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Un orden mundial sin potencia dominante

La amplia agenda que adoptó el gobierno de Obama pondrá a prueba ante todo su capacidad para armonizar los intereses nacionales con las preocupaciones globales y multilaterales.

El primer viaje al exterior de un nuevo presidente siempre tiene una importancia que excede su itinerario. El presidente tiene una oportunidad de poner a prueba el impacto de su política, mientras que sus interlocutores empiezan a evaluar al líder con el que tendrán que tratar durante por lo menos cuatro años.

El presidente Obama aprovechó la ocasión de su primer viaje a la Unión Europea para esbozar su posición en política exterior: multilateralismo; insistencia en diferenciarse públicamente de su predecesor; amplias negociaciones en una serie de frentes al mismo tiempo; hincapié en la construcción de relaciones personales con sus interlocutores. Ningún mandatario estadounidense concitaba demostraciones comparables de apoyo público desde la visita que John Kennedy hizo a Europa en 1961.

El desafío de Obama pasa ahora por traducir sus iniciativas en una estrategia coherente de política exterior.

Hizo falta valor para lanzar negociaciones en tal espectro de temas. Algunos, como el diálogo estratégico con China, representan la elevación a un nivel superior de conversaciones que ya se llevaban a cabo; otros, como las negociaciones sobre control de armas con Rusia, pasaron más de diez años sin actividad; la iniciativa en relación con Irán no tiene precedentes. Las negociaciones palestinas tienen una larga historia en la que nuevas complejidades daban por tierra con toda nueva iniciativa.

Cada una de esas negociaciones tiene un componente político además de uno estratégico. Cada una de esas negociaciones se relaciona con temas específicos. Cada una corre el riesgo de que los obstáculos inherentes a la misma puedan oscurecer los objetivos o de que las tácticas negociadoras puedan afectar la sustancia. Todas se interrelacionan.

Las negociaciones con Rusia sobre control de armas modificarán el papel de Rusia en los esfuerzos de no proliferación con Irán. El diálogo estratégico con China contribuirá a conformar las negociaciones coreanas. Las negociaciones también se verán afectadas como consecuencia de la percepción de los equilibrios regionales: en lo que respecta a los principales participantes, para Rusia eso se aplica sobre todo al ex espacio soviético en Asia central; para China y los Estados Unidos, a la estructura política del noreste asiático y la cuenca del Pacífico. Las negociaciones con Irán se verán muy influidas según si continúan los avances hacia la estabilidad en Irak o si un vacío emergente alienta el aventurerismo iraní.

La amplia agenda que adoptó el gobierno de Obama pondrá a prueba ante todo su capacidad para armonizar los intereses nacionales con las preocupaciones globales y multilaterales.

Este gobierno entró en funciones en un momento que supone una oportunidad extraordinaria. La crisis económica absorbe las energías de todas las grandes potencias. Cualesquiera sean sus diferencias, todas necesitan un respiro de la confrontación internacional. Abordar desafíos como el medio ambiente, el clima y la proliferación nuclear es algo que tiene para todas una importancia considerable y que reviste una forma cada vez más similar. Las soluciones abarcadoras, por lo tanto, tienen más posibilidades que nunca.

Eso, sin embargo, debe traducirse en un concepto operativo de orden mundial. Eso depende de la perspectiva del gobierno norteamericano. Su abordaje parece apuntar a una suerte de estilo de diplomacia concertada posterior a 1815. Según esa posición, el liderazgo estadounidense deriva de la disposición a escuchar y de afirmaciones inspiradoras. La acción común surge de convicciones compartidas. El poder emerge de un sentido de comunidad, no de la acción unilateral, y se ejerce mediante la asignación de responsabilidades según los recursos de un país. Es una especie de orden mundial sin una potencia dominante o en el que la potencia que puede dominar dirige a través de la automoderación.

La crisis económica favorece ese abordaje, si bien hay algunos ejemplos de operación sostenida de semejante concierto en la historia. Lo habitual es que los miembros de cualquier agrupación reflejen una distribución desigual de la disposición a correr riesgos, lo que lleva a una disposición desigual a asignar esfuerzos en aras del orden internacional, y por lo tanto al posible veto de los más indecisos.

El gobierno de Obama aún no tiene que elegir entre sus principales opciones sobre las percepciones del orden mundial: basarse en el consenso o en el equilibrio. Pero debe organizar una estructura nacional de seguridad para analizar el entorno y calibrar su estrategia en consecuencia.

La próxima tarea del gobierno será conseguir que las audaces negociaciones que lideran personalidades estratégicas mantengan el rumbo hacia un objetivo acordado. En el proceso, el gobierno debe navegar entre presiones públicas respecto de la diplomacia que son endémicas en la actitud estadounidense.

Tales presiones reflejan una aversión a negociar con sociedades que no comparten nuestros valores y lineamientos generales. Rechazan el intento de modificar la conducta de la otra parte mediante negociaciones. Consideran que los acuerdos son concesiones apaciguadoras y buscan la conversión del adversario o su derrota. Quienes critican esas posiciones -que ahora son mayoría- hacen hincapié en la psicología. Consideran que la apertura de negociaciones ya es una transformación. Para ellos, el simbolismo y los gestos representan sustancia.

La diplomacia tiene que intentar que lo que está en un punto muerto pase a ser negociable. Sin embargo, la capacidad de hacerlo exige circunstancias objetivas. Los cambios de posición deben guiarse por objetivos definidos con claridad y no por simples técnicas de negociación.

(continue)

Henry Kissinger

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