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Razones para el optimismo |
“Los años en que vivimos peligrosamente” titulaba el articulista del Financial Times Martin Wolf una columna en la que analizaba los enormes desequilibrios generados en la economía mundial, sistema conocido como “Bretton Woods II”, y que supuso la base para una de las épocas de mayor bonanza económica global, probablemente la mayor de la historia (nunca tantos millones de personas han salido de la pobreza en tan pocos años) pero cimentada sobre una base extremadamente volátil: la acumulación masiva de crédito.
En este debate sobre si estamos en depresión o de recesión, y si ésta tiene forma de “L” (caída sin recuperación), de “I” (caída libre) o de U (“muchos años en la curva baja”) quizás convenga por un momento sentarse a analizar rayos de luz que pueden arrojar algo de esperanza a la situación actual: las fuentes de optimismo.
Sin ánimo de ser subjetivo (en coherencia cabe analizar conjuntamente motivos de pesimismo y de optimismo, pero creo que nuestra sociedad peca de cebarse sólo en los primeros), subrayo algunas en este primer artículo sobre el tema para el análisis, comentario y consideración de los lectores:
Primera: el precio del petróleo ha tenido el mayor descenso de su historia; esto, unido a una caída de los márgenes de refino, ha redundado en reducciones agresivas del precio de la gasolina, repercutiendo en una mejora importante de la renta disponible, especialmente en las clases más desfavorecidas, las que mayor propensión marginal al consumo presentan.
Segunda: la caída del consumo norteamericano, británico y español está provocando una reducción substancial del déficit comercial de estos países, uno de los talones de Aquiles de la economía de Bretton Woods II.
Tercera: las ostensibles caídas de los tipos interbancarios (euribor y similares) tiene su reflejo directo en una reducción de las cuotas hipotecarias, aumentando la renta disponible. Aunque este dinero se ahorre, ahorro actual es potencial consumo futuro.
Cuarta: los mercados de bonos se han vuelto a abrir, aunque con una gran selección del tipo de papel emitido. En un contexto de crisis bancaria, la apertura de fuentes de financiación alternativas para las empresas es crucial para inyectar liquidez en nuestras economías. Otras posibles fuentes de financiación alternativas a la bancaria serían la bolsa (tradicional o bolsas alternativas), las titulizaciones, la financiación directa de deuda por parte de fondos de pensiones o la misma financiación islámica (en un artículo más adelante exploraremos más en detalle estas fuentes).
Quinta: a pesar de las caídas de los mercados en enero y febrero, la volatilidad ha permanecido estable en torno al 40%. Este hecho es inusual y muy importante: quiere decir que el mercado ya tiene digeridas las noticias adversas. En esa situación, el riesgo de rally alcista es mayor, y un rally así podría provocar mayores bajadas de la volatilidad, mejorando el binomio retorno riesgo de la renta variable, alimentando el eventual cierre de posiciones cortas.
Sexta: el riesgo geopolítico se ha reducido considerablemente durante el último año. En 2006 el banco ING lanzó un informe de bolsa que se titulaba “Attacking Iran”, elucubrando sobre el envío de un segundo portaaviones de los EEUU al golfo como señal inequívoca de un inminente ataque aéreo a las instalaciones nucleares iraníes. Aunque hoy en día sigue habiendo focos inequívocos de riesgo geopolítico (Irán puede estar muy cerca de tener el nivel suficiente de uranio enriquecido para fabricar su bomba atómica, Pakistán sigue siendo un polvorín, el delta del Níger sigue siendo un avispero que afecta a la producción de petróleo…), los dirigentes, dañados por la crisis económica y por los precios bajos de las materias primas, tienen más visos de resolver los conflictos mediante la negociación.
En mi artículo de dentro de dos semanas elaboraré el resto de las razones que percibo como eventuales fuentes de optimismo. Sí creo que es justo afirmar que el ser humano tiende a pecar de optimismo en los momentos de bonanza, y de pesimismo en los momentos de penuria.
¿Quieren ayudarme en mi esfuerzo por invertir esta tendencia?
Ignacio de la Torre

Etiquetas: conocimiento, medios, memoria, monopolios, multitud, politica.
