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Obama y la bancarrota imperialista |
Barak Obama empieza su mandato marcado por la grave crisis de los países imperialistas y, particularmente, de EEUU: millones de parados, más de un billón de dólares de déficit fiscal, el sistema financiero tocado del ala y un continuo descenso del consumo privado.
El paro es el problema que más afecta a la vida de los norteamericanos. El número oficial de desempleados de los Estados Unidos ha llegado a 2.600.000, el más alto desde la II Guerra Mundial. Para 2009 se prevé una tasa de desempleo que supere el 10%. La promesa de Obama de crear entre 3 y 4 millones de empleos resulta poco creíble en una recesión cuyo final no se vislumbra ni por asomo.
Menos aún cuando, según cifras recientes del Departamento del Tesoro de EEUU, y debido a la reducción de los ingresos tributarios, más los enormes desembolsos por la ejecución del programa estatal de rescate financiero, el déficit fiscal del gobierno norteamericano llegará en el primer trimestre de 2009 a 485.200 millones de dólares, rompiendo el récord histórico de 455.000 millones de dólares del año fiscal de 2008.
Según cálculos oficiales, el déficit del año fiscal de 2009 establecerá el récord de 1,2 billones de dólares, cantidad que no incluye los desembolsos por el programa de estímulo económico que Obama quiere llevar a cabo.
El nuevo presidente está dispuesto a aguantar ese enorme déficit fiscal, incrementando el desembolso de dinero público para paliar la crisis.
La idea es que, una vez estabilizada la economía, se estará en condiciones de tratar el déficit.
Todos los economistas respaldan esa política de hacer frente a la crisis con más endeudamiento para estabilizar el sistema financiero y “generar confianza”.
Sin embargo, ese plan de ayuda a las grandes corporaciones financieras no parece ser suficiente.
El aumento del paro agrava los problemas de los créditos hipotecarios y de las tarjetas de crédito. Lo previsible es aún más problemas para los bancos.
Eso, a su vez, provoca que la banca no quiera conceder préstamos, las empresas no traten de crecer y los consumidores se retraigan, generando un círculo vicioso.
La recesión económica, en cuyo origen está una grave insuficiencia de demanda, cuando la Reserva Federal de Estados Unidos ha bajado la tasa de interés hasta casi cero, deja al gobierno el único camino de aumentar los gastos y reducir los impuestos.
Lo que prometía Obama era reducir impuestos para los sectores de la población de ingresos medios y bajos y aumentarlos para los de ingresos altos.
Pero todo parece indicar que el nuevo presidente no está dispuesto a aumentar los impuestos para nadie. Sin embargo eso no garantiza que aumente el consumo ya que, en plena crisis, la gente se inclina a ahorrar o pagar las deudas, en lugar de aumentar sus gastos. Y el consumo representa el 70% del volumen económico estadounidense.
Por otro lado, la política comercial de Obama no está clara.
En la campaña electoral manifestó su deseo de ejercer presión sobre los socios comerciales y exigirles mayores estándares laborales y medioambientales, lo que parece apuntar a una política comercial más conservadora y proteccionista que pretenda trasladar la crisis a los demás.
Pero esto puede tener un efecto boomerang.
EEUU obtiene del comercio internacional unos beneficios superiores al billón de dólares. Cualquier medida proteccionista de la administración Obama generará medidas similares por parte de otros países, lo que agravará los problemas de los mercados.
Toda la palabrería europea sobre la gran confianza que depositan en Obama no va a cambiar la realidad de la continuación de la estrategia imperialista de hacer recaer el coste de la crisis en el resto de países del mundo. Y respaldar esa estrategia económica sobre la base del -menguante- poderío militar norteamericano.
La diferencia es que los sectores imperialistas a los que Obama representa son conscientes de que no pueden avasallar a todo el mundo a la vez, y que necesitan una política de selección de aliados y enemigos menos torpe que la de la administración Bush.
No nos enfrentamos a un gobierno menos imperialista, sino a un imperialismo más inteligente que afronta una crisis de imposible solución. Dicho sea como recordatorio al progresismo embelesado.

Etiquetas: conocimiento, inteligencia, memoria, monopolios, multitud, politica.
Puesto que más de medio mundo utiliza constantemente la moneda que emite Estados Unidos, resulta que este país puede permitirse el lujo de pagar su deuda sencillamente emitiéndola en mayor cantidad, siempre que se mantengan las condiciones institucionales hoy día prevalecientes en el comercio y en los sistemas de pagos internacionales (libertad de movimientos para el capital y la inversión en dólares, control de la supervisión internacional o que no se haya obligado al emisor a respaldar su divisa en oro o a limitar su emisión, entre otras).
