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La filosofía puede ayudarnos |
Paul Krugman, premio Nobel de economía 2008 y uno de los más agudos críticos de la evolución de la economía mundial, escribió recientemente en un editorial del New York Times que los próximos tres a cuatro meses serán posiblemente los más importantes de toda la historia de Estados Unidos. Yo añadiría que tal vez los más importantes para el futuro de toda la humanidad. Es el momento de definir el curso de las cosas. De repente, la humanidad se ve ante la pregunta que tuvo una enorme resonancia en el Foro Social Mundial de Belém:
«¿cómo construir una sociedad en la cual todos podamos vivir juntos, naturaleza incluida, en este pequeño y ya viejo planeta?»
La cuestión es demasiado grave para dejarla únicamente en manos de los economistas. En lo que afecta a todos, todos tienen derecho a manifestarse y ayudar a decidir.
En los medios intelectuales crece la convicción de que el paradigma de la modernidad occidental, hoy globalizado, ha entrado en crisis por agotamiento propio y por efecto de la implosión. Es semejante a un árbol que ha llegado a su clímax y entonces cae fatalmente por haber agotado su energía vital. Así, digamos su nombre, el capitalismo ha alcanzado su fin en un doble sentido: fin como realización de sus virtualidades y fin como término final y muerte.
Lógicamente si seguimos las discusiones internas de los grupos organizados por la ONU -con nombres notables como Stiglizt, premio Nóbel de economía, y otros- para pensar alternativas a la crisis, nos damos cuenta de la perplejidad general. La tendencia es a reanimar a un moribundo con el neo-keynesianismo, forma suave del neoliberalismo, con una presencia más orgánica del Estado en la economía. Otros intentan la vía del ecosocialismo muy presente en el FSM de Belém. Es una opción prometedora, pero todavía no ha dado, a mi modo de ver, el giro completo que implica una nueva concepción de la Tierra como Gaia y la superación del antropocentrismo, confiriendo también ciudadanía a la naturaleza. Quieren, con razón, un desarrollo ecológicamente respetuoso de la naturaleza, pero todavía en el marco del desarrollo. Ahora bien, ya conocemos la lógica voraz del desarrollo. O mejor, necesitamos más una retirada sostenible que un desarrollo sostenible. Sería el comienzo de la realización del ecosocialismo.
Es decir, con los recursos técnicos, financieros y con la infraestructura material creada por la globalización, tendríamos posibilidades de socializar un modo de vida sostenible para todos. La Tierra, puesta en descanso sabático, podría autorregenerarse y sostenernos a todos. Viviríamos más, con menos. Pero, como somos culturalmente bárbaros y éticamente sin piedad, no estamos tomando esta decisión política. Preferimos tolerar que mueran millones antes que cambiar de rumbo. Y así, continuamos consumiendo sin conciencia de que bien pronto, por delante, nos espera un abismo.
Podemos y merecemos un destino mejor. Éste no sólo es posible, sino necesario. Y es aquí donde los filósofos pueden ayudarnos. Hace decenas de años muchos de ellos vienen afirmando que la excesiva utilización de la razón en función del lucro y de la mercantilización de todo, a costa del saqueo de la Tierra, nos ha llevado a la crisis actual. Para recuperar la salud de la razón necesitamos enriquecerla con la razón sensible, estética y cordial, en la cual se fundamenta la ética, y con una visión solidaria de la vida. Es lo que más se adecua a la nueva fase del encuentro de culturas y de unificación de la historia humana.
O proseguiremos por un camino trágico y sin retorno.
Leonardo Boff

Si la globalización es la lógica predominante en el planeta; si la tierra es el espacio común único, y los seres humanos una especie profundamente interdependiente; entonces la antigua noción de cooperación Norte-Sur debe ser redefinida.
“Es el momento de encontrar un nuevo paradigma, que supere lo viejo y dinamice lo nuevo. Debe ser un eje esencial de las relaciones planetarias”, enfatiza Leonardo Boff, teólogo de la liberación, uno de los más prominentes pensadores latinoamericanos contemporáneos.
En esta entrevista exclusiva Boff apuesta a un “Contrato social universal”, donde imperen relaciones justas, una cultura del diálogo- consenso, y, particularmente, una cooperación realmente solidaria.
P: La humanidad vive en un planeta cada vez más global.
¿Cuál es el desafío presente y futuro de la relación entre hemisferios, continentes y hombres?
