«« | »» |
Fidel y el veredicto de la historia |
En la nota anterior decíamos que Fidel está canalizando todas sus energías hacia la estratégica “batalla de ideas”, condición necesaria para la construcción de una alternativa post-capitalista y no sólo posneoliberal, como ansían algunos antiguos izquierdistas desilusionados. En la medida en que subsista el capitalismo como modo de producción su naturaleza explotativa, opresiva y predatoria se manifestará en todas sus expresiones históricas, desde el laissez faire de comienzos del siglo veinte hasta el neoliberalismo de finales del mismo siglo, pasando por el keynesianismo y el desarrollismo.
La preocupación del Comandante por re-leer a Gramsci y los clásicos de la teoría marxista se acompaña por un renovado interés en la obra de Darwin y el estudio del impacto de la nanotecnología sobre los procesos productivos y, por lo tanto, sobre los bienes y servicios a los que podría acceder la población.
Desde hace tiempo le apasionan los avances de la informática, y por su inspiración Cuba desarrolló una Universidad de Ciencias de la Información que se encuentra entre las más avanzadas del mundo. Y eso a pesar del mantenimiento de un criminal bloqueo que la Casa Blanca se encargó de extender al acceso a la Internet, obligando a los países vecinos a abstenerse de otorgar una conexión de banda ancha a Cuba so pena de cerrar el acceso de sus exportaciones al mercado norteamericano.
Gracias a la Venezuela bolivariana este chantaje será desbaratado en poco tiempo.
El Comandante sabe que las nuevas tecnologías de comunicación e información son un poderoso instrumento de dominación ideológica pero, dialécticamente, también pueden ser un arma formidable para concientizar a la población y facilitar la diseminación del pensamiento crítico, como se hace desde los diversos cursos que ofrecemos en el PLED.
Pero su inquietud no se queda allí: lee también sobre el cambio climático, la crisis económica, los procesos políticos y los temas candentes de la realidad internacional.
La lista sería interminable.
Si bien su recuperación física y el moderado aumento de peso han desdibujado en algo su figura quijotesca del pasado, su intelecto y su corazón siguen siendo fieles a la noble tradición del Quijote y su pasión por enderezar entuertos y hacer el bien es tan intensa como antes.
Es ese espíritu el que lo llevó a tomar por asalto el Moncada y tiempo después, con Raúl y el Che, a iniciar la epopeya de Sierra Maestra. Tal como lo había pronosticado en su célebre alegato ante los jueces del Moncada, la historia lo absolvió, ¡y cómo! También le otorgó la razón cuando en 1985 demostró matemáticamente la imposibilidad de pagar la deuda externa, contrariando las opiniones de sedicentes “expertos” que elaboraban ingeniosos artificios para demostrar lo contrario.
Cuando se derrumbó la Unión Soviética y se vino abajo el (falso) socialismo de Europa Oriental fueron muchos los que le aconsejaron que reconciliara a Cuba con las nuevas realidades de la globalización arriando las supuestamente raídas banderas del socialismo.
El guerrero se negó a tamaña ignominia y contrariando la opinión y los pronósticos de propios y ajenos aguantó a pie firme el temporal y proclamó a los cuatro vientos que aunque la Unión Soviética se hundiera el frágil navío de la Cuba revolucionaria resistiría la tormenta y llegaría a buen puerto.
Una vez más, la historia, esa gran amiga de Fidel, le concedió la razón.
También le había sonreído en 1992, en la Cumbre de la Tierra, celebrada en Río de Janeiro, cuando denunció en los siete minutos exactos que cada participante tenía asignado la catástrofe ambiental y climática que se avecinaba.
Su intervención fue fulminada como apocalíptica y meramente ideológica por una multitud de pigmeos a los que el pensamiento convencional identificaba como “realistas” y “expertos”.
¿Quién se acuerda ahora de aquellos enanos? ¿Y qué decir de los gobernantes allí presentes –Menem, Fujimori y otros de su misma ralea - que hicieron oídos sordos ante el discurso de Fidel y que con su criminal indiferencia agravaron el problema?
La historia volvió a fallar a su favor cuando, en 1998, convocó a los economistas a discutir la crisis en gestación, en momentos en que el saber oficial aseguraba que no había -y que no habría- crisis sino, a lo suma, una transitoria desaceleración del crecimiento económico.
Una década más tarde los porfiados hechos demostraban una vez más que la razón estaba con Fidel.
Este fue el hombre que me honró con su invitación a discutir algunos aspectos de mi ponencia.