Pero mientras su empresa, Mirax, sigue luchando, él reconoce que vive en la incertidumbre. “Francamente, en la actualidad no se puede dar nada por sentado”, explicó en una reunión de banqueros, líderes empresariales y políticos a la que asistió en Moscú esta semana. “No sabemos si firmar contratos en rublos, en dólares, o en otra divisa. No sabemos cuál será el precio de las cosas, cómo se comportará la demanda, ni cuál será el futuro de nuestro mercado”. Son declaraciones que dicen mucho sobre cómo se desarrollan las finanzas en la actualidad. En las últimas semanas, políticos e inversores han intentado entender la fuerte caída de la actividad económica global.
En parte, se puede responsabilizar a la contracción del crédito, a medida que los bancos endurecen su actitud hacia los acreedores. Pero la velocidad de esta crisis y el hecho de que esté sucediendo con un grado de sincronía global sorprendente hace pensar que detrás hay un importante factor psicológico. No es sólo el hecho de que la gente sea pesimista; lo realmente pernicioso es la extrema incertidumbre –en casi todos los frentes.
El tipo de confusión cognitiva que sufre Polonsky lo comparten en mayor o menor grado millones de empresas en todo el mundo. Y, aunque los rusos son capaces de bromear diciendo “por nuestra historia, tenemos mucha práctica de vivir en la incertidumbre”, el sentido de desorientación resulta difícil de encajar para los banqueros y empresarios occidentales. Después de todo, Occidente ha pasado la última década envuelta en una atmósfera de tranquilidad que se llegó a denominar la época de “Gran Moderación”.
En el sector financiero, esta confusión se manifiesta de dos formas. Primero, el colapso de Lehman Brothers fomentó temores sobre los posibles riesgos que entraña realizar operaciones con otras entidades. A medida que se acumulan los últimos desastres, los profesionales de todo el sector se muestran reticentes a realizar transacciones a largo plazo.
En segundo lugar, a los financieros les resulta cada vez más difícil implicarse en las estrategias de mercado a las que solían recurrir para mitigar los riesgos. A raíz del colapso de Lehman, los desapalancamientos y las ventas forzosas han aumentado a un ritmo tan intenso, que las estructuras de precios tradicionales han desaparecido, y, con ellas, los modelos comerciales.
A medida que el sector bancario se retira de sus posiciones anteriores, las empresas se ven obligadas a vivir en condiciones cada vez más precarias. En realidad, muchos bancos siguen otorgando préstamos y muchos negocios intercambian pedidos, pero se ha perdido la perspectiva de futuro. “Nadie quiere tomar ningún tipo de decisión en este momento” me comentaba esta semana un empresario sueco.
Por si fuera poco, los gobiernos occidentales parecen fomentar, en lugar de evitar, esta sensación de incertidumbre. El colapso de Lehman ha provocado una sensación de pánico entre los acreedores, que temen que los bonos bancarios les hagan perder dinero. La única forma de hacer desaparecer esos temores sería que los gobiernos convencieran a los inversores de que los bancos son tan sólidos que no pueden colapsar, o que se comprometieran a proteger a los acreedores en el caso de que ocurriera.
No obstante, aunque la fórmula ya fue utilizada con gran éxito por el Gobierno sueco hace 17 años, todavía no ha sido respaldada por Washington. EEUU, al igual que muchos países europeos, se limita a adoptar soluciones de compromiso. Mientras, los esfuerzos por convencer a los votantes de que los bancos están en buen estado no consiguen dar sus frutos, en parte por la enorme incertidumbre sobre el valor de los activos.
Esta situación mantiene en vilo a personas como Polonsky. El promotor asegura que hace pocas semanas Credit Suisse acordó reestructurar parte de la deuda de su empresa, solución que le sacaría de apuros. Pero las agencias crediticias mantuvieron sus recelos y, desde entonces, dos de ellas revisaron la calificación de Mirax a la baja. Nadie sabe qué ocurrirá, ni a Mirax, ni a Rusia ni al resto del mundo.