R: Esta globalización significa una nueva etapa de la historia de la humanidad y de la tierra que se caracteriza por que todos los pueblos, culturas, tradiciones, religiones se encuentran en un lugar único, la casa común, el planeta tierra.
Entonces, debemos compartir.
No hay otra alternativa.
Este concepto, tal vez, constituye el aspecto singular de este momento.
Como nunca, hoy, el ser humano se reconoce como una especie, una familia, que habita un espacio que tiene recursos limitados, con superpoblación y en una tierra que se muestra enferma dado al calentamiento global y el desequilibrio pronunciado de los ecosistemas.
Esta constatación global exige una solución global.
Una acción global sólo puede resultar de la colaboración, de la solidaridad que cada cultura, religión, ser humano, persona, iglesia, país, pueda promover en beneficio de la totalidad.
Por lo tanto, la actual globalización exige una nueva cooperación y solidaridad.
La cooperación rige el universo.
P: Es decir...
R: Sin la cooperación y la solidaridad quedaríamos presos del viejo paradigma que se caracteriza por la competencia y no por la colaboración.
Un mundo de conflictos, enfrenamientos, de una gran acumulación de riquezas por una parte minúscula en detrimento de la exclusión de la otra parte mayoritaria.
Pienso que por primera vez, dada la magnitud de la crisis, se da la posibilidad de entender que los recursos de la tierra deben ser distribuidos en forma equitativa entre todos los seres humanos.
Eso exige una gestión global y consciente de los recursos con que contamos. Y ahí la categoría central de la cooperación y la solidaridad.
Conceptos que no dependen de la virtud individual que uno pueda o no tener.
Una cooperación y solidaridad en el marco del trasfondo de lo que nos confirman los astrofísicos, los biólogos, los científicos en general.
Quienes afirman que la ley más universal del universo es la cooperación de todos con todos.
Como decía el físico alemán Heisenberg la ley máxima es que todo tiene que ver con todo, en cualquier momento y circunstancia.
El todo es hecho con la suma de los entes virtuales y reales.
El conjunto de energías del conjunto de los seres.
Y allí rige la cooperación y la solidaridad de unos con otros para que todos puedan vivir y coexistir asegurando el respeto de la biodiversidad.
P: ¿Sostiene la figura del planeta como casa común y los seres humanos, no importan en que continente, como la gran familia humana?
R: La noción del Estado-Nación existe y tiene su función, pero en cierta forma es una categoría del pasado.
Ahora, la Nación única es la tierra.
Y todos los seres humanos son ciudadanos de la misma.
Conservando las experiencias que ellos han hecho a lo largo de siglos, en sus culturas, ecosistemas, mundo de valores y espiritualidades.
Todos aportan y comprueban que esas dimensiones son todas humanas.
Significa que el ser humano puede ser humano de mil formas diferentes.
Que no hay una sola forma occidental y cristiana.
El conjunto de esas manifestaciones diversas son dignas, expresan la riqueza de lo que significa el ser humano.
Y ahí aparece la familia humana, con distintos rostros, hermanos y hermanas, formas de vivir diferentes, pero todos como miembros de la misma.
Hay muchas especies de seres vivientes. Entre ellas el ser humano, que forma dicha familia.
Y el gran sueño de la familia, por pequeña que sea, es reunirse, celebrar juntos, festejar la generosidad de la naturaleza.
Y este es el sueño de la familia humana que se sienta alrededor de la mesa de la casa común, para disfrutar lo que la tierra puede ofrecerle y los bienes culturales que hemos creado.
Y entonces, en ese caso, la familia se sentirá contenta.
No en un valle de lágrimas sino en un terreno de bienaventuranzas.
El viejo paradigma de la cooperación.
P: Diferentemente a su visión humana y humanista de la cooperación, lo que hoy impera, sin embargo, es la reproducción de mecanismos de dominación del Sur por parte del Norte... Y, a veces, en ese marco, la cooperación aparece como una fórmula para tranquilizar conciencias.
R: Es la estrategia del viejo paradigma.
Que haya naciones que tengan la hegemonía.
Donde una entre ellas es imperial y domina e impone rumbos.
Ese paradigma no busca cambiar el sistema sino, a lo sumo, disminuir los efectos negativos del mismo.
Y ahí entra la visión tradicional de la cooperación, que no cambia ni las relaciones de poder ni los privilegios.
La tierra crucificada, dividida en muchos países, explotada.
