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Ordenadores para todos |
Desde comienzos del siglo XIX arraigó en las sociedades occidentales un mito que parece seguir gozando de buena salud. El mito previo del progreso constante de la humanidad, encabezada y liderada por Europa, era reforzado con el desarrollo tecnológico que aceleraba su paso en esas fechas. La formulación del mito era clara: la humanidad avanza hacia una vida mejor de todos sus miembros y del conjunto de los mismos. Es la ciencia y su fruto más logrado, la técnica, el motor y sustento fundamental de ese progreso.
Avalados por hazañas tan notables como la construcción del canal de Suez, los ferrocarriles o las vacunas inventadas para erradicar enfermedades pandémicas milenarias, nadie puso en duda las inmensas posibilidades liberadoras de la tecnología. La Gran Guerra, con el gas mostaza, o la II Guerra Mundial, con sus bombas atómicas, arrojaron ciertas dudas sobre las bondades de la tecnología y creció el número de críticos, pero la fuerza del mito apenas se resintió entre la población y entre muchos de sus líderes más cualificados.
Tenemos un ejemplo reciente en una de las propuestas de Zapatero para la solución de la crisis o, más modestamente, para ayudar a resolver la crisis que nos está amargando la vida, en especial y como ocurre siempre, al sector de la población más débil. Zapatero destaca la necesidad de mejorar la educación en España, aquejada por grandes males, y como medida propone que todos los alumnos de 5º de primaria dispongan de un ordenador personal.
Parte de un supuesto harto discutible cual es el de que la educación en España está especialmente mal. El sensacionalismo periodístico, jaleado y alimentado por las trifulcas políticas en torno a la educación ha convertido en dogma de fe una interpretación harto discutible y sesgada del último informe de PISA. Ni los informes científicos son nunca dogma de fe, excepto para quienes alimentan el mito de la ciencia salvadora, ni la lectura serena y rigurosa de dichos datos avalan tan catastrofista conclusión.
El hecho es que, según Rodríguez Zapatero, nuestros problemas se van a solucionar con más escuela, con mejor escuela. Un segundo supuesto sobre el que, a estas alturas, conviene también mantener cierto escepticismo. La escuela nació como un sofisticado producto de tecnología social que apoyaba ese mito de la ciencia salvadora de la humanidad, con los científicos como profetas y los profesores como clero especializado en troquelar las mentes de los niños para que interiorizaran sin dudas ni fisuras el conocimiento y también los mitos de la legitimación del orden social.
Doscientos años después de puesta en marcha la maquinaria escolar hay serias dudas sobre su aportación real a la liberación de la humanidad. Cierto es que se ha elevado el nivel cultural de la población, lo que es una condición necesaria para superar la opresión y la explotación. No obstante, la función social de la escuela más parece ser la de legitimizar una estructura social profundamente desigual y jerarquizada. La escuela es la que garantiza y convierte en presentable la igualdad de oportunidades, ideología que no cuestiona jamás la desigualdad y que la sostiene al mantener que lo fundamental es que todos los alumnos tengan las mismas oportunidades y que lleguen a los puestos de mando quienes demuestran méritos suficientes. O lo que es lo mismo, una peculiar versión del darwinismo social que da carta de naturaleza al inevitable triunfo de los mejor dotados.
Por tanto, la escuela se pone al servicio de la desigualdad como estructura y la meritocracia como clave de la movilidad social. Eso sí, arriba llegan los que tienen que llegar: quienes cuentan con la adecuada dotación genética (inteligencia) y correcta dotación social (familias de clase media y alta con elevada formación académica). Sobre ese aspecto crucial de la función de la escuela no se dice gran cosa y a cada crítica que se hace al modelo se incrementan las loas a la igualdad de oportunidades.
Cerrando el círculo mitológico, nuestro presidente de gobierno propone que cada alumno de 5º de primaria tenga un ordenador, atribuyendo a la posesión material de uno de los productos emblemáticos de la sociedad contemporánea una eficacia taumatúrgica que poco tiene que envidiar a la que posee el agua de Lourdes o las reliquias de San Pantaleón.
Es probable que el ordenador haga las tareas escolares más cómodas, del mismo modo que es más cómo escribir con bolígrafo que con plumilla. Pero ahí se acaba la portentosa contribución tecnológica. Platón, en su bien conocida alegoría de la caverna, lo dejó ya bien claro: la educación es una tarea de enorme esfuerzo personal en la que el núcleo está en la capacidad de ser humano para romper con las cadenas de una sociedad que embrutece y oprime y avanzar en el conocimiento, tanto el de la realidad que nos rodea como el de nosotros mismos. No hay sabiduría sin esfuerzo personal y sin grandes dosis de coraje para alcanzar la libertad personal.
Un mensaje muy similar es el que proporciona una película que gozó de enorme aceptación hace unos años, Matrix. El personaje principal, Nero, podía aprender en breves minutos cómo se pilotaba un helicóptero gracias a que un sofisticado artilugio tecnológico introducía en su cerebro la necesaria capacitación. Lo que el artilugio no hacía era facilitarle el trabajo de llegar a ser quien era, de crear y asumir su proyecto personal y de enfrentarse a una estructura social basada en el engaño y el control.
Esta es quizá la lección básica a la que debe dedicar sus esfuerzos una escuela que quiera mejorar su calidad educativa, aunque no está claro que pueda conseguirlo pues su propio funcionamiento estructural lo hace difícil. Educar poco tiene que ver la acumulación de los últimos inventos tecnológicos sino con una tarea personal y comunitaria gracias a la cual las personas avanzan hacia una sociedad más libre y más solidaria.
Felix Gª Moriyón

Etiquetas: conocimiento, inteligencia, monopolios, multitud, politica.
También señaló la importancia del uso de estos dispositivos por parte del profesorado español, que "tiene que formar parte de su experiencia profesional" y destacó que se hayan realizado proyectos 'piloto' sobre el uso de las nuevas tecnologías en el aula en algunas comunidades autónomas, no sin señalar que estas iniciativas "se trasladen a las demás (regiones)".
Indicó que el acceso a Internet por parte del profesorado y de los alumnos "forma parte del futuro", así como la formación 'online', sobre la que dijo que "se pueden sacar muchísimas ventajas". "Pienso que, a la larga, es una buena inversión", concluyó.
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