Los apoyos de liquidez puestos en práctica por los bancos centrales, y los planes de estímulo fiscal, constituyen algunos ejemplos de estas medidas de contención. No obstante, el cómo terminará describiéndose la actual crisis, dependerá de tres puntos claves:
(i) cómo se originó y cuánto se conoce de ello;
(ii) cuál sea el impacto de las políticas económicas, monetarias y fiscales, puestas en marcha para contener la recesión; y,
(iii) cuáles son las medidas que permiten poner al sistema financiero y productivo nuevamente en condiciones de funcionamiento, lo que denominaríamos los mecanismos de resolución de crisis.
Sobre lo primero, hay coincidencias respecto al tipo de mercados donde se originó el problema como los incentivos a la innovación financiera con complicidad de grandes vacíos en los esquemas regulatorios y luego la inercia impulsada a través de la necesidad del sector productivo por mantenerse alimentado llevaron a lo que ahora conocemos. No obstante, la magnitud real de los activos tóxicos en el sistema financiero y, por tanto, los fondos necesarios para superar este problema, son sólo estimaciones, que terminan por dejar en entredicho cualquier buen diseño de programa.
Sobre el tercer punto, la etapa de resolución, es claro que implicará la reestructuración de las instituciones financieras y no financieras a fin de lograr el normal funcionamiento del canal de crédito, el fortalecimiento del marco legal y el desapalancamiento de los balances de los bancos y empresas. Si bien esta etapa está enfocada al largo plazo, es imposible desligarla de un análisis adecuado de los orígenes de la crisis como de las políticas de contención en el corto plazo, donde los gobiernos suelen tomar el liderazgo planteando las reglas de juego de emergencia, los lineamientos de salida y las ayudas monetarias necesarias en el corto plazo.
Marcos institucionales
Estas estrategias no parecen tener caminos únicos y van desde las propuestas de comprar “activos malos”; la absorción de perdidas de un portafolio de activos determinados con ciertas garantías; la creación de los “bancos malos”; los procesos de nacionalización; o, una combinación de lo mencionado.
Lo importante sin embargo, de acuerdo a los estudios de resoluciones de crisis “exitosos” está en el rol que juegan los marcos institucionales en los países, en un entorno más globalizado, en tanto sean capaces de transmitir incentivos correctos que limpien los sistemas financieros de todo lo que ha fallado, y deje lo que permitió una de las sendas de crecimiento más largas de la historia. La combinación de estos tres elementos –origen, contención y resolución– determinará el coste y duración de la crisis actual.
Dos estudios recientes de Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff enfatizan por ejemplo que dependiendo de las características particulares de cada crisis, el período de contracción del PIB, pueden ir desde algunos meses hasta cuatro años. Si bien es cierto que en las circunstancias actuales ser pesimista es lo que está de moda, hay razones para pensar que se ha aprendido algo de la historia y que las reacciones, si bien perfectibles, han sido rápidas.
Queda por ver si los mecanismos de salida que se están planteando permitirán contar con un sistema financiero sano en un tiempo razonable, y si se logrará alcanzar un mínimo nivel de coordinación entre los países, relevante en un mundo tan globalizado como el de ahora.
Pero más que hablar de lo que pasó ayer, que no me parece que vaya a romper el mercado bajista y volátil en que nos encontramos, me gustaría comentar qué puede pasar en Estados Unidos en los próximos trimestres. Estados Unidos es la principal economía mundial y no solamente es la más grande sino que además es la más flexible. Ya lo hemos comentado algunas veces, pero no está mal recordar que la mayor diferencia entre la terrible crisis actual y la Gran Depresión que comenzó en 1929 es la rapidez de la actuación de las autoridades monetarias y políticas.
La Fed ha bajado tipos de forma rápida y más que agresiva hasta el 0,25% y, además, Bernanke, el presidente de la Fed, ha dicho que van a utilizar todas las herramientas posibles para restaurar la estabilidad de los mercados y para estimular la economía americana. Los planes de estímulo fiscal y de rescate bancario de la administración Obama también están ahí con billones (de los españoles) de dólares dispuestos a evitar la crisis financiera.
La primera conclusión es que las autoridades están haciendo sus deberes.