Con una cooperación existente pero que no constituye el eje mismo de la sociedad planetaria, que sirve para tranquilizar la mala conciencia de algunos, que intenta tranquilizar a los que sufren para que no se rebelen, mientras el sistema que crea marginados se mantiene intacto.
Esa visión, pienso, se está desgastando.
Y cambiamos rotundamente de rumbo y referentes o vamos hacia un conflicto generalizado.
Globalización, balcanización y cooperación
P: En ese desafío de paradigmas, aparece un concepto –muy debatido en los diversos Foros Sociales Mundiales- de particular peso: el del Sur Global.
¿Cuál es su visión?
R: Hay dos actitudes y tareas importantes.
La primera, reforzar los países del Sur para que ellos tengan más fuerza de negociación con el Norte.
Reivindicando, por ejemplo, mejores precios de sus productos en el comercio internacional; influyendo sobre las políticas internacionales.
La segunda, es darse cuenta que el proceso mundial es contradictorio: existe al mismo tiempo globalización y balcanización.
En ese sentido es muy importante que exista esa articulación del Sur global, porque es justamente en el Sur donde existen todos los elementos que necesita el Norte: agua dulce, petróleo, diversidad.
Todo eso está en el Sur pero cada vez más re-colonizado por las empresas multinacionales.
Si bien existe esa contradicción Norte-Sur, es importante ver la tierra como la ven los astronautas, como una entidad única y junto con ella la humanidad formando un ente solo.
De allí encima, no se ven las diferencias Norte-Sur, si este ser es católico o musulmán...
Y en el nuevo paradigma es fundamental esa visión. E impedir lo que promueve la explotación actual de recursos: la bifurcación de la gran familia humana.
El gran riesgo hoy es que los poderosos construyan un Muro de Berlín que separe el Norte y el Sur.
Que utilicen todas las tecnologías y avances como la biotecnología o la nanotecnología, para que en el Norte se viva hasta los 130 años, dejando al resto de la humanidad afuera.
Y pienso que uno de los desafíos humanísticos clave hoy –que incumbe también a las iglesias- es el de mantener unida la familia humana, impedir la bifurcación.
Y aquí vuelvo a insistir en el valor del nuevo concepto de cooperación.
No debemos pensarlo como un dato más.
Sino como un proyecto personal y colectivo, que anime la relación entre los pueblos y mantenga unida la familia humana.
De lo contrario habrá profundos desgarramientos.
P: Entendiendo entonces al Sur global como la unión de los marginados tanto del Sur como del Norte...
R: Esta observación es muy importante.
No debemos comprender lo del Norte y Sur como categorías sólo geográficas, sino sociológicas.
Y es esencial la unión de ese Sur global porque le da fuerza al grito contra la injusticia.
Sería importante definir une especie de diplomacia popular.
Que los pueblos se visiten, se encuentren, se sientan, vean las respectivas voluntades de amar, de construir... Y ahí desaparecerán rápidamente los preconceptos.
Descubrimos que todos somos humanos, frágiles, llenos de deseos, que queremos la felicidad.
Y que todo eso vale mucho más que una nutrida cuenta en un banco.
Y que el ser humano es mucho más importante que cualquier proyecto tecnológico.
Todo eso es sólo posible, insisto, a partir del contacto de piel con piel.
¿Porqué no promover un verdadero Contrato Social Mundial, que hoy por hoy no existe.
Un Contrato que nazca desde abajo, desde los pueblos.
Una nueva cosmovisión.
P: ¿Podría definir más ese nuevo paradigma de sociedad planetaria? ¿Algunos conceptos esenciales de la misma?
R: Más que preceptos o reglas me parece que hay que pensar direcciones y rumbos.
En primer lugar, el convencimiento de que tenemos una sola tierra como casa humana.
Luego, que la tierra-humanidad es una gran unidad.
La tierra es vida y no sólo tiene vida sobre ella.
Esa tierra-humanidad hay que protegerla porque está amenazada por actividades irresponsables de los seres humanos, especialmente en los últimos trescientos años al generalizarse un modo de producción industrialista.
En tercer lugar, la ética fundamental es la del cuidado.
Todo lo que vive exige un cuidado.
Nosotros mismos no existiríamos sin el cuidado de nuestras madres al nacer.
Otro punto clave, es desarrollar la compasión.
No como piedad sino promoviendo la capacidad de sentir como el otro. Y crear estructuras que permitan que la tierra pueda existir.
El quinto aspecto, es el de la responsabilidad universal.
Darnos cuenta de las consecuencias de nuestros actos.
