar, el neoliberalismo se ha implantado, desplegado y consolidado, expropiando la participación del pueblo, comercializando y privatizando la política y sus instrumentos (partidos, instituciones), reduciendo la democracia al acto ritual de depositar el voto cada cuatro, cinco o seis años; secuestrando las decisiones, arrebatándosela al votante, corrompiendo, posibilitando que un puñado de magnates y las corrompidas elites de los partido tradicionales, subordinadas al imperialismo, se roben la representación del pueblo y actúen por él.
Este aspecto, vinculado a todos los demás de manera sobresaliente (dado el peso del poder político-gubernamental-estatal), nos emplaza a combatir el neoliberalismo desplegando y potenciando múltiples maneras y formas de democracia, innovando en materia de participación del pueblo, control social, congestión y autogestión en todas los órdenes, exigiendo e imponiendo participación en las decisiones, en todo lo que sucede en el país, desde la inversión en los municipios, presupuestos de alcaldías, presupuestos de empresas y de gobierno, hasta las firmas de convenios internacionales, programas de cooperación, contratos empresariales y política exterior.
Esto implica nueva democracia, democracia participativa e integral, combinación de representación y democracia directa, despliegue de la democracia de base en barrios, campos, zonas obreras, empresas, escuelas, universidades, clubes culturales, sistemas de salud, educación, deportes…
Y requiere de la creación del poder constituyente autónomo, de sucesivos procesos constituyentes que cambien las bases jurídicas sustantivas y abran paso a la nueva institucionalidad.
Una línea programática y de acción de ese tipo permite desmontar el modelo neoliberal y posibilita el avance de la socialización progresiva, en función de prioridades, necesidades y posibilidades reales. Significa a la vez un gran avance del proceso de transición al socialismo, que requiere, claro está, de otras innovaciones, creaciones y transformaciones en todos los órdenes.
Esto tiende a consolidar progresivamente la sociedad post-neoliberal con una orientación anticapitalista y antimperialista, creando las premisas para una socialización integral y un desarrollo de más alto vuelo de la economía, la política y la cultura.
Su dinámica ascendente no podría prescindir de una adecuada separación, complementación y armonía entre los movimientos sociales y demás fuerzas del cambio revolucionario, de una parte, y el nuevo Estado que se vaya configurando, de la otra.
Como el Estado es por sí centralizador de decisiones, se requiere de la autonomía de los movimientos sociales y las fuerzas político-sociales transformadoras que por definición implican expansión y descentralización de las decisiones.
El Estado concentrador, el Estado como poder que se separa de la sociedad, debe ser contrarrestado por las fuerzas que representan socialización de las decisiones, democracia verdadera, contrapoder capaz de posibilitar el avance de la sociedad hacia el no poder.
Esa tensión, esa contradicción, habrá de estar presente en todo el proceso de consolidación de la sociedad post-neoliberal, en todo el curso de la transición al socialismo, e incluso una vez consolidado el socialismo. Solo habrá de desaparecer cuando se logre extinguir el Estado y crear una sociedad basada en la asociación de seres humanos plenamente libres, intensamente solidarios y emancipados de toda coerción y todo miedo. Seres humanos realmente nuevos, liberados de egoísmos, de individualismos infecundos y socialmente destructivos.
La ética que debe conducir a esa suprema meta estratégica debe estar siempre presente.
Narciso Isa Conde
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