Por otro lado, el paro estadounidense puede subir mucho. Hay analistas que lo cifran en el 9,4% en 2009 y su PIB puede estar en recesión varios trimestres. Los datos macroeconómicos que hemos comentado son terribles -el PIB americano puede bajar en 2009 entre el -0.5% y el -1.3% según la Fed-. Y es que como comentó Warren Buffett muy gráficamente en una entrevista de tres horas en la CNBC, la economía americana se ha caído de un acantilado y no va a poder darse la vuelta rápidamente.
Pero que Estados Unidos tenga problemas no significa que no sea capaz de superarlos. Su economía es, con mucho, la más dinámica del mundo y hay empresas que están haciendo sus deberes en cuanto a la creación de valor para sus accionistas.
Porque hay empresas que son solventes, que tienen negocios estables y son capaces de generar ingresos consistentemente. Un caso puede ser el sector farmacéutico. Schering-Plough, que acaba de ser adquirida por Merck por 32.500 millones de euros para formar la segunda farmacéutica más grande del mundo. Pfizer también realizó la adquisición de Wyeth hace un mes por 68.000 millones de dólares.
Otras empresas están en sectores de negocios que pueden beneficiarse de la crisis. Esto está provocando un descenso en los viajes de negocios y reuniones trasatlánticas y, en cambio, está fomentando las telecomunicaciones y las vídeo-conferencias, donde Policom puede beneficiarse de su tecnología.
Un último ejemplo puede ser Myriad Genetics, líder mundial en la investigación y comercialización de genes relacionados con las enfermedades más comunes, y que después de haber invertido mucho en los últimos diez años puede empezar a ver los frutos.
Puede haber dudas acerca de cuándo saldrá Estados Unidos de la crisis, pero no sobre si lo va a hacer o no. Aunque puede parecer muy arriesgado hoy en día, ya hay inversores que empiezan a posicionarse para cuando ocurra.
El recrudecimiento de la gigantesca crisis que sacude al sector financiero tuvo su inicio hace prácticamente seis meses. El 15 de septiembre Lehman Brothers, una de las cinco grandes firmas de Wall Street, desató el pánico en los mercados al presentar su bancarrota.
El Tesoro de Estados Unidos, la Reserva Federal (Fed) y varias entidades como Barclays o Bank of America desistieron de acudir en su ayuda y rescatarlo. Posiblemente hoy muchos cambiarían de opinión si hubieran sabido las terribles consecuencias de aquel episodio. “El mundo casi se paraliza y la economía casi se colapsa”, comentaba apocalípticamente esta semana el conocido inversor estadounidense Warren Buffet a la cadena CNBC.
De hecho, tal es el seísmo que ha provocado que una de las grandes lecciones que aprendieron las autoridades es la necesidad de evitar a toda costa nuevas quiebras de bancos. La consecuencia salta a la vista. Algunas de las principales entidades de grandes economías como Citi, Bank of America, RBS, UBS, Lloyds Banking, ING, Commerzbank o KBC tienen al Estado en su capital con participaciones que oscilan entre el 5% y el 70% de su accionariado.
Sin embargo, la inyección de capital público en bancos, que supera los 100.000 millones de euros, también ha forzado un cambio en la percepción del mercado sobre los niveles de solvencia que deben tener las entidades. Lo que antes se veía como idóneo, con ratios de capital básico (capital y reservas en función de los activos ponderados en riesgo) del 5,5% y el 6%, ahora se considera inapropiado para un entorno de recesión económica y aumento de los impagos. El mercado ha puesto sus exigencias más allá del 7%.
Protagonismo
El papel protagonista de los Estados se ha traducido en gigantescos planes, por 5,02 billones de euros, según los cálculos de BNP Paribas, para impulsar el sector financiero a través de inyecciones de capital, respaldo de emisiones de deuda y garantías sobre activos tóxicos.
La presencia estatal también ha provocado un mayor escrutinio público sobre la política de remuneración de los ejecutivos, la elección de los consejos y la estrategia de crecimiento de las entidades.
La caída de Lehman ha desatado el hundimiento del modelo de banca de inversión conocido hasta ahora. Goldman Sachs y Morgan Stanley, los únicos supervivientes, han tenido que convertirse en bancos hólding para garantizarse financiación y evitar problemas mayores. Merrill Lynch ha acabado en manos de Bank of America, y las divisiones de banca de inversión están inmersas en una aguda reestructuración.
