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Crítica a la crítica sobre deuda

Contrariamente a lo que se afirma la Deuda Pública no constituye una carga neta sobre las generaciones futuras.

En efecto, quienes nos recuerdan la cantidad de Deuda Pública con la que vendrá al mundo cada españolito (o, hace años, elogiaban ese marcador electrónico que en pleno Manhattan muestra a los viandantes el importe de la Deuda pública estadounidense) se olvidan de que la Deuda pública, cuando es poseída por los ciudadanos del país que tendrá que pagarla (es decir, cuando es "deuda interna", no "deuda externa"), es no sólo una "deuda" para el Estado, sino también un activo para los inversores: en promedio, pues, cada españolito que venga machadianamente al mundo en el futuro "deberá" y "poseerá" necesariamente, en promedio, la misma cantidad de Deuda.

Quienes, sin matizar, afirman que la Deuda Pública es una "carga" para las generaciones futuras incurren en la llamada "falacia de composición" (esto es, pensar que lo que es cierto para la parte -el individuo- lo es también para el todo -la comunidad-).

Curiosamente, los economistas académicos llegaron a la acertada conclusión de que la Deuda Pública (interna) no es ni un activo ni un pasivo neto para el conjunto de los ciudadanos, partiendo del error opuesto. En efecto, Pigou y otros economistas concebían la Deuda pública como un activo financiero neto de las familias, que, al igual que el dinero en épocas de deflación, podía producir - en fases de reducción de los tipos de intéres a largo plazo- un "efecto riqueza" expansivo sobre el consumo privado (llamado, por eso, "efecto Pigou"). Pero en los año 70, Robert Barro, inspirándose en el economista clásico David Ricardo, mostró que los ciudadanos, considerados en su conjunto, no verán normalmente la Deuda Pública como riqueza neta: serán conscientes de que el Estado deberá pagarla con cargo a sus futuros impuestos.

En suma, la Deuda pública (interna) no es ni un activo ni un pasivo neto para el conjunto de los ciudadanos: el pago de sus intereses representa una redistribución de renta desde los contribuyentes a los titulares de los valores.

¿Quiere eso decir que no debe preocuparnos que la Deuda pública crezca con rapidez, especialmente si no lo hace de forma pasajera?

En absoluto: un crecimiento continuado y estructual de la Deuda Pública -que no sea el mero efecto pasajero de una situación recesiva o de un excepcional esfuerzo inversor por el sector público- trasluce un conflicto social sobre la distribución de la renta que, de prolongarse, puede provocar un incentivos económicos adversos, o incluso acabar de forma traumática.

Un crecimiento intenso y constante de la Deuda pública revela una situación presupuestaria estructuralmente desequilibrada, reflejo de un conflicto distributivo no resuelto: los contribuyentes no están dispuestos a financiar la totalidad de los gastos del Estado. El Estado puede capear transitoriamente la situación, incurrir en déficit y elevar el nivel de Deuda. Si es por poco tiempo, no importa. Incluso aunque el déficit se prolongue tampoco la situación es grave si se parte de un nivel muy bajo de Deuda. Pero esa estrategia puede resultar insostenible si se prolonga en exceso.

La Deuda pública (interna) no es, pues, una "carga neta".

Si su nivel se mantiene relativamente estabilizado a un nivel razonable en proporción al PIB, no perturba el buen funcionamiento de la economía, antes al contrario (al igual que ocurre, por ejemplo, con los circulación fiduciaria de billetes del Banco Central). Pero su crecimiento intenso y prolongado refleja un conflicto social latente que el sistema político es incapaz de resolver: si no se resuelve ordenadamente mediante un ajuste presupuestario, antes o después acabará resolviéndose de forma traumática (crisis de pagos del Estado, hiperinflación, etc.). Y esa traumática crisis financiera sí que producirá un grave daño "neto" para los ciudadanos.

La deuda "externa" neta (es decir, el importe neto de las deudas de los ciudadanos de un país respecto al resto del mundo) sí que representa una carga neta para los primeros, porque representan el derecho de sus acreedores extranjeros a obtener bienes y servicios reales. Un país sólo puede pagar en realidad su deuda externa mediante un superávit de su balanza de pagos por cuenta corriente, o mediante su conversión en otro tipo de activos. Se trata del proceso que en el período de Entreguerras de denominó el "problema de las transferencias" (transfer problem). Y resulta muy relevante para España: nosotros tenemos mucha menos Deuda Pública respecto al PIB que, por ejemplo, Italia; pero, en cambio, tenemos mucha más deuda externa, como consecuencia de nuestro prolongado déficit exterior.

Pero eso lo dejo para otra ocasión.

Manuel Conthe

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