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La situación del paro en España

Un completo desastre. Principalmente –por supuesto– para los integrantes de esa enorme masa, pero también para todo el que, conviviendo con ellos, tenga un mínimo sentido de la solidaridad. Sin embargo, por desgracia, para quien recibe la noticia con un mediano conocimiento previo de la situación en que se halla la economía española, no supone sorpresa alguna. Lo que hace temblar, dada la capacidad predictiva de los oráculos oficiales, es que algunos de ellos haya negado rotundamente que se pueda llegar a los 5 millones.

Por otra parte, tal noticia constituye sólo la última de una larga cadena de desgracias, que se presenta con los caracteres agobiantes de algo que parece que no tiene fin. Con referencia sólo a los acontecimientos de los días inmediatamente precedentes, nos encontramos con:

- Las previsiones para este año y el próximo emanadas del Fondo Monetario Internacional.

- La llamada de atención hecha por el gobernador del Banco de España acerca de la debilidad del sistema público de pensiones y de la consecuente necesidad de adopción de medidas que atajen una más que peligrosa deriva.

- La actitud hacia el gobernador, propia de un típico sargento de sainete, adoptada por uno de los ministros. Éste, además de exhibir malos modales –no digo mala educación, que conste–, pone de manifiesto su ignorancia acerca de las materias que competen a su departamento y de la información que ha de existir en el mismo, de lo que debe ser el papel de un miembro del Gobierno, y del respeto que debe merecer una institución como el Banco central y, asimismo, la persona que lo encabeza y representa.

- Que la vicepresidenta económica –en flagrante contradicción con lo que, aunque muy tarde, acababa de afirmar su antecesor en el sentido de que el margen para las ‘alegrías’ se había terminado–, antes de aprenderse bien por qué camino se llega desde el coche oficial a su despacho, ha dicho que de ninguna manera es así y, por tanto, "que no decaiga". Quizá no se ha parado a pensar acerca de cómo se pueden obtener los fondos para proseguir con la ‘barra libre’ y se ha limitado a recordar el principio básico que suele guiar la conducta política de quien la ha situado ahí, para actuar al parecer de voz de su amo: la célebre consigna de ‘como sea’.

No le arriendo la ganancia a quien tenga que colocar el volumen ingente de deuda cuyo lanzamiento va a ser preciso. España, obviamente, no tiene una moneda reserva, como la que sí posee el idolatrado Obama. Por ello, tiene que tapar sola –ya veremos cómo y a qué coste– la brecha que compone la suma del enorme déficit presupuestario, que aún les parece poco a algunos, y el de la balanza corriente, también muy elevado, aunque se haya reducido algo como consecuencia de la caída de la demanda nacional de bienes de inversión y de consumo.

- Que el vicepresidente 3º –según era de esperar– ha comenzado por tratar, de manera más subordinada que bilateral, el tema de la financiación autonómica con el presidente catalán. Todas las señales parecen indicar que ha dado su aquiescencia a cuanto se le ha le pedido, además del 50% del IVA recaudado en Cataluña y un porcentaje mayor de los Impuestos Especiales –pese a que el gravamen se traslade a los consumidores de Orense o Almería, por ejemplo–, amén de las restantes gabelas. También ha admitido como axiomático que no puede ser que esa autonomía reciba ‘per capita’ menos que el promedio nacional.

Un articulista de otro periódico ha comentado, con gran agudeza, hasta qué punto se habían olvidado las reglas aritméticas más elementales que imponen –al igual que el puro sentido común– que o todos los que componen un grupo tienen exactamente lo mismo o si alguien tiene más que el promedio, otros habrán de tener necesariamente menos. Previsiblemente, las restantes autonomías –no pueden hacer otra cosa– van a reclamar cada una también un traje a su propia medida.

- Que se va a facilitar dinero a los ayuntamientos para que atiendan sus obligaciones financieras con las empresas suministradoras y evitar que éstas cierren. Ello no habría hecho falta (al menos por ese importe) si antes no se hubieran tirado los 8.000 millones de euros teóricamente habilitados para inversiones (las que puedan llamarse así) inútiles y creadoras en muchos casos de futuros gastos consuntivos (porque, como vulgarmente se dice, ‘piden pan’). El empleo que puedan crear será necesariamente efímero y de baja calidad.

- Que la única noticia favorable es que se ha evitado la deslocalización de la fábrica de Volkswagen en Martorell. Parece que ello se debe más a la gestión puntual del ministerio del ramo que al nivel alcanzando por nuestras relaciones internacionales, que aún no ha sido sensible a la devoción manifestada por el jefe de nuestro Ejecutivo respecto del nuevo presidente de Estados Unidos, resumida en la consigna de que debemos preguntarnos qué es lo que podemos hacer por él.

Todos estos recentísimos acontecimientos son continuación de una tanda en la que sólo de un año a estas fechas se consumó el mayúsculo disparate de la dilapidación de los 6.000 millones de euros (a razón de 400 por barba para las rentas suficientemente elevadas y de cuantías decrecientes, en paralelo a su grado de penuria, para los más desfavorecidos); la negación de la evidencia, acompañada del anatema de la calificación de antipatriota para quien osara disentir de la verdad oficial; el papelón falsario del recién cesado Solbes –al que, sin embargo, vamos a echar muchísimo de menos– en su debate televisivo con Pizarro, un hombre serio, documentado y que fue con la verdad por delante; el espectáculo de la presentación de los presupuestos para el año en curso, basados en unas previsiones de ingresos a priori reconocidas como inalcanzables; y cuantos etcéteras se quieran añadir con sólo poner la mirada en algún aspecto de la actividad gubernativa.

Falta de credibilidad

Es así que, cuando sólo se cumplen unas semanas del último parcheo en su composición –consecuencia (así se ha dicho) de las conclusiones de la última reunión del G20 (!)–, nos encontramos con un Gobierno quemado y carente de credibilidad, del que sólo se puede salvar el oficio de Rubalcaba, que desarrolla con maliciosa eficacia (dentro de ciertos límites, la malicia es indispensable para actuar en política), y ese 10% que, según el dicho castizo, debe dejarse siempre reservado, cuando alguien descalifica generalizadamente a una colectividad, ‘para parientes y amigos’, aunque, en lo que a mí concierne, durante más de cuarenta años, desde 2004, no tengo ningún amigo sentado en la mesa del Consejo.

La cosa, pues, está para todo menos para bromas. Pero recordando aquella sabía sentencia de que la economía es un "estado de ánimo", creo que incluso puedo permitirme contarles un chiste. Voy a ello. Una frescachona, bien armada a proa y a popa –y que conservaba ojos grandes y vivos–, viajaba asida a una barra en el centro de un vagón de metro bastante repleto.

Un sujeto, desmedrado y pusilánime, iba tomando poquito a poco posiciones cada vez más aproximadas a ella. Acababa de efectuar el último movimiento, cuando oyó su voz, que le interpelaba diciendo "usted, ¿qué hace?", a lo que el pobre hombre respondió asustado "yo nada, nada" y recibió como réplica "pues entonces, quítese y deje a otro". Lo malo es que quien algunos de ustedes y yo sabemos no es físicamente enclenque –sino sedicente baloncestista–, ni psíquicamente timorato, sino osado en grado sumo. Además, por desgracia hace cosas. Por otro lado, nunca estaría dispuesto, por nada del mundo, a apartarse como el del chiste.

A todos los lectores, según dicen que dicen algunos gallegos al despedirse:

"bueno home, que non le pase nada, oh"

Pues eso.

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