Este escenario también ha acelerado las estrategias de desvinversiones de las entidades, sus procesos de desapalancamiento y los recortes de costes. De hecho, desde la quiebra de Lehman, el sector financiero ha anunciado casi 148.000 despidos, un 52% de los 284.226 realizados desde el inicio de la crisis en julio de 2007, según las cifras de Bloomberg.
Sin embargo, pese a tener un sector financiero más solvente y reforzado que antes y haber asumido el Estado amplios paquetes de activos tóxicos de grandes entidades como UBS o RBS, la situación no ha dado síntomas de mejora con el paso de los meses y el goteo de rescates de bancos. De hecho, se mantiene la desconfianza sobre la profundidad del agujero en la banca mundial y su capacidad para superar este gigantesco envite.
Entre los propios banqueros cunde el pesimismo. “Ahora los mercados dudan de que algún gobierno pueda cumplir el principio de no dejar caer ninguna entidad o dudan de que haya dinero para evitarlo”, explica el consejero delegado de un banco extranjero en España.
Desplome
La percepción de los inversores se ha contagiado de este pesimismo. Desde la bancarrota de Lehman Brothers, la banca mundial ha perdido 951.769 millones de euros de valor en bolsa. Los irlandeses Bank of Ireland y Allied Irish Bank, el británico RBS y el estadounidense Citi son los más penalizados con caídas de entre un 90% y un 95%.
Una muestra del deterioro de la situación se observa en los CDS, contratos que usan los inversores para protegerse ante impagos de la deuda de un emisor. Estos contratos han vuelto a niveles récord en las últimas semanas, principalmente, en el caso del sector financiero.
El Markit Financial Index, referencia que incluye a los CDS de los mayores bancos del mundo, alcanzó máximos históricos a finales de la semana pasada, en 202 puntos básicos, niveles que no se tocaron ni tras la quiebra de Lehman. Un repunte de este índice indica una mayor percepción de riesgo por parte del inversor.
Hoy que la crisis desborda el sector financiero y afecta al sector real de la economía mundial, los términos del debate han cambiado. Nadie cree en una recesión tipo V. Por lo menos estamos frente a una recesión tipo U muy ancha, con un bache que puede prolongarse hasta 2011. Pero observando el mal desempeño de los principales indicadores en Estados Unidos (más de 600 mil despidos mensuales en los últimos tres meses) y viendo que las medidas adoptadas no surten efecto, nadie descarta una recesión tipo L, en donde el segmento horizontal representa un periodo de estancamiento económico mucho más prolongado.
Esta conclusión negativa se refuerza si se toma en cuenta que la coordinación internacional que se necesita en materia de paquetes de estímulo y regulación bancaria tardará mucho tiempo en cristalizarse. La reunión del G-20 el mes que viene será una prueba difícil en este terreno.
Lo cierto es que hoy nadie descarta la posibilidad de que la economía estadunidense permanezca largo tiempo en el fondo del barril y no sería difícil que repitiera la experiencia japonesa de la década de los noventa. En esos diez años, después de reventar la burbuja de bienes raíces, las medidas de política macroeconómica del gobierno nipón fueron incapaces de sacar a la economía del marasmo. De hecho, las medidas adoptadas por el banco central fueron la causa de esos diez años de estancamiento.
Algo parecido podría suceder en la crisis actual.
En ese escenario ¿qué le espera a México?
Nuestro país pronto cumplirá tres décadas de estancamiento económico. El segmento horizontal de su crisis tipo letra L ha sido kilométrico y es indicador de que se ha sacrificado una generación en aras de un modelo económico fracasado mil veces. Lo que ahora viene en el plano económico, si no hay cambios a nivel estratégico, es un periodo realmente peligroso.
No se preocupen, dice el gobierno, la crisis nos viene de afuera. ¡Qué alivio! Pero los tsunamis también vienen de afuera y sus efectos son devastadores. Y además ¿por qué pensar que la amenaza es externa cuando cuatro sexenios sólo se han preocupado por consolidar un modelo que ahora cae en la bancarrota a escala mundial? ¿Por qué apuntar hacia el exterior como fuente de problemas cuando los últimos cuatro sexenios han basado su política económica en la creencia religiosa de que cualquier política contracíclica sólo sirve para distorsionar precios y mercados?