Le interesó sobre todo el concepto de “burguesía imperial”, concebido para caracterizar el entrelazamiento producido entre las clases dominantes de las principales metrópolis capitalistas y la forma en que unificaron su estrategia de dominación global.
Sus integrantes se dan cita anualmente en Davos para coordinar su estrategia a escala mundial, pasar revista a sus efectivos, armonizar sus discursos y políticas y potenciar su influencia política e ideológica a nivel internacional para lo cual invitan a gobernantes, “expertos” y comunicadores sociales para transmitir la buena nueva.
Me pidió detalles, ejemplos, razones por las cuales utilizo ese concepto.
Se quejó de su falta de tiempo: no pudo recibir a varios presidentes, y a los que atendió no pudo dedicarles el tiempo que hubiera deseado.
Hablamos un poco sobre la Argentina y me dijo que le había sorprendido gratamente la fortaleza y la convicción que demostró la presidenta Cristina Fernández y sus ganas de luchar pero estaba preocupado por las secuelas del conflicto que el año pasado enfrentó al gobierno con los sectores del campo.
Al examinar el panorama sociopolítico latinoamericano expresó su preocupación porque el péndulo ideológico, que en la última década se había movido hacia la izquierda –si bien con diferente amplitud según los países- pudiera detener su marcha o, peor, iniciar una reversión amenazando la estabilidad o la continuidad de los gobiernos progresistas de la región.
Sabe que el imperialismo está al acecho para “corregir el rumbo” de su patrio trasero.
Lo conoce al detalle y puede decir, como Martí, que “le conozco las entrañas y mi honda es la de David”.
Con esa honda tuvo a raya al Goliat americano durante 50 años y terminó por aislarlo: en octubre del 2008 de los 192 países miembros de las Naciones Unidas 185 votaron a favor de una resolución que exigía poner fin al bloqueo contra Cuba.
Sólo dos acompañaron al imperio en su eterna humillación: Israel, la mega-base militar estadounidense en Medio Oriente, y Palau, una islita perdida en el Pacífico poblada por 21.000 personas y utilizada como campo de pruebas de la cohetería de la armada norteamericana.
Otros dos, las Islas Marshall (63.000 habitantes) y Micronesia (107.000) consideraron demasiado tamaña ignominia y se abstuvieron.
Pero este mensaje de la comunidad universal es desoído por la Casa Blanca y sus mandantes: el complejo militar-industrial.
Estos quieren aprovechar la crisis para volver a “disciplinar” a la región y acabar con la primavera izquierdista.
La sucesión del gobierno de la Concertación en Chile parece inexorablemente destinada a reinstalar a un personaje de la derecha en la Moneda, bien sea el oficialista Eduardo Frei o el opositor Sebastián Piñera. Y las previsiones no son mucho más alentadoras para Argentina, Brasil y Uruguay.
La crisis económica podría ser el disparador de esa recomposición derechista, y esa amenaza no puede ser tomada a la ligera.
Si esto se produjera, el aislamiento de Venezuela, Bolivia y Ecuador podría agravarse, poniendo en riesgo la viabilidad política y económica de los proyectos transformadores actualmente en curso con negativas consecuencias para Cuba.
También me hizo saber de su inquietud por el acoso a que está siendo sometido el gobierno de Fernando Lugo en Paraguay, y la necesidad de que Argentina y Brasil adopten una postura solidaria y generosa en relación a las dos grandes represas de Yaciretá e Itaipú cuya propiedad comparten con el Paraguay.
Había transcurrido una hora y cuarenta minutos de conversación y era preciso poner fin a este diálogo.
Le pregunté con todo respeto si no sería posible que alguien nos sacara una foto porque de lo contrario no serían pocos los que me considerarían un impostor hablando de una entrevista que habría existido sólo en mi imaginación.
Fidel accedió de buen grado a mi pedido quejándose burlonamente que todos le dicen lo mismo y lo obligan a retratarse. Entonces se volvió hacia uno de sus colaboradores y dijo: “A ver. Traigan un espejo”.
Se lo traen, se mira y con picardía dice: “humm, ¡se ve bien!”, y es cierto. Estimulado por su buen humor aprovecho para felicitarlo por su recuperación y decirle que lo veo muy bien, con un aspecto tan bueno como el que lucía Ingrid Betancourt cuando se produjo su misteriosa liberación por el ejército colombiano.
Una estruendosa carcajada selló la humorada.
Nos preparamos para la foto y allí, transportado por el clima relajado y alegre que se había instalado en la fase final de nuestra conversació –muy lejos de la imagen de un hospital o de una sala de recuperación de un convaleciente- me atreví a decirle que con el logo de Adidas del uniforme de los atletas cubanos sus detractores ahora lo criticarían por hacerle publicidad a una transnacional.
Nueva carcajada y, rápido como un rayo, con la encendida mirada de siempre y con su dedo índice repetidamente hundiéndose en mi pecho me dijo, masticando cada sílaba, “es-que-yo-soy-una-víctima-de-tu-burguesía-imperial”.
Nuevas risotadas, foto, y un fuerte abrazo de despedida que permite comprobar el buen tono muscular de su físico y, con alivio, que tenemos Comandante para rato.
(continue)
www.atilioboron.com

El artículo tuvo un presentador de lujo en “Granma” y Página/12: Fidel Castro.
Este prologó el trabajo de Borón y lo tituló “La pequeña Biblia de la crisis”.
También escribió a manera de epílogo:
“Si alguien toma esta síntesis y la lleva en el bolsillo o se la aprende de memoria como una pequeña Biblia, estará mejor informado de lo que ocurre en el mundo que el 99 por ciento de la población”.
Suena un poco extraño que el comandante en jefe, de reconocida autoridad pedagógica, recomiende aprender algo de memoria. Y más aún, que lo considere como una especie de Biblia, por cierto aspecto dogmático que se puede extrapolar. El marxismo, escribieron sus fundadores, no es un dogma sino una guía para la acción.
Hay muchos aspectos, muy importantes, planteados por el cientista argentino, con los que hay que acordar.
En su caracterización de lo ocurrido en Wall Street a fines del año pasado, afirma:
“Nos hallamos ante una crisis general capitalista (…) que trasciende con creces lo financiero o bancario y afecta a la economía real (…) y va mucho más allá de las fronteras estadounidenses”.
Es una buena descripción del fenómeno. También parece válido su análisis de las causas estructurales:
“Una crisis de superproducción”.
Esto con el añadido de la “acelerada financiarización de la economía” y “la incursión en operaciones especulativas cada vez más arriesgadas”.
Borón cuestiona “las políticas neoliberales de desregulación y liberalización que hicieron posible que los actores más poderosos que pululan en los mercados impusieran la ley de la selva”.
Posteriormente consigna la pérdida del capital de los bancos y empresas que cotizan en bolsa, reducido a la mitad, y llama la atención sobre los 51 millones de desocupados que habrá, según la OIT.
El autor tiene razón en desconfiar de los pronósticos de los economistas que sostienen una duración de un año para el cataclismo. Cita los 23 años que duró una crisis capitalista a fines del siglo XIX y se interroga:
“¿y ahora por qué habría de ser más breve?”.
Otro aspecto positivo de su enfoque es la desconfianza respecto a que las reuniones del “Grupo de los 7” y del “Grupo de los 20” vayan a alumbrar soluciones. Como el 1 y 2 de abril el “G-20” se reúne en Londres y el gobierno argentino irá con una importante delegación, esa advertencia merece ser tenida muy en cuenta.
La crisis es política
La primera discrepancia con “La pequeña Biblia de la crisis” es que no puntualiza el rasgo esencial de la misma.
Esta crisis comenzó como un crack bursátil y financiero, propagada luego al plano económico, pero ya ha entrado de lleno al plano político. Y esto es lo que no advierte ese artículo que por eso mismo no saca las debidas conclusiones políticas, valga la redundancia.
Más aún, si la administración Bush y buena parte de la jauría capitalista europea y japonesa fomentó la proliferación de los derivativos financieros, quiere decir que desde el vamos el “efecto Wall Street” tuvo un alto componente gubernamental.
George Bush ya había cumplido sus dos mandatos cuando se votó en EE UU el 4 de noviembre último.
Pero se puede especular que, si hubiera ido recién por su primer gobierno, habría perdido la reelección.
La derrota del republicano John McCain, pese a que trató de desmarcarse tanto como pudo del texano, fue porque el gobierno de ocho años había colapsado.
Por estos ventarrones cayeron los gobiernos de Islandia, Letonia, Bélgica y varios ministros japoneses.
En Washington hubo un cese abrupto del gobierno republicano, que ha dado lugar a una dura pelea bipartidista.
Es la crisis más brutal en décadas, pero demócratas y republicanos no logran ponerse de acuerdo.
Sólo 3 senadores de esa última agrupación votaron el salvataje de Barack Obama; todos los representantes de ese partido sufragaron en contra.
No hay que tener un posgrado en Sociología para pronosticar que al calor de esta recesión numerosos gobiernos van a caer antes de culminar sus mandatos. Y los que continúen se verán obligados a adoptar medidas que contradecirán su historia, con lo que se producirán cortes verticales y transversales en esas organizaciones políticas y en otras que actúan social, gremial y culturalmente.
Borón puede contestar que él utiliza la categoría de “crisis civilizacional”.
Pero esta denominación, lo mismo que la de “crisis cultural”, no tiene precisión.
Y además posee un serio inconveniente, pues con la referencia a la “civilización” nos englobaría a todos como responsables: a los banqueros y los 500.000 despedidos estadounidenses por mes, a los organismos de crédito internacional y a los países víctimas de sus recetas, etc.
Hablando de los “organismos internacionales de crédito” aparece otra limitación de la “Pequeña Biblia”.
No los menciona.
Puede ser un lamentable olvido o fruto de la opción de no criticar a entidades ya harto denostadas.
Pero es un error pues estos organismos están pugnando por volver a dictar cátedra.
El FMI está haciendo un seminario en Tanzania y junto con el Banco Mundial están pidiendo a los países socios una duplicación de los aportes.
De ese modo, dicen, podrían volver a prestar, aunque con las condicionalidades de siempre (subir tarifas, bajar salarios y gasto público, privatizar, etc).
Dos columnistas de Clarín, Daniel Muchnick y Marcelo Bonelli, ya hacen propaganda del FMI “renovado”, diciendo que prestaría 3.000 millones de dólares a Argentina. Por eso hubiera sido importante que el cientista argentino los cuestionase.
¿O no lo hizo porque funcionarios de esas dos entidades estuvieron en La Habana en el XI Encuentro Internacional sobre Globalización y Problemas del Desarrollo?
Cierto derrotismo
Finalmente hay dos aspectos equivocados en el planteo de Borón.
Uno es que destila cierto derrotismo sobre la perspectiva de lucha de los trabajadores y sectores populares.
“Esa fuerza social (de lucha) no está presente en las sociedades del capitalismo metropolitano, incluido EE UU”, escribió.
Hay que tener confianza en la capacidad de resistencia, lucha y organización de los afectados por la crisis capitalista e imperialista.
Si puede haber 51 millones de desocupados más, hay que abrir la mente a considerar la hipótesis de que en rutas o calles de California o París o Turín surjan movimientos de desocupados como hubo en General Mosconi o Cutral Co en Argentina, o adoptando formas nuevas.
No se debería cerrar las puertas a esas posibilidades cuando hay multitudes afectadas por el drama de perder el empleo, la casa, la familia, la escuela, la obra social, etc. Y no es una hipótesis liviana: ha habido paros de trabajadores franceses, alemanes e italianos, han aparecido las primeras tomas de fábricas en EE UU, etc.
Por otro lado hay que recordar que desde 2003 a la fecha en EE UU y Europa se hicieron las mayores demostraciones callejeras contra la guerra en Irak.
El otro enfoque equivocado del autor es su visión de que no habrá guerras entre las potencias imperialistas debido a la fortaleza de EE UU y porque si esta superpotencia se ve amenazada, “todos acudirán a socorrerlo porque es el sostén último del sistema”.
Esa presunción de no guerras puede sonar lógica hoy pero no hay que pensar que siempre será así. Las contradicciones interimperialistas no han desaparecido “por el ascenso y consolidación de una burguesía imperial que periódicamente se reúne en Davos”.
Esta lectura de Borón tiene puntos de contactos con la teoría del “ultraimperialismo” de Carlos Kautsky, criticada por Lenin en “El imperialismo etapa superior del capitalismo”.
En la “Pequeña Biblia” no sólo se asegura que no habrá guerras interimperialistas sino que no se analizan los conflictos actuales que desgarran a EE UU, Europa y Japón.
Un solo ejemplo:
“El compre americano” en el paquete de Obama generó una oposición cerrada de sus rivales.
¿Por qué dar por hecho que siempre las potencias estarán unidas?
Si Borón afirma bien que la crisis actual es la más grave en 80 años, ¿por qué cierra toda hipótesis de que los imperios pueden desatar guerras entre ellos?
¿Acaso en estas ocho décadas no hubo conflictos de todo tipo, incluyendo la Segunda Guerra Mundial?
(continue)
Emilio Marin
«« | Inicio | »» |