No podemos impulsar una guerra hoy porque significaría la destrucción de la especie humana.
No podemos usar los organismos genéticamente modificados porque producen consecuencias enormes a la estructura de la vida.
Eso implica promover una ética de la vida.
Y tener en cada país o región cuerpos éticos que estudien las consecuencias de los actos.
Impulsar una ciencia con conciencia.
No una ciencia para el desarrollo sino para la vida, que sea buena para las grandes mayorías.
Complementariamente, y un sexto aspecto, estoy convencido que una ética no se impone si no hay un áurea de espiritualidad.
Un sentido más amplio de la vida.
Estamos enganchados con algo que trasciende el mundo, somos seres en una serie infinita de acción que sólo descansan cuando identifican esa realidad más trascendente y ven lo que está por detrás.
Permitiendo que la vida continúe.
Poniendo orden en el caos del universo.
Algo que los seres humanos respeten y valoren.
A esto las religiones le han dado como nombre “Dios”.
En todo caso sin esa espiritualidad el ser humano siente un vacío enorme.
Y una advertencia: es bueno que las culturas desarrollen todo eso.
No hay que dejar que la espiritualidad sea el monopolio de las religiones, sino un dato antropológico.
La cooperacion “piel a piel"
P: Hay una tendencia en el Norte de subestimar la cooperación que promueve el intercambio entre personas.
Lo que más es la transferencia tecnológica y los resultados cuantitativos-mesurables.
R: La crítica viene de un viejo modelo de desarrollo sólo material, que busca sobre todo eficiencia, que ve las relaciones objetivas con la naturaleza como más importante que las transformaciones sociales.
Y eso es una visión débil.
Porque en verdad el garante de la felicidad del ser humano, que unifica la familia humana, no es el cúmulo de bienes materiales, una tecnología más desarrollada, sino el sentimiento de felicidad, de autoestima, de reconocimiento, de respeto, de amor entre personas y pueblos.
Eso no está en el banco ni en la bolsa de valores sino en el corazón humano.
Hay una lucha entre dos paradigmas que también toca la cooperación.
El viejo, es materialista, calculista, eficientista.
En realidad necesitamos tecnología, ciencia, producción.
No queremos ser obtusos en nuestros pensamientos.
Pero queremos un modelo donde la ciencia pueda integrar la poesía, donde la producción se integre con la celebración y la fiesta.
Una combinación compleja que hace la plenitud del ser humano.
P: Otra tendencia de la cooperación no logra trascender la relación marco Norte-Sur.
No entiende que hay un verdadero potencial en el intercambio Sur-Sur y que hay nuevos espacios, como el de las redes mundiales, el de los foros sociales, que potencian significativamente una forma futura de cooperación diferente...
R: Es contradictorio para esa tendencia aceptar nuestra cosmovisión porque es anti-sistémica. Y esas categorías tan válidas como la del intercambio, enriquecimiento intercultural mutuo etc. no caben en el universo mental de los que defienden números, cuentas, rentabilidad.
Es esencial construir una plataforma común, humana, basada en el diálogo.
Lo que puede facilitar el diálogo del gran gerente de una transnacional helvética y una persona de la base en un país latinoamericano no es la racionalidad, sino la razón sensible, la inteligencia emocional.
Dado que el mundo está globalizado hay que generalizar el aparato de conversación.
Todo el mundo conversando, intercambiando.
Y sobre esa base, acentuar los puntos comunes, las convergencias en la diversidad.
La concepción que no prioriza este intercambio interpersonal, muchas veces termina apostando a la violencia como vector de imposición, sea militar, ideológica, informativa etc.
P: Una reflexión final...
R: Compartir con ustedes un convencimiento que creo que es mutuo.
En mi caso, luego de tantos años de luchas, muchas de ellas perdidas porque el sistema nos venció más de una vez, rescato dos elementos importantes.
Uno, que a pesar de todo, hemos seguido, perseveramos, continuamos, sin conceder nada.
La otra, que nos consideramos semilla. Ya eso es importante.
Para que juntos con otros la convirtamos en árbol grande...
En una palabra, todos deben ser liberados de un sistema que perdura desde al menos tres siglos y ha sido impuesto en todo el planeta.
La Teología de la Liberación es la primera teología moderna que ha asumido este objetivo global: pensar el destino de la humanidad desde la condición de las víctimas.
En consecuencia, su primera opción es comprometerse con los pobres, la vida y la libertad para todos.
Surgió en la periferia de las Iglesias centrales, no en los centros metropolitanos del pensamiento consagrado.
Por ese origen ha sido siempre considerada con sospecha por los teólogos académicos y principalmente por las burocracias eclesiásticas y la de la Iglesia más importante, la romano-católica.
De su cuna en Latinoamérica la Teología de la Liberación pasó a África, se extendió a Asia y también a sectores del primer mundo identificados con los derechos humanos y la solidaridad hacia los desposeídos.
La pobreza entendida como opresión revela muchos rostros: el de los indígenas que desde su sabiduría ancestral concibieron una fecunda teología de liberación indígena, la teología negra de la liberación que resiente las marcas dolorosas dejadas en las naciones que fueron esclavistas, el de las mujeres sometidas desde la era neolítica a la dominación patriarcal, la de los obreros utilizados como combustible de la maquinaria productiva. A cada opresión concreta corresponde una liberación concreta.
La cuestión teológica de base que hasta ahora no acabamos de responder es: ¿cómo anunciar creíblemente un Dios que es un Padre bondadoso en un mundo atestado de miserables?
Sólo tiene sentido si implica la transformación de este mundo, de manera que los miserables dejen de gritar.
Para que un cambio semejante tenga lugar ellos mismos tienen que tomar conciencia, organizarse y comenzar una práctica política de transformación y liberación social.
Como en gran mayoría los pobres en nuestros países eran cristianos, se trataba de hacer de la fe un factor de liberación.
Las Iglesias que se sienten herederas de Jesús, que fue un pobre y que no murió de viejo sino en la cruz como consecuencia de su compromiso con Dios y con su justicia, serían las aliadas naturales de este movimiento de cristianos pobres.
Este apoyo se ha verificado en muchas iglesias en las que ha habido obispos y cardenales proféticos como Helder Camara y Paulo Evaristo Arns en Brasil, Arnulfo Romero en El Salvador y muchos otros, así como numerosos sacerdotes, religiosos y religiosas y laicos comprometidos políticamente.
En razón de su causa universal ya a inicios de los años 70 la Teología de la Liberación era un movimiento internacional y convocaba verdaderos foros teológicos mundiales.
Se estableció un consejo editorial integrado por más de cien teólogos latinoamericanos para compilar una sistematización teológica desde la perspectiva de la liberación en 53 tomos. Ya se habían publicado 13 tomos cuando el Vaticano intervino para hacer abortar el proyecto.
El entonces cardenal Joseph Ratzinger fue riguroso.
Cortó de raíz un trabajo promisor y benéfico para todas las iglesias periféricas y especialmente para los pobres.
Pasará a la historia como el cardenal -y después Papa- enemigo de la inteligencia de los pobres.
La Teología de la Liberación creó una cultura política.
Ayudó a formar organizaciones sociales como el Movimiento de los Sin Tierra, la Pastoral Indígena, el Movimiento Negro y fue fundamental en la creación del Partido de los Trabajadores en Brasil cuyo líder, el Presidente Lula siempre se reconoció en la Teología de la Liberación.
Hoy en día esta teología ha trascendido los límites confesionales de las Iglesias y se ha convertido en una fuerza político-social.
Además de Lula se identifican públicamente con la Teología de la Liberación el Presidente Rafael Correa del Ecuador, el Presidente de Paraguay y ex obispo Fernando Lugo, el Presidente Daniel Ortega de Nicaragua, el Presidente Hugo Chávez de Venezuela y el actual Presidente de la Asamblea de las Naciones Unidas, el sacerdote nicaraguense Miguel de Escoto.
Su fuerza mayor no reside en las cátedras de los teólogos sino en las innumerables comunidades eclesiásticas de base (sólo en Brasil existen cerca de cien mil), en los millares y millares de círculos en los que se lee la Biblia en el contexto de la opresión social y en las llamadas pastorales sociales.
Roma incurre en la profunda ilusión de creer que con sus documentos doctrinarios emitidos por burocracias frías y distantes de la vida concreta de los fieles conseguirá frenar la Teología de la Liberación.
Ella nació oyendo el grito de los pobres y hoy la conmueve el grito de la Tierra.
Mientras los pobres continúen lamentándose y la Tierra gimiendo bajo la virulencia productivista y consumista, habrá mil razones para sentir el llamado de una interpretación libertaria y revolucionaria de los evangelios.
La Teología de la Liberación es la respuesta a una realidad injusta y salva a la Iglesia central de su alienación y de un cierto cinismo.
Leonardo Boff
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