El discurso sobre los orígenes externos de la crisis no es sólo para evadir responsabilidades. Es también una revelación clara de lo que viene. El gobierno espera que la recesión estadunidense dure poco para poder regresar a lo que hemos estado haciendo desde hace 25 años, nadando de muertito en las aguas estancadas de un modelo diseñado para beneficio del capital financiero.
Pero hoy la continuidad es un acto de irresponsabilidad histórica. En la estrategia económica de México, el comercio exterior ha sido el expediente desesperado para tratar de mantener los niveles de empleo. Esa artimaña ha fracasado estrepitosamente. La construcción de un enclave maquilador no resuelve el desempleo. Tampoco puede jalar al resto de la economía porque simplemente está desconectado del resto del sistema económico. Lo único se logró fue concentrar 87 por ciento del valor de los flujos comerciales con un solo país, expulsar a 10 millones de mexicanos como migrantes y someter a la economía a los intereses del capital financiero. Un gran triunfo de los artífices del Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLCAN).
No hay que engañarse. Las medidas compensatorias anunciadas el lunes como represalia por la negativa del gobierno estadunidense a cumplir el tratado en materia de transporte carretero, no son un replanteamiento de la estrategia a seguir. Es una disposición aislada que no tendrá repercusiones sobre el destino de la economía mexicana. Es más, el discurso oficial nos dice que estas medidas son para defender la integridad del TLCAN.
Hoy que a escala mundial se están replanteando los dogmas de la globalización neoliberal, los tecnócratas mexicanos siguen remando a contracorriente. En lugar de analizar las oportunidades que ofrece la crisis y repensar la estrategia, prefieren mantenerse en el letargo. Es normal. Si carecen de elementos para pensar e interpretar la crisis ¿cómo van a replantear estrategias? Para el gobierno lo importante es continuar sin cambios en nuestra extendida recesión, en nuestra larga letra L de lamento.
Alejandro Nadal
“El dinero que gastamos en poner parches al sistema financiero sería suficiente para hacer funcionar con solvencia a la Seguridad Social 75 años.”
El ponderado analista de asuntos económicos, Eduardo Sarmiento, dice hoy en el Espectador que “en el fondo, los dos elementos centrales del funcionamiento del capitalismo, los flujos financieros y los intercambios comerciales, desaparecieron” en la borrasca económica que sepulta a las principales economías mundiales con su locomotora –Estados Unidos- a la cabeza.
Según esto, estamos ya, no en el colapso del modelo neoliberal como una connotación que es del laissez fair-laissez passer, o libre mercado que llamamos, sino en presencia del fin del capitalismo.
¡No puede ser verdad tanta belleza!
¿Por qué creer que esta crisis del capitalismo conlleva el estertor final del sistema cuando todos los historiadores nos dicen que no alcanza –no al menos todavía- la profundidad de la crisis del 29?
Pensando con el deseo, que a veces no es del todo aconsejable, creo que, e irónicamente parodiando a Fukuyama, el capitalismo ha llegado al fin de la historia, al menos en la forma en que lo conocimos hasta el año pasado.
Una variable que no parece tenerse en cuenta a la hora de comparar las crisis del capitalismo en esos dos momentos históricos es la globalización de las comunicaciones que ha impreso dinamismo a las decisiones de la gente.
En presencia hoy de este tipo de conocimiento agregado que proviene de las comunicaciones on line, pudiéramos especular con alta probabilidad de aserto que el capitalismo de los 30 sobrevivió a la Gran Depresión, debido a que pudo ralentizar el contagio de la crisis estadounidense a las demás economías del mundo. Y otra especulación válida es que el maquinista de la locomotora de entonces, Franklin Delano Roosvelt, tenía como referente ideológico a un portento del pensamiento económico: John Maynard Keynes, y en cambio Obama ha llevado a la alta dirección de su política económica precisamente a Robert Rubin, Timothy Geithner y Lawrence Summers, quienes, en el pasado reciente, con su equivocada teoría neoliberal que, para resumir, consiste en que los mercados se regulan por sí solos, provocaron la hecatombe financiera.