Ese privilegio lo ha podido lograr Estados Unidos debido a su inicial fortaleza económica pero, acto seguido, también y gracias a su dominio imperial sobre el mundo, al control que ejerce sobre muchos gobiernos, a su presencia militar en todas las esquinas del Planeta (su presupuesto para defensa representa casi el 60% del total mundial) y, por supuesto, gracias al empobrecimiento de sus sectores sociales más desfavorecidos que también pagan el endeudamiento de modo especial muy particular, porque suelen salir perjudicados de las reformas fiscales y de los recortes del gasto social.
De esa forma se produce una combinación de tendencias nefasta.
Cuanto más débil sea la economía de Estados Unidos, más tiene que esforzarse por consolidar su poder militar y político en el resto del mundo. Y es por eso que, si Obama no diera una radical y yo creo que imprevisible vuelta de tuerca, en una situación tan crítica como la actual no cabe sino esperar que se agudicen los momentos de tensión, de amenaza y quién sabe si también de intervenciones militares y guerras de gran calado.
La gravedad del momento la muestra, por ejemplo, el hecho de que sólo en los tres últimos meses Estados Unidos haya emitido nuevos billetes por valor de unos 600.000 millones de dólares.
Billetes, por supuesto, que cada vez tienen menos respaldo, pues se generan justo cuando la deuda aumenta y se agudiza la crisis de su economía productiva.
Estados Unidos está inundando a la economía mundial de papel mojado.
Es algo que puede hacer, como acabo de señalar, porque tiene capacidad para imponer silencio y sumisión a los demás gobiernos y porque una buena parte de las empresas multinacionales que gobiernas en realidad al mundo son norteamericanas pero que termina por debilitar sin remedio a la economía internacional, que se ve obligada a utilizar una divisa degradada y a tomar como referencia un numerario cuyo valor solo proviene del poder imperial de quien la emite.
Mientras que la situación empeore y la deuda pública y privada (que ya representan el 60% y el 360% del PIB estadounidense respectivamente) sigan creciendo (lo que seguramente va a ocurrir como acaba de advertir Obama) Estados Unidos no hará otra cosa que externalizar su coste sobre el resto del mundo y seguir procurando que su deuda la paguen los demás países y los más pobres de su nación.
Tan monumental es la deuda que está generando que incluso se está hablando de alternativas verdaderamente radicales e incluso sorprendentes.
Se comienza a plantear, por ejemplo, la posibilidad de condonar la deuda estadounidense en aras de garantizar la estabilidad de los pagos y los cambios en el planeta, toda vez de que la mayor parte de ellos están referidos a su divisa.
Se trataría, desde luego, de un escándalo descomunal, de un acto de verdadera piratería económica y de una inmensa y atroz injusticia si se tiene en cuenta la mezquindad con la que siempre se ha tratado la deuda de los países más pobres.
También se ha llegado a especular con la creación de una nueva divisa estadounidense que supondría una verdadera operación de mesa limpia en la economía mundial ante un dólar ya convertido verdaderamente en un papel que carece del valor que dice representar.
De hecho, la Reserva Federal de Estados Unidos está tratando de dar un paso decisivo en ese sentido, emitiendo deuda por su cuenta, al margen del Tesoro y del Gobierno.
Algo que no solo le daría una autonomía muy difícilmente compatible con los principios constitucionales del estado democrático que acabó con el absolutismo (como en realidad creo yo que supone en general el régimen de independencia de los bancos centrales) sino una manera de ir desligando al dólar de los compromisos y de la realidad cada vez más deteriorada de la economía norteamericana, pues a la postre vendría a representar una especie de nuevo numerario.
Y todo ello, sin descartar que el propio Obama tomara nada más llegar alguna medida de estabilización radical sobre su moneda, para oficializar su pérdida de valor que ya es un hecho indisimulable.
La disyuntiva de Estados Unidos es terrible para los demás.
O emite dinero sin límite, lo que supone echar el peso de la deuda sobre los demás y deteriorar su equilibrio social interno, y además correr el riesgo de una gran inflación si la coyuntura cambiase; o pone en marcha una operación de gasto efectivo descomunal, pero que debería ser tan inmenso que no es previsible que pudiera generarlo ni siquiera movilizando a todo su aparato productivo si no es mediante una guerra de grandes dimensiones.
Obama y especialmente su futuro vicepresidente están dando pistas sobre las cuestiones económicas, pero limitándose a advertir de la gravedad de la situación.
Con toda seguridad, el nuevo presidente de Estados Unidos tendrá que ser mucho más explícito a partir de su toma de posesión. Quedan, por tanto, muy pocos días para adivinar qué destino nos aguarda a todos porque lo que está claro es que lo que resuelva Estados Unidos nos incumbe de lleno.
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