En el caso concreto de la globalización mediática, podría decirse que así como la información se expande en contra de, podría expandirse en pro de; es cierto, pero no con el mismo impacto porque, en el caso presente, estamos hablando de confianza, que es el máximum vital del sistema financiero, pilar central del capitalismo.
En los cursos de Alta Gerencia se nos dice que más difícil que conquistar nuevos mercados es recuperarlos cuando se pierden. Todo porque en un abrir y cerrar de ojos se pierde la confianza, misma que requiere de mucha paciencia, prudencia y convicción, para volver al punto de partida.
Por eso es que muchos auguran la proyección de esta crisis a dos o tres años vistos, calculando en ese lapso la recuperación de la confianza perdida; pero lo que no dicen es que tal supuesto se daría en condiciones tales en que el mundo percibiera que nada de lo vivido hoy volvería a presentarse, o que la ciencia económica en nada haya evolucionado de entonces a hoy, como para proponerle al mundo lo que, por allá por los años 80, el PNUD (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo) llamó ECODESARROLLO, consistente en lograr un desarrollo económico y social sostenible y sustentable.
Ahí está la teoría en muchos libros, estudios, documentos, tratados comerciales engavetados e inclusive constituciones, leyes, decretos, normas, resoluciones y demás parafernalia que por esa época brotó de los cerebros post Prebisch, el iluminado economista argentino que el neoliberalismo sepultó para imponernos a ultranza un tipo de neocolonialismo con sus multinacionales, y de dependencia económica con sus TLC.
En materia política, el mundo actual también confronta una polarización ideológica distinta a capitalismo-comunismo de los años 30, en tanto la de hoy es más terrenal y más universal en el entendido de que ya no está en juego el mundo entre URSS-USA sino entre pobres-ricos; ya no está en peligro el fin del mundo sino el fin de la explotación capitalista. Es decir, ya no estamos en la “Guerra de las Galaxias” sino en la “Guerra Norte-Sur”.
Las actuales condiciones políticas de Latinoamérica muestran el mapa de la procesión capitalista hacia el sepulcro. Ahí tenemos ya a más de la mitad de los países latinoamericanos volcados al socialismo del siglo XXI: Cuba (la gran Cuba precursora del “sí se puede”) y Venezuela, pionera del momento. Pero ahí está también Bolivia y su ancestral lucha indígena que hasta hoy empieza a ser reconocida y respetada en toda su dimensión. En la fila india, literalmente hablando, aparecen la rebelde Argentina y el vasto Brasil, primera potencia suramericana y décima en el mundo, a la que Obama, hablando en términos vernáculos, le pide hoy en día cacao. La seguidilla enmarca en efecto dominó a Ecuador, Nicaragua, Paraguay y últimamente a El Salvador. Y si no fuera por el fraude electoral, también México, la potencia centroamericana, estaría en manos de la izquierda revolucionaria del momento.
El capitalismo está en jaque-mate, tanto por la oposición ideológica que ha cogido camino en estos países mencionados de Latinoamérica, como por sus propias contradicciones como lo sentenció el viejo Marx y que, en el comienzo de este comentario, el gran analista colombiano, Eduardo Sarmiento, luchador antineoliberal desde hace más de 20 años, mejor dicho, desde que empezó a divulgarse entre nosotros el Consenso de Washington, lo observa en la desaparición de los dos elementos fundamentales del sistema capitalista: los flujos financieros y los intercambios comerciales, avasallados por su propia codicia.
Que los neoliberales no hayan admitido a tiempo su gran error de teoría económica; que Obama, y es la gran sospecha, no entienda de economía y por eso mismo se haya asesorado de los falsos profetas neoliberales del tiempo de Clinton, responsables directos hoy de la Gran Depresión del siglo XXI, es una circunstancia deplorable, no por la muerte del capitalismo, sino por el inmenso sufrimiento que antes de su entierro tendrá que sobrellevar la humanidad víctima de unos tercos que se resisten a ver morir su gallina de los huevos de oro.
Nunca, como para coger ánimo, la noche es más negra que horas antes del amanecer.
El que resiste lo más, aguanta lo menos.
“Ni un paso atrás; ni para coger impulso”, decía entre nosotros Gaitán.
Dean Baker
The